18

La Noche Superior

Tras su entrevista con Shakti, Nisstyre abandonó Menzoberranzan sin perder tiempo. Primero envió a sus comerciantes fuera de la ciudad, pues no deseaba que ninguno de ellos fuera sacrificado a la doble ambición de la sacerdotisa traidora, luego usó una serie de portales comunicados que conducían a su plaza fuerte de la superficie.

Cuando Nisstyre emergió a la Noche Superior, la cegadora intensidad de un crepúsculo primaveral quedaba amortiguada por las frondosas capas de hojas del dosel de un espeso bosque. Allí los seguidores drows de Vhaeraun habían construido un poblado que, a pequeña escala, empezaba a aproximarse a la gloria que los drows habían conocido antes de ser obligados a vivir Abajo. Entre los árboles había retorcidas y vertiginosas fortalezas creadas con piedras y magia, tan maravillosas como los hogares de cualquier ciudad elfa. Los drows no tenían miedo a ser descubiertos, pues el Bosque Alto contenía miles de otros secretos.

A medida que oscurecía, los elfos oscuros empezaron a salir de sus casas para iniciar sus actividades nocturnas. La mayoría de los habitantes del poblado eran varones: jóvenes nobles inquietos que no se sentían a gusto en su papel subordinado dentro de la sociedad drow tradicional, renegados procedentes de casas drows destruidas, guerreros ambiciosos nobles y plebeyos que se preguntaban por qué su raza no gobernaba todavía toda la Antípoda Oscura. Todos iban vestidos con prendas oscuras y, como seguidores de Vhaeraun, practicaban y celebraban las artes del sigilo y el hurto. Sin embargo, ni un solo drow entre ellos lucía una piwafwi, y el cambio de la guardia en las torres de vigilancia se llevaba a cabo mediante escalas en lugar de la levitación, ya que habían perdido la magia innata que era su patrimonio. Ya no eran lo que habían sido, pero todavía resultaban temibles.

Había pocas hembras en el lugar y de ellas sólo dos eran drows. Uno de los mandatos principales del Dios Enmascarado era aumentar la raza drow, especialmente en la superficie y, por lo tanto, al contrario de la mayoría de los elfos oscuros, la gente de Vhaeraun buscaba establecer contacto con otros elfos. Las criaturas producto de tales uniones tendían a ser drows, por lo que, considerándolo a largo plazo, era un modo de erradicar las razas de elfos claros.

Nisstyre llevaba las instrucciones de su dios algo más allá: mantenía un pequeño harén de elfas de la superficie en el poblado. No era ideal. —Vhaeraun indicaba que debía existir igualdad entre varones y hembras— pero sí efectivo. Con la llegada de la noche, los niños de la colonia empezaron a despertar, y a corretear y jugar, representando fingidos combates y complicados juegos de acecho y emboscada. Entre ellos no había un solo drow puro, pero la mayoría de los niños de piel de ébano eran tan drows en aspecto y temperamento como cualquier niño de Menzoberranzan. En el grupo había un par de niños elfos de cabellos negros y tez pálida e incluso un moreno muchacho semidrow; a este último se le toleraba en la comunidad porque Vhaeraun no era contrario a un poco de sangre humana entre sus seguidores. Era una cuestión de necesidad, pues muy pocas hembras drow estaban dispuestas a seguir al Dios Enmascarado a la Noche Superior.

Aunque tampoco es que ninguna de las mujeres del poblado fuera especialmente devota. La mayoría de ellas eran elfos plateados, y sin excepción las elfas eran parias que por un motivo u otro no tenían más lugar al que llamar su hogar. Nisstyre se veía obligado a reconocer que no era un modo muy propicio de iniciar un reino.

Sí, la falta de hembras drows era un problema, uno que Nisstyre planeaba acabar, pues con el incentivo de la magia de Liriel, podía atraer a más de las orgullosas y poderosas mujeres hacia la Noche Superior. Los drows tenían tendencia a ser más prolíficos que los otros elfos y sólo su constante e incestuosa guerra mantenía bajo su número. Una vez convertidos en un pueblo unido, sus efectivos alcanzarían rápidamente proporciones de pesadilla.

Con este agradable pensamiento en mente, Nisstyre agrupó a su banda de cazadores y convocó al sacerdote de mayor categoría, un drow de mediana edad conocido sólo como Henge. El clérigo realizó un cauto comentario sobre el rubí que brillaba en el centro de la frente de su jefe.

—Un tercer ojo —respondió éste con indiferencia—. Un objeto mágico. No tienes que preocuparte por él. —El sacerdote se mostró dubitativo pero no insistió.

»Debéis viajar velozmente durante la noche en dirección a la aldea de Puente del Troll. No para saquear —añadió con rapidez, al observar las feroces sonrisas que aparecieron en todos los rostros—. Viajad a las colinas que rodean el poblado humano y buscad allí a una hembra drow que viaja sola.

—¿Encontrar a una drow sola, en esa red de cuevas? —objetó el sacerdote.

—No debería ser una tarea difícil. Por lo que sé de Liriel Baenre, no la imagino llevando una vida de ermitaña en alguna cueva apartada. Va armada con considerable magia y a los humanos les resultará muy difícil capturarla y matarla. Preferiría, claro está, que la encontraseis antes de que ella encuentre a los humanos. La reconoceréis por un amuleto que lleva: una pequeña daga de oro en una funda cubierta de runas que cuelga de una cadena de oro.

Mientras hablaba, Nisstyre reflexionaba sobre lo poco preparada que estaba Liriel —o cualquier hembra drow, bien mirado— para el mundo de Arriba. Las orgullosas hembras no podían ni imaginar el odio y aversión que los habitantes de la superficie sentían por los elfos oscuros. Las drows esperaban ser temidas; no estaban preparadas para ser despreciadas y cazadas, y los oprimidos varones, que habían sobrevivido a décadas de una existencia miserable Abajo, tenían hasta cierto punto mejor suerte que sus más privilegiadas compañeras. No obstante las frases llenas de seguridad que había dedicado a su partida de caza, Nisstyre conocía la importancia de encontrar a la princesa pronto, antes de que su orgullo y arrogancia la condujeran a su propia destrucción.

De modo que con unas rápidas instrucciones, envió a los cuatro luchadores tras la pista de Liriel. Creía saber adonde podría haber ido. Existían muchos portales que la joven podría haber usado, pues la hechicería de los elfos oscuros había abierto portales a lugares tan distantes como Calimshan; pero el precio para tan increíble poder era proporcionalmente elevado. Las cavernas situadas cerca del túnel de la Hondonada Seca eran las zonas más fáciles de acceder mediante el viaje mágico; además eran lugares despejados, se hallaban cerca de la superficie, y sufrían pocas interferencias de la radiación mágica de la Antípoda Oscura. Si no se tenía mucho tiempo, podrían haber sido la mejor elección, y él se sentía bastante seguro de que Liriel había huido utilizando esa ruta.

Cuando los cazadores se hubieron marchado, Nisstyre y Henge fueron en busca de la intimidad de la casa del propio hechicero. Henge no parecía nada satisfecho con la tarea que le esperaba pero se guardó para sí lo que pensaba; por su parte, Nisstyre tomó buena nota de ello y no vio necesidad de hacer comentarios. No había demasiada simpatía entre los dos drows, pero mientras el sacerdote no lo desafiara abiertamente, Nisstyre se daba por satisfecho.

El hechicero sacó un medallón en el que había grabado en relieve un estilizado dragón encorvado, que era idéntico al tatuaje del rostro de su lugarteniente, Gorlist, y le permitía localizar al luchador drow en cualquier momento. El hechicero acarició el metal y salmodió las palabras que lo llevarían a él y al clérigo junto al luchador.

Los dos drows se materializaron en una pequeña cueva. Allí encontraron a Gorlist, junto con sus dos compañeros, atándose las correas que sujetaban sus armas en preparación para el viaje de aquella noche. El lugarteniente drow no se mostró excesivamente sorprendido al ver a su jefe.

—¿Durante cuánto tiempo debemos mantener esta ridícula simulación? —espetó—. Es un esfuerzo baldío.

—Nuestros planes han cambiado —respondió Nisstyre con frialdad—. Volveréis sobre vuestros pasos en dirección a las cavernas tan deprisa como podáis. Tengo motivos para creer que encontraréis a Liriel Baenre allí o por los alrededores. Encontradla y llevadla al poblado del bosque.

El hechicero observó el feroz destello en los ojos del luchador y se juró instruir a Gorlist en el arte de compensar venganza con necesidad. Guió la marcha hacia el exterior de la cueva, agachándose para pasar por la pequeña entrada.

Un crujir de hojas fue su única advertencia. Nisstyre giró en redondo y entonces se encontró con un humano de cabellos negros que se abalanzaba sobre él, el pálido garrote bien alzado y un fuego helado en sus ojos azules. Aunque le pareció imposible al hechicero drow, reconoció a su atacante como el enloquecido guerrero a quien él mismo había enterrado vivo en una tumba de hielo en un lejano calvero de un bosque.

El drow alzó una mano y un fuego oscuro brotó de sus dedos para envolver al perseverante humano; pero el garrote pasó por entre las llamas, describiendo un arco descendente en dirección a la cabeza del hechicero.

Nisstyre oyó el golpe sordo del impacto y observó cómo el pedregoso suelo iba a su encuentro a toda velocidad. No sintió dolor y supuso que debería estar agradecido, pero lo que sí sentía era una fría cólera. Se aferró a aquella emoción mientras se sumía en las tinieblas; comprendió que el deseo de venganza era una fuerza poderosa, tal vez la única que podría ayudarlo para regresar.

Fyodor apartó de una patada el cuerpo desplomado del hechicero de cabellos cobrizos y estudió la escena ante él con un rápido vistazo. El calor de la furia de bersérker alimentaba su cuerpo y agilizaba su mente, de modo que parecía como si el mundo fuera más despacio a su alrededor, dándole tiempo para reaccionar, para atacar. En aquel estado alterado, Fyodor jamás sentía dolor, aunque sabía por el olor a cuero chamuscado que el rayo de fuego negro del hechicero drow le había dado en el hombro; ni tampoco sentía temor, a pesar de que su mente registraba fríamente que los tres drows bien armados que tenía delante le superaban en número.

El primero de los elfos oscuros atacó con dos espadas idénticas en las manos y una sonrisa engreída en su rostro color ébano. A medida que avanzaba, el drow realizaba con sus armas una complicada serie de movimientos ensayados: cruces, giros, cuchilladas al aire. El espectáculo estaba pensado para provocar y desanimar a su víctima, de un modo muy parecido a como un gato de granero podría jugar con una ardilla atrapada. No obstante la roja neblina de la furia combativa que lo inundaba y dominaba, Fyodor no pudo dejar de observar la brillantez de su adversario. El guerrero drow poseía una delicadeza que el joven no podía ni comprender, una habilidad que jamás podría igualar.

Pero esa información no le inspiró temor. El joven guerrero registró los veloces movimientos de los brazos del drow, la estela de luz de las hechizadas armas, y razonó que había un pecho en alguna parte en el centro de toda aquella actividad. Así que Fyodor alzó todo lo que pudo su espada, bajó la mirada hasta un punto en la parte central de todo aquel increíble movimiento de espadas y la lanzó con todas sus fuerzas. La poderosa arma voló en dirección al drow, en una ruta certera y directa como la de una lanza.

Al instante, el remolino de armas elfas se cerró en una parada defensiva y las tres espadas se encontraron con un estrépito metálico y una lluvia de chispas. Pero la habilidad y velocidad del elfo oscuro no podía desviar la tremenda potencia de la embestida, y la embotada espada atravesó su cuerpo con tanta fuerza que la cruceta de la empuñadura golpeó el pecho con un sonoro chasquido de costillas.

Fyodor empuñaba ya su garrote antes de que el primer drow cayera, antes de que los otros dos pudieran registrar la muerte de su compañero, y avanzó, obligado a luchar hasta que no quedara nadie para enfrentarse a él.

Es posible que el segundo luchador drow lo percibiera, pues no desenvainó sus armas con tanta rapidez, sino que agarró una diminuta ballesta y disparó varios dardos, uno tras otro, tan veloces que al ojo le costaba seguir el vuelo de cada uno de los proyectiles. Tal vez el veneno se disipaba fuera de la Antípoda Oscura pero el drow seguía teniendo su mortífera puntería y estaba seguro de que sus diminutas flechas se hundirían profundamente en los ojos del humano, se abrirían paso por entre sus costillas, cortarían las arterias vitales en su garganta e ingles. Puede que no hubiera veneno, pero el humano estaría muerto antes de pudiera darse cuenta de que algo faltaba en el ataque.

El drow no podía saber que Fyodor veía el vuelo de los dardos como un pausado y elegante planeo. El guerrero los desvió, moviendo su garrote a un lado y a otro con una velocidad que no parecía posible, y ni siquiera aminoró por un momento su avance en dirección a los dos luchadores que quedaban. Un potente movimiento ascendente de su arma alcanzó al arquero en la cintura, haciendo primero que se doblara al frente para enviarlo a continuación volando hacia atrás por los aires. El elfo oscuro fue a estrellarse contra el suelo unos metros más allá, con el cuerpo doblado en una posición que ningún elfo vivo podría conseguir.

Fyodor giró en redondo hacia el último drow —un guerrero de cabellos cortos con el tatuaje de un dragón en una mejilla— y levantó su garrote para asestar un golpe demoledor. Con paso veloz y firme, el humano avanzó.

Por primera vez en su más de un siglo de actividad, Gorlist consideró conveniente retirarse. El momento pasó raudo y el luchador drow sujetó su lanza con ambas manos. Había cogido el arma a un elfo del bosque asesinado, y había hecho que la reforzaran mágicamente para aumentar su resistencia y velocidad, y ahora aquel enloquecido oponente pondría a prueba el arma como nunca había sucedido.

Gorlist alzó la lanza ante él, sujetándola como si fuera una barra, y la hizo girar sobre sí misma una vez, en una desafiante exhibición de su destreza.

Sólo pudo hacerlo una vez, porque el garrote de madera del humano descendió como una masa borrosa. El elfo oscuro extendió las manos hacia ambos extremos y paró el golpe con la parte central del mango de la lanza. La magia aguantó, pero la fuerza del impacto envió una oleada de insoportable dolor a los brazos y a la espina dorsal del drow. Las rodillas del luchador cedieron y éste se desplomó.

El elfo oscuro vio cómo el garrote volvía a descender. Rodó a un lado y, mientras lo hacía, sujetó la empuñadura de una daga en sus dedos entumecidos. Con la increíble velocidad y agilidad por la que son famosos y temidos los drows, Gorlist rodó sobre sí mismo varias veces y se alzó en cuclillas detrás del humano.

Contempló a su enemigo y calculó la distancia entre él y los tobillos del hombre. Su daga mágica podía fácilmente atravesar la piel de la bota y seccionar los tendones que había debajo, y una vez incapacitado de ese modo, el humano no podría combatir tan bien. Gorlist se lanzó al frente y asestó una violenta cuchillada del revés.

Para asombro suyo, las reacciones del hombre fueron aún más veloces que las suyas. El guerrero humano brincó y giró en un mismo movimiento, y con increíble exactitud, saltó sobre la embestida del drow y cayó sobre él con ambos pies. Gorlist chocó violentamente contra el suelo, cuan largo era, y el humano aterrizó con él, con una bota sobre cada uno de los riñones de su adversario.

Y el orgulloso drow que se mofaba del dolor soltó un alarido de terrible agonía. El humano se hizo a un lado y el caído vio cómo el garrote describía un arco de nuevo en su dirección, pero incluso aunque hubiera sido capaz de moverse, el arma descendió demasiado rápido para que hubiera podido esquivarla o desviarla.

El elfo oscuro sintió el chasquido de huesos cuando el garrote golpeó su caja torácica. Esta vez no chilló, pero no se enorgulleció demasiado; no había tiempo para aquello, no había tiempo para pensar en nada. Su cabeza se echó violentamente hacia un lado cuando el humano tiró de sus cabellos para levantarlo de un tirón.

Sujetando al delgado drow con facilidad a cierta distancia de él, el extraño guerrero dio varias zancadas al frente. Las puntas de las botas de Gorlist apenas rozaban el suelo, pero éste observó que el humano parecía mucho más pequeño visto tan de cerca. Resultaba un pensamiento curioso que le llegó vagamente entre el dolor de sus muchas heridas, pero el elfo oscuro lo guardó celosamente. Había sobrevivido a muchas peleas y lo había conseguido mediante un conocimiento de su enemigo, por lo que podría servir de ayuda algún día saber que aquél no era el guerrero de más de dos metros que le había parecido en un principio. Y a pesar de lo graves que eran sus lesiones, Gorlist seguía siendo muy consciente del campo de batalla y, de repente, comprendió lo que el humano pretendía hacer con él.

Unos pasos más allá había un escarpado barranco, con una pendiente de casi tres metros hasta llegar a un riachuelo poco profundo y pedregoso. Gorlist conocía el peligro de una caída así. Una de las costillas rotas sin duda perforaría un pulmón y le provocaría una lenta pero segura muerte.

La desesperación dio fuerzas al apaleado luchador y éste agarró la primera arma que encontró a mano: un cuchillo pequeño y fino introducido en la costura de la manga de su chaqueta. El drow lo levantó y lanzó una cuchillada al pecho del hombre; pero el grueso jubón de cuero, la vestimenta de un campesino humano, lo desvió con la misma efectividad que una cota de malla drow.

Frenético, el luchador volvió a lanzar una cuchillada con su endeble arma y, aunque consiguió acertar unas cuantas veces, dejando sangrientas marcas en los brazos de su adversario, el humano no aminoró el paso ni parpadeó siquiera para demostrar que había sentido el dolor. El hombre se limitó a soltar una de las manos que sujetaban a su presa por los cabellos y a sujetar con ella la muñeca en movimiento del otro, aplastando sin problemas los huesos y hundiendo la diminuta hoja profundamente en los dedos que la sujetaban. Sin embargo Gorlist ya no sentía dolor y no notó ni el crujido de su mano ni el sonido del cuchillo al caer sobre el pedregoso suelo.

El humano se detuvo y acercó a Gorlist hacia él, cara y cara, y luego lo lanzó hacia arriba. Se produjo un momentáneo vuelo, y a continuación llegó la terrible caída por la rocosa pendiente.

El drow fue a detenerse violentamente contra un peñasco en el centro del poco profundo riachuelo e intentó arrastrarse hacia la orilla, pero el esfuerzo le provocó un ataque de tos. Gorlist sintió el sabor de su propia sangre y supo que cualquier esfuerzo era inútil.

Casi con un sentimiento agradecido, el luchador se dejó caer en el arroyo, y las heladas aguas adormecieron su dolor y lo arrastraron a la inconsciencia, en dirección a lo que aguardara como recompensa a los fieles a Vhaeraun.

Cuando todo quedó en silencio, Henge, el sacerdote del Dios Enmascarado de la noche, gateó con cautela fuera de la cueva donde se había ocultado durante la batalla. Era por naturaleza un drow precavido, y lo que contempló ante él le confirmó lo sensato de su proceder.

Su hermano Brizznarth, que era famoso por su destreza con la espada, yacía en un charco de su propia sangre y, puesto que estaba claro que al joven drow ya no podía prestársele ninguna ayuda, Henge no perdió el tiempo con él ni malgastó energías llorándolo. Sólo se veía a otro luchador drow y no parecía hallarse en mejores condiciones que Brizznarth; de modo que el sacerdote se encaminó hacia la figura inmóvil de su jefe. Se agachó junto al pelirrojo elfo oscuro y se dio cuenta —sin lugar a dudas con sentimientos encontrados— que Nisstyre aún vivía.

—Lo que puede curarse hay que sobrellevarlo —masculló, en una sombría parodia de un proverbio humano.

Había una mancha de sangre en la sien del hechicero. Los dedos de Henge encontraron un impresionante bulto en el costado de la cabeza de Nisstyre. El hechicero tendría un dolor de cabeza del tamaño de Tarterus cuando despertara, pero sólo había quedado atontado, pues el garrote lo había golpeado de refilón. Si el enloquecido luchador humano le hubiera acertado de pleno, habría partido el cráneo de Nisstyre y desperdigado sus sesos tan lejos que los desagradables restos podrían transformar al hechicero en un creíble sacerdote de Lloth, se dijo Henge con un deje de humor macabro.

Un veloz examen le aseguró que Nisstyre había sufrido sólo aquella lesión, de modo que sujetó la cabeza del drow herido con ambas manos y empezó a salmodiar una oración a Vhaeraun, una súplica de curación y restablecimiento. El Dios Enmascarado estaba de su lado; los ojos del herido se abrieron, se fijaron en el sacerdote y luego se entrecerraron recelosos.

—Estás ileso —masculló con desconfianza—. ¿Participaste en el combate en realidad?

De improviso, el clérigo deseó haber tenido la previsión de embadurnarse con un poco de la sangre que su hermano menor había derramado con tanta abundancia.

—Sólo dos de nosotros sobrevivimos —repuso con calma, esquivando la acusación del hechicero— y los dos hemos escapado sin demasiados daños.

—¿El humano ha escapado?

La voz de Nisstyre tenía un tono de incredulidad. Brizznarth era la mejor espada bajo su mando y Gorlist era capaz de acabar a la vez con cinco guerreros humanos. El tatuado luchador lo había demostrado, una y otra vez, y el hechicero no podía creer que su fuerza de elite drow pudiera haber sido derrotada por un único humano.

Se levantó con esfuerzo y sin hacer caso del punzante dolor de su cabeza. Que Brizznarth y Codfael estaban muertos lo veía con toda claridad, pero no podía aceptar la muerte de Gorlist hasta que contemplara el cuerpo con sus propios ojos.

—¿Dónde está Gorlist?

Henge señaló en dirección al barranco y el hechicero se dirigió tambaleante hasta el borde y miró al arroyo.

—Respira. ¡Ocúpate de él inmediatamente!

—He usado todos mis hechizos curativos por hoy. —El sacerdote extendió las manos en un gesto de impotencia.

—Entonces utiliza esto y hazlo rápido.

Nisstyre sacó un frasco de un reluciente líquido verde de su bolsa de hechizos y se lo tendió con brusquedad al clérigo. Observó atentamente mientras Henge se deslizaba por la pendiente rocosa y vertía con cuidado el líquido en la boca del luchador. El resultado era importante, ya que Gorlist era valioso para la causa del Dios Enmascarado; también era hijo de Nisstyre, un hecho que habría importado mucho menos si Gorlist no hubiera sido un luchador tan experto.

El drow herido gimió y empezó a moverse. Nisstyre lanzó un hechizo que levantó el magullado cuerpo del elfo oscuro y lo sacó del barranco. El hechicero observó la espuma rosada en los labios del luchador, se inclinó y pasó los dedos por el torso del joven.

«Tres, puede que cuatro costillas rotas», se dijo sombrío. Vaciló sólo un instante antes de introducir la mano en su bolsa de hechizos en busca de una segunda poción; estaba en un frasco en forma de llama de vela y resplandecía como si fuera fuego encerrado. Era una poción de último recurso, pues aunque curaba heridas muy graves en un cortísimo espacio de tiempo, había que pagar un alto precio por ello, pues la rápida soldadura de los huesos y tejidos producía un dolor insoportable, y la magia era alimentada por la energía vital de su receptor. La curación arrebataba más energía y provocaba más dolor de lo que muchos drows heridos podían soportar, y mataba casi a tantos como curaba.

Pero Nisstyre tuvo una idea. Entregó el frasco al clérigo, que acababa de trepar fuera del barranco.

—Ora a Vhaeraun —ordenó—. Pide al dios de los ladrones que robe la energía vital de otro ser para que dé poder a la poción. Y si tenemos suerte —masculló Nisstyre para sí—, ¡el señor de la máscara tomará la energía vital del humano engendrado por un orco que hizo esto!

Henge tomó la botella y empezó a salmodiar una oración. El hechicero se ocupó en otros preparativos; cortó un trozo de grueso palo verde de un árbol achaparrado de las inmediaciones y le quitó la tosca corteza. Gorlist necesitaría algo que morder durante la dolorosa curación.

El luchador herido recuperó la conciencia, y su mirada se posó en el llameante frasco que sostenía el clérigo. Un destello de feroz aprobación iluminó sus ojos e hizo un gesto al sacerdote para que administrara la poción de inmediato. Henge dudó en mitad de la salmodia.

—Hazlo —ordenó el luchador en su débil susurró medio ahogado por la sangre. Escupió y echó la cabeza hacia atrás para que el otro pudiera verter la poción en su boca. El sacerdote obedeció y el herido engulló el ardiente líquido de un único trago.

Las convulsiones se apoderaron de él al instante, y los otros dos drows se abalanzaron sobre su cuerpo e intentaron en vano mantenerlo tumbado. Gorlist los arrojó a un lado sin pensar y sin esfuerzo, inconsciente por completo de su presencia en medio de la agonía que abrasaba cada uno de sus nervios y tendones.

Puesto que no podía hacer otra cosa que esperar, Nisstyre se buscó una roca cómoda y se sentó hasta que aquello terminara. Había contemplado muchas muertes espantosas —la mayoría de ellas planeadas y ejecutadas por él mismo— pero jamás había visto tanto padecimiento; no obstante observó impasible cómo el fuego mágico recorría abrasador el cuerpo de su hijo.

—¿Ha sobrevivido? —preguntó Henge cuando por fin el cuerpo de Gorlist dejó de estar en tensión.

—Lo ha hecho.

La respuesta provino del propio Gorlist. El luchador escupió fragmentos de madera verde y se puso en pie despacio. Nisstyre observó el ansia de sangre en sus ojos, y comprendió que sería difícil impedir que el testarudo joven saliera en persecución del humano que le había producido tan terribles heridas. Nisstyre también ansiaba saborear la venganza, pero necesitaba que Gorlist se concentrara en un trofeo más valioso.

—Se mire como se mire, yo debería haber muerto —dijo el luchador, y se dirigió hacia el hechicero, desabrochándose, mientras lo hacía, los brazales que protegían sus brazos—. Declaro que me debes el precio de mi vida, y puesto que no tengo herederos, yo mismo lo cobraré.

—El humano estaba muy malherido —mintió su padre, que estaba seguro de lo que el otro iba a exigir—. Aunque escapó, no sobrevivirá mucho tiempo.

El luchador recibió la noticia con un encogimiento de hombros y lanzó el puño en alto, girándolo para que Nisstyre pudiera ver la fina cicatriz que recorría su antebrazo.

—La quiero a ella —declaró Gorlist, apretando los dientes.

El hechicero se balanceó hacia atrás, sin saber qué responder por un instante. Nisstyre solía consentir a sus seguidores, animándolos a tomar venganza según les dictara el ánimo. Los drows necesitaban algo en lo que concentrar su odio innato, una ocasional válvula de escape para su hirviente cólera, y era desafortunado que Gorlist hubiera elegido un objetivo tan valioso.

—En ese caso encabezarás la búsqueda para localizarla —respondió el hechicero con suavidad—. Sin embargo, no la matarás. Es demasiado importante para eso, tanto por la magia que maneja como por los niños que puede engendrar para seguir a Vhaeraun. Ya conoces la importancia de traer hembras drow a la Noche Superior. No permitiré que sea eliminada.

Gorlist hizo una mueca de enojo.

—Hay más de un modo de humillar a la princesita —siguió el otro en voz baja—. Quiero a esa hembra para Vhaeraun, y para mi propio placer, pero no soy contrario a compartirla. Con el tiempo, obtendrás tu venganza.

Los ojos del luchador se abrieron de par en par a medida que el significado de las palabras de su padre iba quedando claro. Los drows, de modo rutinario, infligían horrores sobre su propio pueblo y masacraban a las razas de la superficie simplemente por el placer de matar, pero lo que Nisstyre sugería iba más allá del código tácito de comportamiento de los elfos oscuros. Ninguna hembra, ni siquiera conquistada en combate, era tomada en contra de su voluntad. Siglos de adoctrinamiento habían forjado un tabú que pocas veces se ponía en duda y raramente se violaba. Las hembras ejercían el poder en su sociedad y todas, incluso las plebeyas, se consideraban encarnaciones mortales de Lloth.

Y sin embargo…

—Seguimos a un dios, no a una diosa —reflexionó Gorlist en voz alta.

—Empiezas a comprender —repuso Nisstyre; pero incluso mientras lo decía, su mano se alzó para acariciar el rubí que centelleaba en el centro de su frente, y se preguntó si su «socia» habría oído sus palabras, y de ser así, cómo consideraría Shakti Hunzrin tal herejía.

Le llevaría tiempo recordar que debía adaptar sus palabras y acciones de modo que satisficieran a la sacerdotisa de la diosa drow. No era una tarea que a Nisstyre le sedujera.