El tren traquetea mientras nos adentramos a toda velocidad en la noche. Hay ventanas, pero no sirve de nada mirar a través de ellas. Ya lo he intentado y está todo oscuro como boca de lobo.

Al principio me preocupa la posibilidad de que vaya a marearme, tal como me pasa a menudo en los carruajes cuando no puedo ver nada por las ventanillas, pero esta vez el movimiento y el balanceo me reconfortan. Pienso que si pudiéramos quedarnos en este tren, meciéndonos y balanceándonos para siempre, todo iría bien. No como antes, pero quizás igual de bien.

Una mano cálida cubre la mía. Al levantar la vista me encuentro con la sonrisa de Sonia, nerviosa y preocupada al mismo tiempo. Convencerla para que me acompañara no ha resultado tan difícil como esperaba.

Tan solo llevo una bolsa, que está ahora metida debajo de mi asiento. En ella hay un vestido, unas cuantas cosas imprescindibles y el cuchillo que encontré en la habitación de Alice. El resto de mis cosas ya han sido enviadas a Londres. Tía Virginia se ha encargado de todo y ha escrito una carta a los empleados de la casa avisándoles de mi llegada. La Casa Milthorpe, al igual que Birchwood, es propiedad de la familia desde hace siglos. Sonia y yo estaremos cómodas mientras ella me instruye en el uso de nuestros dones. Mientras contactamos con Philip Randall y buscamos a las otras llaves. Mientras voy haciendo suficiente acopio de fuerzas tanto en este mundo como en los otros, para luchar en la batalla cuya protagonista central soy yo.

Luisa se reunirá más tarde con nosotras, cuando encuentre el modo de salir de Wycliffe sin levantar demasiados recelos ni disgustar a su padre en Italia. Despedirse ha sido difícil. Pero está escrito en las estrellas y en las marcas de nuestras muñecas que volveremos a encontrarnos de nuevo.

Sonia me aprieta la mano y al bajar la vista veo el medallón, reluciente, tenso y pegado a su muñeca. Es el acuerdo al que hemos llegado. No sé si el medallón se quedará en su muñeca o si encontrará el modo de regresar a mí igual que en ocasiones anteriores. Tengo la esperanza de que ahí estará seguro, de que el poder de la persona a la que le he confiado su cuidado le impedirá regresar a mí. Sonia no es la puerta. Samael no puede pasar a través de ella, aunque mi amiga me ha advertido de que las almas tratarán de engañarla, de aterrorizarla, de hostigarla de todas las maneras posibles para conseguir llegar hasta mí. Pero su resistencia en los otros mundos es mayor que la mía. Si hay alguien capaz de contenerlas, de concederme el tiempo necesario para prepararme para la batalla que me espera, esa persona es Sonia.

¿Funcionará? ¿O encontrará el medallón la manera de volver a mi muñeca durante alguna de esas noches caprichosas, con el fin de conducirme a los otros mundos y de que la bestia me use como puerta, como conducto para la batalla que dará comienzo a las siete plagas?

No tengo las respuestas. Aún no.

Todo cuanto puedo hacer es viajar al encuentro de mi futuro, hacia esa oscura y amorfa sombra que me aguarda, hacia ese futuro que mi madre nunca alcanzó, con la esperanza de hallar el modo de cumplir con el papel que me corresponde en la historia. Y con la esperanza de encontrar las páginas que faltan y a las restantes llaves. Hay quienes siempre estarán conmigo: mi madre y mi padre, tía Virginia, James, incluso Alice.

Y Henry. Henry es mi talismán en las noches más negras.

Recuerdo sus sombríos ojos durante aquella última conversación privada. Sus ojos y sus palabras, demasiado sensatas para un niño de tan solo diez años: «Solo el tiempo lo dirá, Lia».

Al final supongo que así será.