—Yo… yo… yo no… —tartamudea Alice por encima de la lluvia en el momento en que me lanzo a toda velocidad a la orilla del río.
No pienso en nada salvo en Henry, indefenso sin poder hacer uso de sus piernas en la corriente de agua. No llego al río con la suficiente rapidez. Me sumerjo de cabeza en el centro, sabiendo que ahí es más profundo y que el agua me arrastrará más deprisa hacia mi hermano. El agua fría me sorprende cuando me cubre la cabeza, arrastrándome corriente abajo incluso mientras me sumerge bajo la superficie. Lucho contra la corriente antes de dejarme llevar por fin, permitiendo que la fuerza del agua me impulse de acá para allá, lanzándome penosamente contra el fondo y arañando mi cuerpo con las piedras del mismo.
Tan solo cuando comienza a faltarme el aire entro en razón y me impulso desde el pedregoso lecho del río con todas mis fuerzas en un desesperado intento por coger aire. Hace mucho tiempo que aprendí a nadar en las tranquilas aguas de la isla donde solíamos pasar las vacaciones de verano, pero los violentos tumbos que doy por el río nada tienen que ver con el suave movimiento del océano. Mi cabeza emerge desde las tenebrosas profundidades, pero el río me tira de las faldas amenazando con arrastrarme abajo una vez más. Me parece haber visto algo oscuro flotando corriente abajo justo en el momento en que mi cabeza es arrastrada nuevamente por debajo de la corriente.
Esta vez me defiendo, pensando que Henry no puede estar muy lejos de mi alcance. Pataleo y me estiro, abriéndome paso hasta la superficie y tomando todo el aire que puedo. La lluvia aún sigue cayendo, dibujando círculos en la superficie del agua que enseguida se incorporan a los rápidos. Busco y busco, explorando los remolinos del río tras un rastro de mi hermano, pero el agua está turbia, la lluvia no cesa y no veo nada que me dé alguna esperanza antes de ser arrastrada de nuevo al fondo.
Mis huesos están cansados, ateridos por el frío y el continuo maltrato de las piedras del fondo del río. Sacudida por el agua como una maleta desechada, comienzo a sentir el atrayente imán del sueño eterno. Dentro de mí, algo me pide que me abandone. Que abra la boca y deje que el agua fluya a todos los rincones de mi cuerpo, que concluya mi lucha contra el río, contra la profecía, contra la carga que me pertenece.
Es la voz de mi madre la que me devuelve un instante de lucidez. «Cuida de Henry, Lia». Es un eco en la parte medio muerta de mi mente, la parte que ha estado a punto de darse por vencida, y con él me impulso hacia la superficie, luchando por mi vida y por la de mi hermano.
—¡Lia! ¡Por aquí! ¡Ven por aquí! —al principio creo estar imaginándomela, pero la voz es real y me llama desde la orilla.
Alzo la cabeza por encima de los rápidos, recorriendo con la vista la ribera hasta que la veo. Es Alice, está parada al borde del río con una rama larga y gruesa en la mano.
—¡Vamos, Lia! ¡Tienes que intentarlo! Intenta llegar hasta mí —apenas se oye su voz, aunque debe estar gritando con todas sus fuerzas para que pueda oírsela desde tal distancia.
Se encuentra lo bastante lejos corriente abajo como para que yo pueda conseguirlo si chapoteo con furia y con todas mis fuerzas. Pero Henry… La desesperación me está volviendo loca y de nuevo comienzo a hundirme mientras recorro con la vista el río. No hay ni rastro de él. Ni rastro de su silla, tan pesada que seguramente se habrá hundido en cualquier lugar del curso del río.
—¡Lia! ¡Por aquí! —Alice sigue haciéndome señas. Llamándome. Buscándome solo a mí. ¿Quién se ocupará de buscar a Henry?
Decido intentarlo y agarrarme a la rama, siquiera tan solo por concederme un momento de descanso mientras examino el agua y la ribera del río buscando la cabeza oscura de Henry. El río me empuja con tal fuerza y a tal velocidad que nadar contra la poderosa corriente arrebata las últimas fuerzas que le quedan a mi cuerpo extenuado.
Por extraño que parezca, consigo cambiar de dirección y me desvío lentamente hacia la orilla a mi derecha. A medida que mi cuerpo se mueve en esa dirección, soy capaz de usar la corriente a mi favor y cuando me acerco a Alice y a la rama que me ofrece, me desplazo a tal velocidad que temo pasar de largo, arrastrada por alguno de los largos brazos del río.
—¿Estás lista, Lia? Agárrate al pasar, ¿vale? —me ordena Alice más allá, y me descubro asintiendo con la cabeza a pesar de todo lo que ha pasado.
Me deslizo hacia el punto donde la rama desciende hasta el agua.
—Estate atenta, Lia. Uno… dos… Espera… ¡Ahora, Lia! ¡Agárrala!
Está tan inclinada sobre el río que pienso que va a perder el equilibrio y que también ella se va a caer, pero mientras sigo deslizándome, extiendo una mano y forcejeo con el agua. Estoy a punto de pasar de largo por el lugar que podría ser mi salvación cuando noto en la palma de la mano la crujiente y rugosa rama. Cierro mis dedos sobre ella de inmediato, antes de que sea demasiado tarde.
Enseguida mi cuerpo detiene su viaje río abajo. Aún noto el empuje de la corriente. Aún noto el peso de mis faldas embebidas de agua sacudiendo mis piernas y tirando de mi cuerpo hacia abajo. Aunque, al menos por ahora, tanto la rama como mi hermana me ayudan a mantenerme a flote en el agua.
—¡Lia! Lia —Alice jadea sin aliento y empapada hasta los huesos, como si también ella hubiese estado a punto de ahogarse en el río. Extiende una mano haciendo un gran esfuerzo, mientras con la otra sujeta el extremo de la rama—. Dame la mano, Lia.
Ya apenas la oigo. Mis ojos rastrean el curso del río hasta que desaparece en un meandro. «Puede que se haya agarrado a alguna rama baja —pienso—. Puede que se haya quedado retenido en alguno de los tramos poco profundos del río. Puede que haya encontrado una roca a la que agarrarse hasta que llegue ayuda».
Repaso mentalmente todas las posibilidades, como si estuviese sopesando qué probabilidades hay de tomar el té. Como si cualquiera de ellas fuese tan válida como la anterior, sin tener en cuenta el hecho de que no hay rastro alguno de Henry. Ni de su silla. Contemplando el río, se diría que Henry jamás ha estado allí.
—¡Ahora, Lia! Tienes que agarrarte a mi mano. Esta rama no podrá aguantarte indefinidamente —Alice está enfadada y me sorprende que su enfado aún pueda llamar mi atención.
—H-h-henry —tengo tanto frío que ni noto el tacto de la rama en la mano, aunque aún veo cómo la sujeto con el puño.
—Montaremos una partida de rescate para buscar a Henry, Lia. Pero tienes que salir del agua ahora, antes de que se parta la rama.
Aún sigo pensando. Pensando. Pensando en cómo salvar a Henry.
—¡Lia! —Alice me grita entre lágrimas y por primera vez me doy cuenta de que está llorando, tanto que apenas puede hablar—. Vas a salir del agua ahora mismo. ¿Me has oído? No le servirás de nada a Henry muerta en el fondo del río.
No es el momento de cuestionar su ofrecimiento de ayuda. Hay algo en el tono de su voz, en sus lágrimas, en su expresión aterrada que me hace asentir. Tiene razón. Toda la razón. Tengo que salir del agua para ayudar a Henry como es debido, y ahora mismo, no me queda otra salida.
Una de las manos de Alice sujeta la rama. La otra me la tiende a mí.
Me lleva unos instantes reunir el valor necesario, pues tengo tanto frío y el río baja tan veloz que temo volver a caer dentro de la corriente. Y no sobreviviría a ello otra vez.
Agarro la rama con más fuerza con una mano. Y llevo la otra hacia Alice.
Ella se aferra a mi mano con tal fuerza que por un momento no me cabe la menor duda de que, antes que dejarme escapar, caerá conmigo al río. Tira de mí con una fuerza que yo desconocía que tenía, hasta que se cae de espaldas en el barro y yo me quedo tumbada con medio cuerpo fuera del agua. Se pone en pie apresuradamente, resbala en el barro y me coloca boca arriba.
—¿Lia? ¿Lia? ¿Estás bien? —tiene la cara pálida y mojada. No sé si es la lluvia o sus lágrimas lo que cae sobre mi rostro mientras me sumerjo en la oscuridad.
Hace calor en la habitación, aunque lo percibo solo como la ausencia del frío que parecía haberse instalado cada vez más hondo en mis huesos antes de que Alice me sacara del agua. Aún estoy entumecida. Pero no sé si es a causa del frío o del miedo. Ivy y tía Virginia han estado yendo y viniendo, trayendo más mantas para mi cama y obligándome a beber té tan caliente que tengo la lengua escaldada.
—Aquí tienes. ¿Notas suficiente calor? ¿Quieres que te traiga algo más? —siento la mirada de tía Virginia en mi rostro, pero yo no puedo mirarla a los ojos.
Sacudo la cabeza, examinando los finos bordados de la colcha de mi cama. La partida aún está fuera buscando a Henry. Sonia y Luisa están en el piso de abajo, en algún lugar de la silenciosa casa. Todo eso lo sé, aunque no consigo encauzar mis pensamientos en nada concreto.
Una llamada a la puerta obliga a tía Virginia a desviar los ojos hacia Ivy, que se encuentra junto a una palangana llena de agua humeante que hay en el lavabo. Ivy va a la puerta y la abre una rendija antes de cerrarla y volver junto a tía Virginia.
Cuando se inclina para susurrar algo al oído de tía Virginia, sé que me creen tan cerca del delirio que tienen miedo de hacer que me vuelva loca del todo, aunque, de hecho, no siento absolutamente nada.
—Enseguida vuelvo, Lia —tía Virginia me alisa el pelo de la parte alta de la cabeza antes de inclinarse para besarme la frente. Noto sus labios fríos sobre mi piel caliente.
Miro un instante de reojo hacia la puerta, donde distingo a un caballero vestido con ropas toscas, de pie en el pasillo, con el sombrero entre las manos. En apenas un segundo bajo de nuevo la cabeza buscando el amparo de la colcha.
Es imposible saber el tiempo que tía Virginia ha estado fuera, porque resulta difícil de evaluar en el calor y la seguridad de mi habitación. Casi me siento defraudada cuando regresa para sentarse con delicadeza a un lado de mi cama. Me gustaría quedarme a solas en el silencio de mi habitación, sin que nadie me hablase durante mucho tiempo.
—Lia —al principio, el tono de voz es amable, pero como no contesto, se vuelve ligeramente insistente—. Lia. Tengo que hablar contigo. Sobre Henry. ¿Quieres mirarme?
Pero no puedo. No puedo romper el hechizo de la habitación en calma. La habitación que ha sido mía desde que a Alice y a mí nos trasladaron fuera de nuestro cuarto infantil hace ya tanto tiempo. La habitación donde siempre he envuelto los regalos de Navidad para Henry. La habitación en la que he soñado con los labios de James sobre los míos. Nada demasiado terrible puede suceder aquí.
—Lia.
Su voz se quiebra y su tristeza es tan insoportable que casi obedezco. Casi la miro a los ojos.
Pero no puedo. Vuelvo el rostro hacia la pared y levanto la barbilla en un gesto de testarudez, negándome a escuchar lo que sé que va a decir. Lo que me va a hacer imposible seguir adelante.