Mi querida Lia:

Es difícil saber por dónde empezar. El comienzo de esta historia se remonta a siglos atrás, aunque supongo que debería comenzar por mi principio, tal y como hizo conmigo mi madre.

Mi principio comienza con el medallón, que encontré en el escritorio de mi madre mucho después de su muerte. Me llamaba incluso antes de saber yo de su existencia. Debe sonar extraño, aunque tal vez, mientras lees esto, ya estés familiarizada con su tentación y el modo en que se insinúa en los pensamientos, en los sueños, en todo momento.

Al principio solo lo llevaba puesto en ocasiones, como si fuese cualquier otra baratija de mi tocador. Cuando por fin descubrí ese desagradable símbolo grabado en mi muñeca, las cosas empezaron a cambiar. Empecé a sentir cómo el poder del medallón se infiltraba en mí.

Me hablaba, hija, me llamaba. Susurraba mi nombre incluso cuando lo tenía metido debajo del colchón de la cama, incluso cuando estaba lejos, en la escuela o en casa de mis amigas.

Empecé a ponérmelo, por supuesto. Cada vez más. Me avergüenza decirlo. Lo llevaba puesto encima de la marca. Las almas me llamaban mientras dormía y me convocaban al otro mundo. Al principio me resistí, aunque no por mucho tiempo. Aún desconocía la historia de la profecía o lo que me jugaba con mi constante resistencia. Solo sé que me sentía más libre, más viva, más yo misma cuando viajaba por el plano astral.

Mientras comenzaba a conocer más a fondo la naturaleza de mis dones, como era viajar a voluntad mientras mi cuerpo dormía, hablar con los muertos y realizar toda clase de hechizos, mi vida siguió su curso. Conocí a tu padre y pensé que si existía un hombre capaz de amarme a pesar de la carga de la profecía, ese hombre sería Thomas Milthorpe. Y aun así, no se lo dije. ¿Cómo iba a hacerlo? Me miraba con extraordinaria admiración y, según fue pasando el tiempo, el secreto entre nosotros fue creciendo hasta que lo que debería haberle contado ya no habría sido la verdad, según yo había previsto, sino la mentira que llevaba tanto tiempo ocultándole. Fue justo antes de que tú y tu hermana nacieseis cuando el canto de sirenas de las almas se volvió cada vez más insistente. Mientras tú y tu hermana crecíais en la oscuridad de mi vientre, las almas me arrastraban a mi propia oscuridad. Me hacían caer en el sueño en mitad del día. Me atormentaban mientras dormía con imágenes… horribles imágenes. Imágenes que me hacían pensar en hacerme cosas terribles a mí misma, a pesar de que sabía que eso significaría acabar contigo y con tu hermana.

El medallón encontró la forma de volver a mi muñeca a pesar de que lo había guardado bajo llave en el escritorio, incluso después de haberlo enterrado cerca de los establos. Al poco tiempo, aunque no me lo hubiese puesto antes de acostarme, me despertaba con él ciñendo mi muñeca. Estaba segura de estar perdiendo mi salud mental, que ya era frágil de por sí.

Cuando vuelvo la vista atrás en el tiempo, no sé cómo pude sobrevivir a aquello, aunque estoy casi segura de que se debió en gran parte a las atenciones de tu padre y de Virginia. Rara vez me perdían de vista.

Una vez que nacisteis tú y tu hermana, vuestras suaves cabecitas, vuestras mejillas sonrosadas, el verde profundo de vuestros ojos…, todo eso sirvió para hacerme creer que tal vez había algo en este mundo por lo que valiera la pena luchar, aunque eso significara contener el mal. Pensé que tal vez lo conseguiría, aunque solo fuera para estar ahí y ser vuestra madre.

Y durante un tiempo pareció que las cosas iban a ser así. Aún sentía la atracción de las almas. Aún viajaba en mis sueños, aunque no tan a menudo. Y nada terrible sucedía. Tú y tu hermana crecisteis, empezasteis a andar a gatas, a caminar, a hablar. Mi familia estaba a salvo y si me traía algo o a alguien de mis viajes nocturnos, nadie parecía saberlo.

Por supuesto, ahora sé que todos esos años, durante los cuales el medallón, la profecía y todos nosotros convivimos en paz, no fueron más que una especie de cuento de hadas. Y entonces me encontré con que iba a tener a Henry. Descubrí que iba a tener otro hijo, a pesar de que el doctor nos había prevenido en contra de ello a causa de lo difícil que había sido vuestro parto. Aun así, ¿qué otra cosa podía hacer sino enorgullecerme de poder ofrecerle por fin un hijo a tu padre? Me sentí orgullosa por un tiempo. Pero cuando Henry comenzó a crecer en la parte más oscura de mí, otra clase de oscuridad se apoderó tanto de mi ser que empecé a sentirme verdaderamente aterrada. Quise escapar, hija. Deseaba visitar los otros mundos a todas horas, todos los días, y deseaba traer conmigo al ejército, a todas las almas que pudiera, aunque sabía que no era por una buena causa. Sus lamentos se convirtieron en un cántico que nunca quise dejar de escuchar.

A pesar de todo, no era eso lo que más me asustaba, lo que me hizo percatarme de cuán lejos me había dejado arrastrar por el mal, lo cerca que estaba de la locura. No. Fue la codicia con la que empecé a contemplar mis viajes, de modo que al poco tiempo decidí permanecer en cama todas las horas del día y de la noche para obligarme a viajar, y renuncié a comer y a dormir en compañía para dormir, solo dormir, pues jamás me había sentido tan completa como cuando viajaba. Fue eso lo que terminó por aterrarme.

Cuando nació Henry… Bueno, fue un parto tan difícil como me habían advertido. El doctor no pudo hacer otra operación. Henry, en lugar de venir de cabeza, venía de pies. Sus piernas… Para qué voy a contártelo, hija. Ya sabes lo que le ocurrió a sus piernas. Los médicos tiraron de él con toda la delicadeza de que eran capaces, pero de no haberle sacado cuando lo hicieron, habría muerto.

Estuve muy enferma después de su nacimiento. No solo cansada y débil, sino triste, irritada y llena de odio, como si me hubiese desprendido durante el parto de Henry de todo lo bueno que había en mí y lo hubiese reemplazado por la maldad y la mezquindad que encarnaba el medallón. Hubo instantes fugaces en los que sentía amor por ti, por tu hermana y por tu padre, pero eran tan breves que se posaban sobre mí como una mariposa y desaparecían un momento después.

Dormía más que nunca y cuando despertaba tenía la certeza, malsana y al mismo tiempo jubilosa, de que había traído conmigo a las almas. Ha sido ese punto de satisfacción lo que me ha hecho comprender que ya no me quedan fuerzas para luchar por el legado que me pertenece.

Soy débil. Sé que pensarás que soy una cobarde, ¿pero cómo voy a detener un círculo que comenzó con el principio de los tiempos? ¿Cómo voy a luchar yo sola contra algo que ha ganado una batalla tras otra desde hace una eternidad? Y, ante todo, ¿cómo voy a pasarte a ti este legado, esta maldición? ¿Cómo voy a mirar tus verdes y claros ojos y contarte lo que te aguarda?

Virginia es inteligente, inteligente y lúcida. Seguramente te dará mejores consejos de los que yo, en mi actual estado de desesperación, podría darte. No soporto la idea de tener que traspasar esta carga, y mucho menos a ti, mi hermosa Lia.

Junto con ella te legaré hasta la última gota de mi protección. Las almas vendrán a por ti, de eso estoy segura, pero voy a emplear todos mis poderes y todos mis hechizos para conseguir que estés a salvo mientras duermes, aunque quizás me excluyan de la comunidad de las hermanas por ello. Es todo cuanto puedo hacer.

Quiero que sepas que en este mismo instante, mientras dejo en un lugar seguro esta carta y me marcho al lago, estoy pensando en ti con todo mi amor. Quisiera poder aconsejarte sabiamente, pero todo cuanto puedo ofrecerte es mi amor y la esperanza o, mejor dicho, la certeza de que de algún modo tú serás más fuerte y valiente que yo, tú emprenderás esta batalla hasta el final, de una vez por todas. Y la ganarás por todas las hermanas que te precedieron y las que están por venir.

No hay nada más. Ni respuestas ni instrucciones.

Ella sabía lo que yo era. Lo cual es una revelación. Puede que tía Virginia no lo supiese al principio, puede que no hubiese encajado correctamente las piezas por la confusión de nuestro nacimiento y las consecuencias que tendría. Pero nuestra madre sí que sabía que no se puede escapar del destino, por muy caótico y azaroso que parezca a veces.

Fue ella quien grabó el círculo de protección alrededor de mi cama. Aunque yo no era más que una niña, recuerdo que me trasladaron a esta habitación desde la otra, más pequeña, que compartía con Alice no mucho antes de la muerte de nuestra madre.

Un traslado para protegerme de mi hermana.

Que el rencor y la codicia de Alice la hayan conducido hasta una situación en la que sería capaz de sacrificarme a las almas es algo inimaginable. Tampoco puedo concebir que mi hermana esté buscando el modo de enviarme a la muerte, a algo peor incluso que la misma muerte, al Vacío.

Estoy deseando dar salida a la irritación que me producen mi furia, mi incredulidad. Pero eso tan solo perjudicaría nuestra búsqueda de respuestas. Es más inteligente, más prudente dejar que Alice crea que lo ignoro todo.

Y dejar que crea que tiene todo el poder.