—¿Lia? —me llaman con suavidad—. ¿Estás despierta?
Me incorporo en mi cama, aliviada de escuchar a tía Virginia al otro lado de la puerta. Ha sobrevivido a cualquier cosa que sucediera en el otro mundo.
—Sí, pasa.
Entra vacilante en la habitación, cierra la puerta tras ella y viene a sentarse en el borde de la cama. Aún no ha dicho nada, está escogiendo las palabras que por fin pronuncia.
—Antes de hacer un viaje debes estudiar los caminos de los otros mundos, Lia.
—Lo sé —asiento con la cabeza—. Lo siento. Yo… no tenía intención de ir. A veces, por mucho que lo intente, aparezco allí no por mi propia voluntad.
—Ellos te llaman, Lia. Saben que tienen que atraerte ahora, antes de que te sientas más segura, antes de que controles más tus poderes, antes de que encuentres a todas las llaves —su expresión es grave—. Con el tiempo irás controlando mejor tus viajes, aunque es posible que aún sigas siendo vulnerable hasta cierto punto a la voluntad de las almas.
Asiento con la cabeza. Tiene el rostro demacrado, las finas arrugas que circundan sus ojos son más pronunciadas que hace tan solo unos días.
—¿Te encuentras bien? ¿Te hicieron daño?
Sonríe débilmente, lleva escrito en sus ojos el relato de su agotamiento.
—Estoy bien. Ya no soy tan joven como antes, ni tan fuerte. Esa es una de tantas razones por las que cada nueva generación debe asumir su responsabilidad en la profecía.
—¿Cómo lo hiciste… cómo las detuviste?
—En realidad, no lo hice —se encoge de hombros—. Impacté en tu alma para volver a ponerte en conexión con el cabo astral y luego, con el poco poder que tengo, las contuve el tiempo suficiente para que pudieras escapar de su alcance. En su día yo fui la guardiana, ya lo sabes —lo dice con una pizca de orgullo.
—Entonces, ¿así es como funciona? ¿Una vez que entran en acción la siguiente guardiana y la siguiente puerta, sus predecesoras ya no tienen autoridad alguna en los otros mundos?
Ella levanta la vista, buscando la manera de explicarlo.
—En cierto modo sí, aunque todas conservamos en alguna medida parte de nuestros dones, a pesar de que ya haya pasado nuestro momento. Algunas conservan más poderes que otras, aunque no sabría decirte por qué. Tu tía abuela Abigail, la hermana de mi madre, fue una de las guardianas más poderosas de la historia. Era capaz de hacer cosas…, de combatir a las almas con tal fuerza que aún sigue hablándose de ella entre aquellos que habitan los otros mundos.
—¿Qué le sucedió?
—Se marchó —su voz se va apagando—. Cuando tu abuela… cuando su hermana murió, tía Abigail simplemente desapareció.
No sé qué decir ante tan extraño episodio de la historia familiar, así que retomo asuntos más inmediatos.
—Siento haberte hecho ir, tía Virginia…, siento que tuvieras que arriesgarte. Yo pensaba que estaba a salvo… La última vez…
La alarma se instala en su rostro.
—¿La última vez?
Me muerdo el labio, sintiéndome culpable por no haberlo compartido todo antes con tía Virginia. Por no haber confiado en ella como hubiera debido.
—La última vez que vinieron a por mí se detuvieron.
Ella sacude la cabeza.
—¿A qué te refieres?
—Entonces yo no sabía que estaba viajando. Creía que me perseguían en mi sueño. Fue Sonia quien me advirtió. De no haber sido por ella, ni siquiera habría tenido ocasión de escapar. Aun así, estaban lo bastante cerca como para atraparme, pero algo las detuvo en el último momento. Era como si no pudiesen tocarme por mucho que lo intentasen. Creí que esta vez sería igual. Por eso no volví antes a casa —me encojo de hombros—. Cuando quise darme cuenta de mi error, ya era demasiado tarde.
Ahora muestra una expresión tranquila.
—Debes estar equivocada. Eso que acabas de describir… Bueno, solo podría tratarse de una demostración de magia prohibida.
—¿Magia prohibida? —esas palabras hacen que me estremezca de frío—. No sé nada de magia.
De pronto, su respiración se acelera de tal modo que veo cómo sube y baja su pecho mientras contempla fijamente la pared que está detrás de mi cama. Se levanta de repente, mirándome con auténtico terror.
—Lia, levántate y ven a ayudarme.
—¿No vas a decirme por qué estamos haciendo esto, tía Virginia?
Hemos apartado las mesillas de noche para hacer sitio y estamos cada una a un lado de mi pesada cama, preparadas para apartarla de la alfombra.
Los ojos de tía Virginia se cruzan con los míos por encima de la colcha, y sus cabellos le caen sueltos sobre la bata verde.
—Aún no. No sé si estoy en lo cierto. Además, no tenemos que apartarla del todo. Solo un poco. Lo suficiente para que podamos retirar un poco la alfombra.
—De acuerdo. Solo un poco. Pues vamos. Tú empujas y yo tiro.
No es demasiado pesada, no tanto como yo me esperaba, con su gran cabecero y sus columnas talladas. La apartamos un poco de la alfombra y la dejamos torcida para poder llegar a la esquina de la alfombra. Tía Virginia se inclina sobre ella y agarra rápidamente la esquina para soltarla de nuevo, como si se lo estuviese pensando.
—¿Qué pasa?
Levanta el rostro para mirarme.
—No quisiera estar en lo cierto. No en este caso.
Inspira ruidosamente como para hacer acopio de fuerzas. Y entonces aparta la alfombra y lanza una exclamación cuando ve lo que hay allí escondido. No conozco el símbolo que está bajo la alfombra, esa cosa grabada en la madera del suelo, pero aun así su visión me pone la carne de gallina tanto en los brazos como en la nuca.
—¿Qué es? —susurro.
Tía Virginia no aparta sus ojos de la marca del suelo.
—Es… era un hechizo. Para envolverte en un manto de protección mientras dormías —levanta la vista para mirarme—. El círculo es un antiguo símbolo de protección, Lia. Si se es lo bastante poderoso, se puede lanzar un hechizo que asegura la protección de quien se encuentre en los límites del círculo o que prohíbe el paso a quienes se desea alejar.
Sus palabras resuenan como un eco en mis oídos. De pronto se me viene a la memoria Alice sentada dentro del círculo de la habitación oscura a altas horas de la noche. Recuerdo mi propia impotencia frente a él, mi incapacidad para cruzar la línea exterior del círculo. Y luego oigo las palabras de tía Virginia al hablar de mi madre: «Era una hechicera».
Inclino la cabeza para ver mejor el símbolo. Aunque solo puedo ver una parte de él, a mí no me parece un círculo. Así se lo digo a tía Virginia y ella se levanta del suelo. Está temblando y se estremece como si tuviera mucho frío a pesar de que Ivy ha avivado el fuego hace menos de una hora y la habitación está caldeada.
—Es que no es un círculo, Lia. Ya no. Alguien ha invertido el hechizo. Alguien ha raspado el círculo y ha roto el hechizo de protección para el que fue concebido. Alguien ha querido que fueses vulnerable mientras viajabas por el otro mundo.
Noto sus ojos fijos en mi rostro, pero no me atrevo a mirarla por miedo a llorar o a gritar. El círculo en sí está borroso, debió ser grabado hace bastante tiempo. En cambio, las marcas que lo cruzan, los arañazos que lo corrompen son recientes, tan recientes como el círculo grabado en el suelo de la habitación oscura.
No hay necesidad de que tía Virginia nombre a quien ha hecho esto, a quien me ha expuesto a tanto peligro. Prefiero concentrar mis pensamientos en la persona que trataba de protegerme, en quien se buscó tantos problemas para asegurarse mi protección.
—¿Es cierto que mamá podría haber creado este hechizo?
—Era la única que tenía poder para hacerlo y, al mismo tiempo, la única que no tenía nada que perder —tía Virginia saca algo del bolsillo de su bata y me lo entrega—. Hace mucho tiempo que guardo esto para ti. Ella lo escribió antes… antes de morir. Quizás debería habértelo dado antes. Quizás debería haberte enseñado antes los entresijos de la profecía. Solo deseaba que fueses lo bastante madura, lo bastante sensata para que la verdad te hiciese más fuerte en lugar de destruirte, como le sucedió a ella.
Una cínica carcajada se escapa de mi boca.
—Soy cualquier cosa menos sensata, tía Virginia, y cualquier cosa menos fuerte.
Ella asiente, se acerca a mí y me abraza.
—Eres mucho más sensata de lo que piensas, cariño. Y mucho más fuerte de lo que crees —se vuelve a mirar el círculo—. Yo no soy una hechicera, Lia. Y aunque lo fuese, no me estaría permitido restablecer el hechizo de protección.
—Entonces, ¿cómo lo hizo mi madre…? Espera —me detengo, acabo de recordar algo—. Has dicho que los hechizos están prohibidos.
Tía Virginia asiente solemnemente a la media luz del fuego.
—¿Quién podría prohibirle a mi madre hacer uso de un poder que era suyo, mientras que a mí parece que se me provoca día tras día para usar un poder que desearía que no me perteneciese en absoluto?
Se deja caer sobre la cama y se sienta en el borde mientras me lo explica.
—El otro mundo posee un sistema de justicia, de valoraciones y compensaciones, igual que el nuestro. Sus normas pueden resultarles extrañas a quienes no están acostumbrados a los especiales aspectos de aquel mundo, pero, no obstante, son las normas. Normas establecidas por los Grigori.
—¿Los Grigori? —el nombre me suena familiar, aunque no soy capaz de localizarlo.
—Los Grigori son un consejo formado por los ángeles no caídos de la época de Maari y Katla. Ahora ellos presiden el otro mundo y se aseguran de que todas las criaturas y todas las almas del mismo se atengan a unas pautas establecidas desde hace mucho tiempo. Usar la magia de los otros mundos en cualquier otro lugar es objeto de castigo, aunque creo que tu madre pensaba que no tenía nada que perder cuando ejecutó ese hechizo de protección alrededor de tu cama.
—Pero si a mamá podrían haberla castigado por realizar un hechizo, ¿no podríamos llevar a Alice ante la justicia por romperlo?
—Me temo que no —responde tía Virginia con un suspiro—. Al igual que en nuestro mundo, en los otros existen formas de burlar las normas.
—No… no lo entiendo.
—Alice no ha realizado ningún hechizo, Lia —me mira a los ojos—. Simplemente ha neutralizado los efectos del hechizo que tu madre realizó hace tiempo, un hechizo que en sí mismo estaba prohibido desde el principio.
Me pongo en pie bruscamente, dejándome llevar por la frustración mientras mi voz se alza en la habitación.
—¿De modo que no pasa nada? ¿No podemos hacer nada para detenerla? ¿No podemos hacerla responsable de haberme puesto en peligro?
—Me temo que no —responde moviendo la cabeza—. Esta vez no. Parece que Alice ha aprendido bien a usar todo el poder de su magia y a emplearla con pericia dentro de los límites marcados por los Grigori. De momento, solo nos queda esperar que cometa algún desliz más adelante —se encoge de hombros, impotente—. No se puede hacer nada más.
Me quedo mirando fijamente el fuego, mientras mi cabeza se siente abrumada por esta nueva constatación: Alice tiene todas las cartas a su favor; tiene un poder que yo no tengo; y, lo peor de todo, sabe cómo usar ese poder en su propio beneficio y para perjudicarme a mí sin que tenga consecuencias negativas para ella.
—Lo siento, Lia, pero afrontaremos esto juntas, te lo prometo. Hagámoslo paso a paso —se levanta para marcharse—. Luisa y Sonia están desayunando. He quedado con Alice para ir al pueblo, así podréis buscar la lista sin miedo a interrupciones.
Levanto la vista hacia ella, sintiendo el peso de las obligaciones que debo afrontar.
—¿Y luego qué? Aunque localicemos la lista, aún tendremos que encontrar a las otras dos llaves. E incluso si las encontráramos, no sabemos qué hacer con ellas ni cómo terminar con la profecía.
Antes de responder, tía Virginia aprieta los labios.
—No lo sé. Quizás podamos localizar a tía Abigail. Y luego… Bueno, en todo caso están las hermanas…
La mención de las hermanas me llama la atención, pues es el mismo término que usó Madame Berrier.
—¿Las hermanas?
Ella suspira.
—Digamos que en el mundo hay personas que conocen la profecía, que poseen dones que pueden resultar útiles. Algunas son hermanas de anteriores generaciones, y otras… bueno, otras simplemente son personas que han optado por usar sus dones para el bien de todos nosotros. Aunque de momento tendremos que olvidarnos de esto, Lia. ¿De acuerdo? Primero busquemos la lista, luego las llaves. Tienes que creerme: llegado el momento, si tienes que recurrir a alguien, siempre habrá una persona dispuesta a ayudarte.
Supongo que soy muy cobarde y por ello me alegra postergar los detalles de esta nueva revelación para más tarde.
—Yo te creo, tía Virginia, pero…
—¿De qué se trata?
—¿Qué pasa con mis viajes nocturnos? ¿Qué hago para evitar caer en los otros mundos sin protección mientras duermo?
Su expresión se ensombrece.
—No lo sé, Lia. Desearía poder contestarte, decirte cómo evitar los viajes. Pero con el poder de las almas y su empeño por convocarte hacia el plano astral, todo cuanto puedo decirte es que debes intentar resistirte.
Asiento con la cabeza. Ella se levanta y sale de la habitación, dejándome a solas con la carta de mi madre. Me tiemblan las manos mientras rompo el sello de cera del sobre. Desdoblo el papel con la esbelta caligrafía curva de mi madre, consciente de que bien podría estar sosteniendo en mis manos las tan ansiadas respuestas a su vida y a su muerte.