—Me siento como si la cabeza se me fuese a partir en dos.
Sonia está echada en la cama más próxima a la ventana, sus pálidos cabellos forman una lustrosa telaraña sobre la almohada.
No se me ocurre nada que decir, porque seguramente todo esto es culpa mía. Si no hubiese presionado a Sonia para tratar de llegar a mi padre, no habría caído víctima de ese horrible ente espiritual.
—¿Te… te encuentras bien? —pregunta Luisa, vacilante, y me percato de que no está segura de lo que puede decir delante de tía Virginia.
Sonia se presiona las sienes antes de contestar.
—Sí. Sí, seguro que me pondré bien —ella también se muestra cauta respecto a lo que estábamos haciendo cuando tía Virginia nos encontró.
Pero mi tía no hace tal cosa. Se pone en pie, segura ya de que su huésped ha recuperado la salud o de que lo hará muy pronto.
—¿Qué estabais haciendo? ¿En qué estabais pensando? ¿No sabéis lo peligrosos que pueden ser los otros mundos?
No me queda más remedio que asumir la responsabilidad que me corresponde.
—Ha sido culpa mía, yo… quería hablar con papá. Presioné a Sonia para que celebrase una sesión…, para poder contactar con él.
La expresión de su rostro no muestra incredulidad, tan solo calma, aceptación y temor.
—Ni tú ni ninguna de vosotras sabéis nada del ser con el que os estáis enfrentando —establece contacto visual con cada una de nosotras, incluso con Sonia, que se encoge bajo su mirada como si fuese un brillante rayo de sol azuzando su dolor de cabeza.
La abordo con la rabia hirviendo en las venas.
—¡Seguramente lo entendería mucho mejor si tú o papá o mamá o quien fuera me lo hubiese contado cuando tuvo ocasión! En lugar de eso me he visto obligada a darle vueltas, a buscar respuestas a preguntas que ni siquiera comprendo. Hemos removido cielo y tierra para descifrar el enigma de la profecía. ¿Y sabes qué? ¡Hemos encontrado la respuesta! ¡Lo hemos conseguido! Sin embargo, no es tan maravilloso.
Soy consciente de lo mucho que me estoy aproximando a la locura, de estar siendo empujada tan cerca del borde de un enorme abismo que preferiría arrojarme por él antes que seguir temiéndolo.
—Las llaves son las chicas, tía Virginia. Las que papá encontró y las que aún estaba buscando cuando murió. De todas ellas, solo Luisa y Sonia están aquí. Necesitamos la lista para encontrar las otras llaves y pensé que papá nos podría decir dónde la escondió. Por eso le pedí a Sonia que contactase con él.
Estoy tan furiosa que me falta el aliento y me cuesta respirar tanto como si hubiese estado corriendo un buen rato, cuando en realidad no he hecho nada excepto descargar mi conciencia de toda la amargura y los remordimientos que llevo colgados del cuello como una soga. Tía Virginia se deja caer en la cama al lado de Sonia; su voz es apenas un murmullo:
—No puede ser.
Me siento a su lado, mi furia reducida a una cocción lenta.
—Así es. Así debe ser. Hoy hemos visto a alguien, tía Virginia. A alguien que nos ha ayudado a encontrar la respuesta.
Cojo una de sus manos entre las mías mientras le hablo de nuestra visita a Madame Berrier y luego al señor Wigan, con la esperanza de que pueda llenar las lagunas y guiarnos hasta la lista.
—¿No tienes idea de dónde pudo haberla escondido papá? —le pregunto en cuanto he terminado.
Tía Virginia aún se muestra confundida y sorprendida. Reconozco en su expresión una especie de estupor, una especie de rechazo mientras su conciencia trata de refutar los argumentos que su mente le confirma.
—No tengo ni idea, Lia. Ya te lo dije, nunca me la enseñó. Lo llevaba muy en secreto, y ahora veo por qué. Según la profecía, debes reunir todas las llaves para amarrar a la bestia. Si son personas… si se revelasen sus identidades… —levanta la vista hacia Sonia y Luisa, aterrada—. Podrían encontrarse en grave peligro.
Sé que está pensando en Alice. La idea de que Sonia y Luisa estén en peligro a causa de mi hermana me llena de pánico.
—¿Crees que deberíamos alejarlas de Birchwood, tía Virginia? ¿Deberían marcharse antes de que Alice descubra lo que ya hemos descubierto nosotras?
No es mi tía quien contesta, sino Luisa, que cruza los brazos sobre el pecho.
—No sé lo que hará Sonia, pero yo no tengo intención de marcharme. La batalla también me concierne y pienso luchar. Además, puede que Alice aún no sepa lo de las llaves. Marcharnos de repente solo serviría para atraer una excesiva atención sobre nosotras.
Sonia se incorpora un poco, tocándose la cabeza.
—Luisa tiene razón. Se montaría un gran revuelo si nos marchamos ahora, cuando se supone que vamos a quedarnos hasta el domingo, y quién sabe cuándo podremos pasar tanto tiempo juntas para buscar las llaves. Además, tendremos que enfrentarnos a cosas más aterradoras en los otros mundos. Así que no voy a dejarme asustar por una chica, aunque se trate de Alice.
«No conocen a Alice —pienso—. No saben de lo que es capaz».
Aunque eso no lo digo en voz alta, pues pese a lo que Alice sea, también sigue siendo mi hermana. Y, además, todas nosotras corremos el mismo riesgo al tratar de acabar con la profecía.
La magnitud del asunto que tenemos entre manos, el peligro que implica me trastorna de pronto con violencia. ¿Cómo vamos a encontrar a las otras llaves? Aunque consigamos la lista, Sonia y Luisa son la prueba de que las otras llaves podrían estar en cualquier lugar del mundo.
—¿Y si no las encontramos, tía Virginia? ¿Qué pasaría si no lo consiguiéramos?
Ella aprieta los labios, se dirige a la cómoda situada entre las dos camas y saca algo de uno de los cajones. Cuando se da la vuelta, en las manos lleva una pequeña Biblia. Al abrirla casi por el final le tiemblan las manos.
Comienza a leer sin aparente motivo:
—«Y escuché una imponente voz que salía del templo diciendo a los siete ángeles: “Id y derramad las copas de la cólera de Dios sobre la tierra”. Y fue el primero y derramó su copa sobre la tierra; y sobrevino una úlcera maligna y perniciosa sobre los hombres que tenían la marca de la bestia y sobre aquellos que veneraban su imagen. Y el segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y este se transformó como en sangre de muerto y todo ser viviente murió en el mar. Y el tercer ángel derramó su copa sobre los ríos y fuentes de agua y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas que decía…».
—Las siete plagas —interrumpe Luisa con un susurro.
Tía Virginia cierra la Biblia y asiente mirando a Luisa.
—Eso es.
—En la Biblia, las siete plagas son una señal del fin —dice Luisa, dirigiéndose a mí—. El retorno al incomprensible caos que existía antes del principio de los tiempos.
Una pieza silenciosa del misterioso rompecabezas encaja en su lugar y añado mi propia pieza al resto.
—Muerte, hambre, sangre, fuego, oscuridad, sequía, ruina. He leído las palabras de la profecía tantas veces desde que encontré el libro que jamás las olvidaré.
—Sí —confirma tía Virginia—. La Biblia presenta las plagas como un fin que precede a una nueva era, en la cual el mundo será regido por la gloria de Dios. Pero la Biblia es una historia escrita y, como todas las historias escritas que han sido traducidas a miles de lenguas y han perdurado durante miles de años, incluye cosas que quizás no se atengan a la verdad. Y omite otras que quizás sí lo sean.
—Entonces, ¿a qué se refiere? —pregunto.
Tía Virginia se acerca y toma mi mano entre las suyas.
—Las plagas no son más que un indicio del final. El final del mundo que conocemos y el comienzo de un mundo regido para siempre por la bestia. Si no consigues encontrar a las cuatro llaves y cerrar el círculo, Samael encontrará el modo de pasar a través de ti y será demasiado tarde. Darán comienzo las siete plagas, que causarán gran tormento y destrucción antes de un final que no es más que eso. El fin.
Sacudo la cabeza enfurecida, pensando en Henry, en Luisa, en Sonia y en tía Virginia.
—Pero yo soy el ángel. Lo dicen todos. Puedo escoger. Si le niego el paso, no podrá venir —hasta a mí me suena esto de lo más infantil.
—Ojalá fuera así, Lia —dice tía Virginia, mirándome a los ojos—. Pero Samael encontrará tu punto débil. Estará al acecho mientras duermes. Enviará a su ejército a buscarte, a los que esperan en los otros mundos y a los que ya han cruzado al nuestro. Se servirá de aquellos a quienes más amas. Puede que consigas luchar contra él durante un tiempo, aunque me temo que no conseguirás aguantar demasiado. Su ejército lleva siglos agrupándose a la espera de su rey, aguardando a que la puerta le abra paso para dar comienzo a su reinado de terror, aguardándote a ti, Lia. Y no se darán por vencidos tan fácilmente. Tienes que encontrar la lista. Tienes que encontrar a las otras llaves. Y debes hacerlo cuanto antes.
No quiero dormirme. Encontrar las respuestas no me ha proporcionado la tranquilidad que suponía, y me pregunto si Sonia y Luisa estarán tan inquietas como yo. Queda mucho por hacer, pero es muy tarde y hemos decidido buscar mañana la lista en la biblioteca, a la luz del día. El libro estaba allí y puede que la lista también.
Es el único sitio que se me ocurre para empezar a buscar.
No hemos hablado de lo que haremos una vez que la hayamos encontrado, cómo localizaremos a las dos restantes llaves. Pero, aunque no hemos hablado de ello, se sobreentiende que tenemos que avanzar paso por paso o acabaremos volviéndonos todas locas.
Estoy sentada con la espalda apoyada en el alto cabecero de madera, intentando mantenerme alerta. Me he anudado unas cintas a la muñeca para que, incluso en el caso de que el medallón consiga llegar hasta allí, no pueda acoplarse a la marca sin retirar antes las cintas, aunque podría muy bien darse esta posibilidad por cuanto sé y por cuanto desconozco. El medallón llegó a mí de la manera más improbable e inimaginable y regresó de un modo más inverosímil aún desde las profundidades del río. ¿Qué otra cosa puedo hacer excepto aceptar que es mío?
Y evitar llevarlo puesto, no abrir la puerta.