Estamos cansadas del viaje a casa del señor Wigan. Del aire festivo no queda nada mientras compartimos una tensa cena con tía Virginia, Alice y Henry. Después del postre nos retiramos a nuestras habitaciones, creo que con mutua preocupación. Acabo de ponerme el camisón y me estoy preparando para dormir, cuando una llamada en mi puerta me obliga a levantar la vista de la lámpara. Al abrir la puerta, aparecen en el umbral Luisa y Sonia en bata y zapatillas.
—¿Estáis despiertas? Pensé que ya estaríais a punto de dormiros.
Sonia sacude la cabeza.
—Me temo que aún tardaremos un rato en dormirnos.
Retrocedo un paso, manteniendo la puerta abierta.
—Vamos. Pasad.
Luisa entra en la habitación y se apoya en la pared mientras Sonia se sienta en el borde de la cama. Yo me siento a su lado y miro detenidamente su pálido rostro a la luz del fuego.
—¿Qué ocurre?
—Luisa y yo hemos estado discutiendo algunas cosas. Y estamos de acuerdo. Si nosotras somos las llaves, cuanto antes podamos acabar con la profecía, tanto mejor.
Hago un gesto afirmativo, suspirando hondo.
—De acuerdo. ¿Pero… te encuentras bien?
Sonia extiende su mano y coge la mía.
—Es que ha sido tan… tan… sorprendente. Durante un rato pensé que me iba a quedar sin respiración. Yo ya sabía que de algún modo formábamos parte de la profecía, claro. ¿Por qué si no íbamos a tener Luisa y yo la marca? Aun así, supongo que de repente me parece bastante aterrador estar en esta situación.
Sonrío mirándola a los ojos.
—Lo comprendo. Pero es mejor trabajar juntas que sola, ¿no? —ella asiente devolviéndome la sonrisa y yo me acerco al fuego y me doy la vuelta para ponerme frente a ellas—. Entonces, de acuerdo, va siendo hora de hacer nuestra siguiente jugada, de buscar a las otras llaves.
Sonia sacude la cabeza.
—¿Pero cómo? Debemos ser cuatro, ¿no es eso? Dos más, aparte de Luisa y de mí.
—Cierto, pero no tendremos que empezar por el principio si encontramos la lista.
La confusión de Luisa se evidencia en la expresión de su cara.
—¿Qué lista?
—La lista de nombres que reunió mi padre. ¿No te acuerdas? Ya os conté que tía Virginia me dijo que buscaba niñas, que tenía una lista de nombres y de lugares. Antes parecía fruto del azar el que os hubiera encontrado, pero ahora tiene más sentido. Si todas las llaves nacieron cerca de Avebury alrededor de medianoche el uno de noviembre del mismo año, no debería ser muy difícil encontrar a las cuatro niñas con la marca. Tú y Sonia apareceríais en esa lista y si vosotras estabais en ella, probablemente lo estarían las otras. Si la encontramos antes que Alice, podemos intentar localizar a las otras llaves.
Sonia se incorpora manteniendo los extremos de sus dedos posados sobre la frente como muestra de su frustración.
—Aunque consigamos reunir a todas las llaves, no sabemos cómo terminar con la profecía.
Me cruzo con la mirada de Luisa. Nos hemos acostumbrado al tranquilo comportamiento de Sonia y ninguna de nosotras sabe qué decir a la vista de su inesperada desmoralización.
Digo lo único que sé con certeza:
—Sé que esto es de locos. De verdad que sí. Pero a mi padre le costó casi diez años llegar hasta donde lo hizo, y ahora mismo puede que haya una forma de encontrar a las otras llaves sin tener que volver al principio. Si es así, tenemos que encontrar la lista cuanto antes porque seguramente sería peligrosa en manos de Alice. Puede que lo demás se nos revele de pronto o quizás tengamos que buscar la manera de averiguarlo con las pistas de que disponemos.
Sonia se deja caer de nuevo en su sitio sin decir una palabra y apoyando la cabeza entre las manos.
—De acuerdo, Lia —dice con calma Luisa desde el otro extremo de la habitación. Me alivia comprobar que ha vuelto el brillo a sus ojos—. ¿Dónde deberíamos buscar? ¿Dónde podría estar escondida la lista?
—Precisamente he estado pensando en eso. Solo hay una persona que sabe más que ninguna de nosotras sobre la profecía…
Sonia levanta la vista.
—¿Quién?
—Mi padre.
Luisa habla desde el otro extremo de la habitación.
—Pero, Lia… Tu padre… Lo que quiero decir es…
—Sé bien que mi padre está muerto, Luisa. Pero a veces Sonia puede hablar con los muertos, ¿no es cierto, Sonia?
Su rostro, terso como el alabastro a la luz del fuego, no deja traslucir ninguna emoción.
—Bueno, sí. A veces —viene hacia mí y se me queda mirando a los ojos—. Pero no siempre. No puedo controlar quién viene y quién no. No puedo controlar los mensajes que se transmiten de un mundo a otro. No alardeo cuando les digo a mis clientes que actúo por voluntad de los espíritus. Es la pura verdad.
—Sí, pero podrías intentarlo, ¿no? ¿Podrías… podrías invocarle? ¿Hacer que se presente?
Su respuesta me llega bastante más despacio y con menor entusiasmo del que yo esperaba.
—Supongo. ¿Pero qué pasa con Virginia? Dijiste que en su día fue la guardiana. ¿No podemos limitarnos a preguntárselo a ella?
—Mi padre lo mantuvo todo en secreto. Ella sabía que existía una lista, pero no dónde estaba escondida, y solo conoce una parte de la profecía. Solo la que le toca a ella y la correspondiente a mi madre. Y seguro que Alice no va a compartir nada con nosotras —sacudo la cabeza—. No. Tenemos que hablar con mi padre. Es la única manera.
—Pero, aunque consiguiese localizar a tu padre, los espíritus no pueden intervenir en el mundo que han dejado atrás. Pueden hablarnos de otros mundos y de cómo eran las cosas antes de que pasaran al otro lado, pero no pueden ver nada de nuestro mundo después de haberlo abandonado —hace una pausa y aprieta los labios como tratando de encontrar las palabras que necesita—. Una vez que el alma se traslada al otro mundo, es como si… como si cayese una cortina entre esa alma y nosotros. A veces es tan fina que podemos hablar con ella, pero tu padre no podrá hablarte de nada de lo que haya sucedido desde su muerte.
Sería mentira si dijese que no me siento defraudada. Esperaba poder recibir una rápida y breve respuesta para localizar la lista. Aun así, eso no significa que mi padre no pueda sernos útil.
—¿Y no… podría contarnos dónde la escondió antes de su muerte?
—Creo que sí —asiente.
Un resquicio de esperanza se abre paso en mi corazón.
—Puede que aún esté aquí… Merece la pena intentarlo, ¿no? Hay que empezar por algún sitio.
Sonia asiente mirándome a los ojos.
—De acuerdo. Intentémoslo.
Nos trasladamos al suelo sin añadir una palabra y nos sentamos formando un pequeño círculo frente al fuego. Una vez allí, nos cogemos apresuradamente de las manos, como si eso pudiese servirnos de protección ante lo que pueda estar aguardándonos al otro lado de este mundo. Recuerdo aquel primer encuentro en la sala de sesiones en casa de la señora Millburn. Qué lejano parece y qué imposible se me antoja que ahora estemos juntas en Birchwood formando otro círculo, en esta ocasión sin Alice y para algo bastante más peligroso que por un simple divertimiento.
Sonia cierra los ojos. Miro a Luisa, sus pestañas oscuras e increíblemente largas proyectan sombra sobre la delicada superficie de sus pómulos. No me queda más opción que unirme a ellas. Cierro los ojos y aguardo escuchando la suave respiración de Sonia. Como no sucede nada, abro los ojos y me encuentro con que Sonia me está mirando.
—¿Algo va mal? —le pregunto.
Traga saliva con tanta fuerza que se le tensa el delicado cuello.
—No es más que… Bueno —dice soltando una risita nerviosa—, de pronto me he dado cuenta de que tengo miedo. ¿Me vigilarás? Si ocurriese algo, si algo fuese mal, tienes que romper el círculo y obligarme a salir del trance.
Sé de lo que me está hablando. Yo misma he sentido a ese ente oscuro. He escuchado el palpitar de las almas, he sentido su abrasador aliento a mis espaldas.
—Estaremos vigilándote, Sonia. Tienes mi palabra.
Ella asiente con la cabeza y cierra los ojos para conjurar el miedo.
Durante un rato no sucede nada. Caigo en un estado casi hipnótico gracias al crepitar del fuego y al silencio de la habitación. Ya he dejado de albergar esperanzas de que vaya a suceder algo cuando lo huelo, igual que la otra vez. Se trata del débil recuerdo de la pipa de papá, de la lana de su chaqueta favorita impregnada del olor a cedro del armario.
La voz de Sonia quiebra el pesado silencio de la habitación.
—¿Es usted Thomas Milthorpe? ¿El padre de Lia, Alice y Henry? —hace una pausa antes de proseguir con voz más calmada—. Sí, sí. Nos callaremos.
Sus ojos se abren mostrando un intenso e insólito fulgor. El azul de sus ojos es más vivo, el negro círculo del contorno de su pupila está mucho más definido. Una extraña energía latente, casi audible, ha invadido la habitación y hace que me sienta animada y abrumada al mismo tiempo. Tengo que contener las ganas de cubrirme los ojos, como si así pudiese ahuyentar de algún modo la presencia que parece haberse derramado por toda la habitación desde algún lugar invisible.
—Antes de que Lia hable contigo, espíritu, debes contarle algo que solo ella sepa. Algo que demuestre tu identidad.
Me pregunto el porqué de esa demanda, qué motivos tiene Sonia para hacerla, mientras espero a que me transmita la respuesta de mi padre. De pronto noto en la palma de la mano que tengo enlazada con la de Sonia un irritante cosquilleo que va extendiéndose a los dedos de tal modo que me parece como si estuvieran ardiendo. Y entonces escucho una voz ronca que parece provenir de muy lejos:
—¿Lia? ¿Lia? ¿Me oyes, hija mía?
Muevo la cabeza sin dar crédito. Es la voz de mi padre, de eso estoy segura, pero no entiendo cómo he llegado a escucharla, a contactar con mi padre muerto simplemente por coger de la mano a Sonia. Mis ojos se fijan en Luisa y noto el calor intenso de su mano en la mía. Tiene los ojos abiertos de par en par y observa sorprendida a Sonia. Ella también lo ha escuchado.
La voz, que proviene de todas partes y a la vez de ninguna, demanda mi atención.
—Lia… Escucha. Tenemos mucho de que hablar… —la voz cruje, se quiebra en medio de algunas palabras—. Voy a darte la prueba que me pide la mediadora de los espíritus, pero debemos darnos prisa. Ellos vendrán enseguida… —su voz se desvanece un instante antes de resurgir—. Lia… Hija…, ¿recuerdas cuando intentaste construir la balsa? A Henry se le cayó… al río y… ¿lo recuerdas? Eras tan pequeña, aunque… estabas segura de poder pescarlo, de… haber remado con rapidez. Nunca se te dio bien… construir cosas, Lia. ¿Lo recuerdas? De todos modos, lo intentaste. Trabajaste y trabajaste, aunque seguramente… no podía salir bien…
Las lágrimas hacen que me escuezan los párpados al recordar lo que me costó construir una improvisada balsa para ir a buscar el barco de juguete de Henry, segura de que podría recuperarlo aunque ya viajara decidido corriente abajo. Alice estaba allí sin hacer nada y no paraba de decir una y otra vez que no podría hacerlo. Creo que incluso el pobre Henry sabía que nunca alcanzaríamos el juguete, a pesar de que la corriente del río era bastante apacible después de una larga estación sin lluvias. De todos modos, me puse a ensamblar maderos a martillazos con mi mejor mandil puesto y usando las herramientas y la chatarra que se habían dejado por allí los obreros de mi padre antes de irse a almorzar. Trabajé con entusiasmo a pesar de no ser nada habilidosa. Cuando por fin eché al agua mi improvisada balsa de rescate, se hundió antes de que pudiera poner encima siquiera un dedo del pie. Creo que estaba yo más consternada por haber sido incapaz de salvar el barco de juguete que Henry por haberlo perdido.
—Lo recuerdo —susurro.
Durante unos instantes reina el silencio y temo haber perdido la frágil conexión con el otro mundo. Pero la voz regresa, aunque algo más débil.
—Bien, Lia. Bien. Debes encontrar… las llaves. Yo traté… traté de… partes. Localicé… pero solo dos… Tienes que… lista… para completar el círculo. La dejé en… detrás de… Es la única manera… acabar con la profecía. Tú eres el… Es tu… de una vez por todas, pero no sin las cuatro.
Noto cómo su presencia se va desvaneciendo, al igual que oigo cómo se quiebra su voz. La energía que había invadido por completo la habitación se debilita ahora, aumentando ligeramente de intensidad unos segundos antes de disminuir a mayor ritmo.
Sonia interviene mostrando más autoridad en su trance espiritual que en el mundo real.
—Señor Milthorpe, tenemos que encontrar la lista de las llaves. Su presencia se está desvaneciendo. No hemos entendido todo lo que ha dicho. ¿Puede repetirlo? ¿Puede permanecer con nosotras, señor Milthorpe?
Aguardamos su respuesta en silencio y oímos al final un susurro aún más apremiante que antes.
—Chsss… Ya viene. Me… ir. Lia… Tienes que encontrar la lista… están las llaves. Mira… Henry es cuanto queda del velo. Estamos… ti, hija. Te…
Y luego desaparece. Noto la falta de su presencia. La habitación, que antes parecía tan normal como cualquier otra, ahora parece vacía sin el calor del espíritu de mi padre. La cabeza de Sonia cae sobre su pecho, como si se hubiese quedado dormida de repente.
—¿Sonia? Ya pasó, Sonia. Ya puedes…
Pero no consigo decir nada más. De repente levanta bruscamente la cabeza, con sus ojos azules abiertos mirándome fijamente, aún más vibrantes. La voz que emerge de su garganta no es la suya, tampoco es la de mi padre:
—Te traes entre manos un peligroso juego, señora.
Un estremecimiento recorre mi columna desde la nuca, como una gota de lluvia. Sonia tiene los ojos vidriosos y sé que no es ella realmente.
Me enderezo analizando febrilmente qué es lo que podemos hacer, mientras trato de mantener una apariencia tranquila.
—Debes marcharte. No perteneces a este lugar.
—Te equivocas. ¿Por qué no me permites pasar? ¿Por qué tienes que buscar las llaves si soy yo quien puede otorgarte cuanto desees? Únete a mí, señora, y deja que reine el caos.
Los ojos me tienen fascinada, unos ojos que son y no son de Sonia. Escuchar esa fantasmagórica voz surgiendo del rostro delicado de Sonia resulta morboso y fascinante al mismo tiempo.
—Márchate, espíritu. No eres bienvenido —trato de mantener firme la voz, pero la presencia del mal, saber que estoy tan cerca de algo que no comprendo me hace temblar.
—No habrá paz hasta que abras la puerta —es como un canto, el grito de miles de voces suaves e insidiosas—. Abre la puerta… Abre la puerta… Abre la…
Me echo atrás bruscamente rompiendo el círculo mientras Luisa se lanza al centro, agarra a Sonia por los hombros y la sacude…, la sacude.
—¡Sonia! ¡Despierta, Sonia! ¡Tienes que regresar!
Sus ruegos son cada vez más alarmantes e insistentes y las palabras del espíritu empiezan a distorsionarse y a hacerse incomprensibles mientras Luisa sigue sacudiéndola.
—Ha llegado la hora… Hora de que reine el caos.
El cuerpo de Sonia se pone rígido, su rostro se contorsiona en un gesto de puro miedo y dolor antes de desplomarse en el suelo. Con su liberación siento la mía propia. Me arrastro a su lado y le levanto la cabeza del duro suelo para depositarla sobre mi regazo.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! —Luisa repite el estribillo una y otra vez.
Tardo unos instantes en imponer mi voz sobre los latidos de mi corazón.
—¡Sonia! Despierta, Sonia. ¡Regresa! —le hablo con dureza, obligándola a regresar con la fuerza de mi miedo.
No me doy cuenta de que hemos dejado de estar en silencio. Todo lo material ha dejado de existir en el extraño aislamiento de la habitación. Solo cuando se abre la puerta y se cierra igual de rápido me doy cuenta del ruido tan fuerte que hemos estado haciendo mientras todo el mundo dormía.
Los pasos que cruzan el suelo son rápidos aunque cadenciosos. Apenas he tenido tiempo de reconocer su presencia cuando tía Virginia se inclina sobre el suelo, mirando nuestro círculo roto y el pánico en nuestros rostros. Sonia sigue tendida en el suelo con los ojos aún cerrados y el rostro lívido.
—¿Qué estáis haciendo? ¡Lia! ¿Qué habéis hecho? —exclama, mirándome con gesto angustiado.