—¿No estás nerviosa, Lia? —pregunta Henry a mis espaldas cuando me asomo por la ventana del salón a la espera del carruaje.

Me doy la vuelta en su dirección.

—¡Santo Dios! ¡Por última vez, sí! ¡Aunque apostaría a que tú estás más nervioso que yo por tantas veces como me lo has preguntado!

Él se ruboriza, aunque no trata de ocultar la sonrisa que se abre paso desde su boca hasta sus ojos. Tan protegido como está, resulta fácil olvidarse de que Henry es un chico de diez años, pero me fijé en cómo miraba a Sonia cuando vino a tomar el té y sé que está encantado de poder verla otra vez.

Al volverme de nuevo hacia la ventana, el carruaje aparece por el arbolado camino. Por un momento se me olvida que tengo dieciséis años y que no soy tan propensa a ponerme nerviosa como Henry.

—¡Ya vienen!

Salgo corriendo hacia la puerta principal, la abro de golpe y espero impaciente mientras Edmund ayuda a Luisa y a Sonia a salir del carruaje.

Voy a recibir sola a mis huéspedes. Tía Virginia está ocupada con Margaret, y Alice, que parece incluso más hosca aún desde que se ha enterado de mis planes para incluir a Sonia y a Luisa en nuestras vacaciones, seguramente estará enfurruñada, dando uno de sus largos paseos.

Luisa sube las escaleras pegando brincos como un cachorro, toda entusiasmo y sin decoro alguno, provocándome una risa que disimulo tras mi mano enguantada.

—¡No puedo creer que la señorita Gray me haya dejado venir! Creí que tendría que pasar otro día de Acción de Gracias comiendo en ese deprimente comedor de Wycliffe. ¡Me has salvado!

Su risa es contagiosa y noto cómo también a mí se me escapa la risa de mi propia garganta.

—¡No digas bobadas! ¡Estoy tan contenta de teneros a las dos aquí! —me acerco a ella, le beso la fría mejilla y hago lo mismo con Sonia cuando llega al rellano de la escalera—. ¿Listas para empezar las vacaciones?

Sonia muestra una sonrisa que irradia luz pese a lo gris que está el día.

—¡Por supuesto! ¡Llevo días esperando esto! ¡Creí que iba a volver loca a la señora Millburn!

Las conduzco dentro de la casa con la agradable perspectiva de su compañía durante los tres próximos días y con la esperanza de que juntas podamos encontrar las llaves. Tras compartir un almuerzo colmado de risas, nos retiramos saciadas y felices al salón. Tía Virginia ha tenido el detalle de sacar fuera de la habitación a Henry para que podamos tener algo de intimidad. De vez en cuando se asoma por una esquina y mira afligido a Sonia, aunque simulamos no verle. Charlamos y reímos y durante un rato hasta imagino que somos normales. Que no nos preocupamos más que de vestidos, de libros y de chicos. Solo cuando Luisa desvía su rostro hacia la pared de al lado de la chimenea, me acuerdo de por qué nos hemos reunido.

—Ese caballero —dice señalando un retrato en la pared— me resulta conocido. ¿Quién es?

Trago saliva al notar los estrechos lazos que nos unen.

—Mi padre.

Asiente despacio.

—Puede que lo viera en Wycliffe. Antes…

—Puede —asiento con la cabeza. Después de todo, parece que no somos tan normales y me pregunto cómo les voy a contar a Luisa y a Sonia este otro asunto que todavía no les he mencionado.

Sonia ladea la cabeza con un gesto de desconcierto dibujado en su sereno rostro.

—¿Qué pasa, Lia? ¡Te has quedado tan callada!

Echo una ojeada a la entrada vacía del salón. Es evidente que Alice no está y hace rato que no asoma el rostro ruborizado de Henry. Aun así, más vale ser cautelosa.

—Creo que me apetece un poco de aire fresco. ¿Montáis a caballo?

—¡Esto no me gusta! ¡No me gusta nada de nada!

A Sonia le tiembla la voz y se estremece a lomos de Moon Shadow, la yegua más mansa del establo.

—¡Bobadas! No te va a pasar nada. Apenas te has movido y Moon Shadow no le haría daño ni a una mosca. Estás a salvo. Iré detrás de ti y Moon Shadow se encargará del resto.

—¡Vaya! Para ti es fácil decirlo. Tú lo haces continuamente —murmura Sonia.

Luisa ya se ha adelantado unos cuantos pasos, está claro que es buena amazona, aunque estoy segura de que en Wycliffe no ha tenido ocasión de montar muy a menudo. Sacar a los caballos a pasear parecía un buen modo de escapar de la casa y ha sido cosa fácil localizar pantalones y ropa de montar para mis dos amigas. Pero cuando observo a Sonia tan tensa a lomos de Moon Shadow, no consigo evitar pensar que quizás esté cometiendo una equivocación. Voy tras ella en silencio y me pongo a su lado solo cuando sus hombros se han relajado un poco y su balanceo discordante parece haberse acoplado más al caballo.

—¿Te sientes mejor? —le pregunto sonriendo con picardía.

Suelta un sonido parecido a «¡Mmm!» y mantiene la vista al frente, muy resuelta.

Más adelante, Luisa aminora el paso y obliga a dar la vuelta a Eagle’s Run con un suave movimiento que deja traslucir el elegante brío del caballo. Regresa trotando en nuestra dirección y se coloca al otro lado de Sonia.

Luisa tiene las mejillas enrojecidas por el viento y el entusiasmo.

—¡Lia, esto es tan divertido! Muchísimas gracias. ¡Hacía tanto tiempo que no montaba!

Le devuelvo la sonrisa y me dejo impregnar en parte por su felicidad hasta que recuerdo los motivos de nuestro paseo a caballo.

—La verdad es que sugerí salir a montar porque quería hablar con vosotras en privado —echo una ojeada a Sonia, cuyo rostro aún evidencia pánico—. Aunque no sé si hubiera sido más agradable ir dando un paseo a pie hasta el río.

Luisa se echa a reír.

—¡Yo diría que ni nos oye del miedo que tiene!

—Os oigo bastante bien —masculla Sonia entre dientes y con el rostro tenso mientras mantiene la vista fija al frente.

Luisa me observa con curiosidad.

—¿Qué pasa, Lia? ¿De qué querías hablarnos? ¡Aparte de lo de siempre: la profecía, el fin del mundo y ese tipo de cosas insignificantes!

El intento de Luisa por buscar la parte cómica de nuestra extraña situación no logra arrancar una sonrisa de mi rostro porque qué pasaría si ella y Sonia me culparan a mí de la situación en la que se han visto implicadas. No hay forma de saberlo excepto diciéndoselo.

—Creo que sé por qué te resulta conocida la cara de mi padre.

Luisa frunce el entrecejo.

—Bueno, es posible que me cruzara con él en Wycliffe o…

—No creo que sea por eso —la interrumpo—. ¿Desmontamos?

Hemos llegado al pequeño estanque donde Alice y yo solíamos echar de comer a los patos cuando éramos pequeñas. Tras la muerte de mi madre parecía un refugio más tranquilo que el lago, con sus orillas llenas de árboles que proporcionan abundante sombra incluso en verano.

Luisa y yo estamos atando nuestros caballos a un par de arbolillos cuando caemos en la cuenta de que Sonia aún sigue montada sobre Moon Shadow.

—¿No desmontas? —le pregunto.

Le cuesta unos instantes desviar la mirada en mi dirección, pero cuando lo hace, me invade una sensación de lástima al comprobar la magnitud del terror que muestra su cara.

—¿Desmontar? ¿Ahora que estoy aquí arriba quieres que me baje? —el tono de su voz está próximo a la histeria.

—No te va a pasar nada, Sonia. Confía en mí. Te ayudaré.

Solo tras haberle dado instrucciones detalladas y haberla ayudado a desmontar de Moon Shadow, el rostro de Sonia se relaja mostrando algo de su calma habitual. Se sienta sobre la hierba soltando un gemido.

—¡Nunca más podré volver a sentarme como es debido!

Tras tomar asiento a su lado, dejo que el silencio se interponga entre nosotras mientras trato de reunir el valor necesario para decir lo que tengo que contarles. Miro a Luisa, que está apoyada contra un árbol cerca del agua, con los ojos cerrados y un amago de sonrisa satisfecha en los labios.

—¿Luisa? ¿Cómo fuiste a parar a Wycliffe desde Italia? La verdad, resulta un poco extraño que estés en una escuela tan lejos de tu casa.

Ella abre los ojos, se echa a reír bruscamente y se agacha para tocar la superficie de la hierba hasta que se incorpora con un par de piedras pequeñas en la mano.

—¡Ya lo creo que es raro! Mi padre tenía planeado mandarme a un colegio en Londres, pero un hombre a quien conoció a través de sus negocios le convenció de que América era el mejor sitio para adquirir una educación moderna. «La mejor educación que puede conseguirse con dinero», dijo mi padre. Sin duda, las mismas palabras que usaron para convencerle de que me enviase al otro lado del mundo, hasta Wycliffe.

Arroja con furia al agua una de las piedras, que aterriza con un plum bastante más lejos de lo que yo soy capaz de conseguir hasta en mis mejores días.

—Creo que fue mi padre.

—¿Qué quieres decir? —pregunta, dejando caer las manos a ambos lados—. ¿Qué pasa con tu padre?

—Creo que mi padre era el hombre que recomendó al tuyo que te enviara a Wycliffe.

Luisa se me acerca y se deja caer en la hierba reflejando confusión en su rostro.

—Pero… ¿cómo iba a conocer tu padre al mío? E incluso aunque así fuera, ¿por qué habría de importarle mi educación?

—No lo sé, pero todas tenemos la marca. A pesar de que la mía es diferente, se parece bastante. Y el hecho de que todas estemos en el mismo pueblo, en el mismo lugar es todavía más extraño, ¿no creéis?

Sonia no lo niega ni da muestra alguna de asentimiento, se limita a hablar.

—Mis padres eran ingleses. Ellos… Bueno, la verdad es que eran bastante pobres —se ríe con ironía, no como habitualmente—. En cualquier caso, no necesitaban una excusa para buscarme acomodo en otro lugar. Cuando empecé a dar muestras de…, bueno, ya sabéis, de todas esas cosas que soy capaz de ver y de hacer, pensaron que sería más feliz rodeada de gente como yo. O eso fue lo que me contó la señora Millburn. Lo más probable es que ellos fueran más felices al tener una boca menos que alimentar.

—Bueno, yo me alegro de que estés aquí, Sonia —le digo, dedicándole una sonrisa—. ¡No sé cómo me las habría arreglado estas últimas semanas sin tu amistad! —me devuelve tímidamente la sonrisa y prosigo—: Pero no puede ser una coincidencia que hayamos venido a parar todas al mismo sitio. Que todas llevemos la marca. Mi tía me contó que mi padre se dedicó a buscar niñas en todo el mundo, niñas con la marca. Me contó…

Me detengo. ¿Y si se enfadan? ¿Me echarán la culpa de todo?

—¿Qué, Lia? ¿Qué te dijo? —pregunta Sonia con calma.

—Me dijo que había empezado a traerlas aquí… a las niñas. Que lo arregló todo para que vinieran a América. Pero antes de que muriera, solo dos de ellas habían venido. Mi tía me dijo que una era inglesa y la otra italiana.

Luisa parpadea frente a la luz del atardecer.

—Pero… ¿para qué querría tu padre tenernos aquí? Y, de todas formas, ¿cómo nos encontraría? ¿Cómo se enteraría de que teníamos la marca?

—He estado pensando en eso. Tú y Sonia tenéis la marca desde que nacisteis. Supongo que con los medios adecuados no le sería muy difícil encontrar a niñas con la marca. Mi padre era un hombre muy decidido e influyente. Aunque se hubiera mantenido en secreto que teníais la marca, alguien la habría visto, ¿no? Médicos, profesores, niñeras, parientes… —suspiro, convencida de que nada de eso tiene sentido una vez que lo he dicho en voz alta—. Lo siento. No lo sé con seguridad, ¿vale? Llevo semanas preguntándome lo mismo. Creo que forma parte del misterio. Tiene que formar parte de él.

De pronto, Luisa pega un brinco, se pone en pie y empieza a pasearse por la orilla delante de nosotras con la tensa energía de un animal enjaulado.

—¡Quizás deberíamos dejar que todo esto siguiera su propio curso! Después de todo, ¿qué sería lo peor que podría pasar si simplemente nos olvidáramos de ello? ¿No será mejor que seguir escarbando en un asunto que ni siquiera comprendemos?

—No podemos quedarnos sin hacer nada, Luisa —el tono de Sonia me sorprende.

Luisa abre las palmas de las manos y una brisa procedente del agua levanta un pequeño rizo de sus cabellos negro azabache.

—¿Y por qué no? ¿Por qué no podemos?

Sonia suelta un suspiro, se sacude el polvo y se incorpora rígidamente para caminar en dirección a Luisa.

—Porque desde que nos hemos encontrado tengo visiones cada vez con más frecuencia. Los espíritus son más insistentes. Están tratando de decirme algo, de atraerme a su mundo y no pararán hasta que me dirija a ellos —coge a Luisa de las manos—. Dime, ¿a ti no te han perseguido también los espíritus? ¿No has notado cómo te sobrevienen cada vez con más frecuencia esos sueños pesados y extraños? ¿Esos viajes que solo te llevan a lugares oscuros y aterradores?

La sorpresa me tiene paralizada. Sonia sabe algo que yo ignoro.

El rostro de Luisa es una máscara de confusión hasta que se encorva y lo esconde entre las manos.

—¡Sí! Sí, ¿vale? —levanta la vista hacia nosotras con su miedo al descubierto—. Pero eso no significa que nosotras debamos perseguirlos también. Puede que las almas solo estén enfadadas por lo persistentes que hemos sido. Tal vez si las ignoramos…, si dejamos de buscar respuestas, nos dejen en paz.

Pero eso no va a ocurrir. Estoy segura. Ese ser que se encuentra en las sombras de nuestros sueños, de mis sueños, está esperando. Y no quiere ser ignorado.

Sonia rodea a Luisa con un brazo.

—Lo siento, pero no creo que sea así como trabajen las almas. Quieren algo de nosotras, algo de Lia y ahora…, bueno, no pararán hasta que no se lo demos.