El mundo queda en silencio. No hay cabida en mi mente para el viento entre los árboles ni para el lago que lame la orilla a nuestros pies. No hay cabida para nada, es cierto, excepto para las ramificaciones de la profecía enroscadas sobre sí mismas en el interior de lo que no es sino el germen de la razón. Pero Sonia no tiene acceso a mis pensamientos y prosigue como si mi mundo no estuviese desmoronándose sobre sí mismo en ese instante.
—La única razón por la que te cuento la historia es por la marca. Sabes, dicen que a las almas se las representa simbólicamente con el Jorgumand.
Intento mantener el rostro inexpresivo. Si me dejo desfallecer, si dejo que advierta la profundidad de mi pánico, seguro que perderé la poca razón que me queda.
—Bien, de acuerdo. Las dos tenemos la marca. Pero aún no comprendo qué papel nos corresponde representar a nosotras en esta historia tan estrafalaria.
Ella suspira resignada, se pone en pie y se pasea de un lado a otro frente a mí.
—Yo tampoco. Pero estoy cansada de afrontar yo sola este miedo. Yo no tengo una hermana. Esperaba… —cuando se detiene a mirarme, suaviza el tono de su voz—. Bueno, supongo que esperaba estar en lo cierto; esperaba que tú tuvieses la marca y que encontraríamos juntas la respuesta.
—De acuerdo —inclino la cabeza, desafiándola con la mirada—. Entonces volvamos a la pasada noche. Puedes empezar por contarme qué diablos hacía yo paseándome por el cielo.
Reduce la pequeña distancia que nos separa, se detiene y me coge la mano con algo parecido a una media sonrisa.
—Solo estabas viajando por el plano astral, Lia. Paseándote. ¿De verdad que nunca lo habías hecho?
—No, que yo recuerde —digo, moviendo la cabeza—. ¿Y qué es el plano astral?
—Es un lugar asombroso —toma aire—. Una especie de… puerta a los otros mundos. Un lugar donde todo es posible.
Recuerdo mi euforia cuando veía pasar la tierra a mis pies, el cielo tan profundo e infinito como el mar. Y entonces recuerdo algo más.
—¿Pero qué pasa con… esa criatura? La criatura oscura.
Se pone seria y la abandona el brillo de sus ojos.
—Los límites entre el mundo físico y los otros mundos son muy frágiles, Lia. Eso mismo es lo que posibilita hacer cosas tan maravillosas y también lo que lo hace tan peligroso. Lo que te estaba persiguiendo anoche… Jamás me había encontrado con algo tan fuerte y da la casualidad de que me he topado con muchos seres en mis viajes, buenos y malos.
—¿Crees que tiene algo que ver con la marca? ¿Con la profecía?
De nuevo se mordisquea el labio.
—No lo sé, aunque los caminos de los otros mundos son muy intrincados. Tienes que comprender su naturaleza para explorar su terreno manteniéndote a salvo.
—¿Y cómo lo hago? —exclamo, dejando resurgir mi irritación—. ¿Cómo voy a aprender algo tan extraño? ¡Seguro que la señorita Gray y las profesoras de Wycliffe me tomarían por loca si se lo preguntase!
Sonia se echa a reír, escondiéndose tras el guante que lleva puesto en la mano.
—No sería aconsejable pedir ese tipo de instrucciones en Wycliffe. Pero te volverás más fuerte en cuanto te acostumbres a viajar y, aunque no te hayas dado cuenta de ello, ya has adquirido cierta autoridad.
—¿A qué te refieres?
—A esa cosa. Esa… criatura. Creo que quería apoderarse de tu alma.
Disimulo mi nerviosismo con una risa crispada.
—¿Mi alma?
Pero ella no se ríe.
—Escucha, Lia. Hay algo que deberías saber sobre los viajes astrales. El alma puede liberarse del cuerpo únicamente cuando el cordón astral, el hilo que conecta cuerpo y alma, se corta. Una vez que sucede eso, el alma ya no puede regresar.
—¿Quieres… quieres decir que el cuerpo se quedaría vacío, como si estuviera muerto? —mi voz se vuelve más aguda conforme una oleada de histeria se apodera de mi garganta.
Ella levanta una mano, tratando de tranquilizarme.
—No sucede a menudo, ¿de acuerdo? En esos otros mundos no existen demasiados seres con la fuerza necesaria para separar un alma de su cuerpo vivo. Pero puede suceder —traga saliva y, aunque trata de ocultarlo, puedo percibir su miedo—. Me… me han hablado de un lugar, un lugar horrible al que llaman Vacío. Un lugar al que son desterradas las almas desplazadas. Un lugar entre la vida y la muerte. Creo que es ahí donde pretendía llevarte la criatura oscura. Al Vacío.
—¿Quieres decir que el alma se quedaría abandonada allí para siempre? —mi voz se ha convertido en un chillido.
—Aquellas que son desterradas al Vacío permanecen perdidas toda la eternidad —su expresión es de angustia—. Escucha, Lia. No conozco todos los caminos de los otros mundos, ¿vale? Pero ese ser oscuro te quería a ti y jamás había visto nada tan poderoso llegar tan cerca de la marca. Sin embargo… Por alguna razón no pudo alcanzarte. No tengo ni idea de qué es lo que te protegió de todo el poder de su fuerza, pero sería aconsejable no viajar hasta que lo averigüemos o hasta que estés segura de que contarás con la misma protección la próxima vez.
Caminamos de vuelta a la casa en silencio. Cuando Birchwood aparece ante nuestra vista, Sonia me pone una mano sobre el brazo y levanta los ojos. Sigo su mirada hasta ver a Alice observándonos desde una de las ventanas del piso de arriba.
—Ten cuidado, Lia —dice Sonia—. Ten cuidado hasta que encontremos alguna explicación.
Mi hermana está demasiado lejos como para ver su expresión, pero aun así noto el frío tacto del miedo a la vista de su sombría silueta en la ventana.
Sonia y yo continuamos en dirección al patio y la veo marchar en su carruaje de alquiler. Espero hasta que desaparece más allá del sendero bordeado de árboles antes de alejarme de la casa. No me apetece hablar sobre Sonia con Alice. Ahora no.
Antes de llegar a la orilla del río ya oigo el rumor del agua. Estas últimas semanas las lluvias han hecho subir el río hasta el límite, obligándolo a desplazarse sobre su cauce pedregoso a una velocidad tremenda. Dando un paso fuera del sendero empedrado, me encamino hacia los árboles de hoja perenne, los arces y los robles. Ya casi es la hora de comer y me pregunto si James me estará esperando.
—¿James? —en cualquier otro lugar mi voz apenas se oiría, pero aquí resuena en la calma de la orilla—. ¿Estás ahí, James?
Unos brazos fuertes me agarran por detrás y me levantan en el aire. Un chillido escapa de mi garganta y comienzo a dar patadas con los pies en un intento ciego por liberarme del férreo abrazo. Mientras levanto los puños, preparándome para aporrear a mi desconocido asaltante, este me da la vuelta para ponerme frente a él. Unos labios cálidos se posan en los míos, sus manos se desprenden de mis hombros y se abren paso hacia mi pelo.
Me pierdo en el beso, sintiendo como si el río se deslizase a través de mí desde mis cabellos hasta la planta de mis pies.
Luego me aparto y doy un paso atrás.
—¡Uf! ¡Por el amor de Dios, James! ¡Menudo susto me has dado! —le doy un puñetazo infantil y nada efectivo en el hombro—. ¡Podría vernos alguien!
Se echa a reír, cubriéndose la boca con la mano, como para serenarse. Su rostro se vuelve más serio cuando contempla la expresión de mi cara.
—Lo siento, Lia. De verdad. ¿Pero quién más iba a agarrarte así?
Sus ojos aún expresan regocijo y me quedo mirándole fijamente esperando a que desaparezca esa expresión.
Él se acerca, echa un vistazo a su alrededor y tira de mí con fuerza hacia él.
—No pretendía asustarte. Solo estoy feliz de verte. Me cuesta tanto verte en la biblioteca estando delante mi padre, verte por la calle con Alice o verte donde sea y no hacer esto.
Me atrae aún más cerca durante un instante y siento toda la longitud de su cuerpo contra el mío. Me roba el aliento y durante unos momentos parecen no existir ni la profecía ni el libro ni la marca.
Solo el cálido cuerpo de James contra el mío.
Me siento avergonzada por el efecto que me causa su contacto. No quiero que note los latidos de mi corazón contra el corpiño de mi vestido ni que escuche mi respiración entrecortada, de modo que le empujo lejos y le miro con picardía.
—Te has vuelto muy audaz —le tomo el pelo.
Entonces se echa a reír y los pájaros posados en los árboles por encima de nuestras cabezas echan a volar, espantados por el escándalo.
—¿Audaz? ¿Yo? ¡Esa sí que es buena, viniendo de una de las traviesas jovencitas de Wycliffe!
Se me encienden las mejillas ante la alusión a nuestra escapada de ayer. No tuve ocasión de hablarle a James de nuestra visita a Sonia Sorrensen. No en el revuelo que se formó tras nuestro regreso. Y, a decir verdad, agradezco el aplazamiento. El comportamiento de Sonia durante la sesión me puso tan nerviosa que no había decidido cómo explicárselo a James. Solo sabe lo que le contamos a la señorita Gray, que nos apetecía tomar un poco de aire fresco y dimos un improvisado paseo. Ahora, tras mi charla con Sonia cerca del lago, estoy segura de que lo mejor para todos es que la historia se quede como está.
—Además —continúa James, que ignora mi desconcierto—, yo diría que eres tú quien me hace audaz. ¿Y qué más da? ¿Para qué otra cosa venimos a nuestro sitio favorito, al amparo del árbol y a la comodidad de nuestra roca? —entonces se sienta sobre la roca, como para demostrar lo cómoda que es, y sonríe pícaramente mientras contempla su dura superficie—. Bueno, de acuerdo. Tal vez la roca no sea tan cómoda como yo recordaba… O tal vez sea más cómoda cuando tú estás cerca.
Levanta las cejas, dando unas palmaditas sobre el espacio que tiene a su lado y sonriendo traviesamente.
Yo sonrío ante sus esfuerzos por tenerme más cerca y me encamino hacia la roca dejándome caer a su lado.
—La verdad es que hay algo que quería decirte. Algo que creo que tiene que ver con el libro que encontraste en la biblioteca de mi padre.
Su sonrisa se desvanece. Si hay alguna cosa capaz de quitarle de la cabeza a James las poco inocentes razones de nuestras citas junto al río, es discutir sobre un libro raro.
—¿De qué se trata?
Inspirando hondo, doy un pequeño paso hacia delante. Así es como debe exponerse un tema.
—Creo que entiendo la referencia a la guardiana y a la puerta, si es que puede entenderse una cosa así.
—¿De verdad? ¡Pero si suena a galimatías!
Bajo la vista hacia mi falda, alisándola en la parte del regazo mientras comienzo:
—Sí, bueno… Debería haberlo sabido hace un par de días, pero ahora… Bueno, ahora sé que se trata de una historia… una historia sobre unas hermanas. Gemelas, como Alice y yo.
Él escucha en silencio la mayor parte del tiempo, solo me interrumpe una o dos veces para aclarar partes de la historia que no entiende. Pero sus preguntas persiguen un conocimiento más bien académico. No se trata de preguntas propiamente dichas, ni siquiera parece creer que la historia sea real. Más bien escucha la historia como si se tratase de un cuento de hadas. Se lo cuento todo, evitando la mención de la marca. Cuando termino, el silencio llena el espacio que nos rodea tal como lo llenarían las palabras.
Por fin se decide a hablar, en tono amable, como si no quisiese herir mis sentimientos.
—Pero… ¿cómo es que nunca antes había escuchado esa historia, Lia? Lo cierto es que como librero y asesor de compradores serios que se dedican a formar colecciones debería haber oído hablar de ella si fuera de algún interés.
Su duda suscita la mía. La duda de que la profecía no sea creíble para nadie excepto para aquellos que poseemos la irrefutable prueba de la marca.
—No lo sé, James —digo encogiéndome de hombros—. Me gustaría poder contestarte, pero no puedo.
Este es el momento en que debería mostrarle la marca. Está bien escondida bajo la larga manga de mi vestido, aunque casi la siento arder, un mudo indicio de que se trata de un importante detalle de la historia que he omitido.
Pero no se lo digo. Me gustaría decir que es porque temo que no vaya a creerme o porque quiero evitar que se vea envuelto en un asunto tan oscuro. Pero la verdad es que siento la marca como una cicatriz. Me quema como si fuese algo dañino, sucio.
Y no soporto que James lo sepa. Aún no.
Irse a la cama no resulta tan fácil como antes. Me quedo allí tendida, tratando de obligar a mi mente a quedarse en blanco para que me permita dormirme.
Pero las palabras de la profecía, la sombra de mi hermana en la ventana del piso de arriba, la marca señalándome como algo que apenas entiendo: todo se confabula en mi contra para alejarme del descanso. Finalmente, me pongo en pie y cruzo la habitación hasta mi escritorio.
¿Cómo es que la leyenda que me contó Sonia junto al lago es la misma que aparece en el libro sin fechar de mi padre? ¿Y cómo he llegado a compartir prácticamente la misma marca con alguien como Sonia? Nada menos que con una espiritista. Siento cómo las preguntas tratan de cobrar sentido, de encajar hasta formar algo sólido, algo que pueda sostener con ambas manos y empezar a comprender.
Al abrir el libro, saco la traducción de James y leo la profecía, tratando de encontrarle un sentido a aquello que no lo tiene. Un escalofrío me recorre los huesos de la espalda mientras releo lo relativo a las hermanas. Pero es después de la historia de las gemelas cuando la profecía se me escapa.
Si yo soy la guardiana y Alice la puerta, ¿qué papel desempeña Sonia en esta extraña historia? ¿Y qué pasa con el ángel? Si soy incapaz de descifrar la identidad de una figura de tanta importancia como la del ángel, ¿cómo voy a ser capaz de entender en qué consiste mi papel de guardiana? ¿Y cómo podría hacer fracasar el papel de Alice como puerta?
Inclino de nuevo la cabeza sobre el libro para leer otra vez la profecía hasta llegar a la mención de las llaves: «Dejad que la puerta del ángel se abra sin las llaves, que pasen las siete plagas y no retornen».
Releo esas palabras, deseando mentalmente encontrar la respuesta. Resulta bastante fácil incluso en mi actual estado de ignorancia: sin las llaves sucederá algo terrible. Algo que será irreparable.
Si Alice y yo pertenecemos a las partes en conflicto de la profecía, seguramente resultaría peligroso que las llaves estuviesen en sus manos, lo cual significa que debo encontrarlas.
Y debo hacerlo antes que mi hermana.