Henry y Edmund ya no están en el río. Edmund siempre ha sido muy protector con Henry y ahora que nuestro padre se ha marchado sin duda lo será más aún. El aire está frío, un presagio del invierno que está por llegar, y preocuparse por Henry es un hábito para todos nosotros.
Sigo el sendero hasta el final en dirección al río, pisando los tablones de madera y abriéndome paso hacia la roca que descansa al amparo de un gigantesco roble. La calma se apodera de mí cuando me acomodo sobre la roca que James y yo decimos que es nuestra. Aquí se tiene la impresión de que nada malo o aterrador puede pasarte y cuando oigo aproximarse a James, casi me he convencido a mí misma de que todo está en orden.
Le sonrío cuando se acerca y le miro a la luz del sol mientras se detiene frente a mí. Me coge de la mano y con una sonrisa tira de mí para ponerme en pie.
—Lo siento. Estábamos terminando con la colección de Historia de la religión. Mi padre quería completarla antes de parar a comer. ¿Llevas mucho tiempo esperando?
Me atrae hacia él, aunque con una delicadeza recién estrenada, como si la muerte de mi padre me hubiese vuelto más frágil. Y supongo que así es, aunque no me gustaría admitirlo delante de nadie. Únicamente James me conoce lo bastante bien y me ama lo suficiente como para reconocer mi dolor aunque mi aspecto por fuera sea el mismo.
Sacudo la cabeza.
—No, no demasiado. De todos modos, esperarte en este sitio me resulta agradable. Es un lugar que me recuerda a ti mientras te espero.
Inclina la cabeza y coloca un dedo sobre mi rostro, delineándolo desde los rizos sueltos de mi sien, bajando por el ángulo prominente de mi mejilla y cruzando la curva de mi mandíbula.
—A mí todo me recuerda a ti.
Posa sus labios sobre los míos. El beso es suave, aunque no necesito la fuerte presión de sus labios para sentir la urgente atracción de su cuerpo por el mío. Se echa hacia atrás, tratando de protegerme, de no presionarme en estos días estando tan reciente la muerte de mi padre. No existe una forma elegante de decirle que presione cuanto quiera, que su boca y su cuerpo son las únicas cosas que me mantienen aferrada a una realidad que jamás me había cuestionado hasta estos últimos días.
—Sí, bueno… —se endereza con firmeza—. Ven. Me he traído las anotaciones sobre el libro.
Se agacha, se coloca sobre la roca y yo me acomodo a su lado, la falda del vestido se me arruga cuando roza la tela áspera de sus pantalones. Se saca el libro de la chaqueta junto con una hoja de papel doblada. Alisándola sobre su muslo, agacha su dorada cabeza sobre las letras inclinadas que cubren la página de arriba abajo.
—Se trata de una historia antigua, si se fía uno del libro.
—¿Qué clase de historia?
—Un cuento sobre ángeles o… demonios, me parece. Toma, puedes leerlo tú misma.
De nuevo se inclina sobre la roca y me tiende el libro y sus notas.
Durante un breve instante no me apetece leerlo. Me pregunto si no habrá alguna manera de ignorarlo. De seguir adelante sin más, tal como he hecho siempre, fingiendo que nada de eso existe. Pero no dura mucho. Incluso ahora siento los engranajes de una enorme maquinaria invisible girando a mi alrededor. Seguirán dando vueltas haga lo que haga. No sé cómo, pero lo sé.
Agacho la cabeza sobre la reconfortante escritura de James, extrañamente conjugada con el horror de unas palabras que no son suyas:
Perduró la humanidad a través del fuego y la concordia
hasta el envío de los guardianes,
que tomaron como esposas y amantes a las mujeres del hombre,
provocando Su cólera.
Dos hermanas concebidas en el mismo océano fluctuante:
una, la guardiana; otra, la puerta.
Una, vigilante de la paz;
otra, trocando magia en devoción.
Expulsadas del cielo, las almas se perdieron
mientras las hermanas continúan la batalla
hasta que las puertas reclamen su regreso
o el ángel retorne las llaves del abismo.
Avanzará entonces el ejército a través de las puertas.
Samael, la bestia, a través del ángel.
El ángel, guardado solo por un tenue velo protector.
Cuatro marcas, cuatro llaves, círculo de fuego,
emergidos del primer aliento de Samhain
bajo la sombra de la mística serpiente de piedra de Aubur.
Dejad que la puerta del ángel se abra sin las llaves,
que pasen las siete plagas y no retornen.
Muerte.
Hambre.
Sangre.
Fuego.
Oscuridad.
Sequía.
Ruina.
Abre tus brazos, señora del caos,
que la confusión de la bestia fluya como un río,
pues todo estará perdido cuando las siete plagas se inicien.
Me he fijado en la rareza de este libro, que solo tiene una página. No sé tanto de libros como James, pero hasta yo me doy cuenta de lo inusual que es poseer un libro encuadernado y con una sola página impresa.
—¿No tendría que haber más? Aquí no hay nada. Nada más después de esa historia. Da la impresión de que debería haber algo más. Algo que relatara lo que sucede después…
—Yo pensé lo mismo. Dame, te lo voy a enseñar.
Se acerca el libro de manera que queda colocado entre los dos, una parte sobre sus piernas y otra sobre las mías, y pasa la única página.
—Mira aquí.
Señala el espacio donde las páginas se unen al lomo.
—No veo nada.
Se saca una lupa del bolsillo, me la entrega y tira de las páginas que me está mostrando.
—Míralo de cerca, Lia. Resulta difícil verlo a la primera.
Sostengo la lente encima de la zona que señala con el dedo, colocando mi rostro apenas a unas pulgadas de la página. Y entonces veo las marcas del desgarrón, tan limpias que, después de todo, no son huellas de desgarro. Es como si alguien hubiese cogido una cuchilla y hubiese cortado limpiamente del libro las páginas que contuvo alguna vez.
—Aquí había páginas —digo levantando la vista.
Él asiente.
—¿Pero por qué las arrancarían de un libro tan antiguo? Seguro que es valioso.
—No lo sé. He visto muchos libros a los que les han hecho cosas raras y que han quedado estropeados, pero cortar las páginas así es un sacrilegio.
Percibo como una pérdida las páginas que jamás he visto.
—Tiene que existir alguna copia más en algún sitio —al cerrar el libro, miro la cubierta y luego el lomo en busca de indicios acerca del editor—. Aunque esta fuese la única impresión, el editor debería tener una copia, ¿no?
Antes de contestar, aprieta los labios.
—Me temo que no es tan sencillo, Lia.
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no?
Sus ojos se desvían hacia el libro, aún en mi mano, rozándolo de pasada.
—Aún no… Aún no te he contado lo más extraño de todo sobre el libro.
—¿Quieres decir que hay algo más extraño que la misma historia?
—Mucho más extraño —asiente con la cabeza—. Escucha, ya sabes por tu padre y por mí que los libros están plagados de indicios. Los caracteres de impresión, la tinta, incluso el cuero que se emplea y el tipo de encuadernación nos dicen de dónde viene un libro y lo antiguo que es. Prácticamente todo cuanto se necesita saber de un libro puede ser descubierto estudiando lo suficiente el libro en sí mismo.
—¿Y? ¿De dónde viene este libro?
—De eso se trata. Los caracteres de impresión son muy antiguos, pero que yo sepa no están documentados. El cuero resulta que no es cuero, sino algún otro material que no he visto nunca —da un suspiro—. No soy capaz de encontrar una sola pista sobre su origen, Lia. No tiene ningún sentido.
James no está acostumbrado a los misterios que no puede resolver. Veo la aflicción en su rostro, pero no puedo hacer nada para aliviarla. No tengo más respuestas que él.
De hecho, tengo muchos más interrogantes de los que él podría plantear.
Al regresar del río encuentro a Henry sentado solo frente al tablero de ajedrez en el salón. La visión hace que se me forme un nudo en la garganta y trato de recobrar la compostura antes de que me vea. Sus días van a estar vacíos sin poder entretenerse jugando al ajedrez o leyendo con papá frente al fuego. Ni siquiera podrá tener la distracción de la escuela, puesto que papá se encargaba él mismo de darle clases, dedicando horas a enseñarle bastantes más materias de las que suelen considerarse necesarias.
También de este modo aumentó nuestro padre mi educación y la de Alice, introduciéndonos en todo tipo de mitologías y filosofías. Incluso nuestra asistencia a Wycliffe dos días a la semana era un compromiso —si se puede llamar así— entre papá, que se creía capaz de desempeñar un trabajo mejor en lo que a nuestra educación se refería, y tía Virginia, que argumentaba que nos beneficiaríamos en el aspecto social al relacionarnos con chicas de nuestra misma edad. Por supuesto, Alice y yo tenemos la ventaja de haber tenido durante dieciséis años la influencia de nuestro padre. Podemos continuar nuestra educación independientemente del currículum de Wycliffe si queremos, ¿pero qué pasará con Henry?
Me trago mis temores sobre su futuro y entro en la habitación con toda la despreocupación y la energía que soy capaz de reunir. Sus ojos se iluminan cuando le pregunto si le gustaría tener compañía y nos ponemos a leer por turnos en voz alta La isla del tesoro, con Ari ronroneando contra mi pierna como si supiese que necesito que me reconforten. Ese sencillo placer me permite olvidar, aunque tan solo por un rato, todo lo que está sucediendo a mi alrededor.
No es demasiado tarde cuando terminamos, pero estoy cansada. Le doy las buenas noches y dejo a Henry cerca del fuego con su libro.
Me encuentro a la mitad de las escaleras cuando escucho la voz de Alice proveniente de la biblioteca. Aunque no es un espacio vedado para nadie, no recuerdo la última vez que Alice pasó un rato allí. Mi curiosidad se impone y, mientras me dirijo hacia allí, Alice habla en un tono de voz tan suave que al principio se me ocurre que está hablando consigo misma. Pero me basta tan solo un instante para darme cuenta de que no está sola. Su voz se acopla al timbre más grave de una voz masculina y cuando llego a la puerta entreabierta de la biblioteca me quedo sorprendida al ver a James sentado en un sillón de respaldo alto junto a la mesa de lectura.
Ya resulta bastante raro encontrarse a Alice en la biblioteca, pero más raro aún es encontrarla conversando en privado con James. Es cierto que mantienen una agradable aunque distante amistad, dada la vecindad de nuestras familias y mi relación con James, pero nunca ha habido nada más. Jamás he presenciado nada que indique algún tipo de atracción ni inocentes coqueteos entre ellos, aunque el sentimiento que me invade al verlos juntos se aproxima peligrosamente a la aprensión.
Permanezco callada, observando y esperando, hasta que Alice se encamina despacio hacia la parte trasera del sillón en el que está sentado James. Desliza un dedo a lo largo del alto respaldo del sillón, sin tocar aún la nuca de James.
—Creo que debería interesarme más por la biblioteca ahora que papá se ha ido —dice con un seductor tono de voz, como un ronroneo.
James se endereza en su sitio, mirando al frente, como si ella no hubiese faltado al más mínimo decoro en ese mismo instante.
—Sí, claro, la tienes bajo tu propio techo. Puedes utilizarla cuando quieras.
—Cierto. Pero no sabría por dónde empezar —está muy quieta detrás de él, con las manos suavemente posadas sobre los hombros de James, el corpiño de su vestido justo detrás de su cabeza—. Quizás tú puedas ayudarme a seleccionar el material más apropiado para mis… intereses.
De pronto James se pone en pie, se dirige hacia un escritorio y se entretiene en revolver los papeles que hay encima.
—Ahora mismo estoy bastante ocupado con la catalogación. Estoy seguro de que Lia estaría dispuesta a ayudarte. Conoce la biblioteca y cuanto contiene mejor que yo.
James le da la espalda a Alice. Él no ve la expresión que cruza su rostro, pero yo sí. Veo su rabia y coincide con la mía. ¿En qué estará pensando? Ya he tenido bastante y entro en la habitación atravesándola apresuradamente. Ella se sorprende de verme, aunque no se avergüenza, tal como yo esperaba. James levanta la mirada cuando me ve.
—Lia —dice—. Quería terminar un par de cosas aquí, pero mi padre tiene otro cliente. Iba a regresar para recogerme —se saca el reloj del bolsillo y lo consulta antes de proseguir—… en cualquier momento.
Se sonroja, aunque seguramente no tiene ningún motivo para avergonzarse, pues ha sido mi hermana quien se ha comportado tan mal.
Me aseguro de calmar mi voz antes de comenzar a hablar:
—Es perfectamente comprensible. Estoy segura de que mi padre estaría encantado con tu diligencia —obligándome a esgrimir una sonrisa pétrea, vuelvo mi atención hacia mi hermana—. Lo cierto, Alice, es que James tiene bastante razón; si tienes interés en las colecciones, no tienes más que preguntar. Estaré encantada de ayudarte a escoger alguna cosa.
Me detengo antes de cuestionar su comportamiento, pues no quiero darle la satisfacción de verme paranoica e insegura.
Ella inclina la cabeza, me mira a los ojos y estudia mi rostro antes de hablar.
—Sí, bueno, puede que lo haga. Aunque me tranquiliza saber que James está aquí con toda su experiencia en caso de que tú no estuvieses… disponible.
—No te preocupes —le digo, muy segura—. Pienso estar disponible para ti o para quien sea en cualquier momento.
Durante un incómodo instante permanecemos de pie una frente a la otra, entre nosotras el sillón de orejas. Veo tan solo el contorno de James y es un alivio para mí que permanezca callado.
Por fin, Alice me dedica una breve sonrisa.
—Bueno, tengo que ocuparme de un par de cosas. Ya os veré a los dos más tarde —añade mirando deliberadamente por encima de mi hombro a James.
La veo marchar, pero no le digo nada a James acerca del incidente. Quiero disculparme por la horrible conducta de Alice, pero tengo la cabeza llena de preguntas cuyas respuestas no estoy segura de querer saber.