A medida que retrocedemos por el bosque, cada vez agradezco más el sentido de la orientación de Dimitri. Parece seguro del camino. En cambio, yo me desorienté poco después de dejar el lugar donde Emrys nos traicionó. Tenemos el sol justo encima de nosotros y aún seguimos en el interior del bosque cuando decidimos detenernos y dar de beber a los caballos.

Tras desmontar, Dimitri amarra su caballo cerca del río. El animal agacha la cabeza y, ansioso, bebe de la corriente mientras Dimitri se interna en el bosque, supongo que por cuestiones personales. Yo conduzco a Sargento hacia el estrecho arroyo que serpentea entre los árboles y, al tiempo que destapo mi cantimplora, él sorbe ruidosamente de las claras aguas.

Entonces los veo, inclinada sobre el agua cristalina de la estrecha corriente.

Al principio no hay nada más que el río. Pero en cuanto me inclino sobre él para rellenar la cantimplora, la superficie reflectante se distorsiona formando una imagen relativamente nítida.

Fascinada, la miro más de cerca. Descubrí mi habilidad para la adivinación al poco tiempo de llegar a Londres, pero nunca me había resultado fácil. Siempre había tenido que insistir mucho para ver algo. Sin embargo, esta vez es distinto. Esta vez la imagen aparece claramente y sin esfuerzo. Apenas me lleva un momento comprobar que no se refleja solo una persona en el agua, sino muchas. Van a caballo y se desplazan a gran velocidad por un bosque con un gran estruendo de cascos que no puedo oír, pero del que me da noticia la visión en el agua.

Hago un esfuerzo para verlos mejor mientras cabalgan en su mundo acuático, marcando un sendero en el suelo del bosque con sus blancos corceles. Enseguida me doy cuenta de quiénes son, aunque no tienen el mismo aspecto que en el plano astral. Allí las almas llevan barba y sus cabellos flotan a sus espaldas como una seda desgarrada, sus ropas están hechas jirones y enarbolan espadas de color rojo candente. Sin embargo, para cruzar a este mundo deben tomar posesión de un cuerpo físico. Incluso en la superficie del agua puedo comprobar que tienen el aspecto de hombres con los que uno se podría topar en las calles de Londres, aunque reconocería en cualquier mundo su aspecto particularmente fiero. Llevan pantalones y chalecos y van encorvados sobre sus caballos en vez de erguidos y portando espadas. Pero los conozco, sé quiénes son.

Lo que no sabría decir es de cuántos se trata. Son incontables y tienen un propósito concreto. Pero a pesar de que me asusta esa horda tanto por su número como por sus propósitos, es el hombre que la encabeza el que hace que se me hiele la sangre en las venas.

Guapo y de cabellos rubios, parece disfrutar de su furia. No se trata de una máscara o una emoción momentánea. Mientras que los que cabalgan tras él parecen hacerlo con urgencia, puedo ver incluso en el ondulante espejo del agua lo seguro que está él de su destino y de su éxito. Pero es la marca de la serpiente, visible en su cuello por la abertura que dejan sus ropas, lo que me hace percatarme del enorme peligro que corremos tanto Dimitri como yo.

La guardia. Samael ha enviado a su guardia para detenernos antes de que lleguemos hasta las páginas.

O para arrebatárnoslas en cuanto lo hayamos hecho.

No sé a qué distancia se encuentran, solo sé que vienen. Y vienen a por mí.

Hago lo único que puedo hacer: me aparto del agua y echo a correr.

—¡Dimitri! ¡Dimitri! —grito, inspeccionando la orilla en su busca—. ¡Debemos marcharnos! ¡Ahora mismo!

Él aparece a cierta distancia río abajo con expresión visiblemente preocupada.

—¿Qué ocurre? ¿Cuál es el problema?

—La guardia. Vienen hacia aquí. No sé a qué distancia están ni cuándo nos alcanzarán, pero están en camino.

Dimitri no pone en duda lo que digo. Habla mientras se dirige a su caballo dando grandes zancadas.

—¿Cuántos son?

Muevo la cabeza.

—No lo sé. Muchos.

En un instante ya está montando en su caballo.

—¿A caballo?

Asiento con la cabeza.

—Monta y dame tu capa —mientras lo dice, ya casi se ha quitado la suya.

—¿Qué? —su orden ha sido tan brusca que no estoy segura de haberle entendido correctamente. Aun así, pongo un pie en el estribo y me impulso sobre la silla.

Él me ofrece su capa negra.

—Tú y yo llevamos capas de distinto color, pero nuestros dos caballos son oscuros.

Ya no tiene que añadir nada más. Sé lo que está pensando hacer y no quiero que lo haga.

—No. No vamos a separarnos, Dimitri. Es demasiado arriesgado, no quiero que corras peligro con las almas para protegerme a mí.

—Escúchame, Lia. No queda tiempo para discutir. Es la única esperanza que tenemos de recuperar las páginas. Nos intercambiaremos las capas, llevaremos las capuchas puestas para ocultar nuestra cara y regresaremos hacia la pequeña ciudad que vimos en el valle. Te llevaré lo más lejos que pueda. Cuando las almas se hayan acercado lo suficiente, dirígete a esa ciudad. Yo las llevaré en la dirección contraria. La guardia es conocida por su crueldad, pero no puede hacer uso de su magia en este mundo. Con algo de suerte, les llevará un rato darse cuenta de que me están persiguiendo a mí y no a ti. Además, tú tienes la piedra de lady Abigail. Con ella estarás aún más protegida.

Noto el calor de la piedra sobre mi pecho mientras habla Dimitri.

—¿Pero… qué pasará contigo? ¿Qué harás si te atrapan? —la idea de dejar atrás a Dimitri hace que se me parta el corazón.

Su gesto se suaviza.

—No te preocupes por mí. Soy lo bastante fuerte como para enfrentarme a las almas. Además, no es a mí a quien quieren, y lanzar una ofensiva contra un miembro de los Grigori constituiría una violación de nuestras leyes. Solo pretenden seguirte hasta las páginas.

Asiento y me desato la capa. Se la entrego a Dimitri a cambio de la suya negra y me la ato al cuello al tiempo que hablo.

—Una vez que esté en la ciudad, ¿qué hago? —me pongo la capucha y echo un vistazo alrededor. Sé que estamos perdiendo un tiempo precioso, pero me aterra olvidarme de algo, no hacer una pregunta cuando aún tengo la oportunidad.

Dimitri acerca su caballo a Sargento de tal manera que quedamos lo más cerca posible uno del otro a lomos de los animales.

—Si tienes tiempo, pregúntale a alguien cómo puedes llegar a Chartres. Si no, busca una iglesia y espérame allí. Las almas no pueden entrar en lugar sagrado bajo ninguna forma, ni siquiera con un cuerpo vivo.

Hay muchas cosas que quiero decir, pero no tengo tiempo para mencionar ninguna de ellas antes de que Dimitri se incline para besarme con fuerza en los labios.

—Iré a buscarte, Lia.

Luego golpea a Sargento en el flanco. El caballo pega un salto hacia delante y Dimitri se coloca detrás de mí. Mientras cruzamos el bosque al galope, no puedo evitar preguntarme si volveré a verle de nuevo, si todas las palabras tiernas que he estado reservando para él se quedarán sin decir.

Al igual que me ocurrió con los perros, siento la presencia de las almas antes de verlas u oírlas. No puedo negar los horripilantes lazos que nos unen, por mucho que deteste todo lo que ellas representan. Durante un rato voy a toda velocidad por el bosque con Dimitri pegado a mis talones y con la absoluta certeza de que las almas están cada vez más cerca.

De repente, las oigo.

Se mueven deprisa por el bosque, a mis espaldas, y me inclino sobre el cuello de Sargento para suplicarle que corra más aprisa, que me lleve al claro que conduce a la pequeña ciudad que no sé si será Chartres. Durante un tiempo, Dimitri continúa detrás de mí, pero justo cuando el estrépito entre los árboles se acerca cada vez más y con mayor intensidad, oigo a su caballo girar a la derecha y sé que se ha ido.

Me obligo a mí misma a no pensar demasiado en el peligro que corre y en la posibilidad de que no volvamos a vernos jamás. En lugar de eso continúo atravesando el bosque, intentando concentrarme en encontrar mi camino de vuelta al claro. No estoy muy segura de haber tomado la dirección acertada, pero con tremendo alivio me doy cuenta de que he llegado hasta la extraña roca sólidamente emplazada en el suelo cubierto de hojas. De pronto ya no me siento sola y paso a toda velocidad por delante de ella en dirección al claro que sé que viene a continuación. Mientras tanto, comienzo a recuperar la esperanza. Creo que conseguiré ponerme a salvo en la iglesia del pueblo.

Pero eso es antes de oír a un caballo detrás de mí que acorta distancias, antes de atreverme a echar una ojeada y casi quedar paralizada por el terror.

Ya no es la horda de almas la que me persigue. No. Han preferido estar a la altura de las expectativas de Dimitri y le han seguido en la otra dirección. Sin embargo, hay un alma que no le ha seguido, que me ha encontrado a pesar del bosque y de nuestra farsa.

Se trata del hombre rubio, el que lideraba las huestes en mi visión en el río. Su caballo me persigue con renovado vigor y me echo sobre el cuello de Sargento tratando de coger la suficiente ventaja como para tener tiempo de encontrar un lugar donde esconderme.

Él se queda bastante rezagado tras de mí. Yo me lanzo al claro, al extremo del campo, puedo ver más allá la granja de piedra.

Esta vez no me atrevo a mirar atrás. Me dirijo a la parte trasera de la casa y paso de largo ante ella en dirección al establo. No me da tiempo ni a lanzar un suspiro de alivio cuando veo las grandes puertas abiertas.

Voy derecha a la parte más oscura, al fondo del establo. Salto del lomo de Sargento antes de que se detenga del todo. Una rápida ojeada a mi alrededor me dice que solo hay tres caballos allí.

Tres caballos y seis cubículos.

Acomodo a Sargento en uno de los cubículos vacíos. En menos de un minuto le quito la silla y la dejo tirada entre el estiércol. Tras echar el pestillo a la puerta, me quedo parada en medio del establo, buscando un sitio donde esconderme. Apenas me lleva un instante dar con el altillo.

Mis pantalones me facilitan la subida por la escalera de mano. En unos segundos estoy arriba, metiéndome a presión tras unas cajas de herramientas y pilas de mantas para caballos. El ruido que hace la montura del guardián cada vez está más cerca. Aprovecho el tiempo que aún me queda para quitarme la mochila de la espalda y sacar el puñal. Cuando cierro los dedos en torno al mango adornado con piedras preciosas, me siento mejor. Ahora el guardián ocupa el cuerpo de un hombre. Sangrará como cualquier otro si se lo clavo.

Las motas de polvo brillan bajo la escasa luz de la tarde que se filtra por los tablones del establo, que está casi a oscuras. Trato de hacerme invisible mientras sigo manteniendo la vista en el piso de abajo. Si me va a encontrar y a atrapar aquí arriba, prefiero saberlo con antelación. Me concentro en calmar mi respiración mientras los caballos se mueven y resoplan abajo. Aunque puedan cambiar de forma, sé que las almas no poseen poderes sobrenaturales. No en mi mundo, al menos. No obstante, no resulta difícil imaginar que el guardián podría oírme o saber de algún modo que estoy aquí.

Por fin he recuperado el aliento cuando oigo pisadas ligeras y sigilosas debajo de mí. Me asomo entre las cajas y, estirando el cuello para ver el suelo del granero, me sorprende ver al niño que estaba dando de comer a las gallinas la otra vez que pasamos por aquí. Ahora inspecciona el granero con calma y posa su mirada sobre Sargento. Levanta la barbilla y empieza a girar despacio, en círculo, hasta que sus ojos se posan sobre mí. Me topo con su mirada y me llevo un dedo a los labios, suplicándole mentalmente que no me descubra. También querría gritarle que salga corriendo, pues aunque las almas me persigan a mí y solo a mí, no confío en que tengan compasión de un niño que se les cruce por delante.

Sin embargo, ya es demasiado tarde. No me da tiempo a decir nada antes de que la puerta del establo se abra un poco más con un chirrido. Tan solo alcanzo a ver parte de la silueta del rubio guardián, parado a contraluz en el umbral de la puerta. Apenas se queda allí un momento antes de entrar en el establo y perderse entre sus sombras. Durante unos instantes no consigo verle, aunque oigo la sigilosas pisadas de sus botas en el piso de abajo.

Sus pasos no son apresurados. Al principio apenas se oyen, pero poco a poco se hacen más ruidosos, hasta que se detienen frente al chico que tengo debajo. Intento echarme hacia delante para ver mejor, sin olvidarme de los crujidos y gemidos propios de los edificios viejos. Dentro de los confines de mi escondite no puedo moverme lo bastante como para ver algo más que las piernas y las negras botas de montar del guardián. Su rostro y la parte superior de su cuerpo están ocultos por las sombras.

Sin embargo, veo claramente al niño. Está tan tranquilo, plantado frente al guardián rubio. Tengo la extraña impresión de que no está asustado.

El guardián permanece en silencio un momento. Cuando comienza a hablar, lo hace con voz gutural y retorcida. Parece costarle cierto esfuerzo y no sé por qué no me sorprendo de que pregunte por mí al niño en francés:

Où est la fille?[1]

Es una simple pregunta, pero la equívoca voz me eriza el vello de los brazos. Es la voz de alguien que no sabe cómo articular sonidos dentro de su propio cuerpo.

La voz del niño se pierde un poco en el amplio espacio del granero:

Venez. Je vous montrerai[2].

Mi corazón parece que va a dejar de palpitar y la adrenalina fluye por mis venas mientras inspecciono el altillo como una posesa en busca de alguna salida.

Pero el niño no conduce al guardián al altillo. Por el contrario, comienza a caminar hacia la parte delantera del establo, en dirección a otras dos puertas que están abiertas.

El guardián no lo sigue de inmediato. Se queda parado en silencio durante un instante, tengo la clara sensación de que está echando un vistazo por todo el establo. Me adentro más entre las sombras sin atreverme casi ni a respirar. Las botas vuelven a ponerse en marcha. Llevan al guardián cerca de la escalera y yo intento calcular qué distancia hay desde el altillo hasta el suelo del establo. Sopeso el riesgo que supondría saltar si el guardián sube por las escaleras para venir a buscarme cuando las pisadas comienzan a desvanecerse, cada vez más distantes.

La voz del niño me sobresalta en medio del silencio del establo:

Elle est partie il y a quelque temps. Cette voie. À travers le champ[3].

Me inclino hacia delante lo justo para poder ver al niño señalándole al hombre los campos a lo lejos.

Se produce un momento de silencio absoluto. Un momento en el que me pregunto si el guardián no dará la vuelta y registrará el establo palmo a palmo. Pero no dura mucho. De nuevo se oyen pisadas que se acercan cuando el guardián camina hacia la parte trasera del establo. Al principio no comprendo por qué malgasta su tiempo, por qué no cruza ya el campo que hay frente al establo. Entonces oigo ruido de cascos debajo de mí y lo comprendo. Su caballo. Lo había dejado en la parte posterior del establo.

Casi lloro de alivio cuando pasa junto a la escalera que sube al altillo, aunque sigo quieta y respirando agitada y silenciosamente hasta que le oigo llegar a la parte posterior del establo. Los ruidos que hace al montar en el caballo me llegan amortiguados del exterior, pero el sonido de los cascos del animal es inconfundible cuando se alejan a la carrera.

Espero un par de minutos en el silencio dejado por su marcha, tratando de calmar el galope de mi corazón.

Il est parti, mademoiselle. Vous pouvez descendre maintenant[4] —exclama el niño desde abajo.

Aprovechando que la paranoia saca lo mejor de mí, echo un último vistazo por todo el establo antes de decidirme a guardar de nuevo el puñal en la mochila y convencerme de que puedo bajar la escalera. Cuando llego abajo, el chico me está esperando. Me doy la vuelta y le abrazo. Noto su cuerpo pequeño y rígido entre mis brazos a causa de la sorpresa.

Merci, petit homme —me aparto para mirarle con la esperanza de que mi francés sea lo bastante pasable como para averiguar al menos en qué dirección se ha ido el guardián—. Quelle voie lui avez-vous envoyé?[5]

El niño se da la vuelta para mirar hacia la puerta principal del granero, que está abierta.

À travers le champ. Loin de la ville[6].

La ciudad con la catedral.

Me agacho para mirar los intensos ojos castaños del pequeño. Me recuerdan los de Dimitri, pero aparto ese pensamiento de mí. No puedo permitirme ser sentimental cuando lo que necesito es enterarme del nombre de la ciudad que se ve a lo lejos.

Quel est le nom de la ville, celle avec l’église grande?[7] —apenas puedo respirar mientras espero su respuesta.

Contesta con una sola palabra, pero es la única que necesito.

—Chartres.