Nuestro nuevo guía no se parece nada en absoluto a Gareth.
La primera cosa que llama mi atención es su brillante pelo rojo. Cuando se vuelve a saludarme, el sol lo enciende en una llamarada de dorada herrumbre.
—Buenos días —Dimitri inclina la cabeza sin presentarse.
—Emrys, su guía.
Por su aspecto, es considerablemente mayor que Gareth, aunque no tanto como Edmund.
—Buenos días. Soy Lia Milthorpe —le tiendo la mano y Emrys me la estrecha brevemente antes de volver a meterse ambas manos en los bolsillos.
Espero que nos dé algo de conversación para que nos conozcamos un poco, pero no lo hace. Solo se da la vuelta y se dirige hacia su caballo, una yegua de color castaño que está atada a un árbol al lado de Sargento y de la montura de Dimitri.
—Deberíamos marcharnos —dice, mientras desata al caballo—. Tenemos un largo día por delante.
Levanto la vista hacia Dimitri enarcando las cejas a modo de interrogante mudo. Él se encoge de hombros y se encamina hacia la tienda. Juntos levantamos el campamento y metemos de cualquier modo la tienda dentro de las alforjas de Dimitri y las mantas en las mías. Emrys permanece montado en su caballo, sin ofrecerse a ayudar. En una ocasión le miro y lo encuentro con la mirada perdida en el bosque. Nos acabamos de conocer, pero me resulta difícil no pensar que es algo raro.
Una vez que hemos recogido nuestros desperdicios y que parece como si nunca hubiésemos estado en aquel lugar, Dimitri se dirige hacia su caballo a grandes zancadas, ajusta la silla y pone un pie en el estribo. Tras un rápido repaso a Sargento, yo hago lo mismo.
Emrys hace un gesto afirmativo y espolea a su caballo hacia delante. Así comienza nuestra segunda etapa, con poca fanfarria y bastante menos conversación.
No sé si es porque cada vez nos acercamos más a las páginas perdidas o si se trata de paranoia, pero me paso el día con una sensación de aprensión cada vez mayor. No puedo explicarlo ni culpar de ello a Emrys, que, aunque no tan hablador como Gareth, no es desagradable.
Mientras avanzamos por una gran colina, aparece una pequeña ciudad ante nuestra vista, encajada en el fondo de un valle. A lo lejos, los elegantes chapiteles dan la impresión de tocar casi el cielo. Hace mucho tiempo que no veo ninguna ciudad y siento la necesidad repentina de continuar, dormir en una posada con una cama blanda, comer comida preparada por alguien que no sea yo, pasear por las calles y comprar algo en una tienda atractiva o tomar el té en un pintoresco hotel.
Pero no seguimos en dirección a la ciudad. En lugar de eso, Emrys titubea un momento como considerando distintas opciones antes de torcer a la izquierda. Atravesamos un campo de trigo, aureolado bajo el dorado sol, y nos desplazamos hacia una mancha de color carbón que se ve a lo lejos. Según nos acercamos, me doy cuenta de que se trata de una granja de piedra situada al borde de un bosque. Unos árboles antiquísimos parecen tocar el cielo más allá de la casa y del granero.
Mientras continuamos hacia la granja, me pregunto si será una de nuestras paradas o quizás un punto de encuentro con un guía más hablador. Pero no es ni una cosa ni la otra. Pasamos de largo ante la casa y nos mira con curiosidad un niño pequeño que está afuera dando de comer a unas gallinas que se pasean en círculos recogiendo el grano del suelo.
—Bonjour, mademoiselle —una sonrisa se dibuja en la boca del chiquillo cuando su mirada se topa con la mía.
Francia, pienso, mientras le devuelvo la sonrisa.
—Bonjour, petit homme.
Muestra una sonrisa decididamente abierta y agradezco mi cuestionable capacidad para hablar francés.
Nada más pasar la casa comienzan a extenderse las sombras. El sol desaparece por completo en cuanto entramos en el bosque. No es tan espeso como el que atravesamos para llegar a Altus. La luz encuentra su camino a través de los árboles, creando retales de encaje en el suelo. El bosque es hermoso, pero noto el peso de la ansiedad en mi pecho. Me recuerda demasiado el oscuro viaje hasta Altus, aquellos días en que el mundo parecía haber enmudecido y yo perdí toda noción del tiempo y de mí misma.
Pasamos tan solo por un lugar interesante, un pilar de piedra cubierto de musgo que emerge extrañamente del suelo del bosque. No es algo infrecuente, en Europa hay por todas partes lápidas conmemorativas y lugares sagrados. Pero este me recuerda a Avebury, el antiguo círculo de piedra mencionado en la profecía.
Me quedo mirándolo fijamente cuando pasamos por delante. Emrys sigue tan callado e indiferente como siempre, Dimitri va en silencio detrás de mí. No me atrevo a hacerles preguntas sobre la piedra.
Un rato más tarde, Emrys aminora el paso y se vuelve para mirarnos por encima del hombro.
—Allí delante hay agua. Será un buen sitio para hacer un descanso.
Es lo más largo que ha dicho desde que salimos del campamento esta mañana. Yo asiento con la cabeza.
—Un descanso nos vendrá muy bien —digo, y añado una sonrisa por si acaso. Aunque creo que está dispuesto a devolvérmela, parece que, finalmente, le cuesta demasiado.
A diferencia de la mayoría de los que nos hemos encontrado durante el viaje, el río no se encuentra en un claro, sino medio escondido entre las sombras del bosque. Es más bien estrecho y serpentea entre los árboles no con bramidos y prisas, sino con un alegre gorgoteo. Desmontamos, bebemos del arroyo y rellenamos nuestras cantimploras.
Me quedo sorprendida cuando Emrys se vuelve hacia mí y me habla directamente:
—Estaré encantado de cuidar de los caballos si desea descansar un poco, señorita. Supongo que llevarán hecho un largo recorrido hasta hoy. Al anochecer llegaremos a nuestro destino. Queda tiempo para descansar.
—¡Oh! Bueno… De acuerdo. Pero puedo ocuparme yo de mi caballo, no querría ser una carga —no le digo que un sueñecito, por pequeño que fuera, me vendría muy bien.
La sorpresa de Dimitri da paso al asentimiento.
—Emrys tiene razón, Lia. Pareces cansada. Nosotros nos podemos ocupar de los caballos.
La energía se me escapa del cuerpo y parece filtrarse por la tierra por el simple hecho de pensar en descansar.
—Si estás seguro de que no os importa…
Dimitri se inclina y me besa en la mejilla.
—Seguro. Cierra los ojos un rato mientras abrevamos a los caballos.
Me dirijo sin más a un lugar soleado no muy lejos del agua y me acomodo sobre la hierba seca que crece allí. Al tumbarme boca arriba, pronto noto los efectos de una mala noche y en unos instantes la canción de cuna del arroyo me arrastra al sueño.
No soy consciente de nada hasta que la mano de Dimitri me saca del sueño. La caricia de sus dedos en mi muñeca es agradable. Sonrío, deseando retrasar el momento de volver a montar en nuestros caballos.
—Así no vas a conseguir que me mueva —mi tono de voz conserva la pereza del sueño.
Él me coge la mano y noto que algo suave se desliza sobre la parte interior de mi muñeca.
—No me estás escuchando —me burlo.
La voz contesta sosegadamente, como si quisiera evitar cualquier brusquedad.
—Sería tan fácil si hiciera lo que le dicen.
No es la voz de Dimitri.
Abro los ojos y retiro la mano al ver a Emrys arrodillado y con algo en su mano. Algo unido a un terciopelo negro. El medallón.
—¿Qué estás… qué estás haciendo? ¡Devuélvemelo! No te pertenece.
Me miro la muñeca que no lleva la marca para estar segura y, sí, me lo ha quitado mientras dormía. Mirando a mi alrededor, trato de buscar a Dimitri sin apartar los ojos de Emrys, pero detrás de él no hay nadie en la orilla.
—No quiero hacerle daño. Solo hago lo que me han ordenado —Emrys ni parpadea siquiera, y esa despreocupación respecto a la posibilidad de ser interrumpido por Dimitri me da más miedo que nada. Hace que me pregunte qué ha hecho Emrys con él.
Retrocedo de espaldas sobre la tierra compacta hasta topar con el tronco de un árbol. Pero no me siento segura a pesar de su solidez. Ya no tengo escapatoria.
—Déjame, por favor —parezco más indefensa de lo que trato de aparentar, pero estoy demasiado asustada para irritarme conmigo misma.
Me concedo un momento, tan solo un momento, para maldecirme. Es entonces cuando recuerdo las palabras de Gareth: «Creo que a partir de ahora irá campo a través». Sin embargo, no estamos en campo abierto. Hemos pasado la mayor parte del día en el bosque y ahora estamos bien protegidos por sus viejísimos árboles.
Deberíamos habernos dado cuenta.
Emrys continúa de pie y avanza impertérrito hacia mí. Esta vez no habla. Esta vez me agarra de la muñeca con fuerza, cae al suelo a mi lado y se inclina sobre mi cuerpo mientras trata de ponerme el medallón en la muñeca marcada. Al echarme hacia atrás con todas mis fuerzas, consigo apartarla de él. Pero es demasiado fuerte, a pesar de que pataleo y me resisto.
Agarra mi muñeca con la mano. El terciopelo seco crepita sobre mi piel y el medallón, tan frío y terroríficamente tentador como el mar en el que estuve a punto de ahogarme, se me hunde en la carne. Las grandes manos de Emrys manejan el broche con torpeza y lo cierran justo en el momento en que aparece alguien tras él y se lanza enfurecido sobre nosotros.
Casi no reconozco a Dimitri con esos ojos coléricos y el rastro de sangre que baja por su frente, pero sé que es él cuando aparta a Emrys de mí a empujones y lo arroja al suelo. No me da tiempo siquiera de asustarme cuando Dimitri lo golpea con más rabia de la que jamás había visto exhibir a nadie contra otro ser humano.
Estoy demasiado ocupada arrancándome el medallón de la muñeca.
Apenas tardo un instante en quitármelo. Me siento tan horrorizada que mi cuerpo comienza a temblar y dejo caer el medallón de cualquier modo. No me preocupa perderlo. Es mío. Solo mío. Haga lo que haga, encontrará la forma de regresar a mí.
Tras dejar el medallón en el suelo, me precipito sobre Dimitri. Tiro de él por los hombros mientras continúa pateando a Emrys, ahora tendido en el suelo, gimiendo y sujetándose el estómago.
—¡Déjalo! ¡Déjalo ya! —chillo—. ¡Dimitri! ¡No tenemos tiempo para esto!
Respira tan aceleradamente que su espalda y su pecho suben y bajan con esfuerzo. Cuando se vuelve hacia mí, su mirada rebosa locura y amenaza. Me mira como si fuese una extraña y durante un aterrador minuto me pregunto si no habrá perdido por completo la cabeza, si no recordará quién soy. Pero entonces me atrae hacia él y me estrecha contra su cuerpo, enterrando su rostro en mis cabellos.
Cuando por fin se calma su respiración, me aparto de él y contemplo la herida que tiene en el nacimiento del pelo. Sigue goteando sangre. Levanto la mano para inspeccionarla, pero no llego a tocarla por miedo a hacerle daño.
—¿Qué ha pasado? —pregunto.
Se lleva la mano a la sien y se limpia la sangre, la mira como si no la reconociese como propia.
—No lo sé. Creo que me golpeó con algo. Yo estaba junto al río. Lo siguiente que recuerdo es que me desperté en la orilla al oír tus gritos. He venido lo más rápido que he podido.
Antes de que pueda responderle, llama nuestra atención el crujir de hojas a pocos pies de distancia. Giramos nuestras cabezas hacia el lugar de donde procede el ruido y vemos a Emrys levantándose del suelo y encaminándose hacia los caballos. Para haber recibido tal paliza, se mueve con rapidez. Monta en su caballo y desaparece por el bosque sin decir una palabra ni echar un vistazo atrás.
No intentamos detenerlo. No serviría de nada y está claro que ya no podemos hacer uso de sus servicios como guía.
Me vuelvo hacia Dimitri.
—¿Era una de las almas?
Él niega con la cabeza.
—No lo creo. Si lo fuera, habría resultado mucho más peligroso. Lo más probable es que interceptara a nuestro guía original para cumplir un pacto hecho con las almas. Es fácil ofrecer a un campesino una recompensa a cambio de hacer que nos extraviemos.
Recuerdo lo que me dijo el hombre que se hacía llamar Emrys: «Solo hago lo que me han ordenado».
Inspiro hondo y echo una ojeada al bosque que nos rodea.
—¿Tienes alguna idea de dónde estamos?
Él mueve la cabeza.
—La verdad es que no, pero creo que lo que sí es seguro es que Emrys no nos ha estado llevando todo este tiempo en la dirección adecuada.
Abrumada por la decepción, me aparto de él y me encamino hacia el río. Mientras recojo el medallón y me lo vuelvo a colocar en la muñeca, me cuesta mucho aceptar la posibilidad de que se acabe aquí nuestro viaje, que después de todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos superado, tengamos que dar media vuelta por culpa de un guía de espíritu débil a quien las almas fueron capaces de conquistar para su causa. Peor aún, puede que nunca encontremos las páginas ahora que tía Abigail ha muerto. Solo ella guardaba ese secreto. Solo ella era capaz de organizar tan meticulosamente un viaje.
Y ahora se ha marchado.
Dimitri me agarra de un hombro con una mano.
—Lia, todo se arreglará. Lo solucionaremos.
Me vuelvo rápidamente hacia él, la desesperación me invade hasta el punto de desbordarme.
—¿Cómo vamos a hacerlo, Dimitri? Estamos perdidos en medio de un bosque desconocido. Y por si fuera poco… —le doy la espalda y suelto una estrepitosa carcajada, que suena tan amarga como el regusto que me deja en la garganta—. Y por si fuera poco, ¡ni siquiera sabemos adónde nos dirigimos! No tenemos nada, Dimitri. Nada que nos guíe desde aquí, salvo una palabra misteriosa —me dejo caer encima de un gran pedrusco al lado de la corriente. La rabia escapa por mis poros como el agua, dejándome solo la desesperación.
—¿Qué palabra? —pregunta Dimitri.
Levanto la cabeza para mirarle.
—¿Cómo?
Viene hacia mí y se sienta para estar a mi altura.
—Has dicho que no tenemos nada que nos guíe desde aquí, salvo una palabra misteriosa. ¿De qué palabra se trata?
Aún dudo si debo revelar lo que tía Abigail me confió en su lecho de muerte. Pero no parece que tenga otra opción. Además, si no puedo confiar en Dimitri, ¿quién me queda?
Inspiro hondo.
—Justo antes de que tía Abigail muriera, me dijo que recordase una palabra que me guiaría hasta las páginas en caso de que nos perdiéramos. Pero no sé si tiene mucho sentido. Nuestro guía ha desaparecido, Dimitri, y aunque no lo hubiera hecho, puede que la palabra no sea nada más que el delirio de una mujer moribunda.
Él me mira a los ojos.
—¿Qué palabra era, Lia?
—Chartres —contesto, aunque sigo ignorando su significado, igual que cuando tía Abigail la murmuró con sus labios agonizantes.
Recuerdo las otras palabras que dijo tía Abigail: «A los pies de la guardiana. No una virgen, sino una hermana». Pero no las comparto con Dimitri. Aún no. Me parece que solo iban dirigidas a mí. Después de todo, puede que me convierta en la próxima señora de Altus y, como tal, parece que lo apropiado es que los secretos de tía Abigail pasen a ser los míos.
La mirada de Dimitri es distante cuando se levanta y da unos pasos alejándose de mí.
Me pongo en pie y exclamo:
—¿Dimitri? ¿Qué pasa?
Tarda unos instantes en darse la vuelta, pero cuando lo hace, algo en su gesto me devuelve la esperanza.
—La palabra… Chartres.
—¿Qué pasa con ella?
Sacude la cabeza.
—De niños, a los que nos criábamos en Altus los mayores nos contaban historias. Así es como se ha conservado nuestra Historia, sabes. La cultura de las hermanas y de los Grigori no cree en la Historia escrita. La nuestra es oral y pasa de una generación a otra.
Asiento, tratando de ser paciente, aunque preferiría que fuese directamente al grano.
—Chartres es… una iglesia, creo… ¡No! No es cierto. Chartres es una ciudad, pero hay una catedral allí que es muy importante para la comunidad de las hermanas —regresa a mi lado con fuego en su mirada. Me doy cuenta de que está recordando—. Hay una… cueva allí. Una gruta subterránea, me parece.
—No entiendo qué tiene que ver con esto.
Él sacude la cabeza.
—No lo sé. Pero también dicen que allí hay un manantial sagrado. Antiguamente, nuestra gente lo veneraba. Pensaban que por debajo del edificio había una especie de… energía o corriente subterránea.
—¿Dimitri? —alzo la vista.
—¿Sí?
—¿Dónde está Chartres? —tengo que preguntárselo, aunque me parece que ya lo sé.
Sus ojos buscan los míos y comparten conmigo lo que ya suponía.
—En Francia.
Trato de dar sentido a las cosas que sabemos y de usarlas en nuestro provecho, pero parece que nuestra pequeña esperanza puede resultar infructuosa.
—Quizás Francia no sea un país muy grande, pero sí lo es para recorrer todos sus rincones a caballo, al menos sin un guía. Y aunque las páginas estén escondidas en Chartres, de lo cual no tenemos pruebas, podríamos encontrarnos a días y días de distancia.
Dimitri niega con la cabeza.
—No lo creo. Independientemente de donde estén ocultas las páginas, no creo que nos encontremos a más de un día de distancia de nuestra ruta. Las provisiones que nos dio Gareth casi se nos están acabando, lo cual me lleva a pensar que se suponía que nuestro viaje no iba a ser demasiado largo. Creo que podemos contar con que al menos Gareth nos estaba llevando en la dirección correcta. Si regresamos a los lugares por los que pasamos mientras nos acompañaba o poco después de separarnos, probablemente estaremos cerca de la ruta planificada.
Todo cuanto dice parece tener sentido. No se me ocurre otra alternativa y por primera vez desde hace horas una sonrisa asoma a mis labios.
—Entonces, ¿a qué estamos esperando?