—¿Dónde se supone que estamos? —le pregunto a Dimitri.

Sentados en una duna, tenemos la mirada fija en la nada gris. Dimitri estudia los alrededores, como si pudiera determinar nuestra localización por el espesor de la niebla que nos rodea por todas partes.

—Puede que estemos en algún lugar de Francia. Me parece que el viaje en barca ha sido demasiado largo como para llevarnos de vuelta a Inglaterra, aunque es imposible saberlo con seguridad.

Pienso en lo que acaba de decir y trato de imaginarme en qué lugar de Francia podrían estar ocultas las páginas que faltan. Pero es inútil. No tengo ni idea, así que vuelvo a asuntos de inmediata prioridad.

—¿Qué haremos si no aparece el guía?

Trato de ocultar el tono de lamento de mi voz, pero estoy cansada, tengo frío y hambre. Tenemos las provisiones que nos dieron en Altus, pero Dimitri y yo preferimos no hacer uso de ellas todavía si podemos evitarlo. Es una medida prudente reservar nuestros recursos el mayor tiempo posible.

Dimitri toma la palabra.

—Estoy seguro de que el guía estará aquí enseguida.

Pese a que la firmeza de la afirmación y la convicción con la que la hace me infunden cierta seguridad, no es propio de mí confiar ciegamente.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lady Abigail dijo que el guía vendría a buscarnos. Aunque no pudiese garantizar los resultados de nuestro viaje, es seguro que ella elegiría a las personas de mayor confianza para una tarea tan importante, por no hablar de garantizar la seguridad de su sobrina nieta y futura señora de Altus.

—No he dicho que vaya a aceptar el puesto.

Él asiente con la cabeza.

—Lo sé.

Sopeso si merece la pena que me tome como un desafío la arrogancia que hay en su voz cuando escucho unos ligeros resoplidos procedentes de alguna parte de la niebla. Dimitri también lo oye, levanta la cabeza en la dirección del sonido y se pone un dedo delante de la boca.

Asiento con la cabeza, me quedo a la escucha y escruto la niebla hasta que una figura comienza a tomar forma en ella. Es monstruosa, enorme, tiene múltiples cabezas. Al menos eso es lo que me parece antes de que atraviese la bruma y se nos aproxime. Entonces veo que no es más que un hombre a caballo que lleva otras dos monturas detrás de él.

—Buenos días —su tono de voz es firme y confiado—. Vengo en nombre de la señora de Altus, que en paz descanse.

Dimitri se levanta y se acerca a él con cautela.

—¿Quién eres?

—Gareth de Altus.

—Nunca he oído hablar de ti en la isla —al menos a mí me parece evidente el tono de sospecha en la voz de Dimitri.

—Hace muchos años que no vivo en Altus —responde el hombre—. Pero sigue siendo mi hogar. Altus despierta en uno esos sentimientos, ¿no es cierto? En cualquier caso, quienes estamos al servicio de la comunidad de las hermanas preferimos ser discretos. Estoy seguro de que lo entenderán.

Dimitri parece pensárselo un poco antes de asentir. Me hace señas y me abro paso dificultosamente por la arena, impaciente por ver de cerca a nuestro próximo guía.

No sé por qué esperaba que fuese moreno, pero compruebo sorprendida que es muy rubio. No tiene el reflejo dorado del cabello de Sonia, sino un tono tan claro que casi parece blanco. En contraste, su piel tiene un bronceado poco natural, como si hubiese tomado excesivamente el sol. Imagino que no llevará mucho tiempo aquí, porque sería casi imposible coger nada de color en un lugar como este.

El hombre ladea la cabeza en mi dirección.

—Mi señora, haría una reverencia si no fuese montado encima de este animal.

Me echo a reír, aliviada por su informalidad y su evidente buen humor.

—No pasa nada, pero aún no soy la señora de Altus.

—¿De verdad? —dice, enarcando las cejas—. Eso hará más interesante la conversación durante el viaje que nos espera —tira de los dos caballos hacia delante y casi suelto un chillido de alegría al darme cuenta de que se trata de Sargento y del caballo que montaba Dimitri de camino a Altus.

Me apresuro a acariciar a Sargento en el cuello. Él me hociquea el pelo con ese característico resoplido que sé que hace cuando está contento.

—¿Cómo los has traído? ¡Pensé que no volvería a ver a Sargento hasta que regresáramos a Londres!

Gareth se agacha.

—Un caballero nunca revela sus secretos, señora —sonríe burlón mientras se yergue sobre su silla—. La verdad es que solo estaba haciéndome el listillo para no desmerecer por mi ignorancia, pues, en realidad, no tengo ni idea de cómo han venido a parar aquí los caballos. Ni siquiera sabía que eran suyos hasta ahora mismo. Solo me dijeron que estarían aquí esperando.

Dimitri se acerca a su caballo.

—¿Nos marchamos? Esta niebla no me gusta. Preferiría salir a un lugar despejado.

—Muy bien —dice Gareth—. Vayámonos entonces. Monten y pongámonos en marcha. Tenemos que hacer nuestra primera parada antes de que anochezca.

—¿Y dónde es nuestra primera parada? —coloco el pie en el estribo y me impulso sobre el lomo de Sargento.

Gareth hace girar su caballo y exclama:

—Un río.

—¿Un río? —pregunto—. Muy gráfico.

Seguimos a Gareth fuera de la playa y subimos por una empinada duna. Mis temores sobre los problemas que pudiera tener Sargento en un terreno tan desconocido son infundados. Actúa como si hubiese nacido en esa misma playa y, antes de darme cuenta, ya nos encontramos en una pradera y viajando por un campo de altas hierbas. El camino que tenemos por delante parece llano en su mayor parte, con colinas aisladas, y agradezco no tener ningún bosque a la vista.

Cuanto más nos alejamos de la playa, más disminuye la niebla. Por fin, milagrosamente, tenemos encima un cielo despejado. Resulta imposible imaginar que ha estado ahí todo el tiempo que hemos pasado rodeados de niebla dentro y cerca del agua. Enseguida me animo, en cuanto el sol extiende su luz dorada sobre las altas hierbas.

Es un lujo encontrarse en un espacio tan grande y abierto después del agobiante bosque que nos condujo hasta Altus. Cabalgamos uno al lado del otro, lo cual facilita la conversación.

—Entonces, si no es usted la señora, ¿quién va a serlo ahora que lady Abigail ha muerto? —pregunta Gareth.

—Es una larga historia —respondo con una evasiva, pues no estoy segura de hasta dónde puedo contar.

—Da la casualidad de que tengo tiempo —sonríe—. Y si se me permite decirlo, Altus tendría mucha suerte de contar con una señora tan bella al timón.

Dimitri le interrumpe.

—No estoy seguro de que la señorita Milthorpe quiera hablar de un asunto tan privado —los celos que detecto en su voz me obligan a contener una risita. ¿Señorita Milthorpe?

—¿Puedo hablar de ello? —pregunto, mirando a Dimitri—. ¿O está prohibido?

La expresión de su rostro refleja sorpresa y hostilidad.

—No está prohibido. Que seas la heredera de lady Abigail no es un secreto. Simplemente, supuse que no querrías compartir esos detalles privados con un extraño.

Hago lo posible por no sonreír ante su insolencia infantil.

—Si no es un secreto, entonces seguro que no será muy privado. Además, me parece que nos queda un largo viaje por delante. Podemos pasar un rato conversando, ¿no te parece?

—Supongo —contesta en tono gruñón.

Cuando me vuelvo hacia Gareth, él ni se molesta en reprimir la victoriosa sonrisa que cubre su bronceado rostro.

Trato de dar una explicación lo más abstracta posible.

—Este asunto —señalo con un gesto los campos que nos rodean— es de tal envergadura que tiene prioridad sobre mi nombramiento como señora. No puedo aceptar tal responsabilidad hasta que esta cuestión esté resuelta, así que se me ha concedido el privilegio de concluir primero el viaje antes de tomar una decisión.

—¿Quiere decir que podría no aceptar el nombramiento? —pregunta Gareth, incrédulo.

—Quiere decir… —interviene Dimitri, pero le detengo antes de que continúe.

—Perdóname, Dimitri —intento usar un tono amable—, pero ¿podría hablar por mí misma? —se muestra compungido y yo suspiro. Después me centro en la pregunta de Gareth—. Quiero decir que no puedo siquiera pensar en ello hasta que no acabe con esto.

—Pero eso significaría que la hermana Úrsula ocuparía el puesto, ¿no es así?

—Correcto —me admiro de lo enterados que están los hermanos y las hermanas de la política de la isla.

—¡Bueno, quizá no vuelva nunca más a Altus si la hermana Úrsula ocupa el cargo! —el desdén en su tono de voz es tal que parece escupir las palabras.

—¿Y puedo preguntar el porqué de ese resentimiento hacia Úrsula?

Antes de contestar, le echa una ojeada a Dimitri y por primera vez observo entre ellos cierta afinidad.

—Úrsula y esa ambiciosa hija suya…

—¿Astrid? —pregunto.

Él asiente y prosigue.

—A Úrsula y a Astrid no les importa Altus. No demasiado. Solo buscan el poder. No me fío para nada de ellas y usted tampoco debería hacerlo —se pone serio mientras posa su mirada más allá de los campos. Cuando vuelve a mirarme de nuevo, su buen humor ha desaparecido—. Creo que haría usted un gran servicio a la isla y a su gente si aceptase el cargo.

Siento calor en las mejillas bajo su mirada escrutadora. Dimitri suspira como si estuviese disgustado.

—Me honras con tus palabras, Gareth. Pero no me conoces en absoluto. ¿Cómo sabes que sería una buena dirigente?

Él sonríe y se da unos golpecitos en la sien con el dedo.

—Lo dicen sus ojos, mi señora. Son tan claros como el mar que mece la isla.

Le respondo con una sonrisa, aunque me da la impresión de que puedo oír a Dimitri entornando los ojos.

Los campos son interminables, las altas hierbas se transforman en trigales según avanza el día. Solo nos detenemos una vez junto a un pequeño arroyo que rumorea a su paso por las rocas lisas y grises. Tras beber de las aguas heladas y rellenar nuestras cantimploras, nos aseguramos de que los caballos también sacien su sed. Me tomo un momento para cerrar los ojos, me tumbo de espaldas sobre la orilla cubierta de hierba y suspiro de placer cuando el sol calienta mi cara.

—Es agradable sentir de nuevo el sol, ¿verdad? —la voz de Dimitri surge a mi lado y abro los ojos, protegiéndomelos del sol mientras le sonrío.

—Es mucho más que eso, es una maravilla.

Dimitri asiente, su rostro está meditabundo mientras contempla el movimiento del agua.

Yo me incorporo para sentarme y besarle en la boca. Cuando nos separamos, se muestra satisfecho, aunque algo sorprendido.

—¿A qué ha venido eso?

—Es para recordarte que mis sentimientos por ti son lo bastante fuertes como para que no decaigan en el poco tiempo que llevamos fuera de Altus —sonrío burlona—. Y demasiado profundos como para tambalearse a la vista de un hombre atractivo, por muy encantador y amable que sea.

Durante un instante me pregunto si habré herido su orgullo, pero enseguida me olvido de ello, pues en su rostro se dibuja una amplia sonrisa antes de vacilar un poco.

—¿Gareth te parece atractivo?

Muevo la cabeza con fingida exasperación y le beso de nuevo antes de levantarme y sacudirme el polvo de los pantalones.

—Pero qué tonto eres, Dimitri Markov.

La brisa me trae su voz mientras me dirijo hacia los caballos.

—¡No me has contestado! ¿Lia?

Gareth ya está sobre su montura y yo le doy un pequeño repaso a Sargento antes de montarme en la silla.

—Es un sitio precioso para hacer una parada. Gracias.

—De nada —dice, echándole una ojeada a Dimitri mientras se dirige hacia su caballo—. Imagino que estará cansada. Me dijeron que ya había hecho un largo viaje.

Asiento con la cabeza.

—Estoy muy contenta de que estemos en campo abierto. Fue angustioso viajar por un bosque tan oscuro y cerrado hasta llegar a Altus.

Gareth se vuelve a mirar a Dimitri para asegurarse de que ya está montado y listo para cabalgar. Cuando todo está en orden, hace girar a su caballo.

—No tiene de qué preocuparse. Creo que a partir de ahora irá campo a través.

Nos ponemos en marcha, a pesar de que, una vez más, mi destino es un secreto bien guardado.

Pasamos el resto de la jornada en cordial camaradería. Nuestra breve parada junto al arroyo parece haber reanimado a Dimitri, que está más amable con Gareth mientras cabalgamos por diversos campos, unos ya cosechados, otros de trigo o de pastos.

El sol se desplaza por el cielo y comienza a proyectar largas sombras cuando llegamos a otro río. Es mucho más grande que el anterior y serpentea entre las verdes colinas y el pequeño bosquecillo de la orilla.

Gareth tensa las riendas para detener a su caballo y salta al suelo.

—Hemos llegado a la hora prevista —dice—. Aquí es donde acamparemos esta noche.

Encontramos provisiones en las albardas sujetas con correas a nuestros caballos y comenzamos a montar un pequeño campamento. Gareth enciende un fuego y, mientras él y Dimitri levantan las tiendas, yo preparo una sencilla comida. No resulta nada extraño acampar con Gareth. Ya casi es como un viejo amigo. Él y Dimitri me entretienen con historias de conocidos comunes de Altus. Cada vez alborotan más y hablan con más confianza, y a mí no me cuesta nada reír cuando me corresponde. Cuando por fin Gareth se levanta bostezando, el fuego ya ha empezado a extinguirse.

—Deberíamos irnos a dormir si queremos salir mañana temprano, como está previsto —nos hace una seña con la cabeza a Dimitri y a mí. Estoy segura de haber visto un destello en su mirada a pesar de lo débil que es la luz de la hoguera—. Les dejaré para que puedan darse las buenas noches tranquilamente.

Se encamina hacia una de las tiendas y nos deja solos a Dimitri y a mí bajo el fresco aire de la noche.

La risita de Dimitri ya es un sonido familiar. Me ofrece una mano, me ayuda a ponerme en pie y me atrae hacia él.

—Recuérdame más adelante que le dé las gracias a Gareth.

No necesito preguntarle por qué quiere darle las gracias. Agacha su boca hasta la mía con labios tiernos pero insistentes, y los míos se abren bajo los suyos hasta que todo lo demás se desvanece. En los brazos de Dimitri encuentro la paz que me es esquiva en mis momentos más racionales. Me doy permiso para perderme, para caer bajo el influjo de la ternura de los besos de Dimitri y de su cuerpo pegado al mío.

Cuando por fin nos separamos, Dimitri toma la palabra.

—Lia…, te escoltaré hasta tu tienda —roza su mejilla contra la mía y me admiro de lo punzante y sensual que puede ser la barba crecida.

—¿Puedes quedarte conmigo? —no me avergüenza preguntarlo. Ya no.

—Nada me gustaría más, pero no me dormiré en este lugar desconocido —levanta la cabeza fijando la vista en la total oscuridad que hay más allá del fuego—. No mientras aún estemos buscando las páginas. Me parece que lo más prudente será montar guardia fuera de tu tienda.

—¿No puedes pedirle a Gareth que lo haga él? —me comporto como una descarada, pero no me importa.

Me mira a los ojos antes de inclinarse para apretar sus labios, esta vez duros, sobre los míos.

—No quiero confiarle a nadie tu seguridad, Lia —sonríe—. Tenemos todo el tiempo del mundo. Todas las noches que quieras en el futuro. Ahora vete a la cama.

Aunque me consuela pasar toda la noche bajo la sombra de la presencia de Dimitri fuera de la tienda, no puedo dormirme. Sus palabras resuenan en mi mente y estoy segura de que se equivoca.

No tenemos todo el tiempo del mundo. Solo el que nos permita la profecía. El que le robemos a ella. Y el que queda entre este instante y el momento en que tenga que reconciliar el futuro que le he prometido a Dimitri y mi pasado con James.

Nuestro campamento es pequeño y se recoge con rapidez. En nada de tiempo ya estamos de nuevo montados en nuestros caballos, cabalgando por los campos una vez más.

Después de la niebla de la playa en la que desembarcamos, el sol es una bendición. Cierro los ojos durante un largo rato, echando la cabeza hacia atrás y dejando que su calor penetre en mi piel. Siento la presencia de los que han trabajado por la profecía antes que yo. Siento que somos todos uno, pese a no estar juntos en este mundo. Eso me llena de serenidad y por primera vez en días me siento en paz con mi destino, sea el que sea.

En ese preciso instante me doy cuenta del silencio que me rodea. No oigo los cascos de los caballos ni los resoplidos de sus grandes hocicos. Tampoco las bromas de Gareth y Dimitri. Cuando abro los ojos, nos encontramos en medio de un bosquecillo de árboles tan pequeños que ni siquiera ocultan el sol.

Tanto Dimitri como Gareth han tensado las riendas para detener a sus caballos, pero no han desmontado. Tiro de las riendas de Sargento.

—¿Por qué nos detenemos? —pregunto.

La mirada de Gareth se pasea por los árboles y los campos de los alrededores.

—Me temo que debemos despedirnos, aunque quisiera que el lugar de encuentro con el nuevo guía estuviese mejor protegido —se encoge de hombros—. Supongo que fuera de los confines de los bosques esto es lo mejor que había.

Trato de ocultar mi decepción, ya me había habituado a confiar en Gareth.

—¿Cuándo llegará nuestro próximo guía? —le pregunto.

Se encoge de hombros.

—Imagino que estará aquí dentro de poco, aunque no sabría decirlo con seguridad. En asuntos como este, nuestras identidades e itinerarios se mantienen en secreto —rebusca dentro de sus alforjas y deposita dos bolsas en el suelo—. Quédense aquí hasta que llegue su guía. Los paquetes contienen provisiones que les durarán al menos un par de días.

—¿No volveremos a verte? —esta vez no me cabe la menor duda de que se me nota lo decepcionada que estoy.

—Nunca se sabe —dice con una sonrisa burlona.

—Gareth —Dimitri se queda mirándole—, gracias.

—No hay de qué, Dimitri de Altus —le responde sonriendo.

Conduce su caballo al trote hasta mí y me tiende una mano. Yo le doy la mía.

—Poco importa si acepta o no el título, a mis ojos siempre será la legítima señora de Altus —baja sus labios hasta mi mano y la besa con delicadeza antes de dar la vuelta a su caballo y alejarse al galope.

Dimitri y yo nos quedamos en el silencio dejado por la marcha de Gareth. Ha sucedido tan deprisa que no sabemos con seguridad qué hacer. Por fin, Dimitri desmonta y conduce su caballo hacia un árbol antes de regresar a por el mío.

Montamos la tienda y preparamos una comida improvisada con cosas sueltas y restos que encontramos en los paquetes. Para cuando cae la noche, ya nos hemos resignado a aceptar que nuestro nuevo guía no va a llegar aún. Una vez más, Dimitri se queda montando guardia fuera de la tienda mientras yo, con demasiado frío como para estar cómoda, me acurruco bajo las mantas y paso una noche irregular.

Algunas veces me parece oír crujidos entre los árboles que rodean el campamento y pisadas de botas sobre la tierra compacta. Seguro que Dimitri también los oye, pues se levanta y proyecta con su figura sombras inquietantes sobre la tienda mientras se pasea afuera. Le llamo varias veces para preguntarle si todo va bien, pero un poco más tarde me pide con severidad que me duerma para dejarle montar guardia sin distraerle con mis preocupaciones. Después de la regañina, me obligo a quedarme callada.

Me quedo tumbada en la oscuridad, con el cuerpo tenso durante un buen rato, antes de que el sueño me llame por fin.