Dimitri y yo estamos solos a orillas del océano, contemplando la vacía extensión de agua. Hace ya un rato que empujaron mar adentro la barcaza con el cuerpo de tía Abigail. Ha desaparecido, como todos los que estaban en la playa mientras el cuerpo de mi tía era entregado al mar que rodea Altus.
Actualmente se considera demasiado apresurado enterrar a alguien el mismo día de su muerte, pero Dimitri me dice que esa es la costumbre en la isla. No tengo motivos para discutirlo, también mis propias costumbres pueden parecer extrañas a la gente de aquí. Además, tía Abigail era una hermana y la señora de Altus. Si así es como se despiden de ella, imagino que también es así como ella habría querido despedirse.
Dimitri se vuelve de espaldas al agua, desliza su mano en torno a la mía y comienza a caminar.
—Te voy a llevar de regreso al santuario, después debo presentarme ante los Grigori para tratar de un asunto.
Le miro sorprendida. Ni mi dolor es capaz de reprimir la curiosidad que siempre me ha caracterizado.
—¿Qué clase de asunto?
—Hay muchos temas pendientes, especialmente ahora que lady Abigail ha muerto.
Mientras caminamos, lleva la vista fija al frente y tengo la impresión de que evita mirarme.
—Sí, pero mañana nos marchamos. ¿No pueden esperar?
Dimitri asiente.
—Eso es lo que he solicitado, por así decirlo. Aún debo responder por mi injerencia en el ataque del kelpie, pero he pedido el aplazamiento de mi comparecencia ante el consejo hasta después de que dispongamos de las páginas perdidas.
Me encojo de hombros.
—Parece razonable.
—Sí. El consejo me hará saber su decisión antes de mañana. Pero hay otro punto controvertido. Tiene que ver contigo.
—¿Conmigo? —dejo de andar cuando ya estamos cerca del sendero que nos llevará al santuario. Ahora el camino está más concurrido y pasamos junto a varias hermanas al aproximarnos al complejo principal.
Dimitri me toma de ambas manos.
—Lia, tú eres la legítima señora de Altus.
—Pero si ya te lo dije —niego con la cabeza—, no quiero serlo. Ahora mismo no. No puedo… —aparto la mirada—. Ahora no puedo pensar en ello, con todo lo que me espera aún.
—Lo entiendo, de verdad. Pero Altus se quedará sin nadie que lo dirija. Ese papel te corresponde a ti, tanto si renuncias como si aceptas.
La irritación aviva la frustración que me bulle por dentro.
—¿Y por qué los Grigori no hablan directamente conmigo? A pesar de lo avanzados que sois en Altus, ¿no son capaces de dirigirse a una mujer?
Percibo desánimo en su suspiro.
—Es algo que no se hace. No porque seas una mujer, Lia, sino porque el gran consejo de los Grigori no es muy sociable, excepto cuando es absolutamente necesario para el orden o la disciplina. Viven en una especie de… segregación, bastante parecida a la de los monjes de tu mundo. Por eso, los Grigori ocupan los alojamientos del otro extremo de la isla. Cuentan con emisarios como yo para mantener la comunicación con las hermanas. Y créeme, Lia, si alguna vez te hacen acudir en audiencia ante los Grigori, no será para nada bueno.
Me doy por vencida, no logro comprender los matices políticos de la isla. No me queda tiempo para descifrar esas reglas y costumbres arcaicas.
—¿Qué opciones tengo, Dimitri? Dímelas todas.
Él respira hondo, como si necesitase aire extra para la conversación que le espera.
—En realidad, solo tres. Puedes aceptar el cargo, que te pertenece legítimamente, y nombrar a alguien para que ocupe tu lugar hasta que regreses. Puedes aceptar el cargo y ejercerlo desde ahora, aunque eso significaría que otra persona tendría que recuperar las páginas perdidas en tu nombre. Y puedes rechazar el cargo.
Las tres alternativas me preocupan. Me muerdo el labio inferior. Una parte de mí quiere renunciar al puesto, apartarlo de mi pensamiento para poder concentrarme en la búsqueda de las páginas perdidas. Pero la otra parte, la práctica y racional, reconoce que no es el momento de tomar decisiones precipitadas.
—¿Qué sucederá si renuncio?
Su respuesta es sencilla.
—Pasará a Úrsula en lugar de a Alice, quien, al haber violado las leyes de los Grigori, no puede ser elegida para asumir el cargo.
Úrsula. Tan solo el nombre ya me provoca inquietud. Por lo que yo sé, puede que sea una dirigente fuerte y sabia, pero he aprendido a fiarme de mi instinto y no estoy preparada para confiar algo tan importante como el futuro de Altus, algo a lo que tía Abigail se dedicó en cuerpo y alma, a alguien que me causa tal malestar. No. Si yo soy la legítima señora, los Grigori harán lo que les pida por el interés de la isla.
Estoy segura de que esa es la respuesta.
Levanto la vista hacia Dimitri, cada vez más resuelta.
—No voy a aceptar ni a rechazar el puesto.
Él mueve la cabeza.
—Eso no es posible, Lia.
—Pues tendrá que serlo —enderezo los hombros—. Yo soy la legítima señora y se me ha encomendado buscar las páginas perdidas en nombre de la comunidad de las hermanas. Como no puedo estar en dos lugares al mismo tiempo ni concentrarme por completo en el viaje que me espera si me ocupo de un cargo tan importante, solicito un aplazamiento.
Le doy la espalda, me alejo un poco de él y después regreso de nuevo. Cuanto más pienso en ello, más me afirmo en mi decisión.
—Designaré a los Grigori para que ocupen mi lugar hasta que haya recuperado las páginas.
—Eso jamás se ha hecho —se limita a decir Dimitri.
—Entonces, tal vez ya vaya siendo hora.
Encuentro a Luisa en la biblioteca, iluminada por un suave haz de luz procedente de una lámpara de mesa cercana. Al fijarme en los oscuros rizos que enmarcan sus pómulos de marfil, me viene a la cabeza que mañana, por primera vez desde que iniciamos nuestro viaje a Altus, ya no contaré con su compañía. Cuánto voy a echar de menos su ingenio y su buen humor.
—Luisa —intento decirlo con suavidad para no sobresaltarla, pero no tenía por qué preocuparme. Su rostro es un mar en calma cuando levanta la vista.
Se pone en pie, sonríe ligeramente y viene hacia mí. Me rodea con los brazos y durante unos instantes no hacemos otra cosa que estrecharnos efusivamente. Cuando se aparta, estudia mi rostro antes de tomar la palabra.
—¿Te encuentras bien?
—Eso creo —sonrío—. He venido a despedirme. Nos marchamos muy temprano mañana por la mañana.
Mi amiga me devuelve una triste sonrisa.
—No voy a molestarme en preguntar adónde vais. Sé que no puedes hablar de ello. En cambio, sí que voy a prometerte que me quedaré aquí y que cuidaré de Sonia mientras tú buscas las páginas. Luego te seremos más útiles, ¿verdad? Y regresaremos a Londres.
Quiero marcharme ahora que las dos estamos de buen humor y tenemos esperanzas en el futuro, al menos en apariencia. Pero sé que no podré descansar tranquila hasta que no diga algo sobre lo sucedido esta mañana.
—Quisiera poder confiar de nuevo en Sonia —digo con un suspiro.
—Lo harás —da un paso adelante para abrazarme con fuerza—. Recuperarás la confianza con el tiempo, Lia. Ahora no es el momento de que te preocupes por Sonia. Ya lo haré yo por ti mientras estés fuera. Tú concéntrate en mantenerte a salvo y en el viaje que te espera. Encuentra las páginas. Nos ocuparemos de lo demás cuando vuelvas.
Nos aferramos unos instantes más a nuestros lazos de amistad, y todo el rato intento ocultar la muda réplica que se ha formado en el fondo de mi mente: «Si regreso, Luisa, si regreso».
Apenas puedo respirar por la preocupación. Ha pasado una hora entera desde que me despedí de Luisa y, mientras aguardo a Dimitri sentada en la cama, la ansiedad por la decisión de los Grigori me ha convertido en un manojo de nervios tal que siento que podría estallar en cualquier momento.
El suave golpe en la puerta se ha hecho esperar. Cuando cruzo la habitación para abrirla, no me sorprende ver a Dimitri en el umbral. Entra sin más.
No hablo hasta que la puerta está cerrada. Entonces, ya no puedo esperar más.
—¿Qué te han dicho?
Me pone las manos sobre los hombros y durante un instante temo que diga que se han negado, que hay que tomar una decisión ahora mismo y que habrá que cumplirla para siempre.
Menos mal que no lo hace.
—Están de acuerdo, Lia —sonríe moviendo la cabeza—. Casi no puedo creerlo, pero están de acuerdo en concedernos un aplazamiento a los dos. No ha sido fácil. Sin embargo, pude convencerlos de que no deberían penalizarte a ti por trabajar en favor de la profecía ni a mí por actuar como escolta tuya, puesto que así lo decidió lady Abigail.
El alivio me despoja de mi ansiedad.
—¿El aplazamiento es hasta que hayamos encontrado las páginas?
—Mejor aún.
—¿Mejor? —no puedo imaginármelo.
Dimitri asiente con la cabeza.
—Lo aplazarán todo hasta que la profecía esté resuelta, siempre que continúes trabajando para terminar con ella. Si cambiaras de opinión…, si actuaras como puerta, el cargo le sería entregado a Úrsula.
Niego con la cabeza.
—Eso no sucederá.
—Lo sé, Lia.
Le doy la espalda, tratando de comprender tan rápido cambio de postura en los Grigori.
—¿Por qué acceden a un acuerdo así si no tiene precedentes?
Él suspira y deja vagar su mirada hacia un rincón de la habitación, como buscando un escape.
—Dímelo, Dimitri —mi voz denota un fuerte cansancio. Sus ojos por fin regresan de nuevo a mí.
—Suponen que el destino decidirá. Si acabas con la profecía, tomarás tú la decisión, tal como te corresponde. Si fallas…
—¿Si fallo…?
—Si fallas, será porque has sucumbido a la tentación de ejercer como puerta… o porque no has sobrevivido a la profecía.