—¡Dios mío! —la voz de Luisa me saca de un profundo sueño—. ¡Me atrevo a decir que te has habituado bastante a las costumbres de la isla!
Me incorporo desenredándome de los brazos de Dimitri. Él abre despacio los ojos, en absoluto sorprendido por el abrupto saludo matutino de Luisa.
—Sí, bueno…, por el bien del poco decoro que me queda, que esto no salga de entre nosotras, ¿vale?
Luisa enarca las cejas.
—Te guardaré el secreto si tú me guardas el mío.
—No conozco ningún secreto tuyo. Al menos, ninguno de los más recientes —me enderezo, luchando contra la necesidad de volver a tumbarme con Dimitri.
—Esa situación podría remediarse si haces que se vaya tu gentil isleño mientras te bañas y te vistes —se encamina hacia el armario.
No quiero que Dimitri se marche ni siquiera un momento. Pero necesito prepararme para visitar a Sonia y también me gustaría ir a comprobar cómo está tía Abigail.
Me inclino y beso suavemente a Dimitri en los labios mientras Luisa escarba en el armario vuelta de espaldas hacia nosotros.
—Lo siento —digo.
Él desliza un dedo por los desordenados cabellos de mi sien y lo baja por mi pómulo y mi cuello hasta llegar al punto en el que empieza el escote de mi túnica.
—Estoy totalmente de acuerdo. Necesito cambiarme de ropa y hablar con los miembros del consejo sobre tu encuentro con Sonia. Pasaré a buscarte dentro de un rato.
Asiento con la cabeza.
—Gracias por quedarte.
—Gracias a ti —dice él, sonriendo travieso—. Hace mucho tiempo que no dormía tan bien —se levanta y se vuelve hacia Luisa, que se encuentra a los pies de la cama con ropa limpia en los brazos—. El resto de la isla ya sabe lo que siento por Lia. A mí me trae sin cuidado que sepan dónde he pasado la noche, pero en nombre de ella agradecería tu discreción.
Luisa entorna los ojos.
—Sí, sí. Pero ahora márchate, ¿vale? ¡Si no, no conseguiré sacarla nunca de esta habitación!
—Muy bien —sonríe y sale de la habitación sin decir una palabra más.
Luisa suelta una carcajada en cuanto Dimitri se marcha.
—¿Qué? —trato de fingir inocencia, pero el calor de mis mejillas me hace sospechar que no lo logro.
Ella me arroja la ropa.
—No te hagas la tímida conmigo, Lia Milthorpe. Te conozco demasiado bien.
—No me hago la tímida —me encojo de hombros—. No ha pasado nada. Él… respeta nuestras normas sociales.
Su carcajada comienza con una risa entre dientes, contenida tras la mano, y va aumentando hasta convertirse en un auténtico aullido que la hace caer sobre la cama a mi lado. Yo me siento ligeramente ofendida por su risa burlona, pero no soy capaz de articular una palabra en mi defensa ni en la de Dimitri. De todas formas, Luisa está demasiado ocupada haciendo esfuerzos por respirar como para escucharme. Y, además, su risa es contagiosa.
Al principio no quiero unirme a ella. Después de todo, soy yo el objeto de su enfermizo humor. Pero no puedo evitarlo y pronto nos reímos ambas con tantas ganas que a Luisa se le saltan las lágrimas y mi estómago se retuerce de dolor. Nuestras risas van calmándose al mismo tiempo, hasta que nos quedamos tumbadas una al lado de la otra encima de la colcha, recuperando poco a poco el aliento.
—Ahora que ya te has reído a mis expensas, ¿por qué no me cuentas qué tal has pasado la noche con Rhys? —le pregunto, mirando fijamente el techo.
—Bueno, una cosa sí que puedo decirte: no creo que respetar nuestras normas sociales sea… —comienza a reírse de nuevo— una de sus prioridades.
Le arrojo la almohada.
—Muy bien. Pues ríete cuanto quieras. Pero mientras tú y Rhys satisfacéis vuestros deseos menos virtuosos, a mí me parece de lo más sacrificado que Dimitri se preocupe de nuestras costumbres.
—Tienes razón, Lia —de nuevo intenta sofocar las carcajadas—. Dimitri es todo un caballero. ¡Doy gracias a Dios por que Rhys no lo sea!
—¡Vaya! ¡Contigo no hay quien pueda! —me incorporo para sentarme y cojo la túnica limpia, intentando poner un semblante serio—. ¿Dijiste algo sobre un baño? Me encantaría saber dónde puedo darme uno.
—Siempre se te ha dado bien cambiar de tema —no puedo discutírselo, pero Luisa no insiste más en ello y yo se lo agradezco. Se incorpora y se pone de pie—. Voy a ver si consigo que te traigan una bañera y la llenen de agua caliente. Estoy segura de que lo harán, como antes conmigo.
—Gracias.
—A tu disposición —se encamina hacia la puerta y la abre para salir al pasillo. Antes de cerrar, se vuelve a mirarme—. Antes solo estaba bromeando, Lia.
—Ya lo sé —replico con una sonrisa.
La que ella me devuelve está teñida de melancolía.
—Dimitri te quiere muchísimo.
—Eso también lo sé.
Aunque Dimitri y yo no nos hayamos dicho ciertas palabras, lo sé.
—No tienes por qué hacerlo, ya lo sabes —dice Luisa.
Estamos sentadas en la cama, esperando a que Dimitri nos recoja para ir a visitar a Sonia. Tal como Luisa me prometió, me trajeron a la habitación una gran bañera de cobre y la llenaron de agua caliente, perfumada con aceite aromatizado. No sé si se debió a que hacía mucho tiempo que no me bañaba en condiciones o es que de verdad fue una experiencia extraordinaria, pero se trató del mejor baño de mi vida. Fue divino sentir cómo la escurridiza túnica de seda caía después sobre mi piel limpia y perfumada.
Me vuelvo hacia Luisa.
—¿Cuándo lo hago si no? Me marcho mañana, ¿recuerdas?
Solo le he dado a Luisa detalles imprecisos acerca de mi próximo viaje. Le he dicho que a Dimitri y a mí nos han encargado recuperar las páginas, y que ella debe quedarse y encargarse de Sonia hasta que esté bien.
Luisa juega con un pliegue de su túnica y entre las yemas de sus dedos reluce la seda de color púrpura claro.
—Podrías esperar hasta que esté lo bastante recuperada para volver a Londres.
Niego con la cabeza.
—No puedo. Sonia es una de mis mejores amigas y nunca me perdonaría no haberla visto antes de marcharme. Si se tratara de ti, haría lo mismo.
Luisa suspira.
—Muy bien, entonces te acompañaré.
—No pasa nada si prefieres esperar. Sé que va a ser… difícil ver a Sonia en ese estado.
Ella me coge de la mano.
—No pienso abandonarte. Ni ahora ni nunca. Estamos juntas en esto.
Sonrío y le aprieto la mano justo cuando llaman a la puerta. La cabeza morena de Dimitri aparece en el umbral.
—Buenos días. Otra vez —sonríe maliciosamente.
Luisa pone los ojos en blanco.
—Venga, Lia. Vámonos antes de que Dimitri se ponga cómodo.
Dimitri extiende un brazo para que me agarre a él.
—Ya veo lo bien que os lo pasáis a mi costa. No está nada mal.
Me echo a reír y le doy un beso en la mejilla. Salimos a la galería y cerramos la puerta tras nosotros. Continuamos por el corredor saludando con un gesto a quienes nos encontramos. En bastantes ocasiones me miran primero a mí, luego a Dimitri y después nuestros brazos enlazados con un gesto sombrío en el rostro. Me niego a poner voz al resentimiento que crece bajo mi piel. Hoy hay cosas mucho más importantes a las que debo enfrentarme.
—¿Qué tal está Sonia, Dimitri? ¿Te has enterado de alguna novedad? —quiero estar preparada para nuestra visita.
—Me han puesto al corriente esta mañana. Al parecer, los miembros del consejo tienen la sensación de haber superado una etapa. Aún no están dispuestos a darla por curada, pero ya lleva más de veinticuatro horas sin mencionar ni a las almas ni el medallón.
Sin embargo, eso no quiere decir que se hayan ido, que no estén al acecho en algún rincón de su mente. Pienso en ello y me pregunto si alguna vez volveré a confiar en Sonia.
Llegamos al final de la galería al aire libre. Dimitri me sorprende guiándonos por un pequeño tramo de escaleras descendentes, en lugar de dar la vuelta a la esquina y continuar por el santuario.
—¿Adónde vamos? —pregunta Luisa, girándose para mirar el edificio que alberga nuestras habitaciones.
Dimitri dirige sus pasos hacia el sendero empedrado por el que fuimos el día anterior hasta el bosquecillo.
—A los aposentos de Sonia.
—¿Dónde están? —le espolea Luisa.
—En un edificio distinto al que ocupamos vosotras y yo.
A Luisa jamás le hace gracia que le hagan esperar para darle alguna información, así que me sorprende y me alivia ver que se limita a suspirar y a contemplar mientras caminamos los ondulantes campos y el mar.
El cielo está del mismo color azul claro e intenso que ha tenido desde que llegamos. No me extrañaría recordarlo ya para siempre como el azul de Altus. Continuamos andando hasta que reconozco el lugar en el que Dimitri me condujo fuera del sendero en dirección al naranjal. En esta ocasión seguimos por el camino, que desciende en dirección al mar.
Al igual que el día anterior, esta parte de la isla está desierta. Durante un largo rato no veo nada que se parezca a un edificio y empiezo a preguntarme si los miembros del consejo no habrán metido a Sonia en una cueva cuando distingo una pequeña estructura de piedra al borde de un acantilado.
Sin pensármelo, suelto mi mano del brazo de Dimitri y me detengo. Es un milagro que ese edificio pueda estar allí, tan precariamente anclado en el acantilado.
Dimitri sigue mi mirada y me coge de la mano.
—No está tan mal, Lia.
Luisa se vuelve hacia él con el enfado claramente escrito en sus exóticas facciones.
—¿Que no está tan mal? ¡Pero si está justo al borde del acantilado! ¡Solo se me ocurre la palabra deprimente!
Dimitri suelta un suspiro.
—Admito que desde aquí parece… austero. Pero está equipado con todas las comodidades del santuario. Se usa para ciertos rituales que requieren privacidad y silencio, entre los cuales se incluyen los necesarios para desterrar a las almas. Eso es todo.
Me es imposible explicar cómo conseguí no llorar la noche anterior durante mi visita a tía Abigail, postrada en su lecho por la enfermedad, mientras que ahora noto que se me saltan las lágrimas. Tal vez es que no puedo creer que la profecía se haya apoderado de Sonia y la haya exiliado a un lugar como ese, sin el cariño y los cuidados de sus amigas. Es tan injusto que me dan ganas de gritarlo al viento, pero en lugar de eso le doy la espalda a Dimitri y me quedo mirando el agua, tratando de serenarme.
Tras unos momentos noto los dedos nerviosos de Luisa sobre mi brazo.
—Vamos, Lia. Iremos juntas.
Asiento con la cabeza y regreso al sendero. Pongo un pie delante del otro hasta que consigo una mejor perspectiva del edificio y veo que, en efecto, hay más de una habitación. Se trata más bien de un minicomplejo, muchísimo más pequeño que el santuario y sin el corredor exterior, pero construido con la misma piedra azul y el mismo tejado de cobre.
Continuamos por un sendero más estrecho y sinuoso que atraviesa un frondoso jardín y comienzo a respirar más tranquila. No solo es un sitio agradable. Es hermoso y pacífico, el lugar perfecto para recobrar fuerzas.
El edificio se encuentra al final del sendero. Tras la serenidad del jardín, me sorprende ver a dos hermanos apostados a ambos lados de la enorme puerta. Van vestidos como cualquier caballero de Altus. De hecho, como Dimitri, con el atuendo diario de túnica blanca y pantalones. No tengo razones para pensar que se trata de guardias, pero, aun así, tengo la clara sensación de que están ahí precisamente por ese motivo.
—Buenos días —les dice Dimitri—. Hemos venido a ver a Sonia Sorrensen.
Hacen una reverencia en honor a Dimitri, pero a mí me miran con suspicacia.
—¿Ha cambiado el protocolo en Altus mientras he estado fuera? ¿Ya no se saluda a una hermana? —el tenso tono de voz de Dimitri esconde un enfado apenas controlado.
Le pongo una mano en el brazo.
—No pasa nada.
—Sí, sí que pasa —replica, sin mirarme—. ¿Sabéis que esta hermana puede ser vuestra próxima señora? Lo mismo da que, según la profecía, sea guardiana o puerta; lo importante es que trabaja por nuestro bien. Y es muy posible que reine sobre vosotros en el futuro. Ahora —dice apretando los dientes— saludad a vuestra hermana.
No puedo evitar sentirme mal cuando ambos inclinan la cabeza.
—Buenos días, hermana —dicen al unísono.
Les devuelvo la reverencia, enfadada conmigo misma, aunque no se lo dejo ver a los dos hombres que tengo delante.
—Buenos días. Gracias por vigilar a mi amiga.
Ellos asienten y la vergüenza asoma en sus ojos mientras abren la puerta y retroceden para que podamos pasar.
Entramos en un pasillo que parece recorrer el edificio en toda su longitud y que termina en una puerta acristalada, a través de la cual alcanzo a ver el mar a lo lejos. Tiro de Dimitri hacia un lado y miro a Luisa.
—Luisa, déjanos un momento, ¿quieres?
Ella se encoge de hombros, da unos pasos más por el pasillo y contempla las obras de arte que hay en las paredes. No cabe esperar más intimidad en un espacio tan reducido.
Me vuelvo hacia Dimitri.
—No vuelvas a hacerlo jamás.
Él sacude la cabeza, su confusión salta a la vista.
—¿El qué?
—¿El qué? —susurro secamente—. Eso. Humillarme delante de los hermanos o de cualquier otra persona de la isla.
—No te he humillado, Lia —se siente claramente afectado por mi insinuación—. Precisamente, ayer estabas enfadada por el tratamiento que recibíamos de estos ignorantes de la isla.
—Y tú me dijiste a mí que tuviese paciencia —ya no susurro, al parecer no puedo evitarlo.
Se cruza de brazos y parece un chiquillo enfurruñado.
—Sí, bueno… He empezado a cansarme de sus miradas despectivas y de sus susurros. Y puede que seas la próxima señora. No tienen derecho a tratarte de esa manera. No lo voy a consentir.
Se me pasa el enfado tan rápido como llegó. ¿Cómo puedo enfadarme con alguien que se preocupa lo bastante de mí como para exigir que me traten como es debido?
—¿Dimitri? —me estiro y le pongo los brazos alrededor del cuello—. No sé si seré la próxima señora de Altus, pero creo que por fin he entendido que siempre seré una hermana. Y tanto si soy una simple hermana como si soy la señora, me corresponde a mí ganarme el respeto de los hermanos, los Grigori y las demás hermanas. Es algo que solo puedo hacer yo y puede que me lleve algún tiempo —me pongo de puntillas y le beso apresuradamente en la boca—. Si se sienten forzados a mostrarme un respeto que no me he ganado como es debido, tan solo estarán más resentidos conmigo.
Él resopla como si estuviese muy cansado.
—Para ser nueva en la isla, sabes demasiado. Altus tiene suerte de tenerte, ya sea como simple hermana o como la próxima señora —inclina la cabeza y me besa con suavidad—. Y yo también.
—¡Oh, por el amor de Dios! —Luisa está parada frente a nosotros a unos cuantos pies—. Me parece de lo más empalagoso y nauseabundo que hayáis tenido vuestra primera pelea y vuestra primera reconciliación en menos de lo que canta un gallo, pero las obras de arte de estas paredes no son muy interesantes. ¿Podemos ir a ver a Sonia, por favor?
Me echo a reír apartándome de Dimitri.
—Vamos.
Seguimos por el pasillo y torcemos a la derecha por otro, justo antes de llegar a la puerta de cristal del fondo. Dimitri se acerca a una sencilla puerta de madera sin decir una palabra. Junto a la puerta hay una hermana mayor sentada en una silla, también vigilando, supongo. Se dedica a bordar con un brillante hilo verde una pequeña pieza de tela blanca.
—Hermana —Dimitri hace una reverencia con la cabeza y Luisa y yo repetimos el saludo.
La hermana nos devuelve la reverencia y, al menos en esta ocasión, mi mirada encuentra amabilidad y cordialidad. No nos habla, simplemente se levanta y abre la puerta, haciéndonos pasar antes de volver a cerrarla. Ella se queda fuera, en el pasillo.
No sé lo que me esperaba, pero, desde luego, nada tan cálido y acogedor como la habitación que ocupa Sonia desde nuestra llegada a Altus. Es bastante grande, con un sofá bien mullido en un extremo y en el otro una gran cama provista de una lujosa colcha. Al otro lado de la habitación y justo enfrente de la puerta por la que hemos entrado están las ya habituales dobles puertas, abiertas a un patio central lleno de flores. Intuyo que me bastará con cruzar esas puertas para encontrarme con Sonia y me dirijo a ellas sin dudarlo.
Cruzar el umbral es como pasar a otro mundo. Es una versión aumentada del jardín que se encuentra a ambos lados del sendero que conduce al edificio. Me parece ver hortensias y peonías, además de jazmines. La brisa marina perfuma y suaviza el aire. Lo impregna absolutamente todo en Altus y creo que ya nunca me encontraré en mi hogar sin ella.
Por debajo del distante murmullo del mar se puede oír otra clase de agua. Dimitri arquea las cejas en un mudo interrogante. Yo tomo un sendero de gravilla y doblo por un recodo siguiendo el sonido del agua. Entonces me doy cuenta de dónde proviene ese sonido: de una pequeña fuente que hay en el centro del patio. El agua borbotea desde lo alto de las piedras apiladas en medio de ella. La fuente es preciosa, aunque no es la necesidad de dejar que el agua corra por mis manos lo que me hace apresurarme hacia ella. Se trata del banco que hay al lado o, para ser más precisos, de Sonia, que está sentada en él.
Se pone en pie en cuanto oye crujir la gravilla bajo nuestros pies y cuando la miro a los ojos, veo indecisión y miedo en el interior de ese azul pálido. No me paro a pensar en nada antes de correr hacia ella. Es un acto instintivo y no soy consciente de los segundos que pasan desde que la veo y hasta que nos abrazamos riendo y llorando al mismo tiempo.
—¡Dios mío, Lia! ¡Te echaba de menos! —las lágrimas sofocan su voz.
Doy un paso atrás para contemplarla. Me fijo en sus oscuras ojeras, en su piel pálida y en su cuerpo, que habría soportado mal perder un par de kilos y que probablemente haya perdido cinco.
—¿Te encuentras bien?
Vacila antes de asentir con la cabeza.
—Ven. Siéntate —me empuja hacia el banco, pero se detiene y se vuelve a mirar a Dimitri y a Luisa—. Lo siento —dice tímidamente—. No he dado los buenos días.
Dimitri sonríe.
—Buenos días. ¿Qué tal te encuentras?
Ella medita la pregunta como si la respuesta no fuese tan simple.
—Mejor, creo.
—Bien —dice él—. ¿Quieres que os deje a solas?
Sonia dice que no con la cabeza.
—Me han dicho que naciste en Altus. Bueno, me imagino que ya estarás enterado de todo. No me importa que te quedes. Y… Luisa, ¿quieres quedarte?
Jamás había visto tan avergonzada a Sonia como cuando por fin se encara con Luisa. No sé si será porque trató de convencerme muy seriamente durante la primera parte de nuestro viaje de que Luisa me traicionaba o si será por su propia traición, pero apenas se atreve a mirar a Luisa a los ojos.
Luisa la tranquiliza con una sonrisa y se une a nosotras en el banco. Dimitri, como siempre un caballero, se sienta en una de las grandes piedras que bordean la fuente. Nos quedamos así durante unos incómodos instantes, sin saber por dónde empezar. En una ocasión, tan solo en una, la mirada de Sonia se posa en mi muñeca y yo meto el brazo más dentro de la manga, tratando de mantener oculto el medallón. En cuanto nuestras miradas se encuentran, ella aparta rápidamente la vista.
Por fin, Dimitri echa un vistazo por el jardín.
—Había olvidado lo bonito que es esto. ¿Te han tratado bien? —le pregunta a Sonia.
—Oh, sí. Las hermanas han sido muy amables, dadas… dadas las circunstancias —su pálida piel se ruboriza de vergüenza y de nuevo nos quedamos en silencio.
Dimitri se pone en pie y se seca las manos en los pantalones.
—¿Has salido de aquí? —levanta la vista—. Me refiero a fuera de las paredes de este patio donde estás confinada.
—Una vez —dice Sonia—. Ayer.
—Con una vez no basta. Es demasiado hermoso para verlo solo una vez. ¿Vamos a dar un paseo?