—Creo que debo disculparme en nombre de Astrid —dice Dimitri mientras nos dirigimos a la habitación de Abigail—. La conozco desde que nació. Yo siempre la he visto como a una hermana pequeña, pero, al parecer, ella ve nuestra relación de un modo bastante distinto.

Caminamos por la larga galería exterior que recuerdo de esta mañana. Al parecer, da la vuelta a todo el santuario. Pero no tengo ni idea de dónde nos encontramos, carezco de cualquier referente.

Levanto la vista para dedicarle una sonrisa burlona.

—Está bien. No puedo culparla —no sé si será el vino o el baile o el resplandor de las estrellas en el cielo oscuro, pero la túnica de seda se levanta y cae una y otra vez sobre mis piernas desnudas y de pronto me siento muy viva.

Sonriendo maliciosamente, Dimitri me coge de la mano.

—Me parece que el aire de Altus te está afectando.

—Tal vez —en mis labios se posa una sonrisa y continuamos caminando de la mano.

No sé el tiempo que llevamos hablando despreocupadamente, cuando mis pensamientos retornan a asuntos más serios. Hay cosas que debo comprender.

—¿Dimitri?

—¿Sí?

—¿Por qué Úrsula es tan… incisiva?

Él echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada.

—Has sido bastante más amable de lo que sería yo en tu lugar.

Damos la vuelta a una esquina y nos detenemos al llegar a una entrada. La galería continúa, pero a partir de aquí es un pasillo interior y comprendo que Dimitri prefiera la escasa intimidad que nos proporciona estar en el exterior.

—Úrsula ostenta el segundo puesto en el gobierno de Altus, después de lady Abigail. Si lady Abigail muere, lo cual lamentablemente quizá suceda pronto, Úrsula ocupará su lugar.

—No entiendo qué tiene eso que ver conmigo. Yo no cuestionaría su derecho a ocupar esa posición; ni siquiera resido en Altus.

Dimitri suspira y tengo la sensación de que mantenemos esta conversación casi en contra de su voluntad.

—Sí, pero, Lia, hay dos hermanas que pueden reclamar ese puesto —desvía la vista hacia la oscuridad de la noche antes de volver a mirarme—. Tu hermana Alice y tú.

Durante un instante no encuentro sentido a sus palabras.

—¿Qué quieres decir? Eso es imposible.

Él sacude la cabeza.

—No, no lo es. Todas las hermanas descienden de uniones entre los primeros guardianes y mujeres terrenales. Pero tú y Alice sois descendientes directas de Maari y Katla, los creadores de la profecía. Por eso fuisteis escogidas como guardiana y puerta. Así es como ha sido siempre.

—¿Y?

—Quien gobierne Altus tiene que tener un parentesco lo más cercano posible a Maari y a Katla. Tu tía Abigail es su descendiente directa y, aparte de Virginia, tú y Alice sois sus únicas parientes vivas, parientes de sangre, aunque a Alice no se la puede elegir para el cargo por su actual rebeldía contra las leyes de los Grigori. Úrsula desciende de la misma rama, pero no tan directamente.

Me balanceo sobre mis pies, tratando de entender lo que me está diciendo.

—¿Y qué pasa con Virginia? Es mayor que yo. Seguro que tiene más derecho a ocupar el cargo.

Dimitri se encoge de hombros.

—No quiere. Renunció a él cuando se marchó y, de todas formas, lo más probable es que no sea lo bastante poderosa como para gobernar con eficacia.

Recuerdo que tía Virginia me contó en cierta ocasión que los dones en la comunidad de las hermanas son otorgados antes de nacer, que algunas de nosotras somos de por sí más poderosas que otras. A ella no parecía importarle reconocer que era bastante más débil que su propia hermana, mi madre.

—Bueno, pues yo tampoco quiero —titubeo antes de proseguir—. Aunque… tampoco sé lo bastante acerca de Úrsula como para saber si debería ocuparlo ella.

Altus, las hermanas, Úrsula, Alice y tía Abigail, agonizante al final del pasillo. Es demasiado. Me llevo los dedos a las sienes como si ese gesto sirviera para ahuyentarlo todo.

Dimitri me coge de la mano.

—Ven. Vamos a ver a lady Abigail. Ya descansarás luego.

Asiento con la cabeza, agradecida por que me guíe. Franqueamos la puerta que da al pasillo interior. Dimitri no se despega de mi lado en todo el camino y ya no me imagino poniendo fin a la profecía sin su compañerismo y su lealtad.

Por supuesto, no es tan sencillo, pero intento quitarme de la cabeza la pregunta que emerge una y otra vez en el océano de mi conciencia: ¿dónde deja esto a James?

La habitación apenas está iluminada, pero no porque las ventanas estén cerradas a cal y canto y con las cortinas echadas, como cabría esperar en la habitación de una enferma. Al contrario, dos puertas dobles y acristaladas permanecen abiertas para dejar pasar el cálido aire nocturno. La brisa marina agita las cortinas, haciéndolas subir y bajar, como si respirasen.

Dimitri se queda cerca de la puerta cuando entro en la habitación. Una viene hacia mí, mientras dos hermanas se mueven al fondo. Una de ellas vierte agua en una copa que está junto a la cabecera de la cama. La otra sacude una manta que ha sacado del enorme armario ropero que está junto a la ventana.

—¡Lia! Me alegro mucho de que hayas venido —Una se inclina para besarme en la mejilla. Habla en voz baja, pero sin que llegue a ser un susurro—. Lady Abigail despertó hará una media hora y no ha dejado de preguntar por ti.

—Gracias, Una. He venido tan pronto como he podido —por encima de ella miro la figura que se encuentra en la cama—. ¿Qué tal está?

La expresión de Una se vuelve grave.

—Los miembros del consejo dicen que puede que no pase de esta noche.

—Entonces déjame verla.

Dejo a Una atrás, me dirijo a la cama y saludo a las hermanas que atienden a mi tía con un movimiento de cabeza.

Según me voy aproximando a la cama, aminoro el paso inconscientemente. Llevo mucho tiempo esperando conocer a tía Abigail en persona, pero no quiero pasar por esto. Sin embargo, me armo de valor y continúo adelante, pues ¿qué otra cosa puedo hacer?

Cuando por fin me detengo a un lado de la cama, la piedra que llevo colgada del cuello comienza a latir con una vibración que casi puedo escuchar. Me la saco de debajo de la túnica y la sostengo con la mano ahuecada. Está tan caliente que parece que acabara de salir del fuego. Sin embargo, no me quema la palma de la mano.

Vuelvo a guardármela debajo de la túnica y bajo la vista hacia mi tía. Siempre me la había imaginado vibrante y llena de vida, como seguramente era antes de su enfermedad. Ahora tiene la piel tan fina y arrugada como una pasa; su silueta, tan reducida, apenas se distingue bajo la colcha. De su cuerpo escapa una respiración difícil y dolorosa, pero, cuando abre los ojos, son jóvenes y vibrantes, tan verdes como los míos, y la reconozco como a la hermana de mi abuela.

—Amalia —pronuncia mi nombre casi en el mismo instante en que abre los ojos, como si supiera que ya llevo un rato allí de pie—. Has venido.

Afirmo con la cabeza y me siento en el borde de su cama.

—Por supuesto. Siento haber tardado tanto. He venido lo más rápido que he podido.

Ella intenta sonreír, pero las comisuras de sus labios apenas se levantan.

—No es un viaje cualquiera.

Niego con la cabeza.

—No. Pero nada podría habérmelo impedido —la tomo de la mano—. ¿Cómo te encuentras, tía Abigail? ¿O debería llamarte lady Abigail, como los demás?

Se ríe, pero termina tosiendo.

—Hazme el favor de llamarme tía Abigail —suspira y su voz se extingue melancólicamente—. Parece que ha pasado mucho tiempo desde que era Abigail, nada más que una hija, una hermana o una tía.

—Para mí siempre serás tía Abigail —me inclino y beso su mejilla marchita. Me maravillo de que me resulte tan familiar.

La cadena que sostiene la piedra alrededor de mi cuello asoma por la túnica. Tía Abigail acerca una mano para tocar la piedra aún caliente.

—La tienes —vuelve a dejarla caer sobre mi pecho—. Bien.

—¿Qué es? —soy incapaz de ocultar mi curiosidad, incluso a pesar de su enfermedad.

—Glain nadredd —no entiendo las palabras, que salen de su boca con un suspiro nostálgico. Cuando vuelve a hablar, lo hace con más claridad—. Es una piedra de víbora. Pero no una cualquiera. Es la mía.

Levanto la mano y toco la piedra, como si al hacerlo me pudiesen ser revelados sus secretos.

—¿Para qué sirve? —le pregunto.

Sus ojos se posan en mi muñeca y en el medallón, que la manga de mi túnica deja a la vista.

—Eso —hace otra pausa como para reunir fuerzas—. En Altus todas las hermanas tienen una piedra imbuida de su magia. Su fuerza depende de su propietaria. La mía me ha protegido del mal, me ha sanado cuando estaba enferma y ha reforzado mi poder cuando era necesario. Ahora te protegerá a ti de las almas, aunque lleves puesto el medallón, aunque tus amigos más cercanos caigan en poder de Samael. Pero no servirá para siempre. Cuando su poder, mi poder, decaiga, tendrás que traspasarle el tuyo.

—¿Cuánto durará?

—Al menos hasta que consigas las páginas. Si la suerte nos acompaña, un poco más. Yo… —se pasa la lengua por los labios secos y yo interrumpo mi interrogatorio para ofrecerle agua, pero ella la rechaza—. Yo misma me he vaciado de todo mi poder, hija, y lo he vertido en la piedra.

Cuando me doy cuenta de la causa por la que tía Abigail está tan enferma, el dolor que me invade es como un puñal clavado en mi pecho; todas las fuerzas que le quedaban me las ha traspasado a mí a través de la piedra. Debe ser consciente de la creciente fuerza de Alice, y me pregunto si también sabrá lo de la traición de Sonia. No soy capaz de preguntarle si yo soy la causa de su debilidad. No soportaría estar segura de ello. Y, en cualquier caso, no hay vuelta atrás. Es mucho más inteligente y mucho más piadoso emplear sabiamente el tiempo que nos queda.

—Gracias, tía Abigail, pero ¿y si no basta con eso? Cuando tu poder abandone la piedra…, ¿qué pasará si no consigo reunir el suficiente poder como para rechazar a las almas hasta que acabe con la profecía?

Su sonrisa apenas es perceptible, pero está ahí. En ella veo la fuerza vital que lleva décadas guiando a las hermanas.

—Eres mucho más fuerte de lo que piensas, hija mía. Será suficiente.

Sus palabras resuenan en mi memoria. Retrocedo momentáneamente a aquella mañana en Birchwood, cuando tía Virginia me entregó la carta que mi madre escribió justo antes de su muerte. «Eres más fuerte de lo que tú te crees, cariño», me dijo tía Virginia.

Tía Abigail cierra los ojos un momento. Cuando vuelve a abrirlos, resplandecen con mayor intensidad.

—Debes encontrar esas páginas.

Asiento con la cabeza.

—Dime dónde están y las emplearé para terminar con la profecía.

Ella agarra con más fuerza mi mano.

—No puedo… decírtelo.

—Pero… si he venido para eso —replico, sacudiendo la cabeza—. Por eso me pediste que viniera. ¿No lo recuerdas, tía Abigail?

—No es la memoria lo que me falla, hija mía.

Sigo sin comprender.

Los ojos de tía Abigail vagan por la habitación, aunque está demasiado cansada para mover la cabeza. Baja aún más la voz, de modo que tengo que hacer un esfuerzo para oírla.

—Hay muchos… oídos en el santuario. Algunos usarán lo que oigan para ayudar a la causa de las hermanas. Otros lo utilizarán en provecho propio.

Levanto la vista y observo a la hermana que está doblando sábanas al lado de la ventana. No sé adónde se ha ido la otra. Una tritura algo en un mortero y mezcla el polvo en una copa mientras Dimitri sigue apoyado en la pared al lado de la puerta.

Vuelvo a mirar a tía Abigail.

—¿Pero cómo voy a encontrar las páginas si no puedes decirme dónde debo buscar?

Me suelta la mano, me agarra del brazo y tira de mí hasta que apenas me encuentro a unas pulgadas de distancia de sus labios secos y agrietados.

—Te marcharás pasado mañana. El compañero de tu padre, Edmund, se asegurará de que salgas de la isla sin incidentes y de que llegues al próximo punto de encuentro. Te conducirá un guía nuevo en cada etapa del viaje. Solo Dimitri te acompañará todo el camino. Lleva algún tiempo a mi servicio y confío plenamente en él.

Sus ojos se clavan en los míos, me parece ver en ellos una chispa de orgullo.

—Nadie conocerá tu itinerario en su totalidad. Cada guía se responsabilizará tan solo de una pequeña parte de él. Ni siquiera el último sabrá que con su etapa se acaba tu viaje. Le dirán que tan solo es una de tantas paradas.

Me incorporo invadida por un sentimiento de amor y orgullo hacia mi tía. Incluso enferma y moribunda, su mente y su voluntad siguen intactas. No obstante, yo ya no soy tan confiada como antes.

—¿Qué pasará si uno de los guías nos abandona o cae víctima de las almas?

—Los guías han sido escogidos cuidadosamente, aunque tú eres lo bastante prudente como para tener en cuenta todas las posibilidades —dice con voz áspera—. Por eso estoy dispuesta a contarte a ti, y solo a ti, lo que necesitas saber.

Me hace señas para que me acerque a ella, yo me agacho.

—Acércate más, querida —coloco la oreja cerca de sus labios y tan solo me susurra una palabra—. Chartres.

Me enderezo, extrañada por la palabra. Sé que la he oído bien, pero ignoro qué significa.

—No…

Me interrumpe con un susurro:

—A los pies de la guardiana. No una virgen, sino una hermana —echa un apresurado vistazo por la habitación—. Mis palabras te guiarán cuando cruces el mar. Si te ves obligada a continuar sola, confío en que tengas bastante con eso para encontrar tu camino.

Articulo con los labios esa única palabra, le cojo el gusto en mi lengua y me comprometo a memorizarla. Me resulta lejanamente familiar, aunque no recuerdo a nadie que la haya pronunciado en voz alta hasta ahora.

Una aparece por el otro lado de la cama sosteniendo la copa en la que estaba preparando la mezcla con los polvos triturados.

—Me parece que lady Abigail necesita descansar.

Bajo la vista hacia la hermana de mi abuela. Casi está dormida, así que me inclino y la beso en la frente.

—Que duermas bien, tía Abigail.

Una deposita la copa en la mesilla.

—Lo siento, Lia. ¿Puedo hacer algo para aliviar tu pena?

Le digo que no con la cabeza.

—Tan solo hacer que se encuentre cómoda.

Ella asiente.

—He preparado algo para calmarle el dolor, pero no quiero despertarla ahora que por fin descansa tranquila. La vigilaré. Cuando se despierte, me aseguraré de que no tenga dolores —sonríe—. Tú también deberías descansar. Aún pareces bastante exhausta.

Hasta que no me lo dice, no me doy cuenta de cuánta razón tiene. De pronto me invade el agotamiento.

—¿Vendrás a avisarme en el momento en que se despierte? Me gustaría pasar con ella todo el tiempo posible antes de…

Una asiente comprensiva.

—Mandaré a buscarte en cuanto se despierte. Te lo prometo.

Me dirijo con piernas temblorosas hacia la puerta al encuentro de Dimitri. Él me coge de la mano y salimos al pasillo cerrando la puerta tras nosotros.

—Deberíamos irnos a dormir —me dice—. Vas a necesitar todas tus fuerzas los próximos días.

Levanto la vista hacia él mientras caminamos.

—¿Qué sabes tú de la localización de las páginas?

Dimitri adopta una actitud reflexiva.

—Muy poco. Solo me han dicho que me prepare para viajar. Tú y yo, junto con Edmund como guía, nos marcharemos pasado mañana.

Asiento con la cabeza. Pese a que confío plenamente en Dimitri, he prometido no traicionar la confianza de mi tía. No voy a contarle lo que me susurró entre las sagradas paredes de su habitación.

—¿Dimitri?

—¿Mmmm? —torcemos por un recodo y reconozco el pasillo que conduce hasta mi cuarto.

—Tengo que ver a Sonia antes de marcharnos.

Siento remordimientos por no haber insistido hasta ahora, pero no estaba segura de mis propias fuerzas. Quiero pensar que mi capacidad de perdonar es lo bastante fuerte como para superarlo todo, aunque aún estoy recuperándome de la impresión que me produjo la traición de Sonia. Sinceramente, creo que no sabré si seré capaz de perdonarla hasta que vuelva a verla. Así que debo hacerlo antes de marcharme de Altus, quizás sea mi última oportunidad.

Dimitri se detiene ante la puerta de mi cuarto y por la sombra de preocupación que hay en su mirada me doy cuenta de que está dándole vueltas al asunto en la cabeza.

—¿Estás segura de que es una buena idea? Los miembros del consejo dicen que está mejorando, así que tal vez sería preferible esperar hasta que esté bien del todo y hayamos vuelto de nuestro viaje.

—No. Necesito verla, Dimitri. No descansaré hasta entonces. En realidad, ya debería haberlo hecho.

—De todos modos, de nada habría servido verla en las condiciones en que llegó a Altus y, además, los miembros del consejo lo habrían prohibido. Pero si crees que debes verla antes de marcharnos, hablaré con ellos y lo arreglaré para que puedas visitarla mañana.

Me pongo de puntillas y rodeo con mis brazos a Dimitri por el cuello.

—Gracias —le digo, antes de tocar sus labios con los míos.

Me devuelve el beso con una pasión apenas contenida. Después se echa hacia atrás.

—Debes descansar, Lia. Te veré mañana por la mañana.

Apoyo mi frente sobre su pecho.

—No quiero que te vayas.

Sus dedos se mueven por los bucles de mi cabeza.

—Pues no lo haré.

—¿Qué… qué quieres decir? —pregunto mientras le miro.

Él se encoge de hombros.

—Dormiré en el suelo, si quieres, o donde tú prefieras. No hay de qué avergonzarse. Aquí no —dice con un malicioso brillo en los ojos—. Ya te he dicho que respetaré vuestras reglas sociales tanto si quieres como si no.

En mi cerebro queda algún vestigio de lo que nos enseñó la señora Gray en Wycliffe sobre cuestiones de decoro y me maravillo de mi propia desvergüenza, aunque no es más que una vela comparada con el fuego que me arde por dentro. No es un fuego avivado tan solo por mis sentimientos hacia Dimitri, también lo ha encendido mi alegría ante la idea de saber que ahora puede que se abra otro camino ante mí, que puede que las opciones que tengo no sean tan limitadas como creía.

No puedo evitar sonreír.

—Muy bien, entonces quiero que te quedes.

—Pues lo haré —contesta, abriendo la puerta de mi habitación.

No me cambio para meterme en la cama. Al recordar el estado en el que me levanté por la mañana, estoy totalmente segura de que no me queda otra elección. Ya es bastante escandaloso que un hombre pase la noche en mi habitación, pese a que tengo cada vez una mayor sensación de libertad. Pero aun estando en el místico mundo de Altus, me sería imposible justificar el tener un hombre en la habitación estando yo desnuda, aunque sea bajo las sábanas.

Me acomodo en la cama mientras Dimitri saca mantas y una almohada del armario ropero y las coloca por el suelo. Cuando cruza la habitación y aparta las cortinas, descubro que detrás no hay una ventana, sino una doble puerta como la de la habitación de tía Abigail. La entreabre y se vuelve hacia mí.

—¿Te importa? Me gusta la brisa marina.

Muevo la cabeza.

—Ni me había dado cuenta de que la habías abierto.

Dimitri regresa hacia la cama y me arropa con la gruesa colcha.

—Ahora estarás calentita mientras te duermes con el sonido del mar.

Se inclina y me besa castamente en los labios.

—Buenas noches, Lia.

A pesar de la intimidad de nuestra relación, siento un poco de vergüenza.

—Buenas noches.

Apaga de un soplo la vela de la mesilla y le oigo acomodándose en las mantas del suelo. Pero no por mucho rato. La cama es ancha, me resulta extraña y no me gusta que Dimitri esté en el suelo.

—¿Dimitri?

—¿Mmmmm?

—¿Podrías dormir en mi cama… respetando mis leyes sociales? —me pregunto si podrá oír la sonrisa que hay en mi voz.

—Es posible.

De lo que sí estoy segura es de escuchar una sonrisa en la suya.