Cuando entramos en el comedor, me asusto por el silencio que se hace en la multitud. Intento ignorarlo mientras me abro paso por la estancia con Luisa.
La sala, parecida a una gruta, está llena de mujeres vestidas con túnicas y de hombres elegantes, vestidos de negro de la cabeza a los pies. La enorme lámpara, con un millar de velas encendidas, proyecta un brillo cálido sobre el centro de la sala. Me pregunto quién habrá sido capaz de colocar tan altas las velas encendidas, pues la araña cuelga de una cadena pesada y tan larga que no veo dónde termina.
—¿Qué hacemos? —susurra Luisa.
—No lo sé. Supongo que deberíamos buscar a Dimitri o a Una.
—O a Rhys.
—Sí. O a Rhys —digo, entornando los ojos.
Avanzo un paso más tratando de mantener la cabeza erguida y componiendo una sonrisa lo bastante grande como para que parezca amistosa, pero sin que dé pie a pensar que soy una chiflada.
En momentos como esos echo terriblemente de menos a Sonia. Gracias a ella, muchas veces era capaz de sacar pecho y sonreír valientemente, aun cuando estuviera muerta de miedo por dentro. Siempre había sido más fuerte gracias a su apoyo y compañía, y siento tan intensamente su pérdida como si las almas acabaran de arrebatármela.
—Gracias a Dios —suspira Luisa—. Ahí está Dimitri.
Sigo su mirada y le veo caminando hacia nosotras. No creo que se trate de mi imaginación si digo que su sonrisa está exclusivamente dirigida a mí. Se detiene frente a nosotras y me coge de ambas manos.
—Has venido —se limita a decir, como si hubiese estado buscándome y me hubiera encontrado en el lugar más insospechado.
Ha cambiado sus pantalones de diario por otros negros más ajustados y lleva puesta una túnica negra a juego en lugar de la blanca. El negro le hace parecer peligroso, está más elegante y arrebatador que nunca bajo el brillo de las velas de la lámpara y de las que hay por todo el perímetro de la sala.
Pienso que va a besarme en las mejillas cuando se inclina, pero sus labios buscan mi boca. El beso es intenso, aunque no indecoroso. Echo una ojeada por la sala con disimulo y me percato de que los presentes no parecen ni disgustados ni sorprendidos, lo cual quiere decir que Dimitri se lo ha dicho. Les ha dicho que, digan lo que digan, está conmigo. Me parece imposible, pero aún le abro más mi corazón.
—Hola —le saludo. Mi voz no es tan audaz como quisiera, pero los presentes en la sala y el gesto de Dimitri me han dejado descolocada.
Él sonríe travieso y se parece más al Dimitri que conozco en privado.
—Vaya, hola.
Ahora mi sonrisa es auténtica, pues, por alguna razón, cuando estoy con él no parece importarme lo que el resto del mundo piense o diga.
Se ofrece para que Luisa y yo lo cojamos del brazo y nos escolta hasta la mesa colocada en el centro de la sala. Como si alguien hubiese dado la orden, la gente comienza a hablar de nuevo, primero en forma de murmullos y enseguida levantando las voces de tal modo que parece que la situación embarazosa de hace unos momentos haya sido tan solo un sueño.
—Siento que hayáis tenido que venir solas al comedor —habla muy alto para hacerse oír por encima del barullo—. Pensé que os traería Una. Si no, habría ido yo mismo a buscaros.
—Pensaba hacerlo —le digo—, pero quería ver qué tal estaba tía Abigail. Al parecer, aún no se ha despertado.
Él asiente muy serio y por su gesto abstraído deduzco que no soy la única preocupada por tía Abigail.
Nos detenemos ante una gran mesa colocada justo debajo de la enorme lámpara. Ya está casi toda ocupada, pero hay tres asientos libres, reservados al parecer para nosotros. Me preocupa durante un momento que no le permitan a Luisa sentarse con su nuevo pretendiente, pero cuando en su rostro se dibuja una beatífica sonrisa, sigo su mirada y me percato de que Rhys está sentado a nuestra mesa. Tendré que preguntarle a Dimitri más tarde si ha sido una casualidad o algo intencionado.
La primera que se levanta es una mujer mayor de pelo negro. Hace una pequeña reverencia a modo de saludo, sus ojos duros buscan los míos y me doy cuenta de que es la hermana con la que subimos el sendero justo antes de caer yo inconsciente.
—Bienvenida a Altus, Amalia, hija de Adelaide —su voz es más grave de lo que recordaba.
Resulta extraño escuchar el nombre de pila de mi madre en voz alta. No creo habérselo oído a nadie desde antes de su muerte. Me lleva un instante ordenar mis pensamientos.
—Gracias —respondo, devolviéndole la reverencia.
Dimitri se gira hacia mí y se inclina en una reverencia, cumpliendo con su parte de un ritual que no comprendo.
—Amalia, lady Úrsula y la comunidad de las hermanas te dan la bienvenida.
Le devuelvo la reverencia y, de pronto, me siento avergonzada.
Dimitri repite el breve ceremonial con Luisa y se llevan a cabo las presentaciones por toda la mesa. Todo sucede con tanta rapidez que me olvido de los nombres en cuanto se pronuncian, pero de lo que no me olvido tan pronto es de la mirada penetrante de Rhys, que solo parece ver a Luisa. Es moreno como Dimitri, pero más callado y menos dispuesto a conversar. Me gustaría preguntarle a Luisa de qué hablan cuando están juntos, aunque creo que hablar no es una de sus actividades preferidas. Está sentada tan cerca de él que puedo ver cómo se tocan sus muslos debajo de la mesa.
En cuanto nos sentamos, los demás también lo hacen en sus respectivos sitios en las mesas colocadas por toda la inmensa sala. Traen comida sin parar y apenas puedo seguir el ritmo de la mareante selección de frutas, verduras, pan crujiente y vino dulce, pero me doy cuenta de que no hay carne.
Mientras nos sirven, sorprendo a mis compañeros de mesa lanzándome miradas de curiosidad. Supongo que no puedo culparlos. Como había argumentado antes Dimitri, imagino que tienen muchas preguntas que la cortesía les impide hacerme.
De inmediato me queda claro que Úrsula tiene un rango especial, aunque durante la cena no tengo ni un instante para preguntárselo a Dimitri. En cualquier caso, le saca el máximo provecho a su posición. Apenas se acaba de retirar el sirviente que atiende nuestra mesa, cuando Úrsula lanza la primera pregunta.
—Dimitri me ha dicho que has soportado un largo viaje para venir hasta nosotros, Amalia —toma un sorbo de su copa de vino.
Termino de masticar el higo que tengo en la boca.
—Sí. Fue… duro.
Ella asiente.
—Al parecer, no eres de las que se asustan por los asuntos complicados y peligrosos.
Las palabras en sí mismas suenan como un cumplido, pero hay algo en su tono de voz que me dice que no lo son. Quisiera ser ingeniosa, saber lo que esconden sus preguntas, pero mi cerebro aún se está recuperando de la enorme falta de sueño. Decido tomarme en serio su afirmación.
—La profecía me ha enseñado que hay que hacer ciertas cosas, por mucho que se quieran evitar.
Ella arquea las cejas.
—¿Eso quisieras? ¿Evitarlas?
Me contemplo las manos, entrelazadas en mi regazo.
—Creo que todo el mundo quisiera evitar algunas de las cosas que he tenido que experimentar este último año.
Úrsula ladea la cabeza, reflexionando antes de volver a hablar.
—¿Y qué hay de tu hermana Alice? ¿Qué es lo que ella querría evitar?
Levanto bruscamente la cabeza ante la mención de mi hermana, como si el nombre de Alice pudiera conjurar su presencia. Me pregunto por qué habría de interesarse Úrsula por mi hermana, si es un hecho bien conocido que ha violado sus leyes y las de los Grigori.
Trato de mantener la calma en mi tono de voz.
—Mi hermana rechaza su papel de guardiana. Supongo que, dados tus grandes conocimientos y sabiduría, ya estarás enterada de ello —hago una inclinación con la cabeza, esperando que la interprete como una señal de respeto, aunque, de hecho, solo estoy tratando de ocultar mi creciente desprecio.
No levanto la vista hacia ella, pero noto cómo se endurece su mirada. Cuando por fin contesta, estoy segura de que lo hace porque se siente obligada, porque seguir callada más tiempo la haría parecer débil.
Sus palabras me producen una extraña sensación de victoria.
—De lo que sí estoy enterada es de que está en juego el futuro de Altus y el del mundo entero. Seguro que sabes que desempeñas en este asunto un papel privilegiado, ¿no es así? Especialmente, dada la naturaleza de tu legítimo papel en la profecía.
Advierto el peligro en la voz grave y pausada de Úrsula. Sería fácil creer que se trata de la voz de un gato, pero, en realidad, es la de un león. Sin embargo, aún ignoro muchas cosas sobre los procedimientos y las personas que entran en juego en la profecía, de modo que es preferible no enfrentarse a una posible amiga o enemiga. Me doy cuenta de que se trata de un juego en el que se tiene más éxito adelantándose tres o cuatro movimientos al contrario.
Levanto la vista y miro a Úrsula directamente a los ojos, mientras los demás comensales me miran a mí.
—Un privilegio implica suerte —replico. Después hago una pausa—. ¿Pero qué puedo ganar yo con la profecía comparado con todo lo que he perdido? Una hermana, un hermano, una madre, un padre… —pienso en James, en nuestro futuro perdido y me dejo llevar por la melancolía, a pesar de que en mi interior sé cuáles son mis sentimientos por Dimitri—. Perdóname, pero, según mi experiencia, la profecía constituye más una carga que un privilegio, aunque eso no significa que no vaya a respetarla.
Puede que sea mi imaginación, pero da la impresión de que el silencio se ha extendido al resto de la sala, como si todo el mundo tuviese un oído puesto en la conversación de nuestra mesa.
Úrsula hace repiquetear sus dedos en la gruesa mesa de madera mientras reflexiona sobre su próximo movimiento e inclina la cabeza.
—Quizás deberías dejar esa carga a alguien más adecuado, más dispuesto a aceptarla.
Pienso en lo que acaba de decir, aunque no tiene sentido en estas circunstancias.
—No parece que tenga elección, ¿no? Ninguna que merezca tomar en consideración. Jamás permitiría que Samael me utilizase como puerta.
—Por supuesto que no —murmura ella—. Pero te olvidas de la otra posibilidad de que dispones.
Muevo la cabeza.
—¿Cuál?
—No hacer nada. Traspasar la responsabilidad a otra hermana.
Echo un vistazo por toda la mesa y me percato de que los otros parecen removerse inquietos en sus asientos, al tiempo que apartan la mirada, como si estuviesen contemplando algo desagradable. Todos excepto Dimitri y Luisa. Luisa está tan confusa como yo. Me busca con la mirada y veo en ella interrogantes que no puedo contestar. Por otro lado, Dimitri parece estar lanzándole puñales a Úrsula.
Me vuelvo para mirarla de nuevo.
—Podrían pasar generaciones antes de que alguien fuese designado como ángel por la profecía.
Ella asiente despacio y hace un gesto despectivo con la mano.
—O podría ser cosa de muy poco tiempo. Nadie sabe lo que impone la profecía.
Por un instante creo que me estoy volviendo loca. ¿Me está sugiriendo una hermana, nada menos que un miembro del consejo, que no haga nada? ¿Me está pidiendo que traspase mi deber a otra, aun cuando eso signifique esperar siglos para que la profecía llegue a su fin, siglos durante los cuales las almas de Samael podrían reunirse en nuestro mundo?
De pronto, Dimitri toma la palabra. Su voz es gélida a causa de la cólera.
—Te ruego que me perdones, hermana Úrsula, pero parece bastante claro lo que establece la profecía, ¿no es así? Se refiere a Lia más que como a puerta, como al ángel, la única puerta con autoridad para convocar o rechazar a Samael. Como tal, Lia es libre de escoger cualquiera de los dos caminos. Con la sabiduría que te caracteriza, ¿no estás de acuerdo en que le debemos gratitud por escoger el bando correcto?
Jaque mate, pienso. Al menos por ahora.
Aprieto la mano de Dimitri por debajo de la mesa, pues, pese a que no quiero causarle más problemas, no puedo evitar agradecerle su intervención.
En toda la mesa se produce un silencio que no puede calificarse más que de incómodo. Nos salvamos de tener que intentar rescatar lo poco que queda de nuestra agradable cena cuando aparece Astrid y hace una pequeña reverencia al lado de Úrsula.
—¿Madre? ¿Puedo sentarme a vuestra mesa? Me gustaría conocer a nuestras invitadas —su voz es dulce y tímida, sin el tono condescendiente que exhibía cuando hablaba conmigo en mi cuarto.
¿Madre? Úrsula es la madre de Astrid.
Úrsula sonríe, pero no a Astrid. Sus ojos permanecen fijos en mí mientras contesta a su hija.
—Claro, cariño. Siéntate al lado del hermano Markov.
Las mejillas de Astrid se ruborizan y, antes de sentarse al otro lado de Dimitri, se despide de su madre con una breve reverencia. Una vez sentada, levanta la vista hacia él y le mira con evidente adoración.
—Altus no es lo mismo cuando estás fuera —dice recatadamente.
Me parece percibir impaciencia en los ojos de Dimitri, aunque la disimula bien.
—Y yo nunca soy el mismo sin Altus —se vuelve hacia mí y me sonríe—. ¿Qué tal tu cena? —y, aproximándose lo bastante a mí como para que pueda oler el vino en su aliento, me susurra—: Aparte de la compañía, por supuesto.
Sonrío maliciosamente.
—Riquísima.
Pasamos el resto de la cena sin incidentes. Astrid permanece enfurruñada al otro lado de Dimitri, y Luisa sigue concentrada en Rhys. Al poco rato comienza a sonar un extraño tipo de música al fondo de la sala. Rhys se pone en pie, le tiende una mano a Luisa y se alejan juntos de la mesa para bailar, como muchos otros comensales de nuestra mesa y de las de al lado.
Dimitri mete la mano en un frutero, saca una exquisita fresa y la sostiene ante mi boca. Esta vez muerdo limpiamente la brillante fruta, arrancándola del tallo sin pensármelo. Él sonríe y algo secreto y cálido pasa entre nosotros.
Dimitri deposita el tallo en su plato y de pronto su gesto se vuelve serio.
—Lo siento, Lia.
Me trago el resto de la fresa antes de responder.
—¿Por qué?
—Por Úrsula. Por todo.
Niego con la cabeza.
—No tienes por qué. No es culpa tuya.
Echa una ojeada a las parejas que dan vueltas de aquí para allá en la sala al son de una triste canción, en un caleidoscopio de seda violeta y negra.
—Esta es mi gente. Mi familia. Y tú… bueno, tú eres algo más, Lia, estoy seguro de que ya debes saberlo a estas alturas —coge una de mis manos y me besa en la palma—. Quisiera que fueran amables contigo.
Yo le tomo una de sus manos y repito el gesto.
Por un instante es como si le estuviese mirando a los ojos por primera vez. Me pierdo en ellos y lo demás no importa. Entonces, la música cambia, suena algo más alegre y Dimitri se pone en pie tirando de mí para que me levante.
—Sería un honor para mí —no se trata de una pregunta y, antes de darme cuenta, ya estamos en el centro de la sala entre las demás parejas. Alcanzo a ver a Luisa un instante, pero desaparece entre la multitud antes de que pueda estar segura de que es ella.
—¡Pero… no sé cómo se baila esto! —digo, mirando alrededor a los bailarines que se desplazan veloces.
Él me coloca una de las manos sobre su hombro y la otra en su cintura, y hace lo mismo conmigo.
—No te preocupes. Es bastante sencillo, te lo prometo. ¡Además, si no bailas no podrás decir que eres una hermana!
Nos ponemos en marcha, moviéndonos entre la multitud al ritmo de la música. Al principio, Dimitri me lleva más o menos a rastras por toda la sala. El juego de pies es tan complicado como los que aprendíamos en Wycliffe y me cuesta orientarme con la música. No es fluida como la de Strauss o Chopin. Es vibrante, vitalista y rítmica.
Mientras trato de familiarizarme con los pasos, chocamos con unas cuantas parejas. Dimitri me guía por la sala gritando sin parar «Perdón» y «Lo siento mucho». Sin embargo, un rato más tarde comienzo a sentirme más segura. Dimitri aún me guía, pero ya consigo mantener el ritmo sin pisarle los pies.
Precisamente, estoy empezando a pasármelo bien cuando cambia la música. Un rugido de felicidad estalla en la pista de baile y al momento Dimitri desaparece. Inspecciono a la gente que me rodea, pero antes de poder encontrarle, ya tengo a otro caballero cogido de mi brazo.
—¡Ah! ¡Hola! —digo.
Lleva la misma ropa que Dimitri, pero le falta su estilo. De todos modos, es simpático y me devuelve la sonrisa.
—Hola, hermana.
Justo cuando estoy pensando que tampoco está tan mal pasar el rato con este simpático caballero hasta que vuelva Dimitri, el hombre desaparece entre la multitud y es rápidamente sustituido por otro. Este es guapo, tiene los cabellos dorados como Sonia. Ni siquiera tenemos tiempo de intercambiar una sonrisa cuando ya se aleja suavemente y otro lo reemplaza.
El ritmo de la música y la multitud que danza a su son, son cada vez más frenéticos, no me queda más remedio que mantener el paso como mejor puedo con aquel desfile de parejas. Al parecer, esta locura tiene ciertas pautas, un cierto orden para cambiar de pareja, pero yo no sé cuál es.
Aunque en un par de ocasiones trato de salir del baile, me resulta imposible separarme de mis parejas y de la multitud. Después de un rato me dejo llevar y doy vueltas como un trompo de acá para allá hasta que la música y las risas me marean.
Me río con una sensación de mareante abandono cuando mi nueva pareja, un caballero corpulento y mayor, me lleva dando vueltas por la pista y me deja con otro caballero.
—Bueno, debo decir que tiene bastante mejor aspecto que la última vez que la vi —la voz es inconfundible, a pesar de que casi no reconozco a Edmund, recién afeitado y con un atuendo distinto.
Le miro maliciosamente mientras nos abrimos paso por la pista de baile.
—¡Yo diría lo mismo de ti! —es cierto, parece descansado y lleva la misma ropa que los hermanos. De algún modo, los pantalones y la túnica le conceden una adecuada elegancia a un hombre de su edad.
Él asiente con la cabeza.
—El viaje a Altus nunca es fácil, y este ha sido el peor de todos. Especialmente para usted. ¿Se encuentra bien?
—Mucho mejor, gracias —empiezo a quedarme sin aliento de tanto bailar, mientras que Edmund está tan relajado como si tan solo hubiese bailado un momento—. ¡Pero mírate! Pareces un experto. ¡Apuesto a que no es la primera vez que bailas en la isla!
Me regala un guiño con sus alegres ojos.
—¡Nunca lo sabrá!
Es la vez que más feliz he visto a Edmund después de la muerte de Henry y me invade una oleada de alegría y bienestar. Estoy a punto de preguntarle dónde ha estado desde que llegamos a la isla y en qué asuntos ha estado ocupado, cuando se inclina para hablarme.
—No estaría bien que monopolizara a la hermana más guapa de Altus. Ya nos veremos.
Luego me hace girar en dirección a otra pareja. Estoy a punto de protestar porque tan solo nos hemos visto un instante después de tantos días, cuando me doy cuenta de que estoy de nuevo con Dimitri.
—¡Lo siento! —grita por encima de la multitud—. He intentado volver, pero… —se encoge de hombros y me hace girar hacia la parte exterior hasta que salimos dando vueltas de la zona reservada para bailar.
Dimitri insiste en que sigamos moviéndonos y no se detiene ni un momento hasta que me quedo apoyada contra la fría pared de piedra fuera del alcance de la luz de las velas. Allí nos quedamos parados un momento tratando de recuperar el aliento. Hasta Dimitri tiene las mejillas coloradas por el esfuerzo. Estoy segurísima de que las mías están igual.
—¿Te lo has pasado bien? —me pregunta, cuando por fin su respiración se tranquiliza.
Asiento con la cabeza, un poco avergonzada, porque en muchos aspectos Dimitri sabe más de mí que yo misma.
Me alza la barbilla para obligarme a mirarle a los ojos.
—No quiero compartirte esta noche —cuando posa suavemente sus labios sobre los míos, percibo en su beso esa necesidad. Se aparta a duras penas—. Sabes a fresa.
Me quedo mirando su boca, preguntándome qué intimidad tendremos en este oscuro rincón de la sala, cuando Astrid aparece detrás de Dimitri. Él no la ve y se inclina para darme otro beso.
—Ejem —me aclaro la garganta y paso de mirar a Dimitri a dirigir la vista por encima de su hombro. Entonces se vuelve y la ve.
—Astrid —dice—, ¿qué podemos hacer por ti?
El rostro de la chica se endurece mientras nos mira a Dimitri y a mí alternativamente. Sé que la cólera que muestran sus ojos no es imaginación mía. Parece que mide sus palabras, que se pregunta si merece la pena dar rienda suelta a su resentimiento. Al final, se limita a entrecerrar los ojos y se dirige a Dimitri como si yo no estuviese presente.
—Una ha mandado recado de que lady Abigail está despierta. Pregunta por la hermana Amalia.
Dimitri asiente.
—Muy bien. Gracias.
Astrid se queda en su sitio, como si tuviera los pies clavados en el suelo.
—Yo me encargo de llevar a Lia a ver a lady Abigail. Puedes irte.
Una súbita furia aflora en sus ojos, me doy cuenta de que se ha enfadado por haber sido rechazada de ese modo. Sin embargo, Dimitri es miembro del consejo y parece evidente que debe mantener cierto respeto hacia él. Al final, gira sobre sus talones y se marcha, desapareciendo entre la multitud danzante.
Dimitri se vuelve hacia mí.
—Sé lo preocupada que te tiene lady Abigail. Vamos, te llevaré con ella.
No sé lo que me hace dudar, pues ver a tía Abigail es la culminación de nuestro largo viaje y de toda una vida de interrogantes y confusión. Es la llave de mi futuro. Del fin de la profecía.
Quizás por eso tardo unos instantes en asentir y en empezar a moverme.
Ha sido agradable disfrutar sin más de la cena y de la música. Hasta mi enfrentamiento con Úrsula ha sido una distracción bienvenida comparada con lo que me aguarda. Pero era inevitable que llegara, de modo que sigo a Dimitri por la estancia, sabiendo que es el principio del fin.
Y, con algo de suerte, quizás el anuncio de un nuevo comienzo.