Paseamos de la mano hacia el otro extremo de la isla. El sendero baja en pendiente hacia una especie de bosquecillo y me doy cuenta de que hace rato que no nos tropezamos con nadie. Estoy atónita por ese absoluto silencio.

—Ven —me dice Dimitri—. Quiero enseñarte algo.

Tira de mí por el sendero en dirección al bosquecillo. Tengo que correr para mantenerme a su ritmo y no tropezarme en ese campo de hierba y flores silvestres.

—¿Qué haces? —me río—. ¿Adónde me llevas?

—Ya lo verás —exclama él.

Pasamos entre los árboles haciendo eses y me doy cuenta de que se trata de un bosquecillo de naranjos. Recuerdo el aroma a naranja y jazmín de mi madre y noto la piedra latiendo y caliente bajo mi túnica.

El bosquecillo parece interminable. De no ser por Dimitri, tendría miedo de perderme, pues los árboles crecen en un orden extraño que solo la naturaleza parece comprender. Pero Dimitri sabe perfectamente adónde va y yo le sigo sin dudarlo.

Salimos de entre los árboles y ante nosotros se abre el cielo. El mar, que brilla debajo, se agita y se vuelve blanco al romper las olas contra el acantilado que desciende abruptamente desde el bosquecillo al agua.

—Solía venir aquí de niño —dice Dimitri a mi lado—. Era mi lugar secreto, aunque imagino que mi madre sabía perfectamente dónde estaba. No hay muchos secretos en Altus.

Sonrío al imaginarme a Dimitri como un chico de pelo oscuro con una traviesa sonrisa.

—¿Cómo fue tu niñez aquí?

Camina distraído hasta un árbol cercano, alza el brazo y coge una pequeña naranja de sus ramas.

—Supongo que fue… idílica. Aunque entonces yo no lo sabía.

—¿Y tus padres? ¿Viven en la isla?

—Mi padre sí —su rostro se ensombrece y cuando continúa entiendo por qué—. Mi madre murió.

—Oh… lo siento, Dimitri —ladeo la cabeza y le sonrío con tristeza—. Supongo que esa es otra cosa que tenemos en común.

Él asiente despacio, regresa a mi lado y me indica por señas la hierba próxima al borde del acantilado.

—Ven. Siéntate.

Me dejo caer en el suelo y Dimitri hace lo mismo. Ya no menciona a sus padres y yo entiendo que ha zanjado el asunto.

—Altus es como un pueblo muy pequeño, solo que considerablemente más abierto de miras —hace rodar la naranja entre las palmas de sus manos mientras habla—. Supongo que en muchos aspectos no es muy distinto del lugar donde tú te criaste. Hay matrimonios, nacimientos, muertes…

—Y todos, hombres y mujeres, viven en estrecha comunidad —aún sigo dándole vueltas a eso en la cabeza y no puedo resistirme a sacarlo a colación.

—Ah, has estado hablando con Una. Bien. ¿Te escandaliza?

Me encojo de hombros.

—Un poco. No… se parece a lo que estoy acostumbrada, supongo.

Él asiente con la cabeza.

—Te llevará un tiempo habituarte a nuestras costumbres, Lia. Lo sé. Pero no deberías tomártelas como algo nuevo o extraño. En realidad, son más antiguas que el mismo tiempo.

Me asomo a mirar el agua, reflexionando sobre lo que acaba de decir. No sé si estoy preparada para aceptar esas costumbres. Forman parte de una realidad que ni siquiera me habría imaginado hace escasas semanas, a pesar de haber vivido en Londres sin una vigilancia pertinente.

—Háblame de Sonia —le pido, en parte para cambiar de tema y en parte porque ya me siento lo bastante fuerte como para oír la verdad acerca de mi amiga.

Dimitri comienza a pelar la naranja, tratando de mantener la piel en una sola pieza.

—Sonia aún no es… ella misma. Los miembros del consejo la han enclaustrado.

—¿Enclaustrado? —estoy confusa, no sé si he aterrizado en una comuna hedonista o en un convento de monjas.

Dimitri hace un gesto afirmativo.

—Está aislada. Muy pocas hermanas tienen poder suficiente para celebrar ciertos ritos; tu tía podría haber sido una de ellas de no haber estado tan enferma. Solo esas hermanas pueden ver a Sonia mientras se esté recuperando.

No puedo evitar alarmarme.

—¿Ritos? No le estarán haciendo daño, ¿verdad?

Dimitri se apresura a acariciarme la mano.

—Por supuesto que no. Son las almas las que le han hecho daño, Lia. Las hermanas tienen que vencer su resistencia a dejar a Sonia para que ella pueda volver a su ser —aparta su mano y termina de pelar la naranja—. Puede que lleve un tiempo liberar a Sonia de la autoridad de las almas y solo los miembros del consejo deciden cuándo se ha logrado.

—¿Cuándo podré verla?

—Quizás mañana —por su tono sé que ya es asunto cerrado.

Arranco unas cuantas briznas de hierba.

—¿Y Edmund? ¿Dónde está?

Dimitri parte la naranja por la mitad y de pronto me entran ganas de olerle las manos.

—Está aquí, en la isla. El primer día estuvo sentado a la puerta de tu cuarto hasta que se durmió en el suelo. Tuvimos que trasladarlo dormido a una habitación.

No puedo evitar sonreír ante la mención de Edmund y de repente siento la necesidad de verle.

—Le tienes mucho cariño a Edmund, ¿verdad? —pregunta Dimitri.

—Aparte de tía Virginia —digo, asintiendo con la cabeza— es lo más cercano a un pariente que me queda. Me ha visto pasar por… —inspiro hondo al recordar—. Bueno, por situaciones espantosas. Su fortaleza me sirve para creer que no tengo por qué ser fuerte todo el tiempo. Está bien poder apoyarse en alguien aunque sea solo un rato.

Me avergüenzo de haber dicho en voz alta lo que tantas veces he pensado, pero Dimitri sonríe tranquilo y sé lo que está pensando.

Su mirada me abrasa. Me hace sentir muchas cosas que no suele provocar solo una mirada: fuerza, confianza, respeto, lealtad y, sí, quizás incluso amor.

Aparta la vista de mi rostro y separa un gajo de la naranja. Al ofrecérmelo, en lugar de dármelo en la mano, tal como pensaba que lo haría, lo lleva a mis labios. Por supuesto que tanto en Nueva York como en Londres sería de lo más indecoroso permitir que un hombre me diese de comer.

Pero no estoy ni en Nueva York ni en Londres.

Inclinándome hacia delante, tomo el gajo de su mano con la boca, rozando con mis labios las yemas de sus dedos mientras hago pasar la fruta entre mis dientes. Me doy cuenta al morderlo de lo pequeño que es el gajo, apenas un bocado, y la naranja es mucho más dulce que las que había tenido ocasión de comer en otras partes. Mientras mastico, los ojos de Dimitri no se apartan de mi boca.

Miro el resto de la naranja, que aún sostiene en su mano abierta.

—¿Tú no vas a probarla?

Se lame los labios y al hablar su voz suena ronca.

—Sí.

Viene hacia mí y, antes de darme cuenta siquiera, su boca está sobre la mía. Su beso hace renacer a otra Lia. Una que jamás ha tenido que llevar corsé ni medias. Una que no se avergüenza cuando su cuerpo se estremece por el contacto de sus apremiantes labios sobre los míos y por el tacto de sus dedos a través del delicado tejido de mi túnica. Esa Lia prefiere regirse por las normas de la isla antes que por las de la sociedad londinense.

Con su boca aún sobre la mía, me empuja sobre la mullida hierba y nos dejamos llevar por el viento, el mar y las mutuas caricias. Cuando por fin se aparta, respira acelerada y pesadamente.

Enlazo mis dedos detrás de su nuca y trato de atraerlo una vez más hacia mí. Él refunfuña, pero no para de bendecir mis mejillas y mis párpados con tiernos besos.

—Procedemos de lugares distintos, Lia, y en muchos aspectos también de épocas diferentes. Aquí y ahora quiero que sepas que respeto las leyes de tu lugar y de tu época.

Sé a lo que se refiere y trato de no ruborizarme.

—¿Y si yo no quiero que lo hagas? —las palabras salen de mi boca sin haber tenido siquiera ocasión de pensarlas.

Él se apoya sobre uno de sus codos, toqueteando con los dedos un trozo de mi túnica.

—El lila te sienta maravillosamente —murmura.

—¿Estás cambiando de tema?

—Tal vez —responde con una sonrisa. Se agacha y me besa en la punta de la nariz—. Para sentirme satisfecho conmigo mismo, debo respetar las leyes de tu mundo mientras sigas formando parte de él. Si decidieras formar parte del mío… bueno, entonces podríamos seguir sus leyes juntos.

Me incorporo doblando las piernas bajo la túnica.

—¿Quieres que me quede en Altus contigo?

Dimitri arranca una pequeña margarita silvestre de entre las hierbas y me la coloca detrás de la oreja.

—Ahora no, desde luego. Tenemos que encontrar las páginas perdidas y desterrar a las almas. Pero después… Nada me haría más feliz que construir una vida contigo en Altus. ¿Tú no sientes una conexión con este lugar?

Soy incapaz de mentir, así que asiento. Estoy abrumada y, al mismo tiempo, tremendamente halagada y muerta de miedo por lo que pueda depararme el futuro, antaño seguro y cierto como un amanecer.

—¿Y si yo no quiero abandonar mi mundo? —tengo que preguntárselo.

Dimitri se inclina hacia mí, me besa con suavidad y permanece unido a mis labios. Después se aparta solo un poco, de modo que puedo sentir sus labios moviéndose cuando habla:

—Entonces yo formaré parte del tuyo.

Vuelve a besarme, pero cuando cierro los ojos, no es la declaración de amor de Dimitri la que resuena en los rincones de mi mente, sino la de otro hombre, hecha ya hace mucho tiempo.

Me sobresalto cuando Luisa irrumpe en la habitación y cierra de golpe la puerta a sus espaldas.

—¡Esto es ridículo, Lia! ¡Totalmente ridículo! —extiende sus esbeltos brazos, haciendo revolotear a su alrededor las mangas de su nueva túnica color púrpura oscuro. Es una túnica dos tonos más oscura que las de diario e idéntica a la que me ha dejado Una a mí—. ¡Una asegura que debemos llevar túnicas para cenar!

La entonación con que lo dice, como si las túnicas fuesen ratas, me hace reír.

—Sí, eso es lo que llevan las hermanas en Altus —intento no sonar como si estuviese hablándole a una niña de cinco años.

—No seas condescendiente. Ya sabes a lo que me refiero: ¿cómo vamos a ir vestidas a nuestra primera gran cena en Altus nada más que con… con…? —gesticulando, señala su cuerpo vestido de seda antes de continuar—. ¿Con esto?

Muevo la cabeza.

—¿Qué hiciste mientras yo dormía estas noches atrás? ¿Qué llevabas puesto?

—Cenaba en mi cuarto, así que no me importaba lo que llevara puesto. Creo que estaban esperándote a ti para hacer alguna clase de celebración.

El aire se me queda estancado en los pulmones. No estoy preparada para ir al encuentro de toda la isla.

—¿Qué clase de celebración?

Luisa se encamina hacia la cama y se deja caer de espaldas sobre ella hablándole al techo.

—No lo sé. Pero no creo que sea demasiado formal. Le oí comentar a una de las chicas más jóvenes algo sobre lo inapropiado que sería celebrar una fiesta.

Pienso en tía Abigail, que lucha por su vida en esos instantes, y estoy de acuerdo con la hermana anónima.

Luisa se incorpora para sentarse.

—Aun así, Lia…, me gustaría tener algo bonito para ponerme, ¿a ti no? ¿No echas de menos tus preciosos vestidos?

Me encojo de hombros y toco con los dedos los suntuosos pliegues violeta que cubren mis piernas.

—Estoy empezando a acostumbrarme a las túnicas. Además, son cómodas, ¿no te parece?

Me dirijo hacia el espejo para recogerme el pelo y casi no reconozco a la persona que me mira desde él. Es la primera vez que me molesto en mirar mi reflejo desde que salimos de Londres. Supongo que en muchos aspectos soy una persona diferente y me pregunto si los cambios habrán sido para mejor. Me doy la vuelta ante el espejo y decido dejarme el pelo suelto y rizado sobre los hombros.

—Yo sacrificaría la comodidad por la moda en alguna ocasión, en especial esta noche —Luisa habla desde el otro extremo de la habitación, su expresión ceñuda me apena momentáneamente.

Me dirijo hacia la cama y me siento a su lado.

—¿Y por qué es especial esta noche?

Se encoge de hombros, pero la sonrisa pícara que se forma en su boca la delata.

—Por nada.

—Mmm. ¿De modo que no tiene nada que ver con… no sé… con un hermano que da la casualidad que vive en la isla?

Luisa se echa a reír.

—¡Está bien! ¡Me gustaría estar guapa para Rhys! ¿Tan malo es eso?

—Pues claro que no —me pongo en pie—. Pero míralo de este modo: es más que probable que si apareces en la cena con un vestido, Rhys piense que eres un ganso atado y listo para asar.

Sé que estoy empezando a convencerla cuando se mordisquea el labio inferior, una expresión pensativa que sustituye a la vergüenza de hace unos instantes.

—De verdad, Luisa, yo creo que una túnica de seda es más exótica. Más… sensual.

Se lo piensa un momento más antes de levantarse resoplando.

—¡Pues estupendo! Me pondré la túnica infernal. ¡Además, no tengo mucho donde escoger, a no ser que quiera ir desnuda!

—Cierto —engancho mi brazo en el suyo mientras nos dirigimos a la puerta—. Pero ¿quién sabe? ¡Puede que a Rhys le gustara más!

Luisa se vuelve hacia mí, boquiabierta por la impresión.

—¡Lia! ¡Te has convertido en una auténtica desvergonzada!

Supongo que es verdad y mientras vamos hacia el comedor me acuerdo de lo que me propuso Dimitri en el naranjal y me pregunto si de verdad puedo escoger entre una y otra vida. Tal vez ya no sea capaz de volver a ser la persona que era ni de regresar a mi antigua existencia.

Recuerdo las palabras que Henry me dijo hace mucho tiempo y las encuentro tan apropiadas como siempre: «Solo el tiempo lo dirá».