—¡No me has dejado nada! Echo de menos… ¡un montón de cosas!

Una coloca una bandeja cargada con pan, queso y fruta encima de la mesilla y se acerca adonde yo estoy sentada en el borde de la cama. Su túnica de color lila claro, idéntica a la que yo llevo puesta, se pliega alrededor de sus pies y de su cuerpo. Distingo en ella la silueta femenina que hay debajo y me doy cuenta de que, después de todo, no ha sido un error.

Me contempla de arriba abajo.

—No parece que te falte nada.

Noto que el rubor tiñe mis mejillas.

—¡Pero si no hay ropa suficiente!

Una ladea la cabeza, sonriendo.

—Hay ropa interior y una túnica. ¿Qué más necesitas?

Me levanto tambaleándome ligeramente hasta que se me pasa un poco el mareo.

—Ay, pues no sé… ¿Unos pantalones? ¿Un vestido? ¿Unos zapatos y unas medias? ¿O se supone que tengo que ir descalza?

—Lia… —me sobresalto al oír mi nombre—. Oh, ¿puedo llamarte Lia? Es mucho menos formal que Amalia.

Asiento con la cabeza y ella continúa.

—Te daré unas sandalias cuando salgamos de la habitación, pero mientras sigas aquí, en el santuario, no necesitas nada más. Por otra parte —alza las cejas—, me llevé tu ropa a la lavandería y ¡eran un montón de cosas! ¿No resulta incómodo ir siempre tan cargada?

No puedo evitar sentirme un poco indignada. Resulta que yo me creía una joven independiente, cada vez más libre desde mis días en Wycliffe, y ahora Una me desmonta esa idea por completo.

Ignorando su pregunta, estiro la espalda e intento no sonar enfurruñada.

—Muy bien. Pero me gustaría volver a tener mi ropa, por si acaso la necesito.

Ella se encamina hacia la puerta.

—Iré a por ella mientras te tomas el desayuno.

Justo antes de que cierre la puerta, le grito:

—¡Quiero que sepas que uso pantalones en lugar de falda para montar a caballo!

Alcanzo a ver su sonrisa mientras cierra la puerta y me quedo con la sensación de que le divierte bastante mi puritanismo.

—Luisa se alegrará de verte —me dice Una—. Lo mismo que Edmund, aunque, según le entendí, está ocupado con un asunto.

Vamos por una larga galería empedrada, abierta al exterior, salvo por el techo. Me recuerda a los palacios que vi en Italia cuando fui allí con mi padre.

Me percato de que Una no ha mencionado a Sonia y, aunque imagino que está tratando de ser diplomática, es de Sonia de quien más me acuerdo.

—¿Qué pasa con mi otra amiga, con Sonia? —me vuelvo hacia ella esperando captar algún matiz en sus gestos que me diga algo que sus palabras pudieran ocultarme.

Ella suspira y me examina con la mirada. Me pregunto si querrá ser honesta o amable.

—No se encuentra bien, Lia, pero dejaré los detalles para el hermano Markov. Debido a su puesto, seguro que sabe mucho más que yo.

Hermano Markov. Me sorprendo del título y de la velada referencia al rango de Dimitri, pero Sonia sigue estando en primer lugar.

—¿Puedo verla?

Una niega con la cabeza.

—Hoy no.

Su tono es tan contundente que no me molesto en discutir. En vez de eso, le pregunto por Dimitri.

Una levanta la vista cuando un caballero de labios gruesos y sonrisa diabólica se nos acerca por el camino. Lleva unos pantalones ajustados y una túnica blanca entallada.

—Buenos días, Una.

—Buenos días, Fenris —contesta ella. Es evidente que coquetea con él.

En cuanto nos hallamos a una distancia prudencial del caballero, me vuelvo a mirarla.

—¿Quién era ese?

—Uno de los hermanos. Uno de los más… notables de su rango. No pretendo salir con él, pero tiene tal reputación que me apetece bastante que pruebe un poco de su propia medicina.

—¿De verdad? ¡Estoy impresionada! —me río—. ¿Y quiénes son los hermanos?

—¡Son exactamente eso, nuestros hermanos!

—¿Fenris es hermano tuyo?

Se echa a reír.

—No es mi hermano, sino un hermano. Es decir, es hijo de una de las hermanas y aún no ha decidido si marcharse a vuestro mundo o quedarse y servir a la causa de la comunidad de las hermanas.

—Me temo que no lo entiendo.

Una deja de caminar y me pone una mano sobre el hombro, de manera que yo también me detengo.

—Las hermanas no estamos atrapadas en Altus. Podemos vivir en vuestro mundo, igual que lo hicieron tu madre y tu tía, si así lo deseamos. Pero aunque nos quedemos en la isla, eso no significa que nuestras vidas no sigan sus rumbos. También nos enamoramos, nos casamos y tenemos hijos, y esos hijos deben escoger su propio camino cuando llegan a la mayoría de edad.

Aún no entiendo cómo un caballero como Fenris entra en esa ecuación.

—¿Pero quiénes son los hermanos?

Una levanta las cejas.

—¿No creerás que las hermanas solo dan a luz a hembras?

Pienso en Henry y me doy cuenta de que no es así.

—Los hermanos son la prole masculina de las hermanas que han escogido ser madres —no es una pregunta, pero, de todos modos, ella responde con un gesto afirmativo.

—Y los descendientes varones de los Grigori, a los cuales, si se quedan en Altus, solo se les permite casarse con alguien de la comunidad de las hermanas. Todos son nuestros hermanos y pueden quedarse al servicio de la comunidad de las hermanas o de los Grigori, si son elegidos para ello.

Aún sigo parada en el mismo lugar, meditando sobre su respuesta, cuando me doy cuenta de que Una ya se ha vuelto a poner en movimiento y se ha adelantado unos pasos. Camino apresuradamente para alcanzarla y enseguida me noto cansada, a pesar de que llevo una hora escasa fuera de la cama.

Unos minutos más tarde le hago una pregunta que me ronda por la cabeza.

—¿Una?

—¿Mmmm?

—¿Los hermanos viven en la isla con vosotras?

—Viven en el santuario, como todo el mundo.

—¿Bajo el mismo techo?

Se vuelve a mirarme sonriendo.

—Solo en tu mundo, Lia, es poco frecuente que los hombres y las mujeres convivan respetándose mutuamente. Y también es en tu mundo donde se considera antinatural que los hombres y las mujeres expresen sus sentimientos mutuos fuera del matrimonio.

—Bueno, sí… pero lo hacen una vez casados.

Ella inclina la cabeza con el semblante más serio.

—¿Por qué es un requisito necesario el matrimonio para mostrarse mutuamente respeto?

No parece esperar respuesta, y eso es bueno. Su interrogante se une al resto de mis abrumadores pensamientos, hasta que me veo obligada a apartarlos de momento.

Una dobla por un amplio pasillo y coloca su mano sobre el picaporte de una puerta a nuestra derecha. Nada más abrirla, cuando me insta con señas a que pase delante de ella, ya me siento en casa.

La habitación es una biblioteca. Aunque las paredes, lo mismo que todas en Altus, son de piedra, están cubiertas de libros como los de la biblioteca de papá en Birchwood. Y por si el ambiente no bastara para calmarme, veo a Luisa, que levanta la vista de una de las mesas al fondo de la estancia. Su rostro se ilumina en cuanto me ve.

Viene disparada hacia mí.

—¡Lia! ¡Pensaba que no ibas a despertarte nunca! —me da un fuerte abrazo y luego se aparta para contemplarme con los labios apretados en un gesto de preocupación.

—¿Qué? —pregunto—. Estoy bien, solo necesitaba dormir, eso es todo.

—¡No tienes buen aspecto! Jamás te había visto tan pálida. ¿Estás segura de que ya puedes estar levantada?

—Sí. ¡Llevo casi dos días durmiendo, Luisa! Solo necesito caminar un poco al sol y enseguida volveré a tener un color normal.

Sonrío para animarla, sin querer decirle que lo cierto es que aún estoy bastante cansada, que aún me encuentro muy débil, aunque he comido, me he lavado y me he vestido.

—Sí, bueno. Esto es precioso —jadea a causa de la excitación. Con su túnica de color púrpura claro, parece encontrarse bien y descansada—. ¡Estoy deseando enseñarte los jardines! ¡Rhys me ha mostrado muchas cosas increíbles!

—¿Rhys? —pregunto, arqueando las cejas.

Luisa se encoge de hombros y trata de parecer despreocupada, a pesar de que se pone colorada.

—Es uno de los hermanos, me ha estado enseñando la isla. Ha sido muy amable.

Sonrío maliciosamente y me siento un poco la Lia de siempre.

—¡Seguro que lo ha sido!

—¡Boba! —me propina un amistoso golpecito en el brazo, seguido de un rápido abrazo—. ¡Dios mío! ¡Te he echado de menos, Lia!

Me pongo a reír.

—También yo debería decir que te he echado de menos, pero como me he pasado los últimos dos días durmiendo más profundamente que en toda mi vida, me temo que no es verdad.

—¿Tampoco has echado de menos a Dimitri? —pregunta con una taimada sonrisa.

—Tampoco —me alegro de sorprenderla, aunque solo sea por un instante—. Hasta que me desperté, por supuesto. ¡Ahora sí que le echo terriblemente de menos!

Luisa se ríe y su risa se expande por toda la estancia como un vendaval, igual que la recordaba. De pronto me doy cuenta de que Una sigue a mi lado y me siento terriblemente maleducada.

—¡Oh, lo siento! ¡No os he presentado!

Un gesto de perplejidad cruza el rostro de Luisa. Sigue mi mirada hasta Una y sonríe.

—¿Una? Hace días que nos conocemos, Lia. Estuvo haciéndome compañía y convenciéndome de que estabas perfectamente bien.

—Estupendo —digo—. Entonces, ya nos conocemos todas.

Estoy a punto de preguntar a Luisa por Edmund cuando la puerta se abre a mis espaldas. Al volverme, la luz del sol que asoma por la puerta entreabierta es tan cegadora que la figura que está de pie en el umbral no es más que un dorado chorro de luz. Cuando la puerta se cierra y la habitación queda envuelta en la penumbra, no puedo evitar cruzarla corriendo para ir a su encuentro.

Me echo en brazos de Dimitri con unos modales impropios de una dama. Pero no me importa. Por lo menos de momento. Me hace sentir igual que siempre cuando posa sus ojos en los míos.

Se echa a reír sobre mi pelo.

—Me alegro de ver que no soy el único que ha sufrido.

—¿Sufrir tú? —le pregunto, rozándole el cuello.

Se ríe.

—Cada segundo que pasabas durmiendo —se echa hacia atrás para verme mejor y me besa en los labios sin importarle que tengamos delante a Luisa y a Una—. ¿Te encuentras bien? ¿Cómo te sientes?

—Un poco débil y bastante cansada aún. Pero dame algo más de tiempo y de descanso y me pondré bien.

—Altus es el lugar ideal para las dos cosas. Ven, deja que te enseñe algo de la isla. Te sentará bien salir fuera de estas puertas.

—¿Puedo ir? —pregunto, mirando a Una.

No sé por qué le pido permiso, pero me parece raro pasear por la isla cuando se supone que debo buscar las páginas perdidas.

—Pues claro —le quita importancia a mi pregunta haciendo un gesto con la mano y me contesta como si pudiera leer mi mente—. Ya tendrás tiempo de hablar con lady Abigail sobre el propósito de tu visita. Además, ella aún sigue durmiendo.

Me vuelvo hacia Luisa.

—¿No te importa?

Ella sonríe maliciosamente.

—En absoluto. Tengo mis propios planes.

Dimitri me conduce hacia la puerta y decido preguntarle más tarde a Luisa acerca de ese nuevo tono seductor que hay en su voz.

—¿Aquí no llueve nunca?

Aparte de que llevo menos de veinticuatro horas consciente, me parece imposible que el clima de Altus pueda dejar de ser alguna vez cálido y agradable.

—Si no lloviera, no tendríamos tantos árboles.

Dimitri me sonríe mientras nos alejamos por el sendero empedrado. Le miro como si fuese la primera vez que lo veo. Su piel resplandece llena de salud con los mismos pantalones marrones y la misma túnica blanca entallada que llevaba Fenris cuando Una y yo pasamos a su lado en la galería exterior. El blanco brillante contrasta con el pelo negro de Dimitri y es imposible no darse cuenta de lo tirante que está la tela que cubre sus hombros. Cuando me topo con su mirada, la sonrisa de sus ojos se extiende lentamente a su boca y enarca las cejas como si supiese exactamente en qué estoy pensando.

Le sonrío, extrañamente desinhibida.

Al volver la vista atrás por el camino que estamos recorriendo, por primera vez veo el edificio en el que me he pasado los últimos días durmiendo. Visto desde fuera es mucho más impresionante que desde dentro, pese a no ser alto ni de aspecto imponente. Construido por entero con piedra gris azulada, se asienta a lo largo de la cima de la colina por la que intenté subir el día que llegamos. Los tejados parecen de cobre y han pasado a ser de color verde musgo en sutil contraste con los extensos pastos y el color esmeralda más intenso de los frondosos manzanos.

Es precioso, aunque esta no parece la palabra más adecuada. Mientras contemplo el océano que se extiende allá abajo, el edificio al que llaman el santuario, así como las construcciones más pequeñas que lo rodean, me invade una profundísima sensación de pertenencia a ese lugar. Una enorme sensación de paz. Ojalá hubiera sabido antes que formaba parte de la comunidad de las hermanas, de Altus. Es como si hubiese perdido una parte de mí misma hace mucho tiempo y no hubiera sido totalmente consciente de su pérdida hasta haberla recuperado.

En el sendero pasamos junto a varias personas. Dimitri las saluda a todas por su nombre y, aunque sonríe con su característico encanto, ellas parecen extrañamente inmunes a su natural amistoso. Dimitri me coge de la mano al pasar al lado de una adorable anciana, que responde a su saludo con una mirada fulminante. Imagino que será solo por la edad o porque está irritada, pero ya no me puedo callar cuando una mujer joven responde airadamente al saludo de Dimitri diciendo:

—¡Debería darte vergüenza!

Dejo de caminar y me quedo mirándola fijamente mientras se aleja.

—¡Qué maleducada! ¿Qué es lo que le pasa a todo el mundo? —me vuelvo y le miro desconcertada.

Dimitri baja la cabeza.

—Bueno… no todo el mundo apoya tu viaje como nos gustaría.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo pueden no apoyarlo? Tan solo queremos encontrar las páginas perdidas para acabar con la profecía. ¿No es eso lo que quieren las hermanas? —no me responde y empiezo a percatarme de que no me entero de nada—. ¿Dimitri?

—No te conocen como yo —su rostro se ruboriza por la vergüenza y me doy cuenta de lo duro que le resulta decirlo en voz alta.

Es tan simple que no puedo ni creerme que se me haya escapado hasta ahora.

—Es por mí —me quedo mirando fijamente el suelo durante un minuto antes de levantar la vista hacia Dimitri—. ¿Verdad?

Él coloca sus manos sobre mis hombros y me mira a los ojos.

—No tiene importancia, Lia —no puedo sostener su mirada, pero él me coge la barbilla con los dedos y me hace girar el rostro hacia el suyo hasta que me resulta imposible evitar sus ojos—. No tiene importancia.

—Sí, sí que la tiene —no pretendo sonar tan áspera, pero no lo consigo. Me doy la vuelta para alejarme de él y continuar por el sendero, evitando mirar a los ojos a quienes pasan a mi lado.

En apenas unos segundos, Dimitri me da alcance. No toma la palabra de inmediato y, cuando lo hace, tengo la sensación de que va con pies de plomo.

—No los estoy defendiendo, solo trato de entenderlos —me dice.

No quiero oír las opiniones que los demás, en su ignorancia, se han formado acerca de mí sin siquiera conocerme. Pero Dimitri necesita decirlo y yo deseo escucharlo.

—Te escucho —digo sin mirarle y tratando de centrar mi atención en el sendero.

Él suspira.

—Tú eres la única puerta que ha venido a Altus jamás, la única a la que se le ha dado la bienvenida aquí. Y es que… Bueno, eso no se hace. No se había hecho nunca en el pasado. Hasta ahora, la puerta siempre había sido el enemigo, uno de los enemigos de las hermanas. Tal vez más que eso, porque era una de ellas. Al vivir en otro lugar, tu madre y tu padre se libraron de ser juzgados, al menos de ser juzgados abiertamente por los residentes de la isla.

—¿Y no les basta como prueba que esté aquí, que haya arriesgado mi vida y la de aquellos a quienes quiero para hacer este viaje? —soy consciente de que mi enfado va en aumento. No es la ira que sentí cuando me di cuenta de la traición de Sonia, sino un enfado que aumenta poco a poco, que amenaza con crecer y crecer hasta que no quede más remedio que darle salida por alguna parte.

—Lia…, hasta que encuentres las páginas perdidas y las utilices para terminar con la profecía, las hermanas no tienen forma de saber si tus intenciones son buenas. Tu madre…

Dejo de caminar y le fulmino con la mirada.

—Yo no soy mi madre. La quiero, pero no soy ella.

Se le escapa el aliento como si se diera momentáneamente por derrotado.

—Lo sé. Pero ellas no. Únicamente basan su juicio y su esperanza en el pasado. Tu madre trató de combatir a las almas. Quiso hacerlo, pero al final no fue capaz de mantenerlas a raya. Eso es lo que las hermanas de Altus saben y lo que temen.

Comienzo a andar de nuevo, esta vez más despacio. Dimitri me sigue y durante un rato caminamos sin hablar. Me lleva tiempo formar las palabras que debo pronunciar para preguntar lo que más miedo me da. Cuando al fin lo hago, me veo obligada a sosegarme para que no me tiemble la voz.

—¿Y a ti te rechazan por… tu relación conmigo? —no me contesta de inmediato, supongo que está tratando de suavizar su respuesta—. Contéstame, Dimitri. ¿Qué relación puede haber entre nosotros si no somos capaces de hablar abiertamente?

Rechazar es una palabra demasiado dura —dice con calma—. Es solo que no lo entienden. He sido convocado ante el alto consejo por haberte salvado del kelpie. Se trata de un escándalo para alguien de mi…

—¿Posición social? —concluyo por él.

—Supongo —asiente—. Y a ello se une mi relación con una hermana claramente designada como puerta, y no como cualquier puerta, sino como la que tiene el poder de facilitar por fin el retorno de Samael.

—Parece que los estuvieras defendiendo —no puedo ocultar la amargura de mi voz.

—No. Simplemente estoy tratando de comprenderlos y de ser imparcial, aunque ellos no lo sean.

Me es imposible enfadarme. Estoy segura de que Dimitri dice la verdad. Más aún, con lo que me ha dicho, he aprendido más sobre él y estoy convencida de que es un buen hombre. ¿Cómo voy a criticarle por tales cualidades?

Esta vez soy yo quien le coge de la mano. Aunque parece tan grande dentro de la mía, tengo la necesidad de ofrecerle la misma protección que me ha brindado él a mí. No sé si podría protegerle eficazmente de algo importante, pero de pronto sí sé que haría cualquier cosa para impedir que le hicieran daño.

—Pues entonces no queda más remedio que hacer una cosa.

—¿El qué?

—Probarles que se equivocan.

Y en ese instante, mientras sonrío mirándole a los ojos, estoy segura de que lo lograré.