Pese a todo, estoy casi segura de que voy a morir atragantada.

Me despierto en el fondo de la barca, escupiendo agua y tosiendo hasta que se me queda la garganta rasposa. Veo las siluetas de otras personas alrededor, pero es el rostro de Dimitri, preocupado y desolado, el que tengo enfrente. Se inclina sobre mí y me agarra por uno de los hombros mientras vomito el interminable torrente de agua marina que parece haberse filtrado en cada poro, cada grieta, cada vena de mi cuerpo.

Por fin dejo de toser, al menos de momento, y Dimitri me coge entre sus brazos y me estrecha contra su pecho mojado.

—Lo siento —digo. No es que yo tenga la culpa. No recuerdo nada, excepto la estrafalaria criatura que me arrastró dentro del agua y mi propia ingenuidad. Son cosas de las que no podré olvidarme fácilmente.

Él sacude la cabeza y cuando habla, lo hace con voz ronca y áspera.

—Debería haber estado vigilando… Debería haber prestado más atención.

Estoy demasiado agotada como para discutir. Le rodeo con mis brazos y presiono mi cuerpo mojado contra el suyo.

Luisa se arrodilla a mi lado con un gesto de preocupación en la cara como jamás se lo había visto.

—¿Te encuentras bien, Lia? ¡Me quedé profundamente dormida un momento y lo siguiente que vi fueron tus pies desapareciendo dentro del mar!

—Era un kelpie, un caballo acuático —Dimitri lo dice como si fuese lo más real del mundo, y no una criatura que se encuentra en los libros de mitología antigua—. Seguramente estaba al servicio de las almas, igual que los perros en el bosque. Quieren impedir que llegues a Altus y a las páginas perdidas.

Luisa comienza a sacar cosas de su bolsa.

—¡Estáis temblando los dos! ¡Os vais a morir de frío!

Hasta en mi actual estado soy capaz de encontrar irónica su exclamación, aunque agradezco las mantas que saca primero de su mochila y luego de la de Edmund.

Dimitri me envuelve con una y se coloca la otra sobre sus propios hombros antes de reclinarse nuevamente sobre la borda y atraerme hacia él.

Luisa, satisfecha de que estemos a salvo y bien de momento, regresa a su asiento, mientras Edmund retoma su lugar al lado de Sonia, que parece no haberse movido durante todo el episodio. Es entonces cuando realmente veo a Edmund. No tiene buen aspecto. Es como si hubiese envejecido diez años de repente; sus facciones están distorsionadas por el miedo, la angustia y la desolación. Me doy cuenta de inmediato de la causa y se me encoge el corazón por mi sentimiento de culpa.

Edmund perdió un hijo en el agua. Puede que Henry no fuera su hijo en sentido estricto, pero no cabe duda de que quería a mi hermano como si lo fuera. Perderlo estuvo a punto de destrozar a Edmund y ahora yo le he devuelto a aquel lugar…, aquel terrorífico lugar donde sin previo aviso ni excusa te pueden arrebatar cualquier cosa por preciada que sea.

Sé que debería decir algo. Compensarle por la preocupación que le he causado. Pero no puedo encontrar las palabras y se me cierra la garganta a causa de la pena. Busco sus ojos y espero que me comprenda.

—Fuiste tú, ¿verdad? ¿Tú fuiste quien me salvó?

Estoy recostada en el pecho de Dimitri. A pesar de las mantas y del calor de su cuerpo tengo tanto frío que ya no temo quedarme dormida. No creo que mi cuerpo pueda relajarse lo bastante como para caer en el sueño.

No me contesta de inmediato, sé que está tratando de decidir hasta dónde puede contarme. Para mí, esos momentos bajo el mar están perdidos. Apenas recuerdo vagamente una oscuridad infinita, unas figuras borrosas y, por fin, una extraña luz que iluminó la negrura momentos antes de que pensara que estaba muerta.

Pero sé que fue Dimitri. Está bien claro por su ropa y su pelo empapados. Quiero comprenderlo. Comprenderlo a él.

Su pecho se hincha a mis espaldas al tomar aliento para responder.

—Sí. Impuse mi autoridad a la criatura como miembro de los Grigori.

—¿Posees esa autoridad?

—Sí —hace una pausa—. Pero se supone que no debería usarla.

Me muevo entre sus brazos para mirarle a la cara.

—¿Qué quieres decir?

Suspira.

—Se supone que no debo intervenir en el desarrollo de la profecía. No debería ayudarte. Me he movido por un territorio difícil, pero dentro de los límites de la ley de los Grigori, ayudándote a mantenerte despierta o escoltándote hasta Altus. Tampoco intervine realmente con los perros, pues se hicieron a un lado por propia voluntad cuando vieron que estaba contigo.

Intuyo por su vacilación que hay algo que no ha dicho.

—Pero hay algo más, ¿no?

—No es nada que deba preocuparte, Lia. No quiero que te preocupes por una decisión que tomé y que volvería a tomar si se presentara la ocasión. No tuve más remedio que ir a por ti. Jamás podría hacer otra cosa.

Toco su cara y noto su piel fría bajo las yemas de mis dedos.

—Estamos juntos en esto, ¿no? Ahora más que nunca.

Él titubea antes de asentir con la cabeza.

—Sea lo que sea a lo que tengas que enfrentarte, no tendrás que hacerlo sola si puedo evitarlo. Cuando me vine contigo, traspasé un límite muy real y me serví de la magia, que está prohibida en el mundo físico, para despojar de sus poderes al kelpie. Su fuerza, aunque mayor que la de un mortal, es considerablemente menor que la de un Grigori y también que la de muchas hermanas. De hecho, si estuvieras algo más entrenada, podrías haber escapado tú sola. También tú tienes poderes considerables, aunque sin desarrollar aún.

Sé que tiene poco que ver con el asunto en cuestión, pero no puedo evitar sentir indignación. Después de todo, llevo meses trabajando en mis poderes.

—No estoy tan bien versada como tú en el uso de mis dones, pero creo que he desarrollado bastante mis habilidades en estos últimos meses.

Dimitri inclina la cabeza.

—Sin embargo, no las has desarrollado por ti misma, ¿verdad que no?

Al principio no entiendo qué quiere decirme. Pero cuando lo hago, cuando caigo en la cuenta, siento verdadero horror.

—Sonia. Entrenaba con Sonia —sacudo la cabeza, como si mi protesta invalidara su afirmación—. Pero entonces estaba bien. Lo estaba hasta que entramos en el bosque.

Dimitri me coloca un mechón de pelo, pegajoso y tieso por la sal, detrás de la oreja.

—¿Lo estaba? —inspira profundamente—. Lia, las almas no se apoderaron de Sonia de la noche a la mañana. Probablemente, lo hicieran paso a paso.

Me doy la vuelta y apoyo de nuevo la espalda en su pecho. No quiero que vea en mi rostro esta mezcla de tristeza, rabia e incredulidad.

—Entonces, crees que Sonia lleva algún tiempo bajo la influencia de las almas.

No se trata de una pregunta, pero él contesta de todos modos.

—Pienso que es la opción más probable, ¿no te parece? Tal vez su alianza con las almas comenzase con una sutil insinuación, tal vez se le presentaran disfrazadas de alguien distinto a ellas.

—Pero… eso significaría… —no puedo terminar. Dimitri lo hace por mí.

—Significaría que quizás Sonia, accidental o voluntariamente, no te ayudó a desarrollar del todo tus poderes —se encoge de hombros—. A propósito, ¿sabías que eres una hechicera, igual que tu hermana? Te llevará tiempo desarrollar tu poder, pero lo tienes. Puedes estar segura de ello. E imagino que Sonia también lo sabía.

No puedo mirarle a los ojos, aunque no me sorprende la revelación. No sé por qué me siento avergonzada, pues es Sonia quien ha traicionado nuestra causa. Es Sonia quien me ha traicionado a mí. Sin embargo, me siento terriblemente ingenua.

Y ahora todo encaja, por mucho que desee que no sea así.

Sonia, bajo la influencia de las almas, me ayudó a desarrollar mi poder lo justo. Lo bastante como para que creyera que me estaba volviendo más fuerte, que tenía posibilidades de luchar. Lo bastante como para que no siguiese buscando, para que no supiese que había más. Su insistencia en que viajásemos juntas por el plano astral con el pretexto de mi seguridad, de hecho, no tenía otro objetivo que conocer cualquier movimiento que yo hiciera en lo referente a la profecía. Su preocupación por que no me exigiese demasiado no era más que inquietud por evitar que desarrollara demasiado rápidamente mi poder.

Cuando recuerdo su insistencia para que me pusiese el medallón, me importa poco que su traición comenzase por propia elección o por engaño. Está bien claro cómo ha terminado todo.

Me pongo a temblar. No de miedo ni de tristeza. No. Sino de pura furia desenfrenada. Ni siquiera puedo mirar la figura derrotada de Sonia en la parte delantera de la barca, por miedo a abalanzarme sobre ella y tirarla por la borda.

Mi ira, o mejor, mi cólera me asusta. Y al mismo tiempo me estremezco por su poder, aunque no me atrevo a analizar lo que eso me dice acerca de lo mucho que he cambiado. Jamás había sentido tanta cólera. Ni siquiera contra mi hermana. Quizás porque siempre temí a Alice, siempre supe que no podría confiar del todo en ella, aunque me costara años admitirlo.

Pero Sonia… Sonia era diferente. Su pureza, su inocencia me hicieron creer en su bondad. Me hicieron creer que había esperanza. De alguna manera, la destrucción de esa esperanza me irrita más que cualquier otra traición.

Dimitri me da masajes en los hombros con las manos.

—En realidad, no es ella, Lia. Tú lo sabes.

Solo puedo asentir.

Estamos sentados en la quietud de una niebla que todo lo absorbe. Desde que me sacaron del agua se ha ido espesando. Los demás ocupantes de la barca son poco más que sombras, casi difuminadas en la niebla. Súbitamente, la embarcación detiene su suave marcha.

—¿Por qué no nos movemos? —pregunto al tiempo que me incorporo.

—Porque ya hemos llegado —responde Dimitri a mi espalda.

Erguida en una de las tablas que sirven de asiento en la barca, intento distinguir alguna silueta a lo lejos, pero no sirve de nada. La niebla lo impregna todo.

—¿Por qué nos hemos detenido, señor Markov? —desde el centro de la barca la voz de Luisa suena distorsionada.

—Hemos llegado a Altus —contesta él.

Luisa echa una ojeada a su alrededor, pensando que Dimitri está loco.

—Debe de tener usted visiones. ¡No hay nada de aquí a una milla de distancia, excepto esta maldita niebla!

O yo estoy atolondrada por la falta de sueño o me siento de nuevo mejor, porque sus palabras me hacen soltar una carcajada.

Dimitri se acaricia la cara con la palma de la mano en un gesto que ilustra su cansancio o su decepción por la irritabilidad de Luisa.

—Créame, es cierto. Si espera solo un momento, verá a lo que me refiero.

Luisa se cruza de brazos en un gesto de impaciencia, pero Edmund sigue la mirada de Dimitri por encima del agua. Nuestra actividad no consigue poner en movimiento a Sonia. Sigue tan lánguida como siempre y no parece interesarle nada en absoluto si hemos llegado a Altus o no.

Noto movimiento cerca de la parte delantera de la barca y levanto la vista hacia allí. Veo a una de las figuras con túnica volviéndose hacia el agua. Levanta unos dedos largos y esbeltos y se baja la capucha de la túnica para dejar al descubierto una cascada de pelo rubio, casi platino. El cabello resplandece sobre su espalda y ahora ya sé que se trata de una chica o, para ser más precisos, de una mujer joven.

Me quedo hechizada cuando alza los brazos, dejando caer las largas mangas y revelando una piel blanca y sedosa. Un extraño silencio desciende sobre nosotros. El agua no se mueve contra los lados de la barca, parece que estuviésemos conteniendo el aliento colectivamente, esperando a ver qué sucederá.

La espera merece la pena.

La chica comienza a murmurar algo en un lenguaje que jamás había oído antes. Suena como latín, pero sé que no lo es. Su voz se abre paso serpenteando entre la niebla, enroscándose a nuestro alrededor y circulando luego por encima del agua. Oigo cómo se propagan sus palabras mucho después de haber salido de su boca, aunque no es como un eco. Es otra cosa. Un recuerdo. Fluye hacia el exterior hasta que la niebla comienza a levantarse, no de improviso, pero sí lo bastante rápido para mí como para saber que no solo es la naturaleza la que está actuando.

El agua refulge bajo un sol que no estaba allí momentos antes. El cielo, que antes, cuando era visible, tenía un color gris pálido, brilla ahora con luz trémula sobre nuestras cabezas. Me recuerda al cielo otoñal de Nueva York, de un azul mucho más intenso que en otras épocas del año.

Sin embargo, no es eso lo que me roba el aliento.

No. Lo hace la exuberante isla que tenemos delante.

Resplandece en el agua como un espejismo de belleza y de calma. No muy lejos de la barca hay un pequeño puerto. La isla se levanta desde sus orillas en una suave pendiente. Puedo distinguir en la parte alta de la isla, a lo lejos, un puñado de edificios, aunque están a demasiada distancia como para verlos con claridad.

Lo más hermoso de todo son los árboles. Aun desde el agua veo que la isla está salpicada de manzanos, sus frutos carmesíes parecen puntos de exclamación en el espléndido verde de los árboles y la hierba que cubren la isla.

—¡Es una maravilla! —mis palabras parecen demasiado poco para describir lo que tengo ante mí, pero es cuanto puedo decir en ese momento.

Dimitri baja la cabeza y me mira sonriente.

—¿Verdad que lo es? —se vuelve a mirarla de nuevo—. Nunca deja de sorprenderme.

—¿Es real? —pregunto, levantando la vista hacia él.

Dimitri se echa a reír.

—No está en los mapas convencionales, si es eso a lo que te refieres. Pero está aquí, oculta entre la neblina y presente para los miembros de la comunidad de las hermanas, los Grigori y para aquellos que les sirven.

—Me gustaría verla más de cerca —dice Luisa.

Edmund asiente con la cabeza.

—La señorita Milthorpe necesita dormir y la señorita Sorrensen necesita…, bueno, la señorita Sorrensen necesita ayuda —todos miramos a Sonia, que ahora observa Altus casi enfadada. Edmund se vuelve hacia Dimitri—. Cuanto antes, mejor.

Dimitri hace un gesto con la cabeza a la mujer de la túnica que ha hecho aparecer Altus. Ella regresa a su puesto en la parte delantera de la barca y coge los remos. La mujer de la parte trasera hace lo mismo.

Vuelvo a sentarme y contemplo el agua que se mueve bajo la barca, mientras me acerco más y más a la isla que esconde las respuestas a las preguntas que aún estoy aprendiendo a plantear.