Quizá la más básica de las «grandes preguntas» que los pensadores se han planteado sea ¿de dónde viene el universo?

Las primeras respuestas se expresaron desde la visión mística, seguidas por las interpretaciones del mundo que hicieron las grandes religiones. En relación a los conceptos del origen y el destino, las interpretaciones clásicas de Oriente y Occidente fueron extraordinariamente consistentes: ambas concibieron los orígenes del universo como un formidable proceso de auto creación. Pero con la aparición de la religión monoteísta en Occidente, el relato de la creación del Viejo Testamento reemplazó las versiones mística y metafísica. A lo largo de la Edad Media, los cristianos, los musulmanes y los judíos creyeron que un Dios Todopoderoso creó el Cielo sobre la Tierra, y todas las cosas que existen entremedias, de forma voluntaria e intencionada, tal y como las conocemos.

En el siglo XIX, la interpretación judeo-cristiana de la creación entró en conflicto con las teorías de la ciencia moderna, en particular con la biología darwiniana. Surgió un vívido contraste entre la interpretación de que todo lo que observamos fue creado intencionadamente por un poder divino, y el concepto según el cual las especies vivas evolucionan por sí mismas, a partir de un origen común más simple. Este contraste propició debates interminables que se han mantenido hasta la actualidad a través de la controversia que rodea a la enseñanza de las teorías «creacionista» y «evolucionista» en las escuelas públicas.

Desde los años 30 del siglo pasado, el relato judeo-cristiano sobre la creación ha tenido que enfrentarse no solo con la doctrina darwiniana sobre la evolución biológica, sino también con la cosmología física. El universo mecánico de Newton requería de un Primer Motor que le diera cuerda y lo pusiera en marcha, algo que podría atribuirse a la labor de un Creador. Posteriormente, el universo estacionario de Einstein podía existir sin un Creador, ya que persiste igual desde los comienzos del tiempo hasta hoy. Pero cuando el universo estacionario fue reemplazado por la teoría del Big Bang de un universo en expansión tras la explosión, de nuevo aparecieron las preguntas sobre los orígenes del mundo. Si el universo nació tras el Big Bang hace 13.700 millones de años (o como indican los nuevos descubrimientos, hace 15.800), y debe terminarse en el futuro tras el Big Crunch, dentro de unos 2 mil billones de años, o tras la evaporación de los últimos agujeros negros, del tamaño de un cluster de galaxias, en un horizonte temporal casi inconcebible de 10122 años, la pregunta que surge en nuestra mente es: ¿Qué hubo allí antes de que todo esto comenzara y qué habrá cuando termine?

Lo mejor que la «teoría del BB» puede decirnos sobre cómo nació el universo es que tuvo lugar una inestabilidad al azar dentro de un vacío cósmico fluctuante, el pre-espacio del universo. No puede explicar ni el por qué se produjo esta inestabilidad ni por qué ocurrió cuando ocurrió. Y, si no es a través de fábulas especulativas poco convincentes, como la de una ruleta cósmica entre un gran número de universos creados al azar, tampoco puede decirnos por qué el universo es como es: el por qué posee las propiedades tan extraordinarias que ahora nos muestra. Parece como si la cuestión volviera a ser del dominio de la religión o del misticismo. Pero abandonar la ciencia sería prematuro. La teoría del Big Bang no tiene la palabra final; las nuevas cosmologías tienen más que decirnos sobre los orígenes del cosmos.

Tal y como hemos visto, existen cosmologías sofisticadas que nos cuentan que nuestro universo no es el único. Existe también un metauniverso o metaverso que no se creó en el Big Bang que originó nuestro universo (el cual no es sino el producto de una de muchas explosiones, de modo que no puede calificarse con el adjetivo «Big»); tampoco el propio metaverso llegará a un final cuando las partículas creadas por este Bang particular desaparezcan tras el colapso del último de los agujeros negros. Se nos revela la idea de que el universo existió antes del nacimiento de nuestro universo, y que continuará existiendo después de que este último desaparezca. El universo es el metaverso, la madre de nuestro universo y de quizá de una miríada de otros universos.

Las cosmologías del metaverso se encuentran en una mejor posición que la teoría del Big Bang (que se limita a nuestro universo) para hablar sobre las condiciones que reinaron antes, y que reinarán después, del ciclo de vida de nuestro universo. El vacío cuántico, el mar de energía sutil e in-formación que subyace a toda la «materia» en el universo, no se originó con el Bang que dio lugar a nuestro universo, y no desaparecerá cuando las partículas creadas por la explosión se replieguen en él. Las energías e información sutiles que subyacen bajo este universo estaban allí antes de que sus partículas de materia aparecieran, y permanecerán allí después de que estas partículas desaparezcan. El vacío cuántico constituye la realidad más profunda, el mar imperecedero de energía e in-formación pulsante que produce explosiones periódicas que dan lugar a los universos locales.

Las explosiones creadoras de universos (los «Bangs» recurrentes) son inestabilidades del vacío del metaverso. Los Bangs crean pares de partículas y antipartículas, y el superávit de partículas que sobreviven puebla el espacio-tiempo del universo recién nacido. Las partículas se unen en átomos y con el tiempo la gravedad reúne a las partículas y átomos formando estructuras galácticas y estelares, y la clase de evolución que observamos en nuestro universo tiene lugar. Este proceso se desarrolla una y otra vez.

La evolución real de los universos está condicionada por interacción de la atracción gravitatoria entre partículas sólidas, la gravedad posiblemente repulsiva de la materia oscura y la energía oscura del propio vacío. No podemos tener una certeza absoluta acerca del resultado exacto de esta interacción en nuestro propio universo y en ningún caso podrían aparecer otros universos con parámetros diferentes y por lo tanto con resultados diferentes. Aún así, tanto si la evolución de determinados universos resulta en una expansión continua, en una expansión seguida de una contracción, o en un equilibrio entre las fuerzas de expansión y contracción, el final de la «materia» en el universo sigue siendo el mismo. Después de que se acabe su combustible nuclear, las estrellas o bien explotan o bien se colapsan. En última instancia, la generación posterior de estrellas se colapsa y estas se convierten en cuásares y agujeros negros. Las propias galaxias se colapsan sobre ellas mismas cuando se forman agujeros negros en su centro, como el que se encuentra en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, y que fue descubierto recientemente. Tarde o temprano todas las galaxias «se evaporan» en agujeros negros súper galácticos, con los restos degenerados de sus átomos extinguiéndose en el vacío.

La salida explosiva de la materia en los agujeros negros súper galácticos podría ser el preludio a las explosiones que generan materia (se han observado «estallidos de estrellas» de esta naturaleza). Algunas podrían generar suficiente materia como para convertirse en un universo por sí misma.

A pesar de los desacuerdos técnicos entre los diferentes escenarios cosmológicos, la mayoría de los cosmólogos están de acuerdo en que vivimos en un multiverso cíclicamente creativo/destructivo más que en un universo de ciclo único. Los universos locales evolucionan, mueren y coexisten con, o son sucedidos por, otros universos en el seno de un vasto y temporalmente (si no espacialmente) infinito universo que perdura durante todo el ciclo: el metaverso.

Si estos universos locales no tienen un contacto causal entre sí, cada uno de ellos comienza con una configuración accidental de sus leyes y constantes básicas; pero un universo configurado de forma aleatoria tiene muy pocas oportunidades de producir sistemas complejos como los seres vivos. Si tuviéramos que asumir que en su nacimiento nuestro universo no estuvo en contacto causal con los universos precursores, no seríamos capaces de encontrar las causas naturales de su propensión asombrosa a dar lugar a la vida. Los científicos solo podrían maravillarse por la increíble casualidad de que la vida pudiera aparecer y evolucionar sobre la Tierra, y posiblemente en algún otro lugar del universo.

En lugar de maravillarnos con este escenario improbable, podemos explorar ahora la posibilidad de que en su nacimiento nuestro universo fuera in-formado por un universo precursor, lo cual no es en modo alguno una conjetura ilógica. En un escenario cosmológico totalmente plausible, todos los universos afectan al vacío en el que han surgido y el vacío afectado (o in-formado) afecta a la evolución de los universos subsiguientes. En consecuencia, existe una transferencia continua de in-formación entre los universos locales: cada universo posterior está in-formado por su precursor.

La in-formación transmitida por un universo precursor a un universo sucesor afecta al valor de la energía asociada con el propio vacío, y también determina la cantidad de materia que hay en el universo sucesor, incluida la cantidad de materia oscura y la gravedad positiva o negativa asociada a ella. La in-formación heredada también afecta a la distribución de los estados virtuales que las partículas, átomos, moléculas y sistemas y conjuntos de moléculas pueden ocupar cuando cambian de estados «virtuales» a estados «reales». Esta distribución afecta a su vez a la clase de interacciones en que las partículas y sistemas de partículas pueden entrar y por lo tanto afecta a la clase de sistemas que pueden surgir a partir de estas interacciones. De esta forma, los universos sucesores «heredan» las propiedades físicas de sus precursores. No se colapsan sobre sí mismos muy poco tiempo después de su nacimiento, ni se expanden tan deprisa que solo un gas diluido de partículas sobreviva. Evolucionan de manera cada vez más eficiente, y por lo tanto avanzan más hacia el, de otra forma improbable, dominio de la coherencia y complejidad en el que pueden surgir sistemas complejos como los de la vida. En sus orígenes nuestro universo no tenía las propiedades finamente ajustadas que observamos por casualidad: las «heredó» de un universo anterior.

¿Qué hay de las destacables propiedades de organización del propio metaverso? ¿Cómo podemos explicar unas propiedades que no solo dan lugar a un universo que evoluciona considerablemente sino también a toda una serie de universos que evolucionan secuencialmente?

En relación con esta cuestión tan sorprendente, deberíamos comenzar con lo que ya sabemos y aplicarlo a lo que no sabemos y no podemos saber, al menos no en referencia directa a lo que experimentamos. Lo que sabemos es que los sistemas complejos son «dependientes de su condición inicial», lo que significa que su funcionamiento y posterior desarrollo está fuertemente influido por las circunstancias bajo las cuales se iniciaron. Nuestro universo es un sistema complejo y su desarrollo debe de haber estado críticamente influenciado por las condiciones bajo las que se inició, esto es, por la «in-formación» del vacío en el que surgió. Este fue el factor que ajustó finamente las constantes físicas de nuestro universo y que ha establecido los valores de las leyes de interacción que han creado las micro y macro estructuras de nuestro universo: sus partículas, átomos, moléculas y sus estrellas y galaxias.

La evolución multicíclica del metaverso debió estar definitivamente influida por sus propias condiciones iniciales. Sin embargo, los universos anteriores pudieron no haber establecido estas condiciones, ya que el metaverso ya estaba allí antes que todos esos universos: su vacío estaba en un estado virginal no in-formado. ¿Cómo se crearon, entonces, las condiciones iniciales del metaverso, por qué… o, lo que es más importante, por quién? Este es el misterio más grande y profundo de todos, el misterio de los orígenes del propio proceso de creación del universo.

Este enorme misterio es «transempírico», no es susceptible de ser resuelto mediante razonamientos basados en la observación y el experimento. Pero hay una cosa clara: si es poco probable que nuestro universo de ajuste fino se haya originado en un vacío aleatoriamente configurado, es aún más improbable que el universo-madre, que dio lugar a una serie de universos locales que evolucionan progresivamente, se haya originado de forma casual no-informada.

El vacío del metaverso no era simplemente aquél en el que puede surgir un universo, sino aquél en el que pueden hacerlo series completas de universos. Difícilmente puede ser esto una casualidad afortunada. De alguna forma, el vacío primordial debe de haber sido in-formado previamente. Debe de haber habido un acto creativo original, un acto de «diseño metaversal».

¿DISEÑO O EVOLUCIÓN?

La controversia creacionista desde otro punto de vista

La discusión constante entre los cristianos conservadores, los musulmanes y los judíos (los «creacionistas») y los científicos y las personas de mentalidad científica (los «evolucionistas») se centra en la evolución biológica. Sin embargo, observando la cuestión más profundamente, se refiere al propio universo en el que evolucionó la vida, o en el que se creó.

A primera vista, la comunidad científica, y cualquiera que piense que la ciencia puede revelar algunas verdades básicas sobre la naturaleza de la realidad, se ve obligada a rechazar la hipótesis de que las especies vivas son como son porque fueron diseñadas de esa forma… que son el resultado de algunos actos especiales de creación. Sin embargo, también es evidente que resulta muy improbable que las especies vivas surgieran por procesos de mutación aleatorios y selección natural. Reafirmarse en esta teoría, dicen los creacionistas, convierte en errónea toda la doctrina de la evolución.

Los darwinistas más importantes se exponen a la oposición de los creacionistas al argumentar que los procesos aleatorios de la evolución son adecuados para explicar los hechos. Richard Dawkins, por ejemplo, alega que el mundo dotado de vida es el resultado de unos procesos de prueba y error poco sistemático sin una trascendencia ni significado más profundos. Como Weinberg, Dawkins explica que no existe un propósito ni un significado para este mundo. Por lo tanto no hay necesidad de asumir que haya sido diseñado premeditadamente.

Fijémonos en los guepardos, afirma. Parecen haber sido soberbiamente diseñados para matar antílopes. Los dientes, las garras, los ojos, la nariz, los músculos de las patas, la espina dorsal y el cerebro de un guepardo son exactamente tal y como cabría esperar si el propósito de Dios al crearlos hubiese sido provocar la muerte masiva de antílopes. A su vez, los antílopes son rápidos, ágiles y vigilantes, aparentemente diseñados para poder escapar de los guepardos. Sin embargo, ni las características de uno ni las del otro implican que hayan sido creados con un diseño especial: Dawkins afirma que simplemente se trata de su naturaleza. Los guepardos tienen una «habilidad especial» para matar antílopes, y los antílopes para escapar de los guepardos. La naturaleza en sí es indiferente al destino de estos animales. El nuestro es un mundo de fuerzas físicas ciegas y de replicación genética, donde unos resultan heridos y otros consiguen prosperar. Posee precisamente las propiedades que deberíamos esperar que tuviera si no hubiera, en el fondo, ningún diseño ni propósito, sin el bien y sin el mal, solo una indiferencia ciega e inmisericorde.

Evidentemente, si este fuera el caso, resultaría difícil creer en un Creador inteligente. El dios que creó el mundo debía haber sido un dios indiferente, incluso un verdadero sádico que disfruta presenciando deportes sangrientos. Es mucho más razonable, según Dawkins, sostener que el mundo existe porque sí, sin razón ni propósito. La manera en que surge a partir de procesos aleatorios se interpreta dentro de los límites establecidos por las leyes físicas básicas. La idea de diseño es superflua. En este sentido, los darwinistas se hacen eco del matemático francés Pierre Laplace, el cual, supuestamente, comentó a Napoleón que Dios era una hipótesis de la cual ya no tenemos ninguna necesidad.

Los creacionistas señalan, sin embargo, que es muy improbable que todo lo que vemos en este mundo, nosotros incluidos, pueda ser el resultado de procesos basados en el azar y gobernados por leyes impersonales. El principio que afirma que todo evoluciona gracias a una suerte a ciegas, fuera de todo origen simple y común, es una mera teoría, dicen, que no puede ser sostenida por ninguna evidencia sólida. Los científicos no pueden presentar ninguna prueba manifiesta de esta teoría de la evolución: «No se puede entrar en el laboratorio o salir al campo y fabricar el primer pez» afirmaba Tom Willis, director de la Creation Science Association for Mid-America. El mundo que nos rodea es mucho más que una suerte de concatenación de elementos disgregados; demuestra un propósito y un significado, lo que implica un diseño.

La posición creacionista sería la elección lógica si la ciencia vanguardista afirmase que la evolución de las especies vivas fuera el resultado de una suerte a ciegas. Pero la ciencia vanguardista no realiza tal afirmación. Como ya hemos visto, la biología postdarwinista ha descubierto que la evolución biológica no es una mera consecuencia de mutaciones aleatorias expuestas a la selección natural. La co-evolución de todas las cosas junto a todo el resto de la maraña vital del planeta es un proceso sistémico con una dinámica ordenada, no aleatoria. Forma parte de la evolución del universo desde las partículas hasta las galaxias y las estrellas con los planetas. En la Tierra, esta evolución produjo unas condiciones térmicas, químicas y físicas que fueron las idóneas para que se produjesen los sorprendentes procesos de evolución biológica. Dichas condiciones solo podrían haber aparecido en un universo gobernado por leyes y regularidades perfectamente coordinadas. La más mínima diferencia en estas leyes y constantes hubiera acabado con la aparición de la vida para siempre.

Por esta razón, la discusión entre creacionistas y evolucionistas se centra en la cuestión de los orígenes de la vida y la de los orígenes del universo. En el último análisis, la discusión se inclinaba hacia los orígenes del metaverso, en el cual surgió nuestro universo. ¿Podría ser que el metaverso, madre de nuestro universo y de todos los universos pasados, presentes y futuros, hubiera sido diseñado con el propósito de producir universos que dieran lugar a la vida? Para los creacionistas, esta es la suposición más simple y lógica. Los evolucionistas no pueden poner objeciones: la evolución, al ser un proceso irreversible, debe haber tenido un principio y ese principio debe ser tenido en cuenta. ¡No puede surgir algo de la nada!

En definitiva, la controversia entre evolucionistas y creacionistas no tiene razón de ser. La cuestión «¿Diseño o evolución?» plantea una alternativa falsa. El diseño y la evolución no se excluyen entre sí, de hecho, se necesitan el uno al otro. Es improbable que el metaverso haya surgido de la nada, como resultado de una mera casualidad. Y si el metaverso (más exactamente, su vacío primordial) ya estaba «in-formado», entonces fue diseñado en cierto sentido para dar lugar a una serie de universos que evolucionaron de forma secuencial.

El fondo de la cuestión no es «diseño o evolución», sino «diseño para la evolución».

¿Hacia dónde se dirige el universo? Vamos a invertir el sentido de nuestra investigación. En lugar de movernos hacia atrás en el tiempo, movámonos hacia delante. En un universo coherente que evoluciona de forma no aleatoria, esto también es posible. Lo que nos preguntamos es lo siguiente: ¿Hacia dónde se dirige la evolución de este universo, y de todos los universos del metaverso, a qué estado o condición final?

En relación con esta cuestión, debemos recordar que estamos investigando el destino y no la suerte. Existe una diferencia fundamental entre el punto de origen y el punto de destino. El primero se sitúa en el pasado, y debe ser asumido como un estado definitivo y único. El punto de destino será, así mismo, un estado único y definitivo cuando se alcance, pero no lo será hasta que se alcance. Es algo similar a la multipotencialidad del cuanto, que es libre de escoger su estado real de entre sus estados virtuales hasta que una interacción irrumpe en su función de onda, el cosmos no tendrá un estado final determinado hasta que haya alcanzado verdaderamente dicho estado. Al no ser clásicamente mecanicista, no se puede determinar la elección de su estado final. El cosmos tiene varias posibilidades para su evolución.

El pasado es un hecho pertinaz, establecido de una vez y para siempre, pero no sucede lo mismo con el futuro. No existe certeza con respecto a la suerte final del universo: si se expandirá indefinidamente, se colapsará sobre sí mismo o mantendrá un equilibrio entre expansión y contracción. Lo que sí sabemos es que el universo se está expandiendo actualmente, y que dicha expansión se produce de acuerdo con unas leyes coherentes gobernadas por unas constantes físicas ajustadas con precisión. La evolución en este universo en expansión es auto-consistente y en general irreversible. Sus procesos se dirigen hacia un tipo definitivo de estado final, y es posible extrapolar el tipo de estado que probablemente será.

UN JUEGO QUE GENERA SU PROPIO OBJETIVO

Los procesos que se dirigen hacia un estado final que no estaba determinado desde un principio son conocidos por los teóricos de sistemas: son procesos gobernados por los denominados «atractores» desconocidos o caóticos. Estos «atractores» introducen un elemento de indeterminación en los sistemas. Las simulaciones por ordenador muestran que los procesos gobernados por dichos «atractores» alcanzan un estado final que es muy probable que sea diferente en ciertos detalles cada vez que se realiza la simulación.

Pero existe una manera más sencilla que una simulación por ordenador para poner en práctica los procesos que llevan a los estados, considerados como objetivos, que no estaban establecidos en un principio: podemos llevarlo a cabo jugando a una variedad del popular juego de salón de las veinte preguntas, como sugirió el físico John Wheeler (aunque él tenía en mente un complicado problema de física cuántica). En la versión clásica del juego, una persona abandona la habitación y las otras escogen una cosa u objeto que dicha persona tendrá que adivinar. Esta podrá hacer como máximo veinte preguntas, y solo se le podrá responder con un «sí» o un «no». Pero con cada pregunta, se estrecha el cerco de posibilidades, ya que se excluyen otras alternativas. Por ejemplo, si la primera pregunta es «¿Es un ser vivo?» (en oposición a inanimado), una respuesta afirmativa excluye todo lo que no sean plantas, animales, insectos y organismos simples.

En la versión alternativa, una persona abandona la habitación y las otras, sin decírselo, acuerdan no estar de acuerdo sobre el objeto o la cosa elegida, aunque simulan que sí lo están. Sin embargo, sus respuestas deben ser consistentes. Consecuentemente, cuando el inocente interlocutor vuelva y pregunte, «¿Es un ser vivo?» y como respuesta obtenga un «sí», todas las respuestas siguientes deberían aparentar que el objeto a adivinar es una planta, animal o quizá un microorganismo. Un jugador experimentado, podría estrechar el cerco de posibilidades de manera que con veinte preguntas pueda identificar una respuesta definitiva, por ejemplo, el gatito del vecino. Sin embargo, este no era el objetivo cuando comenzó el juego. No había ningún objetivo, el que surgió, ¡lo generó el propio juego!

Nuestro universo evoluciona con coherencia y consistencia; una cosa conlleva la otra. Cuando se realiza una elección, le sigue un número de consecuencias en cascada hasta que se alcanza el estado final. Las elecciones en sí no son aleatorias; están limitadas por las constantes del sistema del universo. Por lo tanto, incluso aunque la evolución del universo no tenga una meta prefijada, sí tiene una dirección definida: alcanzar una coherencia y complejidad cada vez mayor. El proceso evolutivo se dirige hacia este objetivo global añadiendo poco a poco unos «todos» coherentes y auto consistentes, que después se convierten en parte de otros «todos» que abarcan más.

Es poco probable que el proceso evolutivo sea único para nuestro universo. Con un ajuste tan fino para la evolución de la complejidad, nuestro universo no podría haber sido el primer universo del metaverso. Y si no fue el primer universo, es probable que tampoco sea el último. Aparecerán otros universos a su debido tiempo. ¿Cómo se desarrollará el proceso de evolución en el ciclo de universos? También podemos extrapolar una respuesta general a esta pregunta, aunque no tengamos una respuesta precisa.

Hemos empezado por afirmar que la evolución de los universos dentro del metaverso es cíclica, pero no repetitiva. Un universo in-forma a otro; existe progreso de un universo a otro. Cada universo es más evolucionado que el anterior. El propio ciclo evoluciona de un universo inicial casual hacia universos donde los parámetros físicos están más y más ajustados a la evolución de la complejidad. La evolución se dirige hacia universos donde emergen estructuras complejas, incluyendo estructuras que albergan formas de vida evolucionadas y las formas mentales evolucionadas que, presumiblemente, están asociadas a formas de vida evolucionadas.

El ciclo de universos en el metaverso evoluciona desde universos que son puramente físicos hacia universos que incluyen vida. Son universos físico-biológicos. Y dado que las formas mentales están asociadas a las formas de vida, el ciclo se dirige desde los físicos, pasando por los físicos-biológicos, hacia mundos psicológicos-biológicos-físicos.

¿Alcanzar un universo psicológico-biológico-físico representa la razón más profunda de la evolución del ciclo de universos, del propio metaverso? Posiblemente, e incluso, probablemente. La respuesta definitiva está fuera del alcance de la ciencia, y de cualquier razonamiento a este lado de la intuición mística y la visión profética.

LA VIDA EN LA TIERRA Y EN EL UNIVERSO

Nos introducimos ahora en el próximo grupo de «grandes cuestiones»: cuestiones que aún hoy siguen siendo «grandes», pero algo más modestas. Son preguntas sobre los orígenes y el destino de la vida en la Tierra y en el cosmos. La primera investigación se refiere a la prevalencia de la vida. ¿La vida es algo exclusivo de nuestro planeta, o existe en alguna otra parte del universo?

Tenemos razones para creer que el tipo de vida que conocemos sobre la Tierra no se limita a este planeta. La vida surgió aquí hace más de cuatro mil millones de años, y desde entonces ha estado evolucionando inexorablemente, aunque de forma muy discontinua, construyendo estructura tras estructura, sistema sobre sistema y sistema con sistema. No hay razón para dudar que allí donde se den las condiciones apropiadas, pueden estar desarrollándose los procesos de autoorganización físicos, físico-químicos y finalmente biológicos y ecológicos. Y tenemos toda clase de razones para pensar que se dan y, se han dado, las condiciones adecuadas en muchos lugares. El análisis espectral astronómico revela una destacable uniformidad en la composición de la materia presente en las estrellas y por ende en los planetas que se encuentran asociados con ellas. Los elementos más abundantes son, por orden de importancia: hidrógeno, helio, oxígeno, nitrógeno y carbono. De éstos, el hidrógeno, el oxígeno, el nitrógeno y el carbono son constituyentes fundamentales de la vida. Allí donde se dan con la distribución adecuada y si existe energía para dar comienzo a la cadena de reacciones, se producirán compuestos complejos. En muchos planetas, la estrella activa con la que se encuentran asociados proporciona dicha energía, que se encuentra bajo la forma de luz ultravioleta, junto con descargas eléctricas, radiación ionizante y calor.

Hace alrededor de cuatro mil millones de años, tuvieron lugar las reacciones fotoquímicas en las capas más altas de la joven atmósfera de la Tierra, y los productos de la reacción fueron transferidos por convección a la superficie del planeta. Las descargas eléctricas próximas a la superficie depositaron los productos en los océanos primigenios, donde las fuentes termales volcánicas proporcionaron una energía adicional. La combinación de la energía procedente del Sol con la energía almacenada bajo la superficie catalizó una serie de reacciones de las que los compuestos orgánicos fueron el producto final. Sin duda, el mismo proceso de construcción de sistema se puede producir, con variaciones locales, en otros planetas. Numerosos experimentos, promovidos por el paleobiólogo Cyril Ponnamperuma y otros, muestran que cuando se simulan en el laboratorio condiciones similares a las que había en la Tierra primigenia, surgen los mismos componentes que forman la base de la vida en la Tierra.

Deben existir otros planetas con condiciones similares a las de la Tierra. Existen más de 1020 estrellas en nuestro universo, y durante su fase activa, todas generan energía. Cuando esas energías alcanzan a los planetas asociados a ellas, son capaces de abastecer las reacciones fotoquímicas necesarias para la vida. Por supuesto, no todas las estrellas se encuentran en fase activa, y no todas tienen planetas con la composición química, el tamaño y la distancia adecuados.

¿Cuántos planetas existen que puedan albergar vida? Las estimaciones varían. Ciñéndose a la teoría conservadora, el astrónomo de Harvard, Harlow Shapley, supuso que solo una estrella entre mil cuenta con planetas y que solo una entre mil de estas estrellas tiene un planeta a la distancia adecuada de ella (en nuestro sistema solar, existen dos planetas que cumplen esta condición). Además supuso también que solo un planeta entre mil de los que mantienen una distancia adecuada es lo suficientemente grande como para poseer una atmósfera (en nuestro sistema, siete planetas son los suficientemente grandes), y que solo un planeta entre mil de los que guardan la distancia adecuada y tienen el tamaño correcto tiene la composición química apropiada para poder albergar vida. A pesar de todo, existirían al menos cien millones de planetas en el cosmos capaces de albergar vida.

El astrónomo Su-Shu Huang elaboró algunas conjeturas menos limitativas y obtuvo una estimación aún más optimista. Tomó las escalas de tiempo de la evolución biológica y estelar, las zonas habitables de los planetas y los factores dinámicos relacionados, y llegó a la conclusión de que no menos del 5% de todos los sistemas solares del universo eran susceptibles de albergar vida. Esto significa que no son cien millones, sino cien mil millones de planetas los que pueden albergar vida en ellos. Harrison Brown obtuvo un número aún mayor. Investigó la posibilidad de que muchos objetos similares a los planetas que no son visibles existan cerca de las estrellas visibles; quizá sesenta de estos objetos son mayores que Marte. En ese caso, casi todas las estrellas visibles poseen un sistema planetario parcial o completamente invisible. Brown estimó que existen al menos cien mil millones de sistemas planetarios solo en nuestra galaxia, y hay cien mil millones de galaxias en este universo. Si está en lo cierto, la vida en el cosmos estaría muchísimo más extendida de lo que se había estimado anteriormente.

Esta estimación tan optimista se ha visto reafirmada por un descubrimiento del telescopio espacial Hubble, en diciembre de 2003. El telescopio espacial midió con éxito un objeto muy controvertido en una parte muy antigua de nuestra galaxia. No se sabía si se trataba de un planeta o de una estrella enana marrón. Ha resultado tratarse de un planeta, cuya masa es dos veces y media mayor que la de Júpiter. Tiene una edad estimada de 13.000 millones de años, lo que significa que debió formarse en un universo muy joven, uno que apenas tenía mil millones de años de existencia.

Los planetas continúan formándose a una velocidad y con una frecuencia notables hasta ahora. En mayo de 2004, los astrónomos estaban probando el nuevo telescopio espacial Spitzer en una «guardería estelar», región del universo conocida como RCW 49 y en una imagen descubrieron 300 estrellas recién nacidas, algunas de no más de un millón de años de antigüedad. Una mirada más de cerca a dos de estas estrellas mostró que tenían a su alrededor ligeros discos de polvo y gas a partir de los que se forman los planetas. Los astrónomos estimaron que las trescientas estrellas presentaban aquellos discos. Este es un descubrimiento sorprendente. Si los planetas se forman alrededor de numerosas estrellas, y si se forman tan deprisa, deben ser mucho más abundantes de lo que se había estimado previamente.

Si la vida existe en potencia en tantos lugares del universo, ¿no podría existir también vida inteligente e incluso alguna civilización tecnológica? Las probabilidades a este respecto fueron calculadas por primera vez por Frank Drake en 1960. La famosa ecuación de Drake ofrece las probabilidades estadísticas de la existencia de estrellas con planetas en nuestra galaxia; de planetas con entornos capaces de albergar vida; de vida en los planetas propicios para ella; de vida inteligente en algunos de los planetas que albergan vida realmente; y de la civilización tecnológica desarrollada por la vida inteligente que ha evolucionado en dichos planetas. Drake llegó a la conclusión de que, dado el enorme número de estrellas en nuestra galaxia, sería posible que existieran alrededor de 10.000 civilizaciones tecnológicamente avanzadas solo en nuestra galaxia de la Vía Láctea.

La ecuación de Drake fue actualizada y elaborada por Carl Sagan y sus compañeros en 1979. Según sus cálculos no eran 10.000, sino un millón de civilizaciones inteligentes las que podían existir en nuestra galaxia. A finales de 1990, Robert Taormina aplicó estas ecuaciones en una región a cien años luz de la Tierra y descubrió que más de ocho de aquellas civilizaciones podían estar presentes a «tiro de piedra» de nosotros. Y teniendo en cuenta el hecho de que los planetas comenzaron a formarse aproximadamente mil millones de años después del nacimiento del universo, es necesario revisar estas estimaciones al alza de nuevo.

En los últimos quince años, los astrónomos han escudriñado 1.200 estrellas similares al Sol cercanas a nosotros con telescopios situados en tierra, y sus investigaciones han sacado a la luz más de cien planetas extrasolares. En junio de 2002, se anunció un descubrimiento particularmente prometedor: el sistema planetario conocido como 55 Cancri. Se encuentra a una distancia razonable: a cuarenta y un años luz de nosotros. Parece tener un planeta que recuerda a Júpiter en cuanto a masa y órbita. Los cálculos indican que 55 Cancri podría tener incluso planetas rocosos muy parecidos a Marte, Venus y la Tierra.

Sin embargo, este es un descubrimiento relativamente excepcional. La mayor parte de los otros sistemas solares de nuestro alrededor tienen planetas extraños con órbitas excéntricas muy amplias, que se mueven o bien demasiado lejos de su sol anfitrión, o bien demasiado cerca.

A pesar de que los planetas son muy abundantes en esta galaxia y en otros lugares del cosmos, los planetas capaces de albergar formas de vida avanzada son algo relativamente raro. De acuerdo con Peter Ward y Donald Brownlee, los niveles de radiación y calor son tan elevados en la mayoría de los planetas que las únicas formas de vida que pueden existir son una variedad de bacterias enterradas a gran profundidad bajo la tierra. Ellos afirman que las probabilidades en contra de hallar una civilización tecnológicamente avanzada más allá de la Tierra son astronómicas. Pero incluso aunque los planetas con la composición adecuada, con la distancia apropiada de su estrella anfitriona y con la órbita correcta sean escasos en el universo, la existencia de civilizaciones avanzadas no debería ser excluida. Existe un incalculable número de estrellas y planetas, por lo que aunque las probabilidades estén totalmente en contra de dichas civilizaciones, no niegan su existencia real, sino que simplemente indican que son relativamente poco frecuentes.

Aunque la evolución sea lenta, es probable que, en condiciones favorables, hayan surgido formas de vida superior en algunos planetas, algunas de ellas posiblemente con cerebro y un sistema nervioso desarrollado. Y es probable que estos organismos cuenten con una conciencia evolucionada capaz de crear una civilización avanzada. Esto significa que, aún cuando son relativamente raras, hay alguna posibilidad de que existan civilizaciones extraterrestres en planetas capaces de albergar vida. Y lo que es más, algunas de estas civilizaciones podrían ser extremadamente avanzadas: en nuestra zona de la galaxia la edad media de las estrellas con planetas potencialmente capaces de albergar vida es de alrededor de 109 (mil millones) de años más que la edad del Sol. Por lo tanto, la vida y las civilizaciones podrían haber surgido en esta galaxia no millones sino miles de millones de años antes de que la vida y la civilización se desarrollaran en la Tierra.

En el universo in-formado, la existencia de vida, y de civilizaciones avanzadas, es bastante más probable que en un universo convencional. A través del campo-A, la vida presente en un lugar cualquiera informa y facilita el desarrollo de la vida en otros lugares, por lo que la evolución de la vida nunca comienza desde cero. No es por casualidad que las mutaciones aleatorias surjan en organismos que resultan viables en un ambiente dado, posiblemente cambiante.

La evolución de la vida en la Tierra no se basa en mutaciones casuales, ni tampoco ha requerido ninguna importación física de organismos o proto-organismos de algún otro lugar del sistema solar, como sugieren las teorías de «progenie biológica» sobre el origen de la vida. En cambio, la sopa química de la cual surgió el primer proto-organismo fue in-formada por las formas de vida que se habían desarrollado en algún otro lugar del universo. La vida sobre la Tierra no fue sembrada biológicamente sino in-formacionalmente.

La in-formación interplanetaria que transporta el campo A es un mensaje sutil que acelera la evolución de los sistemas complejos. Favorece la aparición de formas de vida avanzada bajo condiciones térmicas y químicas adecuadas, y aumenta las posibilidades de que los organismos evolucionen para que sean capaces de crear una forma de organización que podríamos asociar con nuestro concepto de civilización.

¿Puede la mente humana recoger información interplanetaria? La denominada gente primitiva posee una sorprendente facultad para sentir o notar a otras personas y aspectos del entorno incluso sin verlos ni oírlos. Pero nosotros, supuestamente gente civilizada, abandonamos esta capacidad cuando confiamos definitivamente en la información «manifiesta» que nos facilitan los sentidos de nuestro cuerpo. Aún así, como demuestra nuestra capacidad para soñar, para soñar despiertos y para recibir pensamientos e impresiones en estados de meditación y otros estados alterados de la conciencia (donde se ha eliminado la censura que reprime la información «anómala»), no hemos perdido nuestra capacidad para acceder a la información de origen no sensorial.

En este momento crucial de la evolución de la civilización humana, sería de vital importancia que cultivásemos nuestra capacidad, durante mucho tiempo descuidada, para acceder a la in-formación que conserva el campo A. No solo desarrollaríamos unos lazos más estrechos entre nosotros y entre nosotros y la naturaleza, sino que también adquiriríamos una información crucial sobre la forma de superar los problemas de nuestra civilización, tecnológicamente avanzada pero a la deriva. Al fin y al cabo, aunque estadísticamente sean raras, es probable que existan una serie de civilizaciones tecnológicas en esta galaxia y en el resto de las cien mil millones de galaxias de nuestro universo, algunas de ellas en planetas en los que la vida se desarrolló millones si no miles de millones de años antes que en la Tierra. Si estas civilizaciones han desarrollado una tecnología potente, también deben de haberse enfrentado en algún momento al reto de encontrar la forma de vivir con ella sin dañar el planeta que las alberga. ¿Han sucumbido todas o han sobrevivido algunas?

Las civilizaciones que sobrevivieran debieron encontrar la forma de alcanzar una condición de sostenibilidad. ¿Cómo lo hicieron? La respuesta debe estar en el campo A. Conocerla iría en nuestro beneficio: además del valor intrínsico de saber que «no estamos solos», quizá podríamos obtener algunas ideas vagas aunque muy significativas de una civilización planetaria en armonía con su biosfera y con todo el cosmos. Esto podría marcar una diferencia crucial entre andar dando tumbos, jugándoselo todo al riesgo azaroso de la prueba y el error, o moverse con una sabiduría intuitiva hacia soluciones factibles que ya hayan sido probadas y comprobadas, si no en la Tierra, en algún otro lugar del universo.

EL FUTURO DE LA VIDA EN EL COSMOS

La certeza razonable de que la vida, incluso las formas de vida avanzadas, no existe solo en la Tierra, no indica que la vida vaya a existir para siempre, ya sea aquí o en otros planetas. El hecho es que la vida no puede existir indefinidamente en el cosmos: los recursos físicos que se necesitan para una vida basada en el carbono (la única forma que conocemos) no duran para siempre.

La evolución de las formas de vida conocidas depende de una gama muy restringida de temperaturas y de la presencia de una variedad específica de componentes químicos. Es probable que estos factores, como hemos podido observar, existan en algunos planetas en esta o en otras galaxias, en planetas que posean unas condiciones térmicas y químicas adecuadas, situados a la distancia adecuada de su estrella activa. Sin embargo, tanto si dichos planetas son muy abundantes como si son relativamente raros, las condiciones que proporcionan para el mantenimiento de la vida son limitadas en el tiempo. La principal causa es que la fase activa de las estrellas cuya radiación permite los procesos vitales no tiene una duración ilimitada. Tarde o temprano, la estrella agota su combustible nuclear, y entonces o bien se encoge hasta convertirse en una estrella enana blanca o se volatiliza en una explosión de supernova. La población de estrellas activas no se repone infinitamente en el universo. Incluso aunque se formen nuevas estrellas a partir del polvo interestelar, llegará un momento en que ya no nazcan más estrellas.

Aunque la dimensión del tiempo resulta vertiginosa, las limitaciones son reales. Dentro de 1012 (un trillón) de años a partir de ahora, todas las estrellas que queden en nuestro universo convertirán, primero, su hidrógeno en helio (el combustible principal de las estrellas enanas blancas, súper compactas, pero aún luminosas) y después agotarán su suministro de helio. Hemos podido observar que las galaxias que están constituidas por estas estrellas toman un color rojizo (cuando sus estrellas se enfrían aún más) que se hace más tenue cuando se observan todas juntas. Como la energía en las galaxias se pierde a través de la radiación gravitatoria, las estrellas se acercan unas a otras. La probabilidad de colisión entre ellas aumenta, y a raíz de estas colisiones, algunas estrellas se precipitan hacia el centro de la galaxia y empujan a otras hacia el espacio extragaláctico. Como resultado, las galaxias disminuyen de tamaño. Los conjuntos de galaxias también se empequeñecen y, con el tiempo, tanto las galaxias como los grupos de galaxias implosionan en agujeros negros. En un horizonte temporal de 1034 años, toda la materia del universo quedará reducida a radiación, positronios (parejas de positrones y electrones) y núcleos compactos en agujeros negros.

Los propios agujeros negros se descomponen y desaparecen en un proceso que Stephen Hawking llama evaporación. Un agujero negro que resulta del colapso de una galaxia se evapora en 1099 años, mientras que un agujero negro gigante que contiene la masa de una súperagrupación de galaxias se desvanece en 10117 años. (Si los protones no se descomponen, este espacio de tiempo aumenta a 10122 años). Más allá de este horizonte de tiempo, inconcebible para la mente humana, el cosmos contiene partículas de materia solo en forma de positronios, neutrinos y fotones de rayos gamma.

Tanto si el universo se expande (abierto), como si se expande y después se contrae (cerrado) o si mantiene un equilibrio en un estado inmóvil, las estructuras complejas necesarias para las formas de vida conocidas desaparecen antes de que la propia materia se colapse o se evapore.

En las últimas fases de un universo cerrado (aquel que finalmente vuelve a colapsarse sobre sí mismo) la radiación de fondo del universo aumenta gradual e inexorablemente, sometiendo a los organismos vivos a temperaturas cada vez más elevadas. La longitud de onda de la radiación se contrae desde la región de microondas hasta la región de ondas de radio, y después en el espectro de infrarrojos. Cuando alcanza el espectro visible, el espacio se ilumina con una luz intensa. A esas alturas, todas las estrellas y planetas se vaporizan, junto con cualquier forma de vida que hubiese podido desarrollarse.

En un universo abierto que se expande indefinidamente, la vida desaparece a causa del frío más que del calor. Como las galaxias continúan moviéndose hacia afuera, muchas estrellas activas completan su ciclo vital natural antes de que las fuerzas gravitacionales las hagan agruparse tan cerca unas de otras que haya un serio riesgo de colisión. Pero esto no mejora las perspectivas de vida. Tarde o temprano todas las estrellas activas del universo agotan su combustible nuclear y su producción de energía disminuye. Las estrellas que agonizan se expanden hasta la fase gigante roja, tragándose sus planetas interiores, o se instalan en niveles inferiores de luminosidad hasta convertirse en estrellas enanas blancas o en estrellas de neutrones. Con estos niveles de energía disminuidos, son demasiado frías para albergar cualquier forma de vida orgánica tal y como la conocemos.

Un panorama similar se presenta en el universo estable. Cuando las estrellas activas se acercan al final de su ciclo vital, su producción de energía cae por debajo del umbral en el cual puede desarrollarse la vida. Al final, una tibia radiación, uniformemente distribuida, llena el espacio en un universo en el que los remanentes de materia son incidencias casuales. Este universo es incapaz de mantener encendida la llama de una vela, así que mucho menos las complejas reacciones irreversibles que constituyen la base de la vida.

Tanto si nuestro universo se expande y después se contrae, como si se expande infinitamente, o alcanza un estado estable, las últimas fases de su evolución eliminarán cualquier forma de vida conocida.

Este es un panorama bastante sombrío, pero no es un panorama completo. La escena completa no se limita a nuestro universo finito; existe también un metaverso temporalmente (tanto espacial como no espacial) infinito o quasi-infinito. Y la vida en el metaverso no termina necesariamente con la transferencia de los universos locales. Aunque la vida en cada universo local debe acabar, puede desarrollarse de nuevo en los universos que le siguen.

Si la evolución de cada universo local comenzara a partir de cero, la evolución de la vida en los universos locales sería un esfuerzo de Sísifo: se descompondría y comenzaría de nuevo desde cero una vez tras otra. Pero los universos locales no están sujetos a esta dura prueba. Cada universo in-forma al vacío en el que surge, y su vacío in-formado in-forma al próximo universo. Consecuentemente, en cada universo la vida se desarrolla de manera más eficiente, y en un mismo tiempo evoluciona más y más.

La evolución cósmica es un proceso cíclico con una curva de aprendizaje. Cada universo comienza sin vida, esta evoluciona en los planetas que son capaces de albergarla, y se descompone cuando las condiciones planetarias superan la etapa que hace posible la vida. Pero el vacío compartido por todos los universos cada vez está más in-formado y va creando condiciones más favorables para el desarrollo de la vida.

La evolución cíclicamente progresiva en el metaverso ofrece una perspectiva positiva para el futuro de la vida: puede continuar en un universo tras otro y puede evolucionar cada vez más, universo tras universo.

¿Qué podemos decir de las formas de vida súper evolucionadas que pueden surgir en etapas maduras de universos maduros? Ya que el curso de la evolución no puede predecirse con exactitud, en realidad podemos decir bastante poco. Todo cuanto podemos suponer es que los organismos maduros en universos maduros serán más complejos y coherentes que las formas de vida que conocemos. En muchos otros aspectos, podrían ser tan diferentes de los organismos que conocemos en la Tierra como lo son los humanos del limo protozoico que poblaba los mares primigenios de este planeta.

ATISBOS DE LA REALIDAD ÚLTIMA

Terminamos la primera parte de nuestras indagaciones sobre el universo in-formado con una pregunta muy significativa pero en absoluto modesta: una pregunta sobre la naturaleza de lo que los místicos y los científicos llaman tradicionalmente «realidad última». Ya hemos visto cómo han surgido nuestro universo y posiblemente las miríadas de universos del metaverso, cómo han evolucionado y cómo dan lugar a sistemas complejos que llamamos vida. ¿Qué nos dicen estos estupendos procesos acerca de la última naturaleza de la realidad?

La respuesta para esta antigua cuestión parece relativamente sencilla hoy en día. El elemento más fundamental de la realidad es el vacío cuántico, el pleno repleto de energía e in-formación que subyace en nuestro universo y en todos los universos que se han desarrollado y que se desarrollarán en el metaverso.

Esta respuesta corresponde a una antigua observación: que el universo que observamos y en el que habitamos es un producto del mar de energía que ya estaba ahí antes de que allí existiese nada. Las cosmologías china e hindú han mantenido desde siempre que las cosas y los seres que existen en el mundo son una concretización o destilación de la energía básica del cosmos, que descienden de su fuente original. El mundo físico es un reflejo de las vibraciones de energía provenientes de mundos más sutiles que, a su vez, son reflejos de campos de energía aún más sutiles. La creación, y toda existencia subsiguiente, es una progresión descendente y ascendente a partir de la fuente primigenia.

En la filosofía india, el final último del mundo físico es el retorno al Akasha, su seno de energía imperceptible original. En el final de los tiempos, como nosotros lo conocemos, toda la variedad casi infinita de cosas y formas del mundo manifiesto se disuelven en la amorfidad, los seres vivos existen en estado de pura potencialidad, y las funciones dinámicas se condensan en una calma estática. En el Akasha todos los atributos del mundo manifiesto confluyen en un estado que está más allá de los atributos: el estado de Brahman.

A pesar de no estar diferenciado, Brahman es dinámico y creativo. Desde su último «ser» surge la «transformación» temporal del mundo manifiesto, con sus atributos, funciones y relaciones. Los ciclos del samsara (del ser a la transformación, y de nuevo de la transformación al ser) son la lila de Brahman: su juego incesante de creación y desintegración. Para la filosofía india, la realidad absoluta es la realidad de Brahman. El mundo manifiesto disfruta de una realidad secundaria, derivada, y al confundirla con la real surge la ilusión de maya. La realidad absoluta de Brahman y la realidad derivada del mundo manifiesto constituyen un todo co-creado y en constante co-creación: es la advaitavada (la no dualidad) del universo.

La concepción oriental tradicional difiere del punto de vista que mantiene la mayoría de la gente occidental. En la concepción moderna la realidad es material. Las cosas que existen realmente son pedacitos de partículas de materia. Pueden formar átomos, que después pueden formar moléculas, células y organismos, así como planetas, estrellas, sistemas estelares y galaxias. La materia se mueve por el espacio, impulsada por la energía. La energía también participa de la realidad (ya que actúa sobre la materia), pero el espacio no: el espacio es un simple telón de fondo o un contenedor contra el cual, o en el cual, las cosas materiales trazan sus trayectorias.

Esta forma de ver las cosas, típicamente occidental, es una herencia del concepto del mundo newtoniano. Según Newton, el espacio es un mero receptáculo y es pasivo en sí mismo; condiciona el comportamiento real de las cosas, pero no actúa directamente sobre ellas. Aunque esté vacío y sea pasivo, Newton sostuvo que el espacio es, de cualquier forma, real: es un elemento objetivo en el universo. Consecuentemente, algunos filósofos, incluyendo a Gottfried Leibniz e Immanuel Kant, refutaron la realidad del espacio. En su opinión, el espacio no es nada en sí mismo; es simplemente la manera en que nosotros ordenamos las relaciones entre las cosas reales. El espacio en sí no tiene experiencia, afirma Kant, es solo la condición previa de la experiencia.

La visión del espacio como algo pasivo y vacío, casi intangible, está en completa oposición con la idea que nos ha transmitido la ciencia contemporánea. Lo que los físicos describen como el vacío unificado (la sede de todos los campos y fuerzas del mundo físico) es en realidad el elemento real más fundamental del universo. De ahí han salido las partículas que conforman nuestro universo, y cuando se «evaporen» los agujeros negros, será en él donde caigan de nuevo las partículas. Lo que nosotros identificamos como materia no es sino un manojo de energías semiestables cuantizadas que surgen a partir del vacío.

En última instancia, la materia no es más que una alteración con forma de onda en el mar de energía e in-formación casi infinita que es el medio fundamental, y la memoria perdurable, del universo.