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La destrucción del PSOE

1934-1939

El apelativo que mejor define la actuación del comité revolucionario y las Juventudes Socialistas de Madrid es «lamentable». Una vez constatado que las amenazas revolucionarias no habían disuadido a Alcalá Zamora de incorporar la CEDA al Gabinete, los líderes socialistas se escondieron en una madriguera. No se distribuyeron armas y las masas tampoco recibieron instrucciones. No se había trazado ningún plan para iniciar un levantamiento. El único grupo miliciano armado, que lideraba Manuel Tagüeña, de la FJS, se enfrentó a la Guardia de Asalto en el madrileño barrio de La Guindalera. Tras una escaramuza, fueron rápidamente desarmados y detenidos[1]. Amaro del Rosal, uno de los camaradas más extremistas de Carrillo en el comité revolucionario, negó su participación. En cierto sentido, decía la verdad. Cuando el 5 de octubre, Manuel Fernández Grandizo, de Izquierda Comunista, se encontró con Del Rosal en una calle de Madrid, le preguntó qué planeaba el comité revolucionario. Supuestamente, Del Rosal repuso: «Si [las masas] quieren armas, que las busquen y hagan lo que les dé la gana». En su propio relato se quejaba de que la crisis había llegado demasiado pronto, de que la CNT no había colaborado y de que las autoridades habían impedido cualquier apoyo militar confinando a las tropas en los barracones[2].

Los números de octubre de Renovación fueron confiscados por la policía y el periódico clausurado hasta 1936. Después del fracaso de la «revolución», Amaro del Rosal huyó a Portugal, pero fue repatriado por el régimen de Salazar. Carrillo fue encarcelado en la Modelo de Madrid junto a su padre y buena parte de los líderes del comité revolucionario, entre ellos, Largo Caballero. El director de El Socialista, Julián Zugazagoitia, también fue encerrado, y la prensa socialista al completo quedó silenciada. En realidad, la vida clandestina del movimiento se dirigía desde la prisión[3]. Decenas de miles de trabajadores fueron encarcelados y otros muchos perdieron su empleo. En Asturias se utilizó la tortura en los interrogatorios, y los tribunales militares dictaron numerosas condenas a muerte contra líderes mineros. En toda España, los ayuntamientos socialistas fueron sustituidos por representantes del Gobierno; las Casas del Pueblo fueron cerradas, y los sindicatos se mostraron incapaces de desempeñar su labor[4].

Muchos sindicalistas socialistas, incluidos los líderes mineros asturianos, creían que la lección de octubre y la posterior represión eran el equivalente a los hechos acontecidos en 1917. El movimiento siempre saldría perdiendo en un enfrentamiento directo con el aparato estatal. Sin embargo, los miembros del comité revolucionario no interpretaban los acontecimientos de 1934 como una derrota. Es difícil saber si se trataba de un mero autoengaño o de un ardid cínico para disimular su ineptitud. Carrillo en particular estaba convencido de que el balance general había sido positivo, ya que se había demostrado a Gil Robles que la clase trabajadora no permitiría la instauración pacífica del fascismo. El fugaz éxito de la Alianza Obrera en Asturias fortaleció enormemente su convicción de que la futura revolución necesitaría una clase trabajadora unida. Esta idea lo llevó a colaborar más estrechamente con los trotskistas durante un breve período, lo cual alimentó las sospechas de Carmen «la Gorda», la representante de la KIM que lo vigilaba de cerca. El Partido Comunista también hacía un llamamiento a la unidad proletaria. Hasta la fecha, como parte de su línea de «clase contra clase», la formación política había denunciado a los socialistas, tachándolos de «social-fascistas», porque, según dictaba su lógica, el reformismo perpetuaba la sociedad burguesa. Después del triunfo del nazismo que esta había facilitado, se suavizó esa tendencia y el PCE entró en la Alianza Obrera. Ahora, el PCE esperaba llevarse el mérito —en gran medida inmerecido— por los hechos de Asturias y, con él, la propiedad del símbolo más poderoso de la unidad de la clase obrera. El invento comunista de su propia leyenda revolucionaria acentuaría su atractivo para la FJS[5].

Tras su arresto el 14 de octubre, Largo Caballero aseguró al juez militar que investigaba su caso que no había participado en la organización del levantamiento. El 7 de noviembre, declaraba ante la comisión de suplicatorios de las Cortes que había de decidir si se le retiraba la inmunidad para juzgarlo: «Yo estuve en mi casa, como digo, y di orden de que a cualquiera que fuera a preguntar por mí, le dijeran que no estaba. Di esa orden, como ya la había dado en otras ocasiones, porque no tenía ninguna intervención, no tenía nada que ver con lo que pudiera ocurrir; yo no quería ponerme en contacto con nadie, absolutamente con nadie»[6]. El grado de represión aportaba cierta justificación. Más tarde, Araquistáin afirmaba que «solo un loco o un agente provocador» habría reconocido su participación en los preparativos de la rebelión, ya que hacerlo habría sido utilizado por la CEDA para justificarse en su determinación de aplastar al PSOE y la UGT[7].

No obstante, lo que dijo Largo Caballero en su defensa era completamente plausible en vista del fracaso manifiesto que sufrió el movimiento en Madrid. Poco antes de su detención, Carrillo le había preguntado: «¿Qué les digo a las milicias?». La respuesta sorprendió al joven revolucionario: «Dígales lo que quiera. Si le detienen, declare usted que esto no ha sido organizado por el partido, ha sido espontáneo»[8]. Sin embargo, las memorias de Largo Caballero dejan entrever que seguía considerándose un líder revolucionario que simplemente se proponía engañar a las autoridades burguesas. Al principio, Carrillo se sintió profundamente decepcionado por la pasividad de Largo Caballero en octubre y por los desmentidos que vertió el hombre ahora conocido como el «Lenin español». Con todo, en las frecuentes conversaciones que mantuvieron en el patio de ejercicios se reconcilió con su héroe gracias a su optimismo y al aparente deleite con el que escuchaba las arengas del joven sobre la necesidad de bolchevizar el PSOE. Por aquel entonces seguían extremadamente unidos. Rememorando las estrechas relaciones que mantenían ambas familias, Largo Caballero lo llamaba «Santiaguito», y otros lo describían como «el niño mimado del patrón»[9]. Sin duda, las negaciones de Largo Caballero redundaron en beneficio de los comunistas, que se complacieron en asumir la responsabilidad. José Díaz, secretario general del PCE, lo visitó en la cárcel y propuso que su partido y el PSOE declararan haber organizado conjuntamente la revolución. Largo Caballero se negó. Esa refutación de cualquier responsabilidad era una táctica potencialmente contraproducente, pues daba credibilidad a los comunistas, según los cuales, octubre había demostrado que el PSOE y Largo Caballero eran incapaces de forjar una revolución. Esto garantizó que 1935 fuese el período de «la gran cosecha» para los comunistas[10]. Santiago Carrillo había de ser un elemento importante de esa cosecha, pero en aquel momento parecía tomarse al pie de la letra los pretextos de Largo Caballero.

Carrillo y los demás prisioneros vivían en una especie de aislamiento eufórico y podían hablar todo el día de política sin las preocupaciones de la cotidianeidad. Las máximas inquietudes del joven eran la salud de su madre, que padecía graves problemas cardíacos, y añorar a su novia. Por lo demás, los prisioneros políticos gozaban de unas condiciones relativamente agradables. Carrillo tenía en su celda una máquina de escribir y muchos libros. Más tarde afirmaría que pasó gran parte del tiempo leyendo a los clásicos del marxismo hasta altas horas de la madrugada, y le impresionó especialmente Trotski. De hecho, describía ese período como su «universidad». Los guardias no ponían obstáculos al envío de correspondencia o a las visitas prácticamente ilimitadas de los camaradas que les llevaban la prensa legal. Para sorpresa de Carrillo, Largo Caballero, una persona por lo común taciturna, estaba de muy buen humor[11].

Carrillo y los demás revolucionarios encarcelados no tardaron en culpar a los sectores menos radicales del movimiento socialista del fracaso de octubre. El siguiente paso era expulsar a los reformistas con la intención de crear un partido bolchevique «propiamente dicho». Al principio no les preocupaban los besteiristas, ya que habían sido derrotados en la UGT y en muchas federaciones de sindicatos afiliadas a comienzos de 1934. En octubre, Besteiro se había opuesto al proyecto revolucionario y había quedado al margen. No obstante, durante los hechos de octubre, un grupo de extremistas de la FJS había apedreado su casa. A consecuencia de ello, se retiró casi por completo de la escena política una temporada[12]. Sin embargo, los renovados llamamientos a la expulsión de Besteiro del PSOE finalmente provocaron que sus seguidores salieran en su defensa contra los jóvenes bolchevizadores. Esto no había de suceder hasta junio de 1935. Entretanto, Carrillo y sus aliados se concentraron en su ofensiva contra Indalecio Prieto. La ironía era que habían sido los seguidores de Prieto en Asturias quienes desempeñaron el papel más activo en los acontecimientos de octubre.

Alentado por Carrillo, Largo Caballero empezó a adoptar una postura cada vez más revolucionaria. En parte, esto reflejaba su marcado resentimiento personal hacia Prieto, quien, con el respaldo de los mineros asturianos y los metalúrgicos vascos, esperaba reconstruir la república democrática instaurada entre 1931 y 1933. En opinión de Prieto y del líder republicano y ex primer ministro Manuel Azaña, las políticas vengativas de la coalición entre el Partido Radical y la CEDA estaban suscitando un gran resurgimiento nacional de apoyo a la República. En consecuencia, Prieto argumentaba que el objetivo inmediato de la izquierda era que recuperara el poder estatal una coalición amplia que pudiera garantizar el éxito electoral y, de este modo, poner fin al sufrimiento de la clase trabajadora. Por el contrario, Carrillo y Largo Caballero creían que las políticas represivas de la coalición radical-cedista habían socavado enormemente la fe de la clase trabajadora en las posibilidades reformadoras de la República[13].

A principios de 1935, los miembros del Comité Ejecutivo del PSOE que no estaban encarcelados se mostraban muy receptivos a los argumentos enviados por Prieto desde su exilio en Bélgica a favor de una amplia coalición con los republicanos de izquierdas. Las opiniones del Comité fueron publicadas en abril en el seno del movimiento socialista por medio de una circular en la que, muy inteligentemente, pedía que se utilizaran las vías legales para defender a la clase trabajadora[14]. Largo Caballero, que se hallaba en prisión, fue informado de esa iniciativa, pero no se opuso. Sin embargo, enfureció a Carrillo y a los «bolchevizadores», que abogaban por un bloque revolucionario exclusivamente proletario. Prieto, que solo pensaba en la senda legal hacia el poder, sabía que no aliarse con los republicanos daría lugar a un desastroso enfrentamiento a tres bandas como pasó en las elecciones de 1933. Estaba decidido a no permitir que el partido cayera en manos de los jóvenes extremistas que, según creía, debían ser controlados[15].

Prieto podía contar con el apoyo de Ramón González Peña, líder de los mineros asturianos, quien en general era considerado el héroe de octubre y recientemente había eludido una condena a muerte. En una carta remitida a Prieto, González Peña alentaba a formar un amplio frente antifascista de cara a las próximas elecciones. Criticó amargamente a Largo Caballero y a sus camaradas encarcelados por negar su participación en los hechos de octubre, y reservaba su mayor indignación para «los niños de la Juventud» por exigir que el PSOE se bolchevizara, que Besteiro y sus seguidores fuesen expulsados y que Prieto y los «centristas» fuesen marginados: «Si tuviéramos la desdicha de que siguiéramos dirigidos por el hijo de Carrillo y compañía, creo sería cosa de apenarse». Algunas copias de la carta, acompañadas de una misiva similar firmada por jóvenes miembros asturianos de la FJS encarcelados en Oviedo, circularon dentro del PSOE, lo cual disgustó a los caballeristas que se hallaban confinados. Carrillo y otros habían enviado a González Peña una serie de preguntas con la intención de contar con él para sus planes. Cuando vieron sus respuestas a favor de una coalición electoral y contra la purga del partido, se negaron a publicarlas[16]. Estaban más contrariados todavía porque Prieto tenía a su disposición un periódico propio, El Liberal de Bilbao, en cuyas páginas él y los republicanos podían defender una alianza electoral[17].

El hecho de que las políticas reformistas de la coalición republicano-socialista hubieran provocado la furia de la derecha convenció a Carrillo de que los problemas estructurales de España exigían una solución revolucionaria. Sin embargo, Prieto tenía razón en que la mayoría de los obstáculos de los socialistas se derivaban del error táctico que cometió Largo Caballero antes de las elecciones de 1933. Fuera del Gobierno no podía introducirse ningún cambio, ya fuese de índole reformista o revolucionaria. Octubre había puesto de relieve la incapacidad de los socialistas para organizar una rebelión. Así pues, había dos posibles apuestas válidas: la defensa por parte de Prieto del retorno electoral al poder y la vía gradualista hacia el socialismo; y la que defendían principalmente los trotskistas, que reconocían la incompetencia del PSOE y el PCE y aspiraban a la construcción a largo plazo de un auténtico partido bolchevique. Esta posición resultaba atractiva a Carrillo. Sin embargo, ambas estrategias requerían una victoria previa en las urnas[18].

El contraataque de los jóvenes radicales a Prieto adoptó la forma de un extenso panfleto firmado por Carlos Hernández Zancajo, presidente de la FJS, y titulado Octubre-segunda etapa, que en realidad había sido escrito casi en su totalidad por Amaro del Rosal y Santiago Carrillo[19]. Su objetivo era triple: enmascarar los fracasos de la FJS en los acontecimientos de octubre en Madrid; combatir la interpretación que hacía Prieto de la revuelta asturiana como un intento por defender la República, y erradicar la influencia de Besteiro y Prieto en el movimiento socialista como un primer paso para su «bolchevización». El texto empezaba con una valoración en gran medida falaz sobre las actividades del movimiento de los trabajadores durante el año 1934, y señalaba correctamente que las huelgas de los empleados de la construcción y la metalurgia y de los campesinos habían disipado las energías de la clase trabajadora, a la vez que obviaba que la «organización sindical» a la que se culpaba de esos errores estaba dominada en ese momento por miembros de la FJS. Asimismo, achacaba la derrota de octubre a los reformistas de Besteiro, lo cual era absurdo. Esto se utilizó para justificar la «segunda etapa» anunciada en el título del panfleto: la expulsión de los reformistas y la «bolchevización» del PSOE, que significaba la adopción de una estructura de mando rígidamente centralizada y la creación de un aparato ilegal para prepararse de cara a una insurrección armada. Inhibidos por el respaldo asturiano a Prieto, los autores no osaron pedir su expulsión, pero exigieron agresivamente el abandono de su línea «centrista» a favor de una postura revolucionaria[20].

Prieto y otros estaban convencidos de que el libelo se había urdido durante los paseos de sus autores por el patio de la prisión junto a Largo Caballero. Años después, pese a ser objeto de una entusiasta alabanza en el panfleto, Largo Caballero aseguraba que fue publicado sin su consentimiento y que, profundamente molesto, había trasladado sus quejas a Carrillo. Este reconocería más tarde que su grupo actuó sin la autorización del jefe. Después tildaba las opiniones expresadas en el panfleto de pueriles, nacidas de un «izquierdismo infantil»[21]. Sin embargo, en una entrevista publicada en diciembre de 1935, Largo Caballero coincidía con la mayoría de los contenidos, pero no con su petición de expulsiones y la entrada en la Comintern[22].

En respuesta a los insultantes ataques del texto de la FJS, los besteiristas rompieron su silencio [23] y fundaron una publicación para defender sus ideas. Con el título de Democracia, apareció semanalmente entre el 15 de junio y el 13 de diciembre. Su apariencia legal fue interpretada por Segundo Serrano Poncela, el compinche de Carrillo, como una demostración de la traición besteirista a la causa socialista[24]. Este punto de vista cobró cierta credibilidad gracias al discurso de ingreso de Besteiro, «Marxismo y antimarxismo», pronunciado al ser elegido para la Academia de Ciencias Morales y Políticas. En su largo y tortuoso parlamento, que tuvo lugar el 28 de abril, Besteiro se propuso demostrar que Marx había sido hostil con la idea de la dictadura del proletariado, y enfureció a los bolchevizadores encarcelados con sus insinuaciones de que la violencia de la izquierda socialista apenas se distinguía del fascismo[25]. En la revista doctrinal Leviatán, que había sobrevivido a la represión contra los medios socialistas, apareció una devastadora réplica al discurso de Besteiro a cargo de Luis Araquistáin, el asesor más competente de Largo. Sus artículos atesoraban un nivel de competencia teórica notablemente más elevado que Octubre-segunda etapa, y su demoledor ataque a Besteiro garantizó su retirada de la cúpula del PSOE[26].

Ahora que Besteiro había sido eliminado, Prieto volvía a la carga a finales de mayo con una serie de artículos sumamente influyentes. Con el título colectivo de Posiciones socialistas, fueron recopilados poco después en un libro. Los dos primeros reafirmaban la necesidad de evitar el gran error táctico de 1933, argumentando que la derecha estaría unida en las próximas elecciones y que una coalición integrada exclusivamente por trabajadores sería víctima de la indisciplina anarquista. Para Prieto, solo una coalición republicano-socialista podía garantizar la amnistía para los presos políticos. Los tres últimos artículos pretendían exponer, con un lenguaje moderado pero firme, algunas de las contradicciones más absurdas de Octubre-segunda etapa. Prieto rechazaba con indignación el derecho de unos inexpertos jóvenes a solicitar la expulsión de unos militantes que habían consagrado su vida al PSOE, y señalaba que las acusaciones vertidas contra varios sectores del movimiento socialista en el panfleto eran especialmente atribuibles a la FJS. Por encima de todo, denunciaba las tendencias dictatoriales de los bolchevizadores, y proponía un congreso de partido para establecer la dirección que debía seguir el movimiento[27].

Con el nombre de Carrillo en la portada, se reeditó Octubre con una respuesta a Prieto. Enrique de Francisco, un amigo de Largo Caballero, escribió a Prieto para decirle que no tenía derecho a hacer política de partido en periódicos burgueses. El destinatario respondió que esa misma opinión moralista no había inhibido a las Juventudes Socialistas a la hora de defender la bolchevización. En un tono más estridente, el periodista católico Carlos de Baraibar preparó, tras consultar con Largo Caballero, un libro que atacaba las «falsas posturas socialistas» de Prieto. Al criticarlo por incumplir la disciplina del partido publicando sus ideas, Baraibar olvidaba interesadamente que la FJS no había dudado en difundir sus controvertidas creencias[28]. El extremismo de la FJS estaba dividiendo gravemente al socialismo español. Aunque las políticas represivas del Gobierno de la coalición entre los cedistas y los radicales, y la existencia de miles de prisioneros políticos habían hecho atractiva la propaganda revolucionaria, también garantizaban una masiva respuesta positiva al llamamiento de Prieto a la unidad y a un regreso a la república progresista de 1931 a 1933. En verano de 1935 salió a la luz un indicio del resentimiento que se estaba gestando cuando los caballeristas fundaron un semanario titulado Claridad. Sus páginas respondieron con fuerza al llamamiento de la FJS a la expulsión de los besteiristas y la marginación de los prietistas[29]. Democracia replicó argumentando que la campaña de bolchevización era tan solo una cortina de humo para desviar la atención de los fracasos de la FJS en octubre de 1934. Cuando Saborit tuvo el elegante gesto de visitar a los prisioneros de la Cárcel Modelo, Largo Caballero se negó groseramente a estrecharle la mano o incluso hablar con él[30].

Todo cambió en agosto de 1935, tras la celebración del VII Congreso de la Comintern en Moscú. El secretario general, Giorgi Dimitrov, abogó por un frente proletario unido y un amplio sector popular de fuerzas antifascistas. En un discurso pronunciado el 2 de junio, José Díaz, secretario general del Partido Comunista de España, ya había defendido abiertamente la unificación con el PSOE. El 3 de noviembre, declaró que el VII Congreso demostraba la necesidad de un Frente Popular[31]. Carrillo estaba encantado. En la cárcel, él y Hernández Zancajo vivían cerca de Trifón Medrano y Jesús Rozado, sus camaradas de la UJC. Todos ellos eran conscientes de que en octubre de 1934 se había dado cierta colaboración sobre el terreno entre las bases de sus respectivas organizaciones. Ahora sus encuentros y debates diarios favorecían una eventual unificación[32].

José Laín Entralgo, delegado de la FJS en el congreso de la Comintern, informó con entusiasmo de que la unión comunista, la Confederación General de Trabajo Unitaria, se incorporaría a la UGT. También afirmó que el cambio de táctica significaba que Moscú había devuelto la soberanía a los diversos partidos nacionales y que, por tanto, ya no había motivo para que la FJS no debiera unirse a la Comintern[33]. Carrillo ya estaba tratando de garantizar la incorporación del Bloc Obrer i Camperol, un grupo de signo trotskista, y las juventudes comunistas en el PSOE como parte del proceso de bolchevización del partido. Escribiendo en Leviatán, Araquistáin observaba con acierto que el objetivo fundamental que se ocultaba tras la táctica del Frente Popular era el deseo de Moscú de garantizar que hubiera gobiernos de izquierdas y antifascistas en el poder en Occidente para asegurar alianzas en caso de que Alemania declarase la guerra a la Unión Soviética. Lejos de romper con el viejo hábito de la Comintern, que dictaba la misma política para todos los países, como a la FJS le gustaba pensar, la nueva táctica corroboraba las costumbres dictatoriales de la Tercera Internacional. Araquistáin aceptaba la necesidad de una unidad proletaria, pero rechazaba la idea de la alianza con la izquierda burguesa[34].

Largo Caballero era partidario de la unidad de la clase trabajadora siempre y cuando significara la absorción de las bases comunistas en la UGT. Sin embargo, seguía mostrándose hostil a una coalición electoral con los republicanos de izquierdas y, al igual que Araquistáin, se oponía a la idea de que el PSOE se incorporara a la Comintern[35]. Por este motivo, Carrillo debía ser cauto en todas las negociaciones con los miembros de la UJC encarcelados y, sobre todo, con el representante más destacado de la Comintern en España, el argentino Vittorio Codovila, cuyo alias era «Medina». El director de la Cárcel Modelo hizo la vista gorda cuando Codovila entró en la prisión como parte de una visita familiar a Carrillo. A Codovila le sorprendió la disposición de este último a aceptar todas las condiciones impuestas por los comunistas. Lo único que quería a cambio era que el nombre de la nueva organización fuese el de Juventudes Socialistas Unificadas. Su razonamiento era que si perdían la palabra «socialista» en el título, también perderían su puesto en la directiva del PSOE y tendrían menos capacidad para continuar la lucha por purgar a Prieto y bolchevizar el partido[36].

En el primer aniversario de la insurrección de octubre, la FJS había publicado una circular firmada por Santiago Carrillo en la que autorizaba a sus secciones locales a confeccionar manifiestos con la UJC, pero no a organizar conmemoraciones conjuntas, ya que el PSOE había decretado que la FJS solo podía hacer tal cosa con otras organizaciones socialistas. La circular señalaba con pesar que el PSOE en realidad no había realizado preparativos para celebrar el aniversario. No obstante, recomendaba que las secciones locales de la FJS crearan su propia publicidad y que lo hicieran insistiendo en que «octubre había sido un movimiento proletario por la conquista del poder», que el Partido Socialista era su único líder (algo que la cúpula del PSOE nunca reconoció) y que octubre había frenado «la marcha ascendente del fascismo»[37].

A mediados de noviembre, Carrillo recibió una carta de Margarita Nelken, que se encontraba exiliada en Rusia, junto con varios panfletos que incluían una traducción al español del discurso ofrecido por Dimitrov en el VII Congreso de la Comintern. Dicho discurso le pareció «magnífico», aunque todavía albergaba dudas sobre la disposición del líder de la Comintern a establecer una alianza con la burguesía sin asegurar antes una amplia unidad de la clase trabajadora. En el paquete iba incluida una copia de una fotografía de Largo Caballero que había sido repartida entre la multitud durante un acto en la Plaza Roja de Moscú. Cuando Carrillo le enseñó la instantánea, se mostró convenientemente halagado: «El patrón está en un plan magnífico, superándose a cada paso y en la misma ruta, sin una vacilación, que las Juventudes»[38].

Entretanto, el 14 de noviembre, Manuel Azaña, escribiendo en nombre de los diversos grupos republicanos de izquierdas, propuso formalmente una alianza electoral a la directiva del PSOE. Ante tan dramática decisión, Largo Caballero convocó rápidamente una sesión conjunta con las cúpulas del PSOE, la UGT y la FJS para el 16 de noviembre. La propuesta de Azaña fue aceptada después de que Largo Caballero reconociera la absurdidad de repetir el error de 1933. Carrillo y Amaro del Rosal siguieron la línea de la Comintern y también manifestaron su firme respaldo a la alianza electoral. Sin embargo, Carlos Hernández Zancajo se opuso. De este modo anticipó las divisiones entre los caballeristas que perjudicarían gravemente al movimiento socialista durante la Guerra Civil, entre los que mostraban una adhesión inquebrantable por la Unión Soviética y los que, como Hernández Zancajo, no entendían la revolución política como un elemento consustancial a los intereses soviéticos. Convencido de que los pactos con los republicanos burgueses no debían fortalecer al ala prietista del movimiento socialista, Largo Caballero insistió en que cualquier coalición debía extenderse a otras organizaciones de clase trabajadora, entre ellas el Partido Comunista. Carrillo estaba encantado. La directiva de la UGT decidió entablar negociaciones con el PCE para la incorporación de la Confederación General de Trabajo Unitaria (CGTU) en la UGT. Además, Largo Caballero insistió en que el programa electoral del Frente Popular debía ser aprobado por el PCE y la CGTU, además de la FJS, el PSOE y la UGT[39]. Por su parte, Prieto temía que el peso desproporcionado que se otorgaría al Partido Comunista perjudicara a los intereses del PSOE. También se oponía a la idea de que el programa exigiera la aprobación de la FJS, ya que, insistía, considerarla una organización autónoma era totalmente contrario a los estatutos del PSOE[40].

Dos semanas después, Carrillo publicó un artículo típicamente triunfalista que se jactaba de la derrota sobre los elementos reformistas del movimiento socialista. En él afirmaba que las rectificaciones de la Tercera Internacional situaban a la FJS «en un plano político semejante al de los comunistas». La aseveración de que las «negociaciones previas» ya estaban en marcha dejaba claro que la FJS estaba aproximándose cada vez más a la UJC. Por otro lado, tachaba de injustificada cualquier sospecha de que la unificación significara una absorción de las Juventudes Socialistas por parte de los comunistas, y argumentaba que, si había un propósito común en los elementos revolucionarios de ambos bandos, solo los reformistas podían tener motivos para inquietarse. Carrillo concluía el texto con una rotunda declaración: «Los lazos que nos aten a los afiliados de la Internacional de Moscú concluirán de desanudar los que aún nos unían a determinados “socialistas”»[41].

Carrillo cantó victoria demasiado pronto. El 16 de diciembre se celebró una reunión del Comité Nacional del PSOE, en la que Largo Caballero reiteró su idea de que cualquier coalición electoral debía estar dominada por organizaciones de trabajadores. Antes de que pudiera producirse un debate a gran escala, Prieto criticó las actividades de Carrillo y los líderes de la FJS. Y lo que era más importante, planteó una cuestión estatutaria en la relación del grupo parlamentario con la ejecutiva del PSOE. En unas circunstancias inmensamente complicadas, Largo Caballero dimitió como presidente del Partido Socialista. Una vez que hubo abandonado la reunión a toda prisa, Prieto pudo plantear con éxito su visión moderada de la coalición electoral republicano-socialista. El deseo caballerista de que las negociaciones con los republicanos fueran efectuadas por un bloque de trabajadores que incluyera a la FJS, el PCE y la CGTU se vio frustrado. Las dimisiones de Largo Caballero y tres de sus lugartenientes más próximos —Enrique de Francisco, Wenceslao Carrillo y Pascual Tomás— significaban que en primavera tendría que organizarse un congreso del partido para elegir un nuevo Comité Nacional. Esto se interpretó como el primer paso para desterrar a los centristas y garantizar el objetivo bolchevizador de una jerarquía de partido centralizada. No obstante, era una apuesta que, en términos inmediatos, acababa con el control de la organización y del sindicato establecido por los caballeristas tras la derrota de Besteiro en enero de 1934. Ahora, la UGT estaba en manos de los caballeristas y el PSOE de los prietistas. En su carta formal de renuncia, Largo Caballero desvelaba sus motivos a Vidarte. Era una medida para garantizar una dirección unánime, como «un organismo homogéneo de dirección férrea. Hemos resuelto continuar la línea de octubre». La apuesta fracasó porque, debido a complejas razones relacionadas con la tensa situación política, ese congreso nunca llegó a celebrarse[42].

Estos sucesos en las más altas esferas del movimiento socialista pudieron infundir al impaciente Carrillo la idea de que sus ambiciones revolucionarias se verían mejor satisfechas dentro del Partido Comunista. Mientras tanto, la FJS aceptó el Frente Popular a finales de diciembre de 1935, y justificaba su decisión en el primer número de Renovación, aduciendo que utilizaría las elecciones para poner fin a una represión que era descrita como «esta dolorosa situación». No obstante, como cabría esperar, Carrillo no renunció a los objetivos maximalistas de la revolución y la dictadura del proletariado, y exhortó a las organizaciones proletarias a preparar a sus equipos para la futura batalla y las animó a intensificar la purga de elementos reformistas del PSOE[43]. Durante la campaña electoral socialista, Largo Caballero perseveró en la necesidad de la unidad proletaria y la transformación de la sociedad capitalista. Su superficial retórica revolucionaria deleitaba al público de clase trabajadora en toda España. El 11 de febrero habló con José Díaz en un mitin conjunto del PSOE y el PCE sobre el tema de la unidad, con lo cual ambos oradores se referían a la absorción de todo el movimiento de clase obrera por parte de sus organizaciones[44].

La noche del 16 de febrero, Carrillo y sus camaradas esperaban ansiosamente los resultados de las elecciones y las noticias sobre una posible amnistía. A la mañana siguiente, oyeron los primeros rumores de la victoria del Frente Popular y el ruido de una gran multitud que se acercaba a la prisión. Era una manifestación que exigía su puesta en libertad. Carrillo y los demás, todos ellos pendientes de juicio, salieron la noche del 17 de febrero[45]. De inmediato solicitó un pasaporte para viajar a Rusia, que le fue expedido el 24 de febrero de 1936 en Madrid. Iba a Moscú como parte de una delegación conjunta de la FJS y la UJC para debatir la próxima unificación con la KIM. Antes de partir, mantuvo varias reuniones con Vittorio Codovila en el piso de Julio Álvarez del Vayo, cuñado de Araquistáin. El representante de la Comintern estaba preparándolo y, muy inteligentemente, optó por no reprenderlo por las opiniones casi trotskistas vertidas en Octubre-segunda etapa. El propio Carrillo declararía más tarde: «A él le debo ser comunista»[46].

En el viaje a Moscú estuvo acompañado por Federico Melchor, y los dos representantes de la UJC fueron Trifón Medrano y Felipe Muñoz Arconada. En la capital soviética quedó absolutamente deslumbrado. Vio trabajadores armados desfilando por las calles. Tras un año encarcelado con Largo Caballero, pese a la admiración que profesaba al amigo de su padre, Carrillo tuvo la sensación de que el PSOE era un partido del pasado. Los líderes socialistas, hombres de mediana edad, rara vez permitían que los jóvenes militantes llegaran a cargos de poder en sus rígidas estructuras. Puede que fuera el favorito y consentido de Largo Caballero, pero otros socialistas veteranos lo trataban con desconfianza. Sin embargo, en Moscú fue recibido como una celebridad. Describió como «un cuento de hadas» el hecho de hospedarse en el lujoso hotel Savoy y ser trasladado a todas partes en una limusina con chófer para ver el paisaje, la Plaza Roja, el mausoleo de Lenin, el Kremlin y el Bolshói. Le impresionó aún más que le presentaran a Giorgi Dimitrov y Dimitri Manuiski, líderes de la Comintern, y al secretario general de la KIM, Raymond Guyot. Apenas dos meses después de cumplir veintiún años, estaba encantado de que sus héroes lo trataran como a un igual, en especial el gigante Dimitrov, que modestamente evitó comentar sus hazañas en el juicio del Reichstag. Al parecer, durante el viaje Carrillo se aficionó al vodka y el caviar[47].

Más tarde, Carrillo reconoció que la fusión con la UJC era tan solo el primer paso de un proyecto para introducir primero a la FJS y después todo el movimiento socialista en la Internacional Comunista. En su informe a la KIM, declaró que el mantenimiento de la estructura organizativa de las Juventudes Socialistas era una medida provisional necesaria que venía dictada por la necesidad de completar primero la purga del PSOE. Ese viaje tuvo una influencia crucial en su posterior desarrollo. La KIM, con sede en Moscú, era supervisada de cerca por el servicio de espionaje ruso, o NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) y el Ejército Rojo. Tras ser identificado por Codovila como una posible estrella de la Comintern, Carrillo habría sido evaluado de todos modos, pero el proceso seguramente fue más riguroso debido a las sospechas de inclinaciones trotskistas manifestadas por Carmen «la Gorda», con quien muchos miembros de las Juventudes Comunistas se sentían molestos por su dogmatismo[48]. Como todos los posibles líderes de la Comintern, Carrillo se había visto obligado a convencer a sus jefes de Moscú de que colaboraría plenamente con el Servicio Secreto soviético[49]. Al parecer, no le supuso una gran dificultad. Seducido por Dimitrov, Manuiski y otros héroes, el joven que se había atrevido a afirmar que la FJS debía dictar la estrategia socialista aceptaría de buen grado los dictados del Kremlin. Su primera lección era reconocer que Trotski era un traidor. La segunda, que la misión de un movimiento juvenil unido no era forjar una vanguardia revolucionaria de élite, sino convertirse en una organización de masas.

Después de la guerra, Carlos de Baraibar comentaba amargamente el desenfrenado ardor de Carrillo y Melchor por todo lo que habían visto en la Unión Soviética. A su vuelta detectó el «entusiasmo arrebatado, y en cierto modo extravagante, con que aquellos muchachos se expresaban al hablar de Moscú, de sus hombres, de sus realizaciones, de sus laboratorios, y hasta de sus retretes». En opinión de Baraibar, la experiencia los había corrompido en cierto modo. «Hicieron ese famoso viaje a Moscú», escribía, «en que tanta alma cándida ha encontrado su camino a Damasco, y al regresar, empiezan a esbozar fantásticos planes de reorganización del movimiento juvenil, que significaban una absoluta desnaturalización de las esencias revolucionarias que habían constituido siempre su galardón más preclaro. Había allí una confusa mezcolanza de ilusiones totalitarias sobre las posibilidades de captación de la masa juvenil española, cualquiera que fuera su origen y sus sentimientos; un afán de colosalismo, completamente ajeno a nuestro genio peculiar, y, hay que decirlo todo, un algo extraño que a mí me pareció simple aldeanería, de joven insuficientemente preparado que se pone en contacto con un mareante aparato de cifras, gráficos, estadísticas y demás espejuelos de una propaganda sabiamente dirigida»[50].

Poco después de su regreso a Madrid, los comités ejecutivos de la FJS y la UJC celebraron una reunión conjunta para evaluar el informe que había elaborado la delegación en Moscú a favor de un nuevo movimiento de masas unitario. El informe fue aprobado como la base para la unificación, y se organizó un comité nacional conjunto para llevar a cabo el proceso de fusión. Se habían realizado grandes esfuerzos por disipar las sospechas de que el movimiento socialista estaba a punto de perder a su sector juvenil a manos del Partido Comunista. Se esperaba que la idea de que la UJC sería absorbida por la FJS tranquilizara a Largo Caballero. Sin embargo, no fue eso lo que sucedió, como cabía prever habida cuenta de los lazos cada vez más estrechos que mantenía Carrillo con Moscú. Se celebraron varios mítines públicos en secciones locales de ambas organizaciones para propagar la unificación, que culminaron en la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, el domingo 5 de abril de 1936. En su discurso, Carrillo declaró que lo que estaba sucediendo reparaba el cisma de 1921, por el cual, el ala radical del PSOE había abandonado para formar el PCE. El acto de Las Ventas vino seguido durante todo mayo y julio de 1936 de mítines en las secciones provinciales de la FJS y la UJC a fin de prepararse para una gran conferencia nacional de unificación que, debido al estallido de la Guerra Civil, nunca llegó a celebrarse. En aquellos meses, la cifra de miembros pasó de cien mil a ciento cuarenta mil[51].

Volviendo la vista atrás, Largo Caballero recordaba su reacción en términos similares a los de Baraibar y afirmaba que cuando Carrillo y otros iban a explicar las propuestas de planes organizativos, les decía «sin vacilación ninguna» que su objetivo de un movimiento juvenil de masas iba totalmente en contra del espíritu de la FJS, que a la sazón consideraba muerta. Carrillo intentó convencerlo de su buena fe y lealtad, y expresó «la promesa solemne de que haría una organización formidable eminentemente socialista»[52].

Amaro del Rosal, que era uno de los presentes cuando Largo Caballero fue informado de la unificación, recordaba su angustia, «con lágrimas en los ojos». En efecto, Carrillo había asestado un golpe demoledor al PSOE y socavado su futuro político. Según la percepción de Largo Caballero, estaba proporcionando al PCE, en palabras de Helen Graham, «una vanguardia política que sin duda incluía a numerosos líderes nacionales y provinciales en potencia». Algunos, como Serrano Poncela, se sintieron alarmados por el hecho de que Carrillo hablara de crear una organización de masas contraria a la percepción tradicional de la FJS como un campo de entrenamiento de élite para el PSOE. Carrillo pronunció un discurso en el que rendía tributo a Largo Caballero, pero el daño ya estaba hecho[53].

El 31 de marzo, Carrillo participó en una reunión del Comité Central del Partido Comunista, en el que propuso que la nueva JSU intentara acceder a la KIM y que el PSOE se uniera al PCE e ingresara en la Comintern. La asistencia a las reuniones del Comité Central era un privilegio que normalmente no se hacía extensivo a los no afiliados[54]. Carrillo ingresaría formalmente en el partido seis meses después, pero hay razones para creer que ya era comunista a todos los efectos. En 1974 reconocía que a su regreso de Moscú había empezado a convertirse en comunista: «No me uní al partido inmediatamente, aunque empecé a colaborar con los comunistas e incluso fui invitado a participar en reuniones del Comité Central. No me afilié porque todavía tenía la esperanza de llevar a cabo la unificación de los partidos socialista y comunista»[55].

El proceso mediante el cual fue elegido el nuevo Comité Ejecutivo de las JSU en septiembre de 1936 fue extremadamente opaco. Había quince miembros, de los cuales siete eran comunistas, aunque algunos de los ochos socialistas estaban tan cerca del PCE que la diferencia era inapreciable. Carrillo se convirtió en secretario general de una organización que, pese a su nombre, suponía un enorme avance de la influencia comunista[56]. Quienes percibían la creación de las Juventudes Socialistas Unificadas como la derrota de la FJS ante la Tercera Internacional acuñaron el término «Juventudes Socialistas Urssificadas»[57]. El 18 de julio, Carrillo estaba en París con Trifón Medrano y José Laín Entralgo para debatir con Raymond Guyot, secretario general de la Internacional Juvenil Comunista, los problemas planteados por la reunión en Madrid con Carmen, la cómica delegada alemana de la Comintern. En sus memorias relata su heroica respuesta al conocer el golpe militar en España. Los tres partieron de inmediato hacia la frontera. Al entrar en España vía Irún, se dirigieron a San Sebastián y se vieron involucrados al instante en un ataque contra un hotel en el que se habían atrincherado unos partidarios de los rebeldes. Más tarde, en un vano esfuerzo por llegar a Madrid, Carrillo y sus compañeros pasaron varias semanas luchando en el frente vasco con una unidad organizada por el Partido Comunista local. Al ser extremadamente miope, Carrillo era cualquier cosa menos un soldado nato. A la postre, pudieron pasar a Francia y regresar a España por Puigcerdà. Según Enrique Líster, aquello era pura invención, y durante ese período Carrillo permaneció en París. Sea cual fuere la verdad, está claro que en aquellas primeras semanas de la guerra estaba convencido de que el único partido con cierta dirección para tomar las riendas de la situación era el PCE[58].

Cuando regresó a Madrid a principios de agosto, las JSU ya estaban tratando de convertir su milicia de preguerra en unidades de combate propiamente dichas. Carrillo afirma que fue nombrado comisario político del Batallón «Largo Caballero», que defendía la ciudad desde la sierra situada al norte. La heroica imagen de ese período de su vida se ve un tanto diluida por Manuel Tagüeña, un testigo mucho más fiable que dijo que Carrillo se vio involucrado en una rivalidad política que socavó los esfuerzos del italiano Fernando De Rosa por unir a los diversos grupos[59]. Ciertamente, su carrera militar, si en realidad hubo tal, fue breve. Debido al crecimiento vertiginoso de las JSU, estaba claro que Carrillo podía resultar especialmente útil en un puesto político y no militar.

Las JSU estaban inundándose de nuevos reclutas y pronto contaban con más militantes que los sectores adultos del PSOE y el PCE juntos[60]. En todos los niveles de la sociedad, la economía, la campaña bélica, la industria y las incipientes fuerzas armadas, los miembros de las JSU desempeñaban un papel clave. Por ello, Carrillo se encontraba en Madrid trabajando en los detalles prácticos para consolidar el control comunista sobre este poderoso nuevo instrumento. Tras largas vacilaciones, el 4 de septiembre de 1936, Largo Caballero había sucumbido finalmente a los argumentos de Prieto, según el cual, la supervivencia de la República pasaba por un Gabinete respaldado por los partidos de clase trabajadora además de los republicanos burgueses. Se formó un verdadero Gobierno del Frente Popular en el que Largo era primer ministro y ministro de Guerra. Dicho Gobierno contenía socialistas y republicanos. Dos meses después, el 4 de noviembre, cuando las tropas de Franco se hallaban ya a las puertas de Madrid, cuatro representantes de la anarcosindicalista CNT se unieron también al Gabinete.

Para entonces se habían intensificado los ataques aéreos rebeldes. Lejos de minar la moral de los madrileños, tuvieron el efecto contrario y provocaron una profunda aversión hacia los rebeldes. Casi todos los partidos políticos de izquierdas y los sindicatos habían organizado brigadas para eliminar a presuntos fascistas. Con sus tribunales, sus prisiones y sus ejecutores, eran conocidas indiscriminadamente como «checas». Sus objetivos eran los considerados partidarios de los rebeldes dentro de la capital. Esto incluía a derechistas encarcelados y a los todavía no detectados, que en las condiciones desesperadas de la asediada capital eran tildados de forma indiscriminada de «quintacolumnistas», en alusión a las cuatro columnas que avanzaban hacia Madrid. Basándose en las masacres perpetradas en el sur de España por las columnas africanas de Franco, se creía que los rebeldes planeaban matar a cualquiera que hubiera sido miembro de algún partido o grupo vinculado al Frente Popular, que hubiera ostentado un cargo gubernamental o que estuviese afiliado a un sindicato. Las escalofriantes retransmisiones realizadas desde Sevilla por el general Gonzalo Queipo de Llano sembraron el miedo y el odio.

En medio de la claustrofobia generada por el sitio, la ira popular se centró en la población de las prisiones. Entre los detenidos había muchos considerados potencialmente muy peligrosos. A medida que las columnas rebeldes se acercaban a la capital durante el mes de octubre, reinaba una creciente preocupación por los numerosos y experimentados oficiales militares de derechas que se habían negado a cumplir su juramento de lealtad a la República. Aquellos hombres se jactaban de que formarían nuevas unidades para las columnas rebeldes en cuanto fueran liberados, tal como ellos esperaban. Algunos grupos anarquistas elegían prisioneros al azar y los ejecutaban. El 4 de noviembre cayó Getafe, situada al sur de Madrid, y se unieron al Gobierno cuatro ministros anarquistas. Avanzando a través de la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo el 6 de noviembre, los rebeldes se encontraban a tan solo doscientos metros de una de las prisiones más grandes, la Modelo, en el barrio de Argüelles.

En ese contexto, el Gabinete de Largo Caballero tomó finalmente la decisión de partir hacia Valencia el 6 de noviembre. Los dos ministros comunistas, Jesús Hernández (Instrucción Pública) y Vicente Uribe (Agricultura), se aferraban a la línea del partido, según el cual, aunque el Gobierno tuviera que ser evacuado, Madrid podría ser protegida[61]. El general José Miaja Menent, jefe de la 1.ª División Militar, fue puesto al mando de la capital y se le ordenó la creación de un organismo que sería conocido como Junta de Defensa y contaría con plenos poderes gubernamentales en Madrid y alrededores. En realidad, Largo Caballero y el Gabinete que huyó a Valencia creían que la capital estaba condenada de todos modos. En su opinión, la Junta estaba allí simplemente para administrar la rendición de la ciudad. El propio Miaja pensaba que lo estaban sacrificando en un gesto fútil[62]. Su mayúscula tarea consistía en organizar la defensa militar y civil de Madrid, al tiempo que proporcionaba comida y refugio a sus habitantes y a los refugiados que se agolpaban en las calles. Asimismo, tenía que lidiar con la violencia de las checas y con las actividades de la Quinta Columna[63]. La Junta de Defensa era, por tanto, un minigobierno localizado e integrado por unos «ministros» denominados consejeros que eran elegidos entre todos los partidos que constituían el Ejecutivo central. Sin embargo, Miaja recurriría primero a los comunistas en busca de ayuda, y los encontró preparados.

La decisión del gabinete fue comunicada de inmediato por los dos ministros comunistas a Pedro Checa y Antonio Mije, que en la práctica lideraban el PCE durante las frecuentes ausencias del secretario general, José Díaz, gravemente enfermo a causa de un cáncer de estómago. Pedro Checa ya estaba trabajando para el NKVD[64]. Se debatieron las posibles repercusiones y se pergeñaron planes. Asombrosamente, en esa histórica reunión estuvieron presentes Santiago Carrillo y José Cazorla, que en teoría seguían siendo miembros del Partido Socialista. Su presencia constata la importancia de las ahora enormes JSU, y también que ya ocupaban los escalafones más altos del PCE.

A última hora de la tarde, Checa y Mije negociaron con Miaja las condiciones de la participación comunista en la Junta de Defensa. Un agradecido Miaja aceptó gustosamente la oferta de que el PCE dirigiera las consejerías de Guerra y Orden Público en la Junta de Defensa. También acató los nombramientos de Antonio Mije como consejero de Guerra y de Carrillo como consejero de Orden Público con Cazorla como segundo. Poco antes de su muerte, Carrillo afirmó que en aquella reunión preguntó a Miaja qué se suponía que debía hacer con la Quinta Columna y que el general respondió: «¡Aplastarla!». Según recordaba en 1993: «En la misma noche del 6 yo empecé a hacerme cargo de mis responsabilidades». Después, Mije, Carrillo y Cazorla pidieron a Largo Caballero una declaración que explicara al pueblo de Madrid por qué se marchaba el Gobierno. El primer ministro negó que estuviera siendo evacuado, pese a las maletas amontonadas frente a su despacho. Aún más desilusionados por las mentiras de su héroe ya caído, regresaron al Comité Central del PCE[65].

Carrillo pudo nombrar a sus subordinados en el Consejo de Orden Público y asignarles tareas inmediatamente después de su encuentro con Miaja en la madrugada del 6 al 7 de noviembre. Organizó un subcomité, conocido como Delegación de Orden Público, encabezado por Serrano Poncela, en quien recayó la responsabilidad de las labores de la Dirección General de Seguridad (DGS) en Madrid. La Delegación empezó a tomar decisiones desde primera hora del 7 de noviembre[66]. El anarquista Gregorio Gallego resaltó la capacidad de los comunistas para comenzar a trabajar con plena capacidad: «Comprendimos que la operación estaba demasiado bien preparada y amañada para ser una improvisación»[67].

La responsabilidad general de los prisioneros recayó en tres hombres: Carrillo, Cazorla y Serrano Poncela. Los tres tomaron decisiones cruciales en el vacío existente entre la evacuación del Gobierno la noche del 6 de noviembre y la constitución formal de la Junta de Defensa veinticuatro horas después. Sin embargo, es inconcebible que esas decisiones fueran tomadas por tres jóvenes sin experiencia de veintiún (Carrillo), treinta (Cazorla) y veinticuatro años (Serrano Poncela). La autorización para sus decisiones operativas, como veremos, provino de elementos de rango muy superior. Sin duda, requirió el visto bueno de Checa y Mije, quienes, a su vez, precisaban la aprobación de Miaja y de los asesores soviéticos, ya que la ayuda rusa, en forma de carros de combate, aviones, Brigadas Internacionales y experiencia técnica, había empezado a llegar en las semanas previas. La puesta en práctica de las decisiones exigía también la ayuda del movimiento anarquista.

Así pues, la autorización, la organización y la materialización de lo sucedido a los prisioneros involucró a muchas personas. Sin embargo, el puesto de Carrillo como consejero de Orden Público, sumado a su posterior relevancia como secretario general del Partido Comunista, supuso que le fuera achacada toda la responsabilidad de las muertes. Eso es absurdo, pero no significa que no tuviese ninguna responsabilidad. Para valorar el grado de su intervención debemos preguntarnos por qué el líder de las Juventudes Socialistas, que contaba veintiún años, recibió un cargo de tanta importancia y poder. La noche del 6 de noviembre, tras la reunión con Miaja, Carrillo, Serrano Poncela, Cazorla y otros se incorporaron formalmente al Partido Comunista y no fueron sometidos a los estrictos requisitos de ingreso. En la que no fue en modo alguno una ceremonia formal, se limitaron a informar a José Díaz y Pedro Checa de sus deseos y fueron acogidos por el partido allí mismo. La brevedad de los procedimientos corrobora que Carrillo ya era un «submarino» comunista importante dentro del Partido Socialista. Al fin y al cabo, había introducido en la órbita del PCE a los cincuenta mil miembros de la FJS y a otros cien mil que se habían unido a las JSU. Ya asistía a reuniones del Politburó del PCE, un indicativo de gran jerarquía. Había sido identificado por los agentes de la Comintern como un candidato al reclutamiento. Si no tomó antes la decisión fue porque esperaba propiciar la unificación del PSOE y el PCE. La firme oposición de Largo Caballero a dicha unión, sumada a la mala gestión de la guerra, la convirtieron en una ambición sin sentido. Asimismo, el prestigio acumulado por el Partido Comunista gracias a la ayuda soviética constataba que demorar el salto no suponía una gran ventaja. Fue una decisión eminentemente práctica, si bien Fernando Claudín afirmaba de forma poco plausible que Carrillo fue valiente al cortar sus lazos con un partido en el que estaba tan bien situado[68]. Curiosamente, Carrillo dijo que su pertenencia al PCE no fue de dominio público hasta julio de 1937[69].

A finales de diciembre de 1936, en Valencia, Carrillo, Cazorla, Melchor y Serrano Poncela informaron a Largo Caballero de lo que habían hecho. Este se sintió abatido, al igual que otros miembros de su camarilla. Finalmente cayó en la cuenta de que había dejado el futuro del PSOE en manos de los comunistas. Según Carrillo, Largo Caballero dijo con lágrimas en los ojos: «¡Ahora sí que he perdido la confianza en el éxito de la revolución española!»[70]. Poco después, confesaba a un estrecho colaborador, tal vez Amaro del Rosal: «Era más que un hijo para mí. Lo que nunca perdonaré a los comunistas es que me lo hayan robado»[71]. Las reflexiones posteriores de Largo Caballero eran bastante más virulentas, y en sus memorias inéditas escribía: «En las Juventudes Socialistas no faltaron algunos Judas como Santiago Carrillo y otros, y lograron simular una fusión que la llamaron JSU, pero enseguida demostraron su perfidia adhiriéndose a la Internacional Comunista»[72].

Carlos de Baraibar, que había sustituido a Carrillo como hombre predilecto del antiguo líder, recordaba con sarcasmo: «Un grupo de los dirigentes de la Juventud Socialista Unificada me visitó para hacerme saber que habían decidido, en masa, ingresar en el Partido Comunista. Carente yo de toda otra información, se adornó el caso de tales derroches de retórica que quedé convencido de que se les había hecho la vida imposible en el seno del socialismo, por lo que, para seguir combatiendo con eficacia por la causa, los pobrecitos no habían tenido más remedio que vincularse al comunismo. De todos modos, a mí me parecía monstruoso que esto se hubiera realizado sin una previa consulta a los demás compañeros de posición, y sin más conocimiento que el que después supe fue tenido, paso a paso, por el precitado Álvarez del Vayo, asesorados todos por el que nosotros llamábamos “ojo de Moscú”, el representante secreto del Komintern, vale decir de Stalin». Largo Caballero también se refería a «Medina/Codovila» como «el ojo de Moscú»[73].

Cuando Serrano Poncela empezó a regentar la Delegación de Orden Público a primera hora del 7 de noviembre, utilizó las instrucciones para la evacuación de prisioneros que dejó Manuel Muñoz, director general de Seguridad, antes de abandonar Madrid y poner rumbo a Valencia[74]. El alemán Felix Schlayer, cónsul de Noruega, afirmó que la preparación del documento necesario era el precio que había pagado Muñoz a los milicianos comunistas que le impedían unirse al resto del Gobierno en Valencia[75]. Las órdenes de evacuación no eran unas instrucciones específicas de asesinato, como demostró la llegada de algunos prisioneros a su destino. Con independencia de quién firmó esas directrices, en medio de la confusión administrativa y de un caos popular generalizado, el traslado de ocho mil prisioneros que se acumulaban en las cárceles madrileñas parecía imposible. No obstante, el Consejo de Orden Público de Carrillo llevaría a cabo la tarea[76].

Entre quienes presionaban para que se realizara la evacuación —y posiblemente la ejecución— de los prisioneros estaban las autoridades militares: el general Miaja y Vicente Rojo, su jefe del Estado Mayor, los altos mandos rusos presentes en Madrid y la jerarquía comunista. Teniendo en cuenta la crucial ayuda militar que prestó el personal soviético y su experiencia en el sitio de San Petersburgo durante la guerra civil, era normal que les pidieran consejo. Los cargos de mayor rango entre el personal soviético eran los generales Ian Antonovich Berzin, jefe de la misión militar, y Vladimir Gorev. Berzin, junto con varios diplomáticos soviéticos, había viajado a Valencia con el Gobierno, mientras que Gorev, oficialmente agregado militar pero en realidad jefe del espionaje militar soviético (GRU) en Madrid, se quedó allí. Así pues, Gorev desempeñaría un papel fundamental, mano a mano con Rojo, en la defensa de la capital. También participó Mijail Koltsov, el corresponsal de Pravda y tal vez el periodista ruso más poderoso de la época.

Otras figuras influyentes en la defensa de Madrid fueron Codovila y el italiano Vittorio Vidali, altos cargos de la Comintern. Con el pseudónimo de «Carlos Contreras», Vidali había sido vital en la fundación del Quinto Regimiento, que más tarde había de convertirse en el eje del Ejército Popular de la República. Era el comisario político de dicho regimiento, y su obsesión con la necesidad de eliminar a los partidarios de los rebeldes en Madrid se reflejaba en numerosos artículos y discursos. A la luz de unos informes, según los cuales los prisioneros alardeaban de que estaban a punto de unirse a sus camaradas rebeldes, Gorev y otros asesores soviéticos, entre ellos Vidali, insistieron en que sería un suicidio no evacuar a los elementos peligrosos. Debido a la desesperada situación del sitio, era una opinión que también compartían Vicente Rojo y Miaja[77].

Este último pronto entabló una estrecha relación con José Cazorla, el segundo de Carrillo y uno de los actores clave en la organización del destino de los prisioneros[78]. El taciturno Cazorla estaba igualmente decidido a aniquilar a los partidarios rebeldes. Para esta tarea, como veremos, recurrió a los consejos del personal de seguridad ruso. Vicente Rojo, un teniente coronel de cuarenta y dos años que había sido ascendido recientemente, estaba igual de preocupado que Miaja por los prisioneros. Creía que la «Quinta Columna» estaba compuesta de espías, saboteadores y agitadores, y temía que ello pudiera tener consecuencias decisivas en la suerte de la capital. En consecuencia, escribía Rojo, las autoridades militares debían tomar la decisión de eliminarla[79].

En el Ministerio de Guerra hubo reuniones entre Antonio Mije, el general Gorev y el coronel Vicente Rojo, tres individuos influyentes que estaban sumamente preocupados por el problema de los prisioneros. Pedro Checa también mantuvo un encuentro crucial en la sede del PCE con Mijail Koltsov, mensajero de Gorev[80]. Casi con total seguridad, se trata del mismo encuentro entre Checa y «Miguel Martínez» que describe Koltsov en su diario. En la versión de Koltsov, «Miguel Martínez» alentó a Checa a proceder con la evacuación de los prisioneros. Koltsov/Martínez determinó que no era necesario trasladar a los ocho mil, pero que era esencial seleccionar a los más peligrosos y enviarlos a la retaguardia en grupos reducidos. Checa aceptó ese argumento y mandó a tres hombres a «dos grandes prisiones», lo cual probablemente significaba San Antón y la Cárcel Modelo, desde las cuales se organizaron sacas el 7 de noviembre[81].

No cabe duda de que la Consejería de Orden Público entró en funcionamiento el 6 de noviembre a altas horas de la noche o en la madrugada del día siguiente, e inició el proceso de evacuación de prisioneros. El sistema de orden público de la Junta de Defensa, bajo el mando de Santiago Carrillo, dependía de Checa y Mije, y está claro que mantenían contacto permanente con los rusos. Al igual que Codovila, el italiano Vidali se encontraba en España como emisario de la Comintern con el nombre de «Carlos Contreras», pero también era agente del NKVD. Tanto Vidali como Josif Grigulevich, que durante un corto espacio de tiempo fue su ayudante en el Quinto Regimiento, pertenecían a la Administración de Tareas Especiales (asesinatos, terrorismo, sabotaje y secuestros) del NKVD, dirigido por Yakov Isaakovich Serebrianski. Grigulevich era un lituano de veintitrés años que hablaba español con fluidez, ya que había vivido en Argentina[82].

Enrique Castro Delgado, el dirigente comunista al mando del Quinto Regimiento, describía cómo, la noche del 6 de noviembre, él y Vidali/Contreras dictaban órdenes al jefe de una unidad especial: «Comienza la “masacre”. Sin piedad. La Quinta Columna de que habló Mola debe ser destruida antes de que comience a moverse»[83]. Las claras consecuencias del encuentro entre Vidali/Contreras y Castro Delgado fueron la participación de varios elementos del Quinto Regimiento y el NKVD en lo ocurrido a los prisioneros en noviembre. Había numerosos miembros de las JSU en el Quinto Regimiento. En una reveladora entrevista concedida en 1986, dos años antes de su muerte, Grigulevich afirmó que en Madrid había trabajado a las órdenes de Santiago Carrillo liderando una brigada especial de militantes socialistas en la Dirección General de Seguridad, que se dedicaba a operaciones «sucias»[84]. La brigada fue constituida por Grigulevich con lo que denominaba «elementos de confianza», reclutados entre los miembros de las JSU que habían formado parte de la unidad responsable de la seguridad de la embajada soviética en Madrid.

Grigulevich había empezado a colaborar con Carrillo a finales de octubre o principios de noviembre. Carrillo, Cazorla y los miembros de la unidad conocían a Grigulevich como «José Escoy», aunque para otros era «José Ocampo»[85]. En otoño de 1937, un informe de la policía republicana hacía referencia a las frecuentes visitas al despacho de Carrillo de técnicos rusos especializados en seguridad y contraespionaje. El informe afirmaba también que esos técnicos «ofrecieron a la Autoridad máxima de Orden Público en Madrid su colaboración sincera y entusiasta», lo cual podría ser una referencia a Miaja o Carrillo. Si se trataba del primero, significaría que las actividades de Carrillo contaban con la aprobación de Miaja, aunque su colaboración con los rusos se habría producido de todos modos, habida cuenta de los vínculos soviéticos con el Partido Comunista. El informe reflejaba asimismo que Carrillo había enviado a esos técnicos al «jefe y funcionarios de la Brigada Especial»[86]. Grigulevich se describía más tarde como «la mano derecha de Carrillo» en la Consejería de Orden Público[87]. Según los archivos de la KGB, o Comité para la Seguridad del Estado, que fue la sucesora del NKVD, su amistad era tal que, años después, Carrillo eligió a Grigulevich como «padrino» laico de uno de sus hijos[88].

Está claro que Miaja, Rojo, Gorev y la cúpula del Partido Comunista estaban ansiosos por ver resuelta la cuestión de los prisioneros cuanto antes. Sin duda aprobaron las evacuaciones, pero no necesariamente las ejecuciones, aunque esto último es posible. Lo que sí es probable es que en las reuniones mantenidas inmediatamente después de la creación de la Junta de Defensa delegaran la responsabilidad en los dos líderes del PCE. Checa y Mije, quienes, al igual que los rusos, eran partidarios de la ejecución de prisioneros, trasladaron la responsabilidad organizativa a Carrillo, Cazorla y Serrano Poncela. Para cumplir sus instrucciones, el trío pudo contar con miembros de las JSU, que obtuvieron cargos en la Delegación de Orden Público encabezada por Serrano Poncela, que gestionaba la Dirección General de Seguridad en Madrid. También pudieron disponer de la ayuda de Vidali/Contreras y el Quinto Regimiento y de Grigulevich y la brigada especial. Sin embargo, no pudieron hacer nada sin contar con la aprobación del movimiento anarquista que controlaba las carreteras de los alrededores de Madrid. Puesto que los anarquistas ya habían asesinado a algunos prisioneros, no era probable que presentaran una oposición insalvable a los comunistas. De hecho, el acuerdo formal de altos miembros de las milicias de la CNT no tardaría en producirse.

La sesión inaugural de la Junta comenzó el 7 de noviembre a las seis de la tarde[89]. Antes de la reunión, hacia las cinco y media, Carrillo salió de la oficina de Miaja en el Ministerio de Guerra y se encontró con el doctor Georges Henny, representante de Cruz Roja Internacional, y Felix Schlayer, el cónsul de Noruega, a quienes invitó a reunirse con él en su despacho después de la sesión plenaria. Antes de acudir a dicha reunión, Schlayer y el delegado de Cruz Roja fueron a la Cárcel Modelo, donde se enteraron del traslado de varios centenares de prisioneros. A su regreso al Ministerio de Guerra, fueron recibidos amigablemente por Carrillo, quien les garantizó su determinación de proteger a los prisioneros e impedir cualquier asesinato. Cuando le comunicaron lo acontecido en la prisión, negó conocer dichas evacuaciones. Schlayer reflexionaba más tarde que, aunque eso fuera cierto, plantea el interrogante de por qué Carrillo y Miaja, una vez informados por él de los traslados, no hicieron nada para impedir los que se produjeron aquella noche y en días sucesivos[90].

Aquella misma noche se celebró una reunión a la que asistieron representantes no identificados de las JSU que controlaban el Consejo de Orden Público, de reciente creación, y varios miembros de la federación local de la CNT. En ella debatieron qué hacer con los prisioneros. La coordinación entre ambas era necesaria pese a la hostilidad mutua, ya que los comunistas dominaban Madrid y controlaban a la policía, las cárceles y los expedientes de los encarcelados, mientras que los anarquistas, a través de sus milicias, se habían hecho con las carreteras de los alrededores. A la mañana siguiente, en una reunión del Comité Nacional de la CNT, se expusieron los acuerdos cerrados en el encuentro entre la CNT y las JSU la noche anterior. La única crónica sobre ese encuentro son las actas del informe confeccionado por Amor Nuño Pérez, consejero de Industrias de Guerra en la Junta de Defensa. Esas actas no incluían los nombres de otros participantes en la reunión. Es razonable suponer que los representantes de las JSU incluían al menos a dos de los siguientes: Carrillo, Cazorla o Serrano Poncela. La gravedad de la cuestión que había que debatir y los acuerdos prácticos alcanzados difícilmente habrían permitido la representación de miembros menos destacados de las JSU. Si Carrillo no estaba allí, cosa poco probable, es inconcebible que como consejero de Orden Público y secretario general de las JSU no estuviese plenamente informado de la reunión.

Nuño afirmó que la noche del 7 de noviembre, los representantes de la CNT y las JSU habían decidido que los prisioneros fueran clasificados en tres grupos. El destino del primero, que consistía en «fascistas y elementos peligrosos», sería la «ejecución inmediata», «cubriendo la responsabilidad» tanto de quien tomara la decisión como de quien la llevara a cabo. El segundo grupo de prisioneros, considerados partidarios del levantamiento militar pero, debido a su edad o profesión, menos peligrosos, serían evacuados a Chinchilla, cerca de Albacete. El tercero, integrado por «elementos no comprometidos», sería puesto en libertad «con toda clase de garantías, sirviéndose de ellos como instrumento para demostrar a las embajadas nuestro humanitarismo». Este último comentario sugiere que quienquiera que representara a las JSU en la reunión conocía y mencionó el encuentro que se había producido anteriormente entre Carrillo y Schlayer[91].

La primera remesa de prisioneros había abandonado Madrid el 7 de noviembre a primera hora de la mañana, supuestamente siguiendo las instrucciones de evacuación dictadas por Pedro Checa en respuesta a Koltsov/Miguel Martínez. Por ello, algunos prisioneros fueron ejecutados antes del acuerdo formal alcanzado con la CNT aquella noche. No se mencionan dificultades para sortear a las milicias anarquistas en las carreteras que salían de la capital, lo cual no es de extrañar, puesto que había representantes de la CNT-FAI en la Delegación de Orden Público de Serrano Poncela. No obstante, el acuerdo garantizaba que otros convoyes no encontrarían obstáculos en los controles anarquistas y que podrían contar con una ayuda notable en la cruenta labor de liquidar a los prisioneros. Los controles más importantes de la CNT fueron ubicados en las carreteras de Valencia y Aragón que tomarían los convoyes. Las necesarias flotillas de autobuses de dos pisos y numerosos vehículos más pequeños no podían abandonar Madrid sin la aprobación, la cooperación o la connivencia de las patrullas de la CNT. Puesto que Carrillo, Cazorla y Serrano Poncela tenían pleno conocimiento de ello, no es plausible que ordenaran ninguna evacuación sin asegurarse primero el consentimiento de la CNT-FAI. Esto pone en tela de juicio las posteriores declaraciones de Carrillo, según el cual, los convoyes fueron secuestrados por los anarquistas. La pizca de verdad que contienen dichas afirmaciones es la certeza de que los anarquistas tuvieron cierto papel en las muertes.

Las consecuencias de las primeras decisiones tomadas por Carrillo y sus colaboradores fueron dramáticas. La mañana del 7 de noviembre hubo una saca en San Antón y, por la tarde, una más amplia en la Cárcel Modelo. Los prisioneros fueron cargados en autobuses de dos plantas. Los convoyes integrados por los autobuses, coches y camiones que transportaban milicianos viajaron regularmente durante dos días. Su destino oficial eran las prisiones situadas detrás de las líneas en Alcalá de Henares, Chinchilla y Valencia. Sin embargo, solo llegaron allí unos trescientos. A dieciocho kilómetros de Madrid, en el pueblo de Paracuellos del Jarama, situado en la carretera de Alcalá de Henares, el primer convoy, procedente de San Antón, fue desalojado violentamente de los autobuses. A los pies de la pequeña colina sobre la cual se encontraba el pueblo, fueron alineados por los milicianos, insultados y fusilados. Esa misma noche, el segundo envío, llegado de la Cárcel Modelo, corrió la misma suerte. La mañana del 8 de noviembre hubo otra remesa de prisioneros. El alcalde se vio obligado a reunir a los habitantes sanos del pueblo (en total eran solo mil seiscientos) para cavar enormes zanjas para unos ochocientos cadáveres en estado de putrefacción. Cuando Paracuellos fue incapaz de absorber semejante tarea, los convoyes se dirigieron al cercano municipio de Torrejón de Ardoz, donde se utilizó un canal de riego abandonado para enterrar unas cuatrocientas víctimas[92]. Las sacas continuaron intermitentemente hasta el 3 de diciembre. Algunas expediciones de prisioneros llegaron sanas y salvas a Alcalá de Henares. La cifra total de fallecidos durante las cuatro semanas posteriores a la creación de la Junta de Defensa no puede calcularse con precisión, pero sin duda rondaba los dos mil o dos mil quinientos[93].

Todas esas sacas se iniciaron con documentación de la Dirección General de Seguridad, que indicaba si los prisioneros debían ser puestos en libertad o conducidos a Chinchilla. Cuando la orden era que fuesen a Alcalá de Henares, solían llegar sanos y salvos. Eso significa que «libertad» y «Chinchilla» eran palabras en clave que equivalían a eliminación[94]. Las órdenes específicas para las evacuaciones de prisioneros no fueron firmadas por Carrillo ni por ningún miembro de la Junta de Defensa. Hasta el 22 de noviembre, dichas órdenes fueron rubricadas por el jefe de policía Vicente Girauta Linares, segundo al mando de Manuel Muñoz en la Dirección General de Seguridad. Hasta que se unió a Muñoz en Valencia, Girauta cumplía órdenes de Serrano Poncela, sucesor del primero en Madrid. A partir de entonces, las directrices fueron firmadas por el propio Serrano Poncela o por Bruno Carreras Villanueva, reemplazo de Girauta como jefe de policía de Madrid[95]. En la Causa General hay varios documentos refrendados por Serrano Poncela. Su versión publicada reproduce dos. El fechado el 26 de noviembre de 1936 («Le ruego a Vd. ponga en Libertad a los individuos que se relacionan al dorso») incluía veintiséis nombres. El del 27 de noviembre («Sírvase poner en libertad los presos que se mencionan en la hoja adjunta y hoja segunda») contenía ciento seis. Todos los integrantes de esas dos listas fueron asesinados[96]. No se hallaron órdenes explícitas para la ejecución, pero sí para la «liberación» o «transferencia» de prisioneros.

Mientras proseguían las sacas, Carrillo empezó a emitir una serie de decretos que garantizarían el control comunista de las fuerzas de seguridad dentro de la capital y pondría fin a una miríada de fuerzas policiales paralelas. El 9 de noviembre, Carrillo presentó dos decretos que constituyeron un paso importante hacia el control centralizado de la policía y las fuerzas de seguridad. El primero exigía la entrega de todas las armas que no se hallaran en manos autorizadas. El segundo afirmaba que la seguridad interna de la capital sería responsabilidad exclusiva de las fuerzas organizadas por el Consejo de Orden Público. Esto suponía la disolución, al menos sobre el papel, de todas las checas[97]. Bajo las condiciones del sitio, Carrillo pudo imponer medidas de urgencia que estaban fuera de las competencias del Gobierno. Sin embargo, se produjo una considerable demora entre el anuncio del decreto y su posterior entrada en vigor. Los anarquistas se resistieron mientras pudieron, y los comunistas nunca renunciaron a algunas de sus checas. No obstante, en su decreto del 9 de noviembre, Carrillo restituyó los servicios de seguridad e investigación a la ahora reformada policía y eliminó a aquellos grupos dirigidos por partidos políticos o sindicatos, aunque muchos de sus militantes obtuvieron cargos en la Delegación de Orden Público de Serrano Poncela[98].

Esos servicios reformados incluían explícitamente «todo cuanto se relacione con el mantenimiento de detenciones y libertades, así como también con el movimiento, traslado, etc., de los detenidos», y quedaron bajo el control de la Delegación de Orden Público[99]. Todas las funciones de la Dirección General de Seguridad estaban en manos de Serrano Poncela. Sin embargo, cumplía instrucciones de Carrillo o de su segundo, José Cazorla. Las medidas de Carrillo constituyeron la institucionalización de la represión bajo la Delegación de Orden Público de la DGS[100].

Dentro de la delegación de Serrano Poncela había tres subsecciones. La primera se encargaba de las investigaciones, los interrogatorios y las peticiones de puesta en libertad, y estaba dirigida por Manuel Rascón Ramírez, de la CNT. Una vez practicados los interrogatorios, esta sección hacía sus recomendaciones a la delegación y Carrillo tomaba las decisiones finales. Esta función era plenamente compatible con las decisiones tomadas en la reunión de miembros de las JSU y la CNT la noche del 7 de noviembre. La segunda, liderada por el propio Serrano Poncela, se encargaba de las cárceles, los prisioneros y los traslados entre centros penitenciarios. Utilizaba pequeños tribunales de milicianos organizados en cada prisión para evaluar las fichas de los internos. La tercera subsección lidiaba con el personal policial y otros grupos armados más o menos oficiales de la retaguardia[101].

Los procedimientos que se aplicaron a los prisioneros entre el día 18 de noviembre y el 6 de diciembre se concretaron el 10 de noviembre en una reunión de la Delegación de Orden Público. Serrano Poncela planteó tres categorías: altos mandos del Ejército con el rango de capitán o superior, falangistas y otros derechistas. Esto se asemejaba bastante a lo que habían pactado el 7 de noviembre los miembros de la CNT-FAI y los representantes de las JSU, uno de los cuales era sin duda Serrano Poncela. Cuando se confeccionaban listas de prisioneros, le eran remitidas a él. Después firmaba las órdenes para su «liberación», lo cual significaba que serían ejecutados. Al parecer, las expediciones de prisioneros que llegaban sanos y salvos a su destino consistían en hombres que no figuraban en las listas de ejecuciones creadas por los tribunales de las prisiones. Serrano Poncela debía informar a diario a Carrillo en su oficina de la Junta de Defensa (alojada en el Palacio de Juan March, en la calle Núñez de Balboa, situada en el barrio de Salamanca). Carrillo también visitaba el despacho de Poncela en la cercana calle Serrano número 37[102].

Según el procedimiento, los agentes llegaban a altas horas de la noche al centro penitenciario con una orden general firmada por Serrano Poncela para la «liberación» de los prisioneros incluidos al dorso o en otra página. El director los entregaba y eran conducidos allí donde Serrano Poncela indicara verbalmente a los agentes. La fase posterior del proceso, esto es, el transporte y ejecución de los prisioneros al alba, la llevaban a cabo diferentes grupos de milicianos, a veces anarquistas, a veces comunistas, y a veces miembros del Quinto Regimiento. A los prisioneros se les obligaba a dejar todas sus pertenencias, se les ataba de dos en dos y se les subía a unos camiones[103].

Es imposible que Carrillo fuese ajeno a lo que estaba sucediendo, como demuestran las actas de la reunión de la Junta de Defensa celebrada la noche del 11 de noviembre de 1936. Uno de los consejeros anarquistas preguntó si la Cárcel Modelo había sido evacuada. Carrillo respondió que se habían tomado las medidas necesarias para organizar los traslados de prisioneros, pero que la operación había tenido que suspenderse. En vista de ello, el comunista Isidoro Diéguez Dueñas, segundo al mando de Antonio Mije en el Consejo de Guerra, declaró que la evacuación debía proseguir dada la gravedad del problema de los prisioneros. Carrillo repuso que la suspensión era necesaria debido a las protestas de los cuerpos diplomáticos, probablemente una referencia a su reunión con Schlayer. Si bien las actas son extremadamente breves, demuestran sobradamente que Carrillo sabía lo que estaba ocurriendo con los prisioneros, aunque solo fuera por las quejas del cónsul de Noruega Schlayer[104].

De hecho, posteriormente a las ejecuciones masivas del 7 y el 8 de noviembre, no hubo más sacas hasta el día 18, tras lo cual continuaron a menor escala hasta el 6 de diciembre. Las sacas y ejecuciones, conocidas generalmente como «Paracuellos», constituyeron la mayor atrocidad acaecida en territorio republicano durante la guerra, y su horror se explica, aunque no se justifica, por las aterradoras condiciones del asedio a la capital. A diferencia de sacas anteriores, desencadenadas por la indignación popular ante los bombardeos o por las noticias sobre las atrocidades rebeldes que transmitían los refugiados, esos asesinatos extrajudiciales fueron perpetrados a consecuencia de decisiones político-militares. Su organización fue obra del Consejo de Orden Público, pero no pudieron materializarse sin la ayuda de otros elementos de las milicias de la retaguardia.

Después de las sacas masivas del 7 y el 8 de noviembre, se produjo un breve interludio gracias a Mariano Sánchez Roca, subsecretario del Ministerio de Justicia, que hizo todo lo necesario para que el anarquista Melchor Rodríguez fuese nombrado inspector especial de prisiones[105]. Su primera iniciativa la noche del 9 de noviembre fue decisiva. Al conocer que estaba planeándose una saca de cuatrocientos prisioneros, acudió al centro penitenciario a medianoche y ordenó que cesaran dichas actividades y que los milicianos que habían deambulado libremente por allí permanecieran fuera. Asimismo, prohibió la puesta en libertad de prisioneros entre las seis de la tarde y las ocho de la mañana para impedir su fusilamiento. También insistió en acompañar a los hombres que fuesen transferidos a otras cárceles. A consecuencia de ello, no hubo sacas entre el 10 y el 17 de noviembre, cuando Melchor Rodríguez fue obligado a dimitir por el también anarquista y ministro de Justicia Juan García Oliver, ya que había exigido que los responsables de las muertes fuesen castigados[106]. Tras su dimisión se retomaron las sacas[107].

Azaña, Irujo y Giral estaban al corriente de que había sacas. En consecuencia, un discurso pronunciado el 12 de noviembre por Santiago Carrillo cobra más importancia. Hablando desde los micrófonos de Unión Radio, reconoció algunos aspectos sobre las medidas que estaban tomándose contra los prisioneros:

La resistencia que pudiera ofrecerse desde el interior está garantizando que no se producirá, ¡que no se producirá! Porque todas las medidas, absolutamente todas, están tomadas para que no pueda suceder en Madrid ningún conflicto ni ninguna alteración que pueda favorecer los planes que el enemigo tiene con respecto a nuestra ciudad. La «quinta columna» está camino de ser aplastada, y los restos que de ella quedan en los entresijos de la vida madrileña están siendo perseguidos y acorralados con arreglo a la ley, con arreglo a todas las disposiciones de justicia precisas; pero sobre todo con la energía necesaria para que en ningún momento esa «quinta columna» pueda alterar los planes del Gobierno legítimo y de la Junta de Defensa[108].

El 1 de diciembre de 1936, la Junta de Defensa fue rebautizada como Junta Delegada de Defensa de Madrid por orden de Largo Caballero. Tras llevar al Gobierno a Valencia, el primer ministro se sentía profundamente resentido por el aura de heroísmo que se había formado en torno a Miaja en su liderazgo popular contra el sitio de la capital por parte de Franco. Por ello, Largo Caballero deseaba limitar lo que consideraba una independencia excesiva de la Junta[109]. Serrano Poncela ya había abandonado la Delegación de Orden Público a principios de diciembre, y José Cazorla se hizo cargo de sus responsabilidades.

Al término de la guerra, Serrano Poncela ofreció al vasco Jesús de Galíndez una versión poco verosímil sobre los motivos por los que abandonó la Delegación de Orden Público, diciéndole que no sabía que las palabras «traslado a Chinchilla» o «poner en libertad», incluidas en las órdenes que firmaban, eran términos en clave que significaban que los prisioneros en cuestión serían ejecutados. El uso de dicho lenguaje pudo ser el modo en que los responsables ocultaron su culpabilidad, como indicaba la expresión «cubriendo la responsabilidad» en las actas de la reunión celebrada el 7 de noviembre. Serrano Poncela dijo a Galíndez que las órdenes le fueron remitidas por Santiago Carrillo y que todo cuanto hizo fue rubricarlas. También le aseguró que, en cuanto supo lo que estaba aconteciendo, dimitió de su cargo y poco después abandonó el Partido Comunista[110], lo cual no es del todo cierto, ya que conservó el importante puesto de secretario de propaganda de las JSU hasta bien entrado 1938. En una extraordinaria carta al Comité Central escrita en marzo de 1939, Serrano Poncela afirmaba que había abandonado el Partido Comunista cuando llegó a Francia en febrero de 1939, dando a entender que antes temía por su vida, y hacía referencia al disgusto que sentía por su pasado en dicha formación política. También señalaba que el PCE le impidió emigrar a México porque sabía demasiado[111]. De hecho, llegó a afirmar incluso que se había afiliado al PCE el 6 de noviembre solo porque Carrillo le había intimidado[112].

Más tarde, y probablemente en represalia por el rechazo de Serrano Poncela hacia el partido, Carrillo lo denunció. En una entrevista con Ian Gibson, Carrillo aseguró que no tenía nada que ver con las actividades de la Delegación de Orden Público y culpaba de todo a Serrano Poncela. Por otro lado, alegaba: «La única intervención que tengo es que, a los quince días, tengo la impresión de que Segundo Serrano Poncela está haciendo cosas feas. Y le destituí». Supuestamente, Carrillo había realizado un descubrimiento a finales de noviembre: «Se están cometiendo arbitrariedades y este hombre es un ladrón», y adujo que Serrano Poncela tenía en su posesión joyas robadas a los detenidos, además de afirmar que se había ponderado su ejecución[113]. El continuado protagonismo de Serrano Poncela en las JSU desmiente lo anterior. Curiosamente, ni en sus memorias de 1993 ni en Los viejos camaradas, un libro publicado en 2010, Carrillo repite esas detalladas acusaciones, al margen de decir que cuando estuvieron juntos en la Consejería de Orden Público afloraron sus divergencias[114].

La afirmación de que no había tenido nada que ver con los asesinatos fue reiterada por Carrillo en sus memorias, y alegaba que la clasificación y la evacuación de los prisioneros recayeron enteramente en la Delegación de Orden Público capitaneada por Serrano Poncela. Asimismo, Carrillo aseguraba que la Delegación no decidió las condenas a muerte, sino que simplemente elegía a quienes serían enviados a Tribunales Populares y quienes serían puestos en libertad. Su crónica es breve, difusa y engañosa, y no hace mención alguna a las ejecuciones, amén de insinuar que lo peor que les ocurrió a quienes eran considerados peligrosos era el envío a los batallones de trabajo que construían fortificaciones. La única aseveración inequívoca en el relato de Carrillo es una declaración de que no participó en ninguna reunión de la Delegación de Orden Público[115]. No obstante, si Azaña, Irujo y Giral, que se encontraban en Valencia, estaban al corriente de los asesinatos y, en Madrid, Melchor Rodríguez, el embajador de Chile, el diplomático argentino, su homólogo de Reino Unido y Felix Schlayer también, es inconcebible que Carrillo, como máxima autoridad en el ámbito del orden público, lo ignorara. A fin de cuentas, pese a sus afirmaciones posteriores, recibía partes diarios de Serrano Poncela[116]. El éxito de Melchor Rodríguez a la hora de poner freno a las sacas siembra dudas sobre la incapacidad de Santiago Carrillo para obrar de igual modo.

A partir de entonces, la propaganda franquista se apoyaría en la atrocidad de Paracuellos para tildar la República de régimen asesino dominado por los comunistas y culpable de una barbarie roja. Pese a que Santiago Carrillo fue solo uno de los participantes clave en todo el proceso, el régimen de Franco y, más tarde, la derecha española, nunca desperdiciaron una oportunidad para atacarlo por el caso de Paracuellos en sus años como secretario general del Partido Comunista (1960-1982) y especialmente en 1977, como parte de la campaña para impedir la legalización de dicha formación. El propio Carrillo contribuyó sin darse cuenta a convertirse en blanco de todas las miradas al negar absurdamente cualquier conocimiento de las ejecuciones y, por supuesto, cualquier responsabilidad en ellas. Sin embargo, abundantes pruebas corroboradas por algunas de sus propias revelaciones parciales dejan clara su plena participación[117].

Por ejemplo, en más de una entrevista concedida en 1977, Carrillo afirmaba que cuando se hizo con el control del Consejo de Orden Público en la Junta de Defensa, la operación de transferencia de prisioneros de Madrid a Valencia estaba «ya en su conclusión» y no hizo «más que, con el general Miaja, ordenar el traslado de los últimos presos». Es cierto que se habían llevado a cabo sacas antes del 7 de noviembre, pero el grueso de los asesinatos tuvo lugar a partir de la fecha en que Carrillo se convirtió en consejero de Orden Público. Al reconocer que ordenó el traslado de prisioneros en esa fecha, se sitúa indiscutiblemente en el escenario de los hechos[118]. En otras ocasiones aseguraba que, tras decidir la evacuación, los vehículos sufrieron una emboscada y los prisioneros fueron asesinados por elementos incontrolados: «Yo no puedo asumir otra responsabilidad que esa; no haberlo podido evitar»[119]. Difícilmente habría sido creíble en cualquier circunstancia, pero sobre todo después del descubrimiento de pruebas documentales sobre la reunión que mantuvieron la CNT y las JSU la noche del 7 de noviembre.

Además, el hecho de que Carrillo negara a partir de 1974 haber tenido conocimiento sobre los hechos de Paracuellos se contradecía con las felicitaciones que le llovieron en su momento. Entre el 6 y el 8 de marzo de 1937, el PCE celebró una muy publicitada reunión plenaria de su Comité Central en Valencia. Francisco Antón manifestaba: «Es difícil asegurar que en Madrid está aniquilada la Quinta Columna, pero lo que sí es cierto es que allí se han dado los golpes más fuertes… Y esto —hay que proclamarlo, muy alto— se debe a la preocupación del Partido y al trabajo abnegado, constante, de dos camaradas nuevos, pero tan queridos por nosotros como si fueran viejos militantes de nuestro Partido, el camarada Carrillo cuando fue consejero de Orden Público y el camarada Cazorla que lo es ahora. (Grandes aplausos)». Cuando se apagó la ovación, Carrillo se puso en pie y alabó «la gloria de que los combatientes de las JSU luchan con la garantía de una retaguardia cubierta, de una retaguardia limpia y libre de traidores. No es un crimen, no es una maniobra sino un deber exigir tal depuración»[120].

Los comentarios vertidos entonces y después por comunistas españoles como La Pasionaria y Francisco Antón, agentes de la Comintern, Gorev y otros demuestran que se dio por sentado que los prisioneros eran quintacolumnistas y que Carrillo fue encomiado por eliminarlos. El 30 de julio de 1937, en un informe dirigido a Giorgi Dimitrov, jefe de la Comintern, el búlgaro Stoyan Minev, también conocido como «Boris Stepanov» y desde abril de 1937 delegado de la Comintern en España, escribía indignado que el «jesuita y fascista» Irujo había intentado detener a Carrillo porque había dado «la orden de fusilar a varios dirigentes detenidos de los fascistas»[121]. En su informe definitivo de posguerra para Stalin, Stepanov mencionaba la afirmación de Mola sobre sus cinco columnas, y añadía orgulloso que los comunistas tomaron nota de ello y «en un par de días llevaron a cabo las operaciones necesarias para limpiar Madrid de quintacolumnistas». Stepanov explicaba con más detalle su indignación con Irujo. En julio de 1937, poco después de ser nombrado ministro de Justicia, Manuel Irujo inició sus pesquisas sobre lo ocurrido en Paracuellos, incluida una investigación judicial sobre el papel de Carrillo[122]. Lamentablemente no ha quedado rastro de dicha investigación, y cabe suponer que cualquier prueba se encontraba entre los papeles que quemaron los servicios de seguridad dominados por los comunistas antes del final de la guerra[123].

Lo que declaró el propio Carrillo en la retransmisión de Unión Radio y lo que escribió Stepanov en su informe a Stalin fue repetido años después en la historia oficial del Partido Comunista de España sobre su papel en la Guerra Civil. Publicada en Moscú cuando Carrillo era secretario general del PCE, exponía con orgullo: «El consejero Santiago Carrillo y su adjunto Cazorla tomaron las medidas necesarias para mantener el orden en la retaguardia, lo cual no era menos importante que la lucha en el frente. En dos o tres días se asestó un serio golpe a los pacos y quintacolumnistas»[124].

En la reunión de la Junta Delegada de Defensa celebrada el 25 de diciembre de 1936, Carrillo dimitió y fue sustituido por José Cazorla Maure, hasta entonces su ayudante. Carrillo anunció que se iba para dedicarse por completo a preparar el próximo congreso en el que se sellaría la unificación de los movimientos juveniles socialista y comunista. Sin embargo, es muy posible que el momento de su marcha guardara relación con un incidente ocurrido dos días antes[125]. El 23 de diciembre, Pablo Yagüe, miembro comunista de la Junta de Defensa, había sido tiroteado y herido de gravedad en un puesto de control anarquista cuando se disponía a salir de la ciudad por asuntos oficiales. Los culpables se refugiaron en el Ateneo Libertario del barrio de Las Ventas. Carrillo ordenó su detención, pero el Comité Regional de la CNT se negó a entregarlos a la policía. Más tarde, Carrillo envió una compañía de la Guardia de Asalto para apresarlos. En la reunión de la Junta en la que se debatió esta cuestión, solicitó su fusilamiento[126]. Aquel fue el preludio de un aluvión de venganzas y represalias. En última instancia, Carrillo no logró que la Junta de Defensa condenara a muerte a los anarquistas responsables del ataque contra Yagüe, algo que estaba fuera de su jurisdicción. Carrillo montó en cólera cuando el caso quedó en manos de un tribunal estatal en el que el fiscal rehusó pedir la pena de muerte aduciendo que Yagüe no había mostrado sus credenciales a los milicianos de la CNT[127].

La determinación del PCE de consolidar su control sobre las JSU era apreciable en el papel que tuvo Carrillo en la conferencia de las juventudes nacionales celebrada en enero de 1937 en Valencia. Dicha conferencia sustituyó al congreso que debía celebrarse en un principio con el fin de decidir la estructura y el programa de la nueva organización. Un congreso habría requerido la elección por votación de los representantes, y las circunstancias bélicas hacían que eso fuera prácticamente imposible. Como, al tratarse de una conferencia, Carrillo podía elegir a los representantes él mismo, optó por elegir a dedo a varios jóvenes comunistas del frente y del entorno obrero. Después sacó partido a la situación para, por arte de magia, conseguir que la conferencia tomase decisiones propias de un congreso. Para asombro y desilusión de los miembros de la FJS que todavía abrigaban la esperanza de que la nueva organización fuera «socialista», todo el acontecimiento siguió líneas totalmente estalinistas. Las directrices políticas fueron acordadas con antelación, prácticamente no hubo debate y no se celebró ninguna votación[128].

Uno de los representantes comentó más tarde: «El 90 por 100 de los jóvenes socialistas que asistimos a la Conferencia de Valencia no sabíamos que Carrillo, Laín, Melchor, Cabello, Aurora Arnaiz, etc., se habían pasado con armas y bagajes al Partido Comunista. Creíamos que eran todavía jóvenes socialistas y que obraban de acuerdo con Caballero y el Partido Socialista. Si hubiésemos sabido que ese grupo de tránsfugas nos había traicionado le aseguro que otra cosa habría ocurrido». Con gran astucia, Carrillo se encargó de que diese la impresión de que las acciones se habían llevado a cabo bajo los auspicios de Largo Caballero. Sus palabras fueron: «Es preciso decir aquí que el camarada Largo Caballero tiene, como siempre, o más que nunca, la simpatía de la juventud española que lucha y trabaja; es preciso decir aquí que el camarada Largo Caballero es para nosotros lo mismo que era antes: el hombre que ha ayudado a nuestra unificación, el hombre del cual nosotros esperamos muchos y muy buenos consejos para que la unidad de la juventud española, en defensa de la causa que nos es común, sea una realidad»[129].

Como revelaban las imágenes de los noticiarios, aparte de Julio Álvarez del Vayo, el poeta Antonio Machado y el alcalde de Valencia, el escenario estaba repleto de comunistas liderados por Dolores Ibárruri. Carrillo inició su extenso discurso con un efusivo agradecimiento a la KIM y a su representante, el húngaro Michael Wolf, por su apoyo. Ya había desaparecido el agitador revolucionario de la Cárcel Modelo, porque, según expuso, la FJS había intentado socavar al Gobierno en 1934, pero ahora las JSU respaldaban la campaña bélica del Ejecutivo republicano. En palabras de Claudín, Wolf tuvo una influencia considerable en el discurso de Carrillo. De este modo, habló de una amplia unidad nacional contra un invasor extranjero. Un elemento esencial de su retórica era la defensa de los minifundistas y los pequeños empresarios con algunas críticas enconadas a los colectivos anarquistas. También hubo una denuncia ritual al POUM, al que tachó de trotskistas subversivos. Con la orientación de Codovila, Carrillo ya había comenzado a vincular al POUM con los fascistas. La función primordial de las JSU ya no era fomentar la revolución, sino la educación de las masas, la aspiración reformista básica de la coalición republicano-socialista por la cual había reprobado a Prieto y los centristas del PSOE. Era una política de la Comintern, aunque tenía mucho sentido en el contexto de la guerra[130].

Carrillo se jactó de que la nueva organización contaba con cuarenta mil miembros inmediatamente después de su creación, pero ahora tenía doscientos cincuenta mil, y puso especial énfasis en que las JSU eran por completo una entidad totalmente independiente del PSOE y el PCE en la que ningún componente tenía derecho a reclamar su liderazgo. Se trataba de una sofistería para neutralizar el disgusto socialista por el hecho de que, puesto que Carrillo, Cazorla y Serrano Poncela se habían unido formalmente al PCE, la directiva de las JSU estaba integrada por once comunistas y cuatro socialistas[131]. No fue ninguna sorpresa, si tenemos en cuenta el papel esencial de la Unión Soviética en la ayuda a la República, que Carrillo manifestara su entusiasmo por el Partido Comunista. No pasaría mucho tiempo antes de que certificara su traición a su antiguo mentor.

Apenas un mes después de la desastrosa pérdida de Málaga, que se atribuyó a los errores del general Asensio, asesor militar de Largo Caballero, el PCE estaba decidido a conseguir la destitución de este último como primer ministro. Una última contribución de Carrillo a debilitar la reputación de Caballero se produjo cuando, a principios de marzo, Carrillo llevó a una delegación de las JSU a un publicitado pleno del Comité Central del PCE. En su parlamento, fue especialmente despiadado en sus críticas al POUM. Lo que desautorizó por completo sus afirmaciones constantes sobre la independencia de las JSU fue su himno de alabanza al Partido Comunista. Asimismo, el hecho de que expresara su orgullo por haber dejado atrás los errores del pasado debió de irritar a Largo Caballero: «Hemos encontrado, por fin, ese partido y esa línea revolucionaria por la que hemos luchado toda la vida, toda nuestra corta vida. No nos avergonzamos de nuestro pasado, en nuestro pasado no hay nada reprobable, pero nos sentimos orgullosos de haber superado todos los errores del pasado y de ser hoy militantes del glorioso Partido Comunista de España». Sus observaciones acerca de los motivos para afiliarse al PCE resultaron todavía más devastadoras, e hizo referencia a «los que cuando los rebeldes se acercaron a Madrid, tomaron el camino de Valencia… algunos y no pocos de los que “hoy” atacan a las JSU estuvieron entre los que se marcharon»[132].

Pese a la prominencia que conllevaba su anterior cargo en la Junta de Defensa de Madrid y ahora como líder de las JSU, su papel dentro de la jerarquía comunista española era subordinado, cosa que aceptaba, y hacía lo que le pedían con entusiasmo. En una reunión mantenida en marzo de 1937, fue nombrado miembro suplente del Politburó del PCE. Asistía a los debates y escuchaba, pero apenas participaba en ellos, ya que, como decía Claudín, era «simplemente el hombre encargado de que las JSU aplicaran la política del Partido. No formaba parte de los cenáculos donde se decidían las cuestiones importantes, en los que intervenían los delegados de la IC (Togliatti, Stepanov, Gerö, Codovila), los altos representantes soviéticos (diplomáticos, militares, responsables de los servicios secretos) y los dirigentes más caracterizados del PCE (José Díaz, Pasionaria, Pedro Checa, Jesús Hernández, Vicente Uribe y Antonio Mije)». El propio Carrillo creía en aquel momento que no confiaban lo suficiente en él como para ser admitido en aquellas reuniones altamente secretas, y estaba decidido a ganarse esa confianza. Por tanto, procuraba mantener unas relaciones excelentes con los representantes de la Comintern, especialmente Togliatti y Codovila, a quienes consideraba sus mentores. Codovila sin duda estaba satisfecho con los progresos de su pupilo[133].

El grado en que Carrillo se había transformado en la «voz de su amo» se confirmó en la reunión del Comité Nacional de las JSU que tuvo lugar el 15 y 16 de mayo de 1937, justo cuando Largo Caballero era destituido del Gobierno. Carrillo criticó duramente a los partidarios de Largo dentro de la organización y pidió que fueran expulsados. De hecho, a lo largo de 1937 y 1938, junto con Claudín, Carrillo presidió la eliminación sistemática de sus antiguos aliados caballeristas en las JSU. Los esfuerzos de Claudín le valieron el sobrenombre de «el destripador de las juventudes». Este proceso perseguiría a los líderes del PCE al final de la guerra[134].

La importancia de Carrillo se derivaba del hecho de que la movilización de la población masculina, en la que el PCE tuvo una importancia crucial, empezando por la creación del Quinto Regimiento, dependía de la continua expansión de las JSU. Sus miembros surtían las filas del regimiento y el Ejército Popular, así como las fuerzas de seguridad de la retaguardia de la República. Prácticamente durante todo 1937 y 1938, Carrillo se dedicó a forjar el activo más valioso del PCE. Sin embargo, puesto que estaba en edad militar y debería haberse incorporado a una unidad de combate, se decidió que cumpliera sus obligaciones pasando breves períodos como agregado del Estado Mayor del teniente coronel Juan Modesto, comandante del 5.º Cuerpo del Ejército. Más tarde aseguraba haber presenciado algunas fases de las batallas de Brunete, Teruel y el Ebro, lo cual motivó las airadas burlas del general Enrique Líster. Es altamente probable que las visitas al frente fueran para controlar a los numerosos comisarios políticos de las JSU. Sin embargo, los posteriores intentos de Carrillo por inventar una carrera militar heroica en respuesta a las acusaciones de Líster de cobardía fueron quizá innecesarios. Él podría haber argumentado legítimamente que había contribuido de manera sustancial al esfuerzo bélico de la República en su tarea política de educar al gran influjo de nuevos reclutas[135]. En todo momento, su lealtad al partido español y a la Comintern fue incuestionable. En abril de 1937 confeccionó y presentó en París un informe en el que solicitaba la entrada de las JSU en la Internacional Juvenil Socialista. En él afirmaba que la FJS se había inclinado hacia la UJC debido a la ayuda ilimitada que recibieron de la Internacional Juvenil Comunista a partir de octubre de 1934[136].

La lealtad de Carrillo le fue recompensada convirtiéndolo en objeto de un culto a la personalidad cuidadosamente construido. Era conocido como «jefe indiscutible de la juventud en España» y como «el timón y gran guía de nuestra gran Federación de Juventudes». En la primera página de Espartaco, la revista de las JSU, había una fotografía de Carrillo, descrito como «dirigente querido por todas las masas juveniles de España, sólido forjador y clave de la unidad de las JSU, que dentro de nuestra Comisión Ejecutiva canaliza con pulso firme y seguro la gran fuerza de la joven generación que combate por la independencia de España». En julio de 1938, Ahora, el periódico de las JSU, incluía una fotografía con la leyenda «Nuestro secretario general…, dirigente querido de toda la juventud española, que ha sabido, con su labor inteligente y abnegada, conducir al combate y al trabajo a la joven generación de nuestro país en la lucha por la independencia de la patria». Poco después, Claudín hablaría de Carrillo en términos similares. Hubo cierta socarronería en otras organizaciones acerca de las interrupciones que había sufrido la campaña bélica a causa de grandes mítines públicos en los que no estaba claro si el propósito era levantar la moral de los jóvenes militantes o masajear el ego de Carrillo[137].

En verano de 1938, la República se hallaba al borde de la derrota. En aquel momento, Valencia se encontraba bajo amenaza directa, y el primer ministro Juan Negrín decidió organizar una espectacular contraofensiva para contener la permanente erosión de territorio. Para restablecer contacto con Cataluña, el general Vicente Rojo, su jefe del Estado Mayor, pergeñó un ataque por el río Ebro. En la batalla más cruenta de toda la guerra, Franco reaccionó al éxito republicano en su avance hacia Gandesa trayendo refuerzos. Durante más de tres meses, machacó a los republicanos con incursiones aéreas y ataques de la artillería en un esfuerzo por convertir dicha población en la tumba de su Ejército. Negrín esperaba que las democracias occidentales vieran por fin los peligros que acechaban desde el Eje. Antes de que eso pudiera suceder, la República se vio condenada a muerte por la reacción británica ante la crisis checoslovaca. Múnich destruyó la última esperanza de salvación de la República en la guerra europea. A mediados de noviembre, los diezmados vestigios militares republicanos, liderados por Manuel Tagüeña, abandonaron la orilla derecha del Ebro. La República había perdido a su Ejército y no lo recuperaría jamás.

Un síntoma del creciente anticomunismo fue el esfuerzo realizado desde el otoño de 1938 por la ejecutiva del Partido Socialista para restablecer unas Juventudes Socialistas independientes. Las organizaciones de las JSU en Valencia, Alicante, Albacete, Murcia, Jaén y Ciudad Real estaban a favor de regresar al viejo modelo de la FJS. El fútil exabrupto de Carrillo fue tachar a los disidentes de trotskistas. Su gran inquietud era comprensible, ya que los miembros de las JSU constituían buena parte de las fuerzas armadas republicanas. El hecho de que Serrano Poncela desempeñara un papel clave, ya que redactó un informe crucial sobre las JSU que fue remitido a la cúpula del PSOE en 1938, podría explicar el resentimiento que sintió Carrillo hacia él durante mucho tiempo[138]. Cuando la sede de las JSU en Alicante fue tomada por partidarios de Largo Caballero y la FJS fue reconstituida, una iconoclasta muestra de ira supuso la destrucción de bustos de Lenin y grandes retratos de Carrillo[139].

Después de la batalla del Ebro, y del fin de cualquier esperanza razonable de victoria, el agotamiento causado por la guerra inundó la zona republicana. El hambre, las privaciones y las numerosas bajas pasaron factura, y gran parte de la frustración recayó en el PCE y las JSU. En octubre, Carrillo y Pedro Checa fueron enviados a Madrid en un esfuerzo por subvertir el proceso por el que el creciente anticomunismo estaba socavando lo que quedaba de una campaña bélica. No solo se toparon con una fatiga generalizada, sino con la hostilidad decidida de los líderes del PSOE y la CNT. Cuando los franquistas bombardearon Madrid con barras de pan blanco recién horneadas, los militantes de las JSU las quemaron en las calles. Dada la escala de la hambruna que aquejaba a los madrileños, no fue un gesto tan propicio como Carrillo afirmó más tarde. En la capital, Carrillo se enteró de que su padre estaba trabajando activamente con los elementos del PSOE contrarios a Negrín, y se produjo un enfrentamiento monumental con Wenceslao, quien aseguraba que la única solución era buscar una rendición honorable[140].

Justo antes de la Navidad de 1938, Franco lanzó una última ofensiva, armado con equipamiento alemán y tropas suficientes para relevarlas cada dos días. Carrillo y otros fueron enviados a Barcelona con la vana esperanza de ser capaces de organizar una resistencia popular similar a la que había salvado Madrid en noviembre de 1936. Carrillo se pasó los días desplazándose al frente y tratando de mantener la moral alta, pero el destrozado Ejército republicano en el Ebro apenas podía continuar luchando. También trabajó con militantes de las JSU catalanas en la organización de una resistencia popular. Barcelona cayó el 26 de enero de 1939. Carrillo afirma que seguía allí cuando los franquistas entraron y que no se marchó hasta que estuvieron cerca del centro de la ciudad. Luego se dirigió al norte, y el 4 de febrero a punto estuvo de ser capturado por las tropas enemigas en Gerona. Poco después cruzó la frontera francesa. Estaba ansioso por regresar a Madrid, no solo para proseguir la lucha, sino también para reunirse con su mujer, Asunción «Chon» Sánchez Tudela y su hija de un año, Amparo. En 1934, Carrillo había conocido a Chon, una hermosa chica asturiana, en Madrid, y se casaron poco después de que estallara la Guerra Civil. Se sentía especialmente ansioso, ya que Chon padecía problemas cardíacos y Aurora estaba débil debido a una persistente desnutrición en su primer año de vida[141].

Cientos de miles de refugiados hambrientos y aterrorizados de toda España abandonaron la capital catalana y emprendieron el camino a pie hacia Francia. Una gran área que abarcaba alrededor del 30 por ciento del territorio español seguía en manos de la República, pero la población padecía un profundo agotamiento por causa de la guerra. Aunque era imposible oponer más resistencia militar, los comunistas pretendían aguantar hasta el final. Por un lado, esto era importante para sus señores rusos, a fin de demorar la inevitable agresión fascista contra la Unión Soviética[142]. También les permitiría obtener rédito político de la «deserción» de sus rivales. El peligro que entrañaba el ser los únicos defensores de una resistencia empecinada era que los comunistas se convirtieran en el objeto de todo el resentimiento, la frustración y el agotamiento generalizado por la guerra. Por el contrario, la determinación de los elementos no comunistas de sellar la paz con las mejores condiciones posibles era inmensamente atractiva para las hambrientas poblaciones de la mayoría de las ciudades de la zona republicana.

Carrillo, que fue enviado a Francia por el PCE para convertirse en uno de los líderes exiliados y prepararse para continuar la lucha tras la inevitable rendición, se perdió el golpe lanzado el 4 de marzo por el coronel Segismundo Casado, comandante del Ejército Republicano del Centro. Casado creía que podría frenar lo que estaba convirtiéndose en una matanza sin sentido. Junto con líderes anarquistas, Wenceslao Carrillo y Julián Besteiro, Casado formó el Consejo Nacional de Defensa anticomunista bajo la presidencia del general Miaja. Casado creyó erróneamente que aquello facilitaría la negociación con Franco, pero en realidad desencadenó una desastrosa guerra civil dentro de la zona republicana, propició la muerte de numerosos comunistas y minó los planes de evacuación de cientos de miles de republicanos. Santiago Carrillo se encontraba en París cuando conoció la noticia del golpe y del papel de su padre prácticamente al mismo tiempo que supo que su madre había fallecido semanas antes. Su reacción, una virulenta denuncia a su progenitor, sería uno de los episodios más reveladores de su vida.