El sol es un guerrero que lucha con valentía contra las nubes aceradas que lo rodean. Creo que es adecuado que el día no sea ni sombrío ni luminoso, como si hasta el cielo no supiese qué sentir por la muerte de Alice.
James es una presencia silenciosa a mi izquierda. Estamos en el pequeño cementerio familiar de la colina, la tierra recién removida está apilada en un montículo a nuestros pies y la lápida de granito se encuentra rígidamente erguida en la cabecera de la tumba. Dimitri y los demás han regresado a la casa para que James y yo podamos despedirnos a solas de mi hermana.
No estoy segura de cómo comenzar. Quiero que James comprenda la profundidad del amor y del sacrificio de Alice, pero no estoy muy segura de que entienda la verdad de la profecía. A nuestro regreso de Avebury traté de explicárselo todo, pero mi versión de la muerte de Alice parecía rebotar contra la superficie de su gesto impenetrable. Desde entonces no ha hecho ni una sola pregunta.
Supongo que todo es más sencillo para James. Los detalles no le importan. Solo sabe que Alice se ha ido y que lo mismo podría haberme sucedido a mí.
Por fin vuelvo la mirada hacia su agradable rostro y le digo lo único que realmente necesita saber.
—Alice te amaba y quiso ser digna de tu amor.
Escucho cómo inspira aire.
Se vuelve para mirarme con el sombrero en la mano.
—¿Fue culpa mía?
Niego con la cabeza.
—Pues claro que no. Alice hizo lo que quería, como siempre. Aunque lo hubieses intentado, no podrías haberla detenido. Ninguno de nosotros podría haberlo hecho.
Suspira y se vuelve de nuevo hacia la lápida asintiendo con desgana.
—¿Qué vas a hacer ahora? —le pregunto.
Se encoge de hombros.
—Lo que siempre he hecho. Trabajar en la tienda con mi padre, catalogar libros, intentar encontrarle sentido a todo lo que ha pasado —ladea la cabeza para mirarme una vez más—. ¿Y tú? ¿Volverás alguna vez?
—No lo sé. Este lugar… —contemplo las ondulantes colinas que rodean el cementerio, los campos cubiertos de flores silvestres— me trae tantos recuerdos… —me vuelvo para mirarle—. Supongo que el tiempo dirá si puedo soportarlos.
Él asiente; hay comprensión en su mirada.
—Si alguna vez decides que eres capaz de ello, espero que vengas a hacerme una visita. Me gustaría saber qué tal te va.
—Gracias, James —trato de sonreír—. Lo haré.
Tras ponerse el sombrero, se inclina hacia delante y se agacha para besarme en la mejilla. Percibo esa mezcla única de aromas que siempre acompañan a James —libros, polvo y tinta— e instantáneamente me devuelve a la época en que tenía quince años.
—Adiós, Lia.
Parpadeo para alejar las lágrimas que me empañan los ojos.
—Adiós, James.
Luego se aleja caminando, su figura se hace cada vez más pequeña a medida que baja por la colina. Me quedo mirándole hasta que desaparece.
Después vuelvo la cabeza y contemplo las otras sepulturas. Ahí están las tumbas de mis padres, las hierbas silvestres forman una exuberante alfombra bajo los lirios blancos que he puesto allí esta mañana. También están ahí las sucias estelas, ligeramente inclinadas, de las tumbas de los padres de mi padre.
Pero es la tumba de Henry la que atrae mi mirada. Me encamino hacia ella, nada sorprendida de que unas flores silvestres de color violeta se hayan apoderado del césped que cubre el lugar de su descanso final. Pienso en su corazón generoso, en su discreta fortaleza y no me parece casual que las flores que adornan su tumba sean del color de la comunidad de las hermanas.
El color de Altus.
Imagino a Henry corriendo bajo un deslumbrante cielo en el último mundo, al fin libre, como cualquier otro chico. Él, por encima de todos, se merece esa paz. Me llevo la mano a los labios antes de tocar con los dedos el lugar en el que su nombre está grabado en la estela.
—Adiós, Henry. Tú valías más que todos nosotros.
El pasado es el recuerdo de un serpenteante camino que me trae a este tiempo y lugar. Es un camino que continúa adentrándose en el futuro, pues hoy no solo es un día lleno de despedidas.
Es un nuevo comienzo.
Recuerdo el día en que Dimitri y yo estábamos en la cubierta del barco que nos trajo de Inglaterra a Nueva York con el mar extendiéndose ante nosotros más allá de lo que alcanzaba nuestra vista. No le miraba a él. Tenía la mirada perdida en el agua cuando le dije, lo más calmada que pude, que aceptaría el cargo de señora de Altus y que sería su compañera a todos los efectos. Él se agachó sonriente para besarme en los labios con la tierna ferocidad a la que me tiene acostumbrada desde nuestra estancia en Avebury. Cuando se apartó, vi en sus ojos todo el amor y la certeza del mundo, como si nunca hubiese tenido la más mínima duda de que tomaría tal decisión o de que viviría para hacerlo.
Pero en el futuro pensaré otro día. Regreso hasta la tumba de Alice sabiendo que tal vez sea la última vez que estoy ante ella. Mis ojos se posan en el epitafio tallado en la lisa superficie de la lápida:
Aunque se ha ganado los tres títulos, siento un momentáneo remordimiento por lo poco emotivo de la inscripción. Sigo sin saber qué hacer con mi hermana, qué sentir respecto a su carrera hasta Avebury y su sacrificio final para ayudarme a cerrar la puerta. Creí que mis sentimientos se aclararían con el tiempo, pero mis emociones siguen aún nubladas por muchas cosas que he de destilar y convertir en algo más simple, algo a lo que pueda ponerle un nombre.
Me vienen imágenes de nosotras antes de la profecía, cuando corríamos por los campos que rodean Birchwood; Alice siempre era demasiado rápida para mí y le traía sin cuidado que yo no lograra alcanzarla. Nos veo a las dos tumbadas juntas en nuestro cuarto infantil, nuestros rizos enmarañados sobre la almohada mientras nos quedábamos dormidas. Nos veo flotando, mano con mano, en el mar donde aprendimos a nadar; nuestros cuerpos infantiles eran un fiel reflejo el uno del otro. Lo veo todo y sé que, por muchas cosas que llegue a comprender en este mundo, Alice siempre será un hermoso misterio.
Y me alegro de no tenerlo resuelto. Puedo amarla con toda esa hermosa oscuridad que la envuelve.
Paseo mis manos por el borde de la lápida de granito una vez más antes de marcharme. Luego bajo por la ladera cubierta de hierba en dirección a Birchwood Manor y sé, al menos, que solo una cosa importa.
Alice era mi hermana.
Y, después de todo, no éramos tan distintas.