La puerta de la casa se abre antes de que lleguemos hasta ella. Se me alegra el corazón al ver a Gareth salir al porche. Un instante después aparece tras él Brigid, limpiándose las manos en un delantal que lleva atado a la cintura. Nos saluda animadamente con la mano y una brillante sonrisa estalla en su cara.

—¡Lia! —sale del porche antes de que nos detengamos del todo—. ¡Estábamos tan preocupados!

—¿Va todo bien? —le pregunta Dimitri a Gareth.

Este asiente.

—Solo estamos nosotros, entrad. Vamos a comer algo y os lo contaremos todo.

Dimitri se vuelve en la silla de montar hacia mí. Sé que procura estar cerca por si necesito ayuda, pero le agradezco que no me la ofrezca. Por muy cansada que esté, necesito ser capaz de arreglarme yo sola para las pequeñas cosas del día a día.

Desmonto y me vuelvo a mirar a Brigid. Me fijo en su gesto de alarma cuando ve mi aspecto. Trato de ponerme más derecha, de sonreír un poco más cuando la miro a los ojos.

—Nos vendría bien comer algo. Y, si es posible, un poco de agua para lavarnos.

Los demás también desmontan, Edmund ayuda a tía Virginia y, luego, Brigid nos conduce dentro de la casa mientras los hombres se ocupan de los caballos.

El interior de la casa es pequeño y lúgubre, aunque no del todo inhóspito. Pasamos por delante de una habitación que parece ser el salón y Brigid nos lleva hasta unas sencillas escaleras en el centro de la casa. Al final de las escaleras, nos enseña a tía Virginia y a mí nuestras habitaciones. Luisa escoge una para compartirla con Sonia, y Brigid le muestra a Elena la que van a compartir ellas. Nos ponemos de acuerdo para lavarnos y cambiarnos antes de reunirnos con Brigid abajo, en la pequeña cocina.

Media hora después encuentro a las llaves sentadas alrededor de una rústica mesa. Brigid sirve el té.

—¿Dónde está tía Virginia? —pregunto mientras me siento al lado de Sonia.

—Dijo que quería descansar y que nos verá a la hora de cenar —Luisa habla en tono amable. Me doy cuenta de lo mal que se me debe de dar ocultar mi preocupación—. Está bien, Lia, ya verás. Unas pocas horas de descanso le vendrán de maravilla.

Cojo una taza desportillada de las hábiles manos de Brigid y sorbo el té caliente para evitar responder.

—Bueno —Luisa toma un sorbo de su taza, mirando a Brigid por encima del borde con una taimada sonrisa—, ¿habéis estado solos tú y Gareth en esta casa tan grande?

Las mejillas de Brigid se tiñen de un pálido rosa mientras sirve más té.

—No es tan grande.

Luisa enarca las cejas.

—Me importa un comino esta estúpida casa, Brigid. ¡De verdad! Preferiría enterarme de lo que habéis hecho estos dos últimos días.

—¡Luisa! —exclama Sonia, entornando los ojos—. No seas tan descarada.

Luisa le da un entusiasta mordisco a una de las galletas que hay en la mesa.

—No te hagas la inocente. Estás deseando saberlo tanto como yo.

Intento no reírme. Después de todo, quizás sea mejor que no esté aquí tía Virginia.

Por fin, Brigid se sienta y se pone en el regazo el trapo de cocina.

—No llevamos aquí mucho tiempo. Llegamos ayer por la mañana. Primero tuvimos que negociar con los dueños de la posada y para cuando terminaron de hacer el equipaje y se marcharon, ya era de noche. Desde entonces nos hemos pasado el tiempo vigilando por si aparecía la guardia y preparándolo todo para vuestra llegada. Parece que la casa no recibe muchos huéspedes. Necesitaba una buena limpieza.

Me pregunto si estará pensando en su posada de Loughcrew, tan bien cuidada, pues percibo un brillo de orgullo en sus ojos.

—¿Qué les dijisteis a los dueños? —la voz de Elena llega con suavidad desde el otro lado de la mesa. Entonces me doy cuenta de que no recuerdo cuándo la había oído hablar por última vez. Siento lástima por un momento, al darme cuenta de lo fácilmente que se ha adaptado Brigid a nosotras, mientras que Elena aún se mantiene al margen de nuestro grupo.

Brigid se encoge de hombros y de nuevo aparecen dos manchas de color en sus mejillas.

—Gareth les dijo que éramos recién casados y que necesitábamos intimidad. Les pagó bien para que se marcharan cuanto antes.

Luisa suelta una descarada carcajada.

—¡Seguro!

Sonia le da un manotazo en el brazo.

—¡Por Dios, Luisa! —levanta la vista hacia Brigid, reprimiendo una sonrisa—. Lo siento mucho, Brigid. A veces no sé lo que le pasa.

Una sonrisa aflora en los labios de Brigid.

—Fue bastante bonito tener la casa para nosotros solos.

—¡Claro! —Luisa casi chilla—. ¡Exijo detalles!

Todas estallamos en risas excepto Elena, que no nos dispensa más que una simple sonrisa. Pero lo que impide que Brigid continúe son las pisadas que se aproximan a la cocina. Un instante después aparece Gareth en el umbral.

—Los caballos están… —se interrumpe al ver nuestras caras, vueltas todas al unísono hacia él mientras nos los imaginamos a él y a Brigid solos en la posada—. ¿Qué?

Brigid se ruboriza, se levanta para recoger los platos y las tazas del té, y las demás prorrumpimos en carcajadas. Hasta Elena se ríe entre dientes tapándose la boca con la mano. Por unos momentos me olvido de que estamos en Avebury.

Me olvido de cómo palpitan mis venas, del susurro del medallón en mi muñeca, de la llamada de Samael.

Por unos momentos casi me olvido de que puede que estos sean los últimos días en los que aún soy dueña de mi alma.

Casi lo olvido.

No soy la única que trata de olvidar, así que pasamos la velada en agradable camaradería, como si nos hubiéramos propuesto no hablar de la profecía solo por esta noche. Sonia y yo ayudamos a preparar la cena, mientras Elena y Luisa juegan a las cartas en la desgastada mesa de la cocina. Gareth y Dimitri encienden el fuego y van en busca de vino; emergen victoriosos del sótano casi una hora más tarde, sosteniendo en alto cuatro botellas polvorientas de un líquido color rubí.

La preocupación de Edmund es lo único que nos recuerda nuestra misión. Coge el rifle para hacer un barrido de la zona a intervalos regulares, mientras tía Virginia permanece sentada en el porche con una manta sobre los hombros para protegerse del fresco de la noche.

Muy pronto, la mesa está puesta. La comida humea en las fuentes, el vino está servido y nosotros sentados, unidos por un mismo propósito. Observo encantada a Elena cuando empieza a reírse con Sonia y Luisa, y a Gareth tratando cariñosamente a Brigid, lo cual la hace sonreír y sonrojarse.

Una paz inmensa se instala en mi corazón mientras contemplo a estas personas de las que tanto cariño recibo, estas personas a las que he llegado a querer tanto. De pronto estoy segura de que a todos les irá bien, independientemente de lo que a mí me suceda. Sobrevivirán y serán felices. Saldrán adelante, reirán y amarán.

Es todo cuanto quiero saber, todo cuanto necesito saber. Me confirmo en que mi decisión de venir a Avebury sin Alice ha sido correcta y, mientras miro alrededor de la mesa, me convenzo de que mi sacrificio, si es que estoy llamada a llevarlo a cabo, significará la continuación de todo lo bueno que hay en el mundo.

Solo cuando miro a Dimitri me asalta alguna duda, pues, aunque esboza una sonrisa e intenta reír, veo sombras en sus ojos. Sería una vanidad por mi parte pensar que no va a salir adelante sin mí, que no va a encontrar la felicidad en ninguna parte. No obstante, me causan inquietud su tenso mentón y la tristeza de sus ojos. No deseo dejarle solo.

Estiro el brazo y le aparto el pelo de la frente, sin importarme si tía Virginia o cualquier otro de los que están aquí me toman por atrevida. Los ojos de Dimitri se encuentran con los míos, el deseo y el amor arden como fuego en sus profundidades. Sé que si hubiese algo en el mundo capaz de hacerme cambiar de opinión, sería él.

Me hundo más en el agua caliente, enormemente agradecida por que Brigid haya encontrado esta bañera en el cuarto de atrás de la casa. Que calentara una olla tras otra de agua y que la acarreara hasta mi pequeño cuarto ha sido un lujo y estoy tratando de convencerme de que me lo merezco.

Mañana por la noche, a estas horas, estaremos preparándonos para el ritual, suponiendo que la guardia no nos alcance antes. Puede que esta sea mi última noche entre los vivos.

Trato de dejar en blanco mi mente, de concentrarme en el roce del agua sobre mi piel, en sentir el frío metal contra mi espalda y las pequeñas corrientes del aire más fresco del exterior de la bañera sobre mi cara. Solo funciona un momento, antes de que el rostro de Dimitri llene la oscuridad de mi mente. Le veo tal como estaba durante la cena, con sus ojos rebosantes de la misma necesidad que ha crecido incesantemente en mi propia alma, en mi propio cuerpo. Siento un revoloteo agradable y prometedor en mi vientre cuando pienso en él.

—¿Quieres que me vaya hasta que hayas terminado? —su voz proviene de la puerta.

Vuelvo la cabeza para mirarle. Está apoyado en la pared de la habitación, la puerta está cerrada. No me sorprende verle allí. Me he acostumbrado a su sigilo, a sus inesperadas apariciones.

Dentro de mi cabeza una voz me dice que debería pedirle que se marche. Esa voz me recuerda que, sin duda, es una indecencia permitir la entrada de un caballero en la habitación estando desnuda en la bañera. Pero es una voz diminuta. Apenas un susurro. Es la voz de la Lia que fui y jamás volveré a ser esa Lia.

Sin pensarlo lo más mínimo, me levanto. El agua chorrea por mi cuerpo mientras estoy de pie en la bañera, completamente expuesta a la vista de Dimitri. Sus ojos se oscurecen aún más y se convierten en negros pozos de deseo, mientras su mirada baja por mis pechos, por mi estómago, por mis muslos.

Extiendo una mano, extrañamente desinhibida.

—¿Me quieres acercar esa toalla, por favor?

Tarda un momento en seguir mi brazo hasta la toalla que está en el extremo de la cama, pero por fin va a por ella. Aproximándose a mí, me la tiende a cierta distancia, como si no se atreviese a acercarse demasiado.

—Extiéndela, por favor.

La sorpresa nubla sus ojos, pero lo hace y espera a que yo salga de la bañera. Aún mojada, camino hacia él. Sus brazos se cierran alrededor de mí, la toalla suave y caliente cae sobre mi piel. Durante un instante, nos quedamos inmóviles. Es imposible no pensar en que los musculosos brazos de Dimitri están separados de mi piel desnuda tan solo por el fino material de una vieja toalla.

—¿Me ayudas a secarme? —le pregunto pegada a sus hombros.

Él retrocede y abre despacio la toalla. Oigo cómo inspira cuando mira mi cuerpo desnudo. Resulta sorprendentemente fácil permanecer impertérrita delante de él.

No deja de mirarme a los ojos mientras me frota suavemente los hombros con los extremos de la toalla. Continúa por mis brazos hasta mis pechos. Su tacto levanta poderosas oleadas de deseo por todo mi cuerpo. Tras apartar los ojos de mi cara, se agacha de rodillas ante mí y pasa la toalla por mi estómago, por la curva de mis caderas, hasta la suave piel del interior de mis muslos. Me encanta que lo haga tan despacio. No tengo prisa por ocultarme a los ojos de Dimitri. De pronto, mi cuerpo parece el mayor de los secretos que he guardado, y ya no quiero tener secretos para Dimitri nunca más.

Sus manos son pacientes y cuidadosas. Su deseo, tan poderoso como el mío, puede palparse en la habitación. Cuando termina, se incorpora sosteniendo aún la toalla. Capto la pregunta en sus ojos y le respondo cogiéndolo de la mano.

—Ven —tiro de él en dirección a la cama—. Ven y túmbate conmigo.

Él no habla mientras me instalo en su brazo doblado. Mis manos tocan la carne caliente que queda al descubierto entre los cordones de su camisa. Mis dedos viajan hacia abajo. Desato los cordones hasta que están todos abiertos. Echo hacia atrás la tela, dejo su pecho al descubierto y me tiendo sobre él para besar los músculos que se tensan bajo su piel sorprendentemente suave.

Apoyo la barbilla en mis manos y le miro a los ojos.

—Te quiero. Debes recordarlo.

Dimitri tira de mí para llevarme hasta su boca tan repentinamente que me quedo sin aliento. En un instante estoy debajo de él, mi cabeza se hunde en la almohada mientras su cuerpo se pega contra el mío. Me acaricia la cara y me mira a los ojos con tal ferocidad que casi me asusta.

—Márchate de aquí conmigo, Lia. Vente conmigo esta noche. Te protegeré de las almas el tiempo que haga falta. Juntos intentaremos poner a Alice de nuestro lado.

Enlazo mis brazos alrededor de su cuello y tiro de él hasta que nuestros labios vuelven a encontrarse y nuestra pasión rebasa los límites del dulce beso. Finalmente, me aparto.

—Tengo que hacerlo, Dimitri. No quiero vivir en un mundo donde tenga que esconderme hasta en sueños de las almas. Y lo que es más importante, no deseo vivir en un mundo donde mis amigas, las llaves, tengan que hacer lo mismo. Un mundo en el que tienes que comprometer tu lealtad hacia los Grigori para protegerme a mí —se dispone a protestar, pero coloco con suavidad mis dedos sobre su boca para detenerle. Luego le miro a los ojos para que sepa que estoy convencida de lo que voy a decir—. Así es como debe ser, Dimitri. Por favor, no desperdiciemos nuestro tiempo juntos hablando otra vez de ello. Quédate aquí conmigo ahora. Quédate conmigo y no olvides que, pase lo que pase mañana, seré tuya esta noche y siempre.

Me incorporo para pegar mis labios a los suyos. Luego me abro a él, disfrutando del movimiento de su piel desnuda sobre la mía.

Y no me arrepiento.