—¿Qué podemos hacer? —pregunta Brigid mientras estamos sentados alrededor de la hoguera.

Yo estoy al lado de Dimitri, con el pelo aún húmedo y goteando sobre mi blusa. Les he contado a todos lo que he visto, evitando en todo momento los ojos de tía Virginia. No es ningún secreto que se culpa a sí misma por lo despacio que avanzamos.

—No tenemos muchas opciones —consternado, Edmund pasea arriba y abajo con el ceño fruncido.

—Pero ¿y si no nos persiguen a nosotros? —pregunta Elena al otro lado del fuego.

Luisa le dedica una mirada furibunda, así que respondo antes de que lo haga ella sin morderse la lengua.

—Puede que no seamos nosotros a quienes persigan, pero cuando se tiene una visión en el agua… —intento pensar en la manera más sencilla de describírselo a alguien que nunca ha cultivado esa habilidad—. Bueno, o bien tú puedes provocar una visión sobre algo en particular o bien se te envía una especie de mensaje. Esto último es lo que ocurrió, apareció sin más. Y, normalmente, cuando se da ese caso, significa que la visión tiene algo que ver contigo.

Los ojos de Elena no se apartan de mi rostro.

—Sí, ¿pero cómo podemos tener la certeza?

Luisa, que está enfrente de Elena, pone los brazos en jarras.

—¿A quién van a perseguir si no, sobre todo teniendo en cuenta que ya habían perseguido antes a Lia?

Intervengo, tratando de mantener la voz calmada, antes de que Luisa se ponga grosera de verdad.

—Probablemente, lo más razonable sea suponer que vienen a por nosotros, Elena.

Se queda callada un momento antes de asentir con la cabeza.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta Sonia.

—Podemos cabalgar más rápido y sin descanso —propone Gareth—. Intentar llegar antes que ellos a Avebury.

Evito mirar a los ojos a tía Virginia. Ella no podría soportar esa marcha.

—No funcionará —replica Dimitri.

Gareth vuelve a abrir la boca para rebatirle, pero Dimitri continúa antes de que Gareth tome de nuevo la palabra.

—Tenemos que llegar antes que ellos para poder realizar el ritual. No podemos llegar y hacerlo de inmediato. Tenemos que conseguir alojamiento y mantener a salvo la zona, debemos asegurarnos de tener acceso al centro del círculo para que la piedra atrape los primeros rayos del sol del amanecer de Beltane.

—Tiene razón —afirma Edmund—. Tenemos que deshacernos de ellos antes de llegar a Avebury y poner entre nosotros la distancia suficiente para disponer al menos de unas horas de ventaja.

Según estudiamos nuestras alternativas, el silencio se hace más pesado. Yo podría recurrir a mis dotes adivinatorias y reproducir de nuevo la visión en busca de más detalles, pero no quiero enfurecer a los Grigori con el uso de la magia prohibida. Tener espontáneamente una visión es una cosa, pero provocarla podría considerarse como un uso no autorizado de mi poder y, aunque soy la auténtica heredera del título de señora de Altus, los Grigori están rodeados de un misterioso poder que aún no me atrevo a poner a prueba.

Miro a mis compañeros alrededor del fuego y me detengo en Brigid mientras una idea toma forma en mi cabeza. Recuerdo la casita del guarda en Loughcrew. La casita de su padre.

Levanto la vista hacia Dimitri.

—¿Dónde nos hospedaremos en Avebury?

—¿Qué? —mueve la cabeza confuso ante mi inesperada pregunta—. Bueno, Elspeth me comentó que había una posada. Dijo que era pequeña, pero que sería mejor que acampar al aire libre. Tenía planeado conseguir unas habitaciones allí.

Me pongo en pie y paseo de un lado a otro mientras la idea se enraíza y toma forma en mi cabeza.

—¿Gareth?

Él hace un ademán con la cabeza.

—¿Sí, mi señora?

—¿Serías capaz de encontrar tú solo el camino a Avebury?

Responde sin dudarlo:

—Conozco este país como la palma de mi mano.

Me vuelvo hacia Dimitri.

—Gareth podrá llegar más rápido a Avebury sin nosotros. ¿Y si él se adelanta para reservar la posada y asegurar el área de alrededor? Así, al menos, tendremos ciertas seguridades cuando lleguemos, pues una vez allí, puede encargarse de nuestro alojamiento y de buscar el lugar ideal para realizar el ritual.

—Eso suponiendo que podamos escapar de las almas —interviene Elena.

Contengo la irritación que me produce que siempre tenga que ser ella la voz negativa.

—Sí. Si no lo logramos, terminarán atrapándonos. Pero mandar a Gareth por delante nos dará cierta garantía de seguridad y tiempo para preparar el ritual —dejo caer las manos a los lados, la resignación amenaza con dar al traste con la pequeña esperanza que había sentido apenas un momento antes—. No es mucho, pero no se me ocurre ninguna otra cosa.

Gareth se pone en pie.

—Me marcho de inmediato.

—Yo voy contigo —Brigid se planta a su lado, sorprendiéndonos a todos.

Gareth mueve la cabeza. Me pregunto si los demás también se percatarán del pesar que refleja su mirada.

—No puedo permitirlo.

Brigid levanta la barbilla.

—Tú no eres quién para permitirme nada. Es decisión mía. Monto tan rápido como tú y puedo ayudarte a prepararlo todo en la posada cuando lleguemos. Además, así Dimitri y Edmund tendrán una mujer menos de la que preocuparse.

No sé si será por el destello de rebeldía de sus ojos o por la lógica de su argumento, pero Gareth asiente ligeramente en su dirección.

—Entonces, recoge tus cosas. Nos marcharemos ahora mismo y haremos todas las millas que podamos antes de que caiga la noche.

Los observo dirigirse a las tiendas, reprimiendo una abrumadora frustración. No me apetece que me dejen atrás mientras yo avanzo despacio por el bosque. Querría ir volando a Avebury a lomos de Sargento, no aguardar a que otros me preparen el camino.

Pero no voy a abandonar a tía Virginia. Su debilidad la convierte en una diana para la guardia. No podría vivir en paz conmigo misma si le sucediese algo por haber corrido yo a ponerme a salvo. Y mientras ayudamos a Gareth y a Brigid a montar en sus caballos y nos despedimos de ellos, empiezo a comprender que el sacrificio tiene muchas caras. Esperar cuando deseo actuar es una de ellas. Haré este sacrificio en nombre de la profecía, como ya he hecho tantos otros antes.

Poco menos de una hora después de mi visión, Gareth y Brigid ya se han ido. Me vuelvo de espaldas al ruido de los cascos de sus caballos, intentando no pensar en el soldado de pelo rubio camino de Avebury, cada vez más cerca, espoleado por su deseo de venganza por lo que le hice en Chartres y por la lealtad hacia Samael, la bestia.

—¿Tienes miedo?

La voz de Sonia me sobresalta a pesar de que habla bajo, mientras se sienta a mi lado sobre un tronco, junto al fuego.

—¿Qué haces despierta? —le pregunto—. Creí que os habíais ido todos a acostar.

—Estás cambiando de tema —replica sonriendo.

Le devuelvo la sonrisa, muy a mi pesar.

—En realidad, no. Me ha sorprendido verte levantada tan tarde, eso es todo.

—Bueno, los demás se durmieron enseguida y, como yo no paraba de darle vueltas a la cabeza, no he podido hacer lo mismo. Como Dimitri está de guardia, pensé en hacerte compañía. ¿Te importa?

Muevo la cabeza.

—Pues claro que no.

—Entonces, ¿estás asustada? —vuelve a preguntar.

No tengo que preguntarle a qué se refiere. Estamos a tan solo dos días de Avebury y al final de nuestro viaje. Pronto habrá acabado todo, de una forma o de otra.

Echo un vistazo al fuego y contemplo cómo se desmorona un trozo de leña en la lumbre, levantando chispas bajo el cielo nocturno.

—Un poco, aunque no tanto como esperaba. Supongo que, pase lo que pase, deseo que termine todo de una vez.

La veo asentir por el rabillo del ojo, pero no me atrevo a mirarla, pues una extraña melancolía se ha apoderado de mí. Hemos recorrido un camino muy largo juntas.

Me coge de la mano.

—Necesito decirte una cosa, Lia. ¿Quieres mirarme?

Me vuelvo hacia ella, agradecida por la cálida presión de su mano en la mía.

—Eres la mejor amiga que he tenido nunca, la mejor amiga que tendré jamás —le brillan los ojos mientras continúa—. Te creo lo bastante fuerte como para sobrevivir al ritual de Avebury, pero… no podía dejar pasar la ocasión de que supieras lo mucho que significas para mí, lo mucho que te aprecio.

Asiento y le aprieto la mano. La emoción amenaza con sobrepasar los límites de mi corazón.

—Yo siento lo mismo. No habría compartido los pasados meses con nadie mejor que contigo —me inclino hacia ella hasta que nuestras frentes se tocan y nos quedamos así durante unos instantes antes de que me incorpore—. Deberíamos intentar dormir. Vamos a tener que hacer acopio de todas nuestras fuerzas para aguantar la persecución de la guardia.

Sonia asiente y se pone en pie a mi lado. Y mientras nos encaminamos a las tiendas, sin quererlo, siento un tremendo alivio.

Ha sido un acierto comenzar con las despedidas.

No voy conscientemente a los otros mundos. Hacerlo sería un disparate, estando tan cerca de Beltane y del momento en que habré de convocar a la bestia para ordenar su destierro.

Sin embargo, me encuentro en las estériles planicies de otro mundo que asocio más que nada con Alice. No me sorprende, a pesar de no haberlo hecho intencionadamente. Durante todo el camino a Avebury no he dejado de pensar en Alice. No puedo evitar recordar nuestra conversación en el parque, recordar el destello de duda en los ojos de Alice, por breve que fuera, y preguntarme si hice cuanto pude, si tal vez Alice está más cerca de cambiar de lado de lo que imaginaba.

Conozco bien las normas de los otros mundos. O bien se va voluntariamente al plano astral o se es convocado por alguien. Pero cuando me encuentro parada en medio de los campos —negros, grises y de un fuerte color violeta al fondo— no estoy segura de lo que me ha traído a la desolación de este plano. Es cierto que estaba pensando en Alice y que solo ella podría hacerme buscarla. Es posible que me haya convocado. Pero entonces tendría que estar aquí para encontrarse conmigo.

Giro en un pequeño círculo para observar la vacía extensión de altas hierbas sobre un fondo de árboles negros a lo lejos. Es un mundo silencioso. Los pájaros no pían. No se oye ruido de animales entre las hierbas. Tampoco los árboles, mecidos por un viento que ni siquiera puedo sentir, hacen ruido alguno.

Espero durante lo que se me antoja una eternidad mientras noto cómo se me forma un nudo en el estómago. Sea cual sea el motivo por el que me encuentro aquí, a Alice no se la ve por ninguna parte y no me puedo permitir esperar mucho tiempo. No es fácil evitar ser detectado por las almas en los otros mundos y no pienso permitir que me lleven al Vacío. Aún no. No de este modo. Si he de ser desterrada allí, será durante el ritual en Avebury.

Y no pienso ir sin luchar.

Recorro con la vista los campos por última vez, esperando ver a mi hermana aproximándose desde cualquier dirección. Es la primera vez que me siento decepcionada por su ausencia en el plano astral, pero no dispongo de tiempo para reflexionar sobre este extraño giro de los acontecimientos. Mi decepción está demasiado ensombrecida por el desasosiego, así que cierro los ojos y me obligo a regresar al mundo físico, preguntándome todo el rato por Alice, preguntándome dónde estará y qué la mantendrá alejada del plano astral, que ya constituía su dominio antes incluso de que yo fuera consciente de su existencia.