No respondo a la suave llamada en mi puerta, pero Dimitri entra de todos modos. Cruza la habitación en silencio, se sienta a mi lado y me atrae con suavidad hacia sus brazos. Al principio me resisto, pero al momento cedo y reclino mi cuerpo sobre el suyo.

Me aparta el pelo y me besa en la coronilla.

—¿Te ha dicho que no?

No reacciono durante un buen rato, pues no quiero reconocer la verdad. Pero ya no es momento de disimulos y, finalmente, asiento con la cabeza.

Noto cómo un suspiro se escapa de su pecho.

—Lo siento.

Tras enderezarme, pego las rodillas contra mi cuerpo y me las cojo con los brazos.

—Fui una ingenua pensando que sería fácil.

Él mueve la cabeza.

—Ingenua no, optimista. Pero habría sido una insensatez no intentarlo —se encoge de hombros—. Ahora estamos seguros.

Contemplo el fuego, pues no quiero mirarle a los ojos.

—Para lo que nos sirve…

De reojo le veo pasarse una mano por el pelo.

—Nos limitaremos a esperar, eso es todo. Continuaremos intentando persuadir a Alice y esperaremos hasta el siguiente Beltane. No tiene por qué ser este año.

Apoyo la cabeza en las rodillas y me vuelvo para mirarle.

—No puedo esperar, Dimitri.

—Sí —afirma con la cabeza—. Sí que puedes. La profecía no precisa el año. Solo dice que tenéis que reuniros la víspera de Beltane. Si nos cuesta un año más convencer a Alice, qué le vamos a hacer. Como si nos lleva diez años.

Sonrío con calma.

—No aguantaré tanto tiempo, ambos lo sabemos. Las almas ya me han debilitado. Mi alianza con las otras llaves es frágil y no sé si podré siquiera convencer a Elena para que se quede otro año más. Tiene que ser ahora.

—Pero ¿cómo? Si Alice no piensa ayudarnos, no veo cómo vamos a obligarla. Desde luego, podríamos llevarla a Avebury contra su voluntad, pero no habría manera de obligarla a participar en el ritual.

—No lo sé, Dimitri. Aún no —cierro los ojos—. Lo único que sé es que no puedo esperar y que estoy muy cansada.

Se levanta, se inclina sobre mí y, antes de que pueda protestar, me levanta en sus brazos y comienza a caminar hacia la cama. Sus brazos son fuertes y seguros. Tengo la sensación de que podría llevarme en ellos para siempre sin cansarse.

—¿Qué haces? —pregunto en voz baja.

Su rostro está muy cerca del mío, sus ojos parecen insondables pozos de ónice líquido.

—Te llevo a la cama para que puedas dormir.

Cuando llegamos, Dimitri me deposita con delicadeza sobre el colchón y me arropa hasta los hombros. Después se sienta con cuidado en el borde de la cama y se agacha para besarme suavemente en la boca. Siento sus labios flexibles sobre los míos.

—Lo verás todo de modo más optimista por la mañana. Ahora duérmete, mi amor.

Aunque parece una tarea imposible, enseguida me deslizo en la oscuridad.

La cara de Dimitri es lo último que veo.

He regresado al Vacío, Samael está más cerca que nunca. El pútrido olor de las almas es sofocante. Noto el caliente aliento de sus caballos a mi espalda.

Hasta en mi sueño estoy cansada. Sigo con la rutinaria tarea de espolear a mi caballo para que avance, para intentar escapar de la bestia y de sus ángeles caídos. Aunque una parte de mí ya sabe que es en vano. Mi caballo aminora un poco el paso hasta que algo me arranca de su lomo. Me golpeo contra el duro hielo, pero es una sensación que percibo muy débilmente. No siento el mismo dolor que si estuviera en mi mundo. Y no hay tiempo para pensar en ello. El ejército de las almas me rodea en un círculo mientras estoy tirada en el hielo. Sé que todo se ha acabado.

Ahora me encerrarán bajo el hielo para toda la eternidad.

Pero primero vendrá él.

Oigo el caballo resoplando mientras se abre paso entre la multitud de almas, que se apartan. Parece como si estuviese furioso por haberle obligado a esta persecución. Noto los latidos, que comienzan como un pequeño rumor en mi pecho, pero que vibran más y más en mi interior conforme se hacen más fuertes y se acercan. Al poco rato también lo oigo. No solo el corazón de Samael, la bestia, sino mi propio corazón palpitando al mismo ritmo que el suyo.

Es extrañamente reconfortante. Si cierro los ojos, casi creería que me encuentro dentro del útero materno. Tendida en el hielo, me abandono al corazón palpitante, mientras las plumas de las alas de Samael se agitan alrededor de mi cuerpo como negra nieve. Me tocan la cara, suaves como un beso, cuando caen.

Y pienso: «Sí, qué fácil es después de todo».

Cuando despierto, estoy temblando. Mis huesos crujen como si estuviesen sueltos bajo mi piel y me castañetean los dientes.

—¿Qué? ¿Qué pasa…?

—¡Lia! ¡Despierta, Lia! —el rostro de Dimitri se inclina sobre el mío y me pregunto distraídamente por qué no querrá que siga durmiendo.

¿No me dijo que tenía que dormir? ¿O era un sueño?

Estoy confusa, desorientada. Miro alrededor, preguntándome si estoy en el bosque de camino a Altus, en Loughcrew o en uno de nuestros campamentos de regreso a Inglaterra. Pero no. Veo las paredes suntuosamente empapeladas de mi habitación, la madera tallada de los postes de mi cama de Milthorpe Manor.

Noto una presión en los hombros. Es molesta, casi dolorosa. Cuando miro, me sorprendo al ver que la causan las manos de Dimitri.

—¿Qué haces? —trato de sentarme—. ¡Me estás haciendo daño!

Dimitri retira las manos de mi cuerpo y las sostiene en alto en un gesto de rendición.

—¡Lo siento! Dios mío, lo siento, Lia. Pero… Tú…

Tiene una mirada siniestra, angustiada. Cuando la sigo, me doy cuenta de por qué.

Hay algo en mi mano izquierda. Algo con una cinta negra de terciopelo. Me incorporo reteniendo el aliento en la garganta mientras abro los dedos y veo el medallón, que descansa en la palma de mi mano, no en la muñeca, como debería ser, como estaba cuando me fui a dormir.

Miro a Dimitri a los ojos, él me coge el medallón de la mano.

—No parabas de dar vueltas en sueños. Vine a despertarte y de repente paraste —deja de hablar y vuelve a mirarme con gesto perplejo—. Entonces, te recostaste y te quitaste el medallón de la muñeca con tanta calma como si estuvieses despierta y fueses consciente de lo que estabas haciendo.

Muevo la cabeza.

—Pero no lo estaba. No.

—Aun así, el hecho es que tú misma te quitaste el medallón, Lia —hay auténtico miedo en sus ojos cuando continúa—: Y estabas tratando de usarlo para dejar pasar a las almas.

Por la expresión de las chicas sé que mi aspecto está en consonancia con lo mal que me siento.

Las he reunido en el salón junto con tía Virginia después de una noche de insomnio, durante la cual Dimitri y yo discutimos todas las posibilidades. Desde el principio yo sabía que solo se podía hacer una cosa, pero él insistía en repasar todas las opciones. Al final estuvo de acuerdo con mi decisión porque no tenía otra alternativa. Haré lo que considere necesario, con su apoyo o sin él.

Es el único camino.

Analizo los rostros de las llaves: Sonia, Luisa, Elena y Brigid. Para mí son más que piezas dentro de la profecía, pero ninguna de nosotras será libre si no actuamos de inmediato. Y tanto si se dan cuenta como si no, nuestra alianza no podrá soportar un año más de espera —de esperanza— para poner a Alice de nuestro lado.

—¿Te encuentras bien, Lia? —me pregunta Sonia—. No tienes buen aspecto.

Está sentada en el sofá al lado de Luisa, con Brigid al otro lado. Elena está sentada en uno de los sillones de respaldo alto. Casi me sorprende verla tan separada de las demás.

—Me he pasado la mayor parte de la noche tratando de pensar en un plan para seguir adelante.

No es un descuido que no conteste a su pregunta diciéndole que me encuentro bien, que todo va estupendamente. No voy a mentir. Ni a mí misma ni a aquellos cuyas vidas han sido alteradas por la profecía.

—Alice te rechazó —es la constatación de un hecho, aunque el tono de Sonia es amable. Ella más que nadie sabe lo complicados que son mis sentimientos hacia Alice.

Asiento mientras trato de tragar el nudo que se forma en mi garganta.

Ninguna de las chicas parece sorprendida. Luisa toma la palabra.

—¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos?

Inspiro hondo y contemplo mis manos, evitando mirarla.

—Aunque, en principio, no hay por qué terminar con la profecía este año, yo no sobreviviría hasta el siguiente Beltane.

Sonia comienza a protestar, pero yo levanto la vista y alzo una mano para detenerla.

—Aunque no nos guste, es la verdad, Sonia. No me encuentro bien. Lucho contra las almas hasta en sueños y cada día estoy más débil —me muerdo el labio, pues me cuesta mucho trabajo admitir lo que voy a decir a continuación—. Precisamente, anoche Dimitri me impidió que me colocara el medallón sobre la marca para dejar paso a más almas.

Los ojos de Sonia están llenos de tristeza y reflejan también algo parecido a la compasión. Eso hace que recupere mi sentido de la dignidad, de modo que me siento más erguida e imprimo más fuerza a mi voz. Si he de enfrentarlas al peligro, al menos tengo que ser digna de tal responsabilidad.

—No sé si tengo la fortaleza y la autoridad necesarias para cerrar la puerta sin Alice. Puede que no sea posible. Pero si no lo intento… Si espero —las miro a todas, deseando que comprendan las implicaciones de esa espera—… lo que me aguarda es la muerte, que mi alma sea sepultada en el Vacío. Y, entonces, no quedará nadie dispuesto a cerrar la puerta hasta que sea nombrado un nuevo ángel. Y eso podría llevar siglos.

—Pero de este modo podríamos morir todas —hay una nota de acusación en la voz de Elena cuando se decide a hablar.

—Sí —contesto con vacilación—, pero no lo creo. Perdonadme por decirlo, pero sin mí no sois de ninguna utilidad para Samael y las almas. Estoy convencida de que quedaríais al margen de lo que sucediera en Avebury.

—Pero no puedes estar segura —señala Elena.

—No —digo moviendo la cabeza.

—Pero, Lia… —interviene con suavidad Brigid—, si tú no puedes cerrar la puerta, ¿no morirás? Y si el ritual te conduce a los otros mundos, ¿no podrían detenerte allí las almas dada tu debilidad?

Miro de reojo a Dimitri antes de contestar. A él no le resulta fácil aceptar lo que podría pasarme.

—Es posible, sí. Pero no puedo… no puedo quedarme aquí sentada esperando día tras día hasta que las almas me debiliten lo bastante como para atraparme en el Vacío. Estoy… —me tiembla la voz y trato de calmarme antes de continuar—. Estoy cansada. Preferiría que esto terminase para todos nosotros antes que someteros a una espera interminable en la que vuestras vidas quedarían en suspenso.

—Entonces, ¿la idea es viajar a Avebury para ver la salida del sol en Beltane, realizar el ritual y… qué más? ¿Intentar cerrar la puerta sin Alice?

Asiento.

—Reuniré todo el poder que me quede y os pido que hagáis lo mismo para intentar cerrar la puerta a la fuerza, sin ella. Es un riesgo, pero no mayor que el que asumimos a diario mientras esperamos —me pongo a juguetear con un hilo suelto de la falda de mi vestido.

—¿Y si somos incapaces de hacerlo sin ella? —pregunta en voz baja Sonia.

Me encojo de hombros.

—Pues pasará lo que tenga que suceder. Probablemente, yo quede atrapada en el Vacío, y vosotras podréis continuar con vuestras vidas, tal como os merecéis. Es un sacrificio que he de hacer para acabar con mi propio tormento y devolveros la libertad —miro a tía Virginia y noto su fragilidad—. A todas.

—Imagino que ya habrás hablado con ella de esto, ¿no? —pregunta Luisa mirando a Dimitri.

Él tiene los brazos cruzados y la mandíbula tensa por una frustración apenas controlada.

—Toda la noche.

Luisa asiente. Después se vuelve de nuevo hacia mí.

—En ese caso, no podemos hacer otra cosa que ayudarte, Lia. Ayudarte a encontrar la paz que necesitas. Yo, personalmente, voy a hacer todo lo posible para que, al menos, consigas eso.

—Y yo también —dice Brigid.

Todos nos quedamos mirando a Elena. Ella endereza la espalda y suelta un suspiro cansado.

—Bueno, si sirve para liberarme de este asunto y volver a España, lo haré.

Me pregunto si no serán imaginaciones mías, pero me parece que todos dejamos escapar un suspiro de alivio.

Mi mirada se posa en Sonia. Ella se pone en pie, viene hacia mí y se sienta al lado de Luisa.

—Yo llevaría para siempre la carga de ser una llave con tal de tenerte entre nosotras, pero si eso es lo que necesitas, lo tendrás. Haría cualquier cosa para ayudarte, Lia.

Se me saltan las lágrimas por lo agradecida que me siento. Me las enjugo antes de darles a Sonia y a Luisa un apresurado apretón de manos y levantarme.

—Entonces, vamos a hacer los preparativos para el viaje, ¿vale?