Me sorprende un tanto que tía Virginia decida acompañarnos a dar una vuelta por la ciudad. Sin embargo, cuando se queda atrás con Elena, empiezo a comprender por qué lo ha hecho. Ambas caminan codo con codo en amigable silencio y me doy cuenta de que vivir con Alice ha convertido a mi tía en la única capaz de entender a alguien como Elena. Puede que no comparta la naturaleza oscura de Alice, pero se discrimina de un modo bastante similar. Por eso, parece natural que mi tía le prodigue cuidados especiales, y yo le agradezco su generosidad.
Las calles de Londres bullen de actividad con el tráfico de media mañana. Los carruajes pasan a toda prisa mientras gente de toda clase circula apresuradamente de un lado a otro. Luisa y yo caminamos juntas, con Sonia y Brigid delante, charlando despreocupadamente. En un determinado momento, Sonia señala algo a lo lejos.
—Me alegro de que hayas vuelto, Lia —percibo la sonrisa de Luisa en su tono de voz. Me vuelvo y la veo sonriente—. Porque has vuelto, ¿no?
Sus palabras me llenan de tal tristeza que no puedo devolverle la sonrisa.
—Sí, eso creo. Pero…
—¿Qué ocurre, Lia? —lo dice en tono agradable.
Bajo la vista hacia los adoquines mientras caminamos.
—Estaba tan dolida, tan asustada por la traición de Sonia… Y después de que volvierais las dos de Altus, parecíais más unidas que nunca. Cuando vuelvo la vista atrás, me parece una locura haber dudado de tu lealtad, pero por entonces tenía miedo de todo lo que tuviera que ver con las personas de mi entorno. ¿Me podrás perdonar?
Luisa estira un brazo para darme un apretón en la mano.
—¡Ay, Lia! ¡Mira que eres tonta! No tienes por qué disculparte. Basta con que me digas que has vuelto, que hemos vuelto, y todo eso quedará atrás.
Le devuelvo el apretón y sonrío agradecida, asombrándome por la ironía de que algo tan tenebroso como la profecía traiga consigo amigas singulares y estupendas que yo reclamo para mí.
—Ahora —sus oscuros ojos relucen— cuéntame lo que me he perdido.
Durante los siguientes veinte minutos, mientras pasamos ante comercios de ropa y panaderías, le hablo de Loughcrew y del descubrimiento de la piedra. Le hablo del ritual y de cómo el sol lo ilumina solo una vez al año, durante el equinoccio. Le hablo del miedo que tengo a que Alice no quiera ayudarnos y le cuento que no se me ocurre qué podría hacer si se niega a hacerlo.
—¿Cómo encajan todas las piezas en la ceremonia ritual? —pregunta Luisa por fin.
Me dispongo a contestarle cuando Sonia, a media manzana delante de nosotras, nos grita:
—¡Vamos a entrar en la sombrerería!
Les hago señas a ella y a Brigid para que vayan.
—Adelantaos. Enseguida estamos con vosotras.
Desaparecen en uno de tantos escaparates y me vuelvo a mirar a Luisa.
—Al principio, yo tampoco lo entendía. Pero cuanto más pienso en ello, menos complicado me parece.
Luisa frunce el ceño concentrada.
—Bueno, entonces puede que solo necesites pensar un poco más en ello.
Suelto una carcajada.
—La última página de la profecía dice que debemos retornar al vientre de la serpiente. Tiene sentido que se refiera a Avebury. Tú y las otras llaves nacisteis cerca de ese lugar. Y la profecía parece indicar que todo empezó allí, así que deberíamos regresar a Avebury para acabar con ella. El vientre parece indicar el centro. Si de verdad es un lugar sagrado, puede que su poder se concentre en su centro, de la misma forma que la gruta de Chartres tenía un significado especial.
Llegamos a la sombrerería y nos detenemos frente al escaparate. A través de él vemos a Sonia y a Brigid probándose alegremente enormes sombreros. Se los colocan la una a la otra, sin parar de reírse como tontas, hasta que el dueño de la tienda se vuelve a mirarlas.
—Y esto… ¿Cómo se llama? ¿El círculo de fuego? —pregunta Luisa.
—Creo que he tenido sueños sobre ello —por un instante, no nos veo a Luisa y a mí reflejadas en el cristal, sino el fuego inscrito en el círculo de mis sueños, los extraños cánticos, las figuras encapuchadas—. En ellos he visto gente cantando alrededor de un fuego, la piedra está encima de un montón de leña, probablemente para captar los primeros rayos de sol de Beltane —me vuelvo a mirarla mientras tía Virginia y Elena nos alcanzan—. Creo que es así como se supone que funciona.
Luisa asiente con gesto sombrío mientras Elena mira por el cristal para ver a Sonia y a Brigid, que devuelven dos sombreros al mostrador antes de coger otros.
—¿Qué hacen? —pregunta Elena.
—Se están divirtiendo —el tono de voz de Luisa deja traslucir su fastidio.
Me vuelvo hacia Elena.
—¿No te gustaría entrar?
Parece sorprendida.
—No necesito un sombrero nuevo.
A pesar de sentir un poco de tristeza por su incapacidad para divertirse, no puedo evitar un deje de resignación en mi suspiro. Tía Virginia acude al rescate.
—¿Volvemos? —pregunta, sonriente—. No me vendría mal una taza de té.
Dimitri regresa del club con Gareth y compartimos con ellos una cena plagada de risas al ver cómo se imitan cómicamente uno a otro. No me doy ni cuenta de cómo pasan las horas, pero cuando los dos se levantan de la mesa para ir a tomar un brandi en el salón, noto la extenuación en mis huesos. No me apetece más que estar en mi habitación, en silencio, en mi mullida cama y tener un poco de soledad para estudiar qué opciones tengo para atraer a Alice a nuestra causa.
Solo pensar en ello resulta ya absurdo, de modo que tengo que obligarme a no escuchar esa voz en mi cabeza que me dice que es imposible.
Tras darles a las demás las buenas noches, me retiro a mi habitación para cambiarme y lavarme antes de acostarme. Las llamas resplandecen en la chimenea y me meto entre las sábanas tratando de imaginar lo que le diré a Alice.
Y cuándo.
La lógica me dice que tendrá que ser mañana, pues los días pasan y cada vez queda menos tiempo hasta Beltane. Hay que planear el viaje, a pesar de no ser tan largo como el de Altus o Irlanda, y, siendo un grupo tan nutrido, necesitaremos un tiempo.
Intento imaginarme los motivos que mueven a Alice a actuar, lo que podría hacerle replantearse su deseo de ayudar a las almas. Pero los motivos de Alice siempre han estado bien claros. Busca obtener todo el poder que pueda conseguir. No le importa si ese poder se ejerce bajo el gobierno del bien, como sucede ahora, o bajo el gobierno de las almas, como ocurrirá si escoge ese camino.
Alice no quiere a nadie. No es leal a nadie.
A menos que contemos con James.
Esta idea no es más que una lucecilla en lo más hondo del pozo de mi corazón. Me siento en la cama mientras las implicaciones de este hecho, si es que es posible, comienzan a hacerse más claras en mi cabeza.
¿Se puede contar con James? ¿Existe la remota posibilidad de que realmente Alice le quiera? La idea me recuerda que se trata del primer rayo de esperanza que veo desde que comprendí que la profecía requería que mi hermana y yo trabajásemos juntas.
—¿En qué estás pensando tan seria y metida en la cama?
La perezosa voz me saca de mis pensamientos. Me enderezo y dejo caer la colcha bordada hasta mi cintura mientras sigo la voz de la figura plantada junto a la puerta cerrada.
—¡Dimitri! Me has asustado.
—Lo siento. Estabas muy pensativa. No quería interrumpirte.
Se encamina despacio hacia mí y se sienta en el borde de la cama. Su peso sobre el colchón, su proximidad, el olor a brandi y a humo de la chimenea…, todo ello me hace sonrojarme y sofocarme en exceso.
—¿Qué tal tu visita a Gareth? ¿Se encuentra cómodo en tu habitación en casa de Elspeth? —no se trata de un intento demasiado ingenioso para distraerme de la presencia de Dimitri, pero es cuanto puedo hacer de momento.
Me dedica una pícara sonrisa y se tumba a mi lado, sobre la colcha.
—Me ha dicho que está muy a gusto, aunque yo diría que no tanto como yo.
Sus ojos se pasean por mis labios y luego por la cinta de mi camisón, anudada sobre mi escote.
—Tú —le planto ambas manos en el pecho y le doy un empujoncito— eres una mala influencia. Se supone que deberías estar sentado en el sillón.
Me envuelve en sus brazos acercando mi cuerpo al suyo y, aunque se interpone entre nosotros la colcha, de poco me sirve para sofocar el torrente de sangre que invade mis venas.
—¿Quieres que me vaya? —me pregunta.
—Sí… No… Es decir, deberías marcharte —mi voz se debilita cuando me besa primero en la mejilla y luego en la piel más fina de la base de mi cuello—. Debes hacerlo.
—¿Debo?
Un escalofrío me sube por la columna cuando su cálido aliento recorre mi cuello.
Suspiro y me aprieto más contra él durante un instante, a pesar de mis buenas intenciones. No quiero que se vaya. Ni que deje la cama. Ni a mí. Nunca.
—Bueno… —mi respiración es un murmullo que se pierde en la habitación—. Puede que todavía no.
Su boca se posa sobre la mía. Su lengua se desliza entre mis labios y yo me pierdo en el calor de nuestros besos mientras la habitación parece ladearse. Mis manos suben como si tuviesen voluntad propia y acarician sus anchas espaldas hasta desear que ni la colcha ni ropa alguna separe nuestros enfebrecidos cuerpos. Todo desaparece cuando traspasamos los límites impuestos por tía Virginia y por la sociedad. No hay nada más que la presión del cuerpo de Dimitri contra el mío.
Entonces, se aparta gimiendo con suavidad y se incorpora. Su respiración es pesada y acelerada.
No necesito preguntarle por qué se ha apartado y le dejo un momento para que se recobre. Yo aprovecho para apaciguar cuanto puedo el ardor en mi vientre y para despejar mi cabeza de la neblina provocada por el deseo que se ha instalado en ella.
Cuando parece regularse el ritmo de la respiración de Dimitri, le toco la espalda con suavidad.
—Lo siento. Es difícil no dejarse llevar, ¿verdad?
Se vuelve hacia mí con una mirada indescifrable.
—Decir difícil es poco para describir la disciplina que tengo que imponerme cuando estoy cerca de ti, Lia.
Sonrío, pues hallo un extraño placer en el esfuerzo que hace para mantener las distancias.
—No quiero que te vayas. ¿Crees que podrás mantener la disciplina mientras te tumbas un rato conmigo y nada más?
Se echa a mi lado y posa la cabeza sobre la almohada, al lado de la mía.
—¿Y tú? —me pregunta con una sonrisa perversa.
Me río en voz baja.
—Para mí será igual de difícil, te lo aseguro. Pero ahora mismo no estoy dispuesta a quedarme a solas con mis pensamientos.
Su semblante se pone serio cuando levanta una mano para acariciarme la cara.
—¿Y qué pensamientos son esos?
Inspiro hondo.
—Trato de pensar en algo, lo que sea, que pudiera apartar a Alice del camino que ha escogido. Ya no puedo posponerlo más. Tendré que ir a verla mañana.
Dimitri levanta la cabeza.
—¿Tan pronto?
—Tengo que hacerlo. Queda menos de un mes para Beltane y aún hay mucho que hacer antes de que podamos marcharnos. Además, ¿qué diferencia hay entre mañana y pasado mañana o el otro? Quiero acabar con esto de una vez.
Él asiente.
—Te acompañaré.
Le miro a los ojos y sonrío.
—Esto tengo que hacerlo sola, Dimitri —levanto una mano cuando empieza a protestar—. Sé que quieres protegerme. Pero es mi hermana.
Sus ojos se ensombrecen cuando aprieta las mandíbulas.
—Es demasiado peligroso.
—No lo es. La próxima batalla tendrá que librarse en Avebury y en los otros mundos —le acaricio la frente para tranquilizarle—. ¿No lo ves? Por fin me he dado cuenta de por qué no nos persiguió la guardia mientras regresábamos de Loughcrew.
Aguarda a que se lo cuente.
—Saben que al final no tendré mayor enemigo que yo misma. Sin el poder de la piedra de víbora de tía Abigail, soy tan vulnerable como siempre lo he sido. No hay necesidad de enviar a la guardia. No ahora, cuando más posibilidades hay de que yo misma acabe poniéndome de su parte.
La angustia oscurece sus ojos. Después me estrecha con fuerza enterrando su rostro en mi pelo.
—Nunca te pondrás de su lado, Lia. No te dejaré hacerlo.
No le respondo, pues no gano nada repitiendo las palabras que llevo grabadas en el fondo de mi mente: «Si solo dependiera de mí…».