—¿Estás cómoda?
Dimitri me contempla desde el sillón que hay junto a mi cama, después de haberme besado castamente en la frente y de haberme arropado como a una niña. No hay nada insinuante en su voz, pero a pesar de todo lo que se nos viene encima, me resulta terriblemente atractivo verle con la camisa medio desabrochada y los hombros relajados.
—Sí, gracias. Pero me siento culpable por que pases la noche en ese sillón, por muy agradable que pretendas que parezca.
Él sonríe y se da una palmadita en la rodilla.
—Bueno, hay mucho sitio aquí para ti, si quieres cambiar de escenario.
Estoy encantada y, al mismo tiempo, horrorizada de que seamos capaces de bromear tan inapropiadamente cuando todo pende de un hilo. Me descubro a mí misma devolviéndole la sonrisa.
—No creo que tía Virginia lo aprobase.
Dimitri suspira con dramatismo y se acomoda más en el sillón.
—Pues muy bien. Como quieras.
Cierro los ojos, consolándome con su sola presencia. La habitación está caliente y mi cama infinitamente más blanda que el suelo en el que he dormido estos últimos diez días. Todo ello me invita a quedarme adormilada y no tardo mucho en quedarme dormida del todo.
Y esta vez, por alguna razón, no sueño.
Dimitri está descansando en la habitación que le ha preparado tía Virginia, y supongo que Luisa y las demás se estarán arreglando. Tendré que hablar con Luisa, aunque ahora mismo es Sonia la que más me preocupa. Me detengo frente a la puerta de su cuarto y levanto la mano para llamar.
Me pregunto si estará dispuesta a perdonarme. Si las cosas volverán a ser alguna vez como antes. Pero no hallaré respuesta a esas preguntas en el pasillo, así que me obligo a llamar antes de poder cambiar de opinión.
—Ruth, me preguntaba si podías… —la puerta se abre con más rapidez de la que había previsto y Sonia se queda parada en el umbral, evidentemente sorprendida y con la frase a medio decir, suspendida en el aire—. ¡Lia! Yo… ¡Pasa!
Se echa a un lado, abre más la puerta y me deja pasar.
Entro en la habitación. Es la primera vez que siento vergüenza desde que nos conocimos en la habitación iluminada con velas donde ella solía celebrar sus sesiones.
—Lo siento. ¿No te molestaré?
Se ríe en voz baja.
—No pasa nada, es que creía que era Ruth. Luisa ya no llama a la puerta y tú… —su voz pierde fuelle.
—Hace mucho que no vengo a visitarte —termino por ella.
Asiente despacio.
Señalo con un gesto uno de los sillones que hay frente a la chimenea.
—¿Puedo?
—Pues claro.
Viene a reunirse conmigo y me acuerdo de cuando entraba de repente en su habitación y me sentaba en su cama sin más ceremonias. Sonia se acomodaba a mi lado y pasábamos horas hablando, conspirando y preocupándonos. Me asalta la tristeza porque muchas veces tenemos que perder algo antes de darnos cuenta del valor que tiene. Desearía poder volver atrás y hacerlo todo mejor.
Miro mis manos sin saber muy bien cómo empezar.
—Sonia… —levanto la cabeza y la miro a los ojos—. Lo siento.
Su rostro permanece impasible, su expresión no da a entender nada.
—Ya te has disculpado, Lia. Más de una vez.
—Sí, pero creo que una parte de mí no quería perdonarte.
—Es perfectamente comprensible. Lo que hice fue imperdonable —el dolor reflejado en su voz sigue siendo áspero y sincero.
—No debería haberlo sido —alargo el brazo para tomarla de la mano—. Lo que yo hice fue imperdonable. No honré nuestra amistad ni todos los sacrificios que hiciste en su nombre. No tuve contigo la misma consideración que tuviste tú cuando lo dabas todo por mí. Lo peor de todo —tomo aire y me percato de pronto de lo ciertas que son las palabras que voy a decir— es que no estuve ahí cuando más me necesitaste.
—Lo mismo podría decirse de mí. Aquellos días, mientras atravesábamos los bosques para ir a Altus… —baja un poco el tono de voz y recuerda con la mirada despejada—. Bueno, me cuesta recordarlos. Más tarde me dijeron que te viste obligada a permanecer despierta para asegurarte de que las almas no te usaran como puerta. Era mi obligación, pero tampoco yo pude estar a tu lado mientras sufrías.
Nos quedamos en silencio mientras rememoramos aquel terrorífico tiempo en el que ambas estuvimos a merced de las almas, Sonia por su involuntaria alianza con ellas y yo por mi temor a que me utilizaran mientras dormía.
Pero el pasado es el pasado. Tenemos demasiadas cosas por delante como para seguir pensando en ello. Miro a Sonia y sonrío.
—Siento no haber sido la mejor amiga para ti, Sonia. Pero si puedes perdonarme, me gustaría empezar de nuevo. Volver a ser amigas como antes.
Se inclina para abrazarme.
—Nada me gustaría más.
No son fantasías mías los murmullos de la criada que oigo mientras me dirijo al comedor. Pese a que Dimitri y yo hacemos todo lo posible por mantener en secreto su presencia en mi habitación, era inevitable que alguien acabase dándose cuenta.
Las demás chicas ya están sentadas a la mesa, todas excepto Sonia, que está arriba, vistiéndose. Me coloco al lado de Brigid, tratando de ignorar las miradas de reojo de la criada que me sirve la comida en el plato. Tendré que explicar la presencia de Dimitri, pero no puedo hacerlo delante del servicio, así que permanezco estoicamente sentada, viendo cómo sirven y pensando que cuanto más tiempo paso en la sociedad londinense, menos me gusta.
—¿Has dormido bien, Lia? —la voz de Brigid me saca de mis pensamientos y me vuelvo a mirarla.
—Sí. Estupendamente bien, la verdad. ¿Y tú?
Sonríe.
—Es una maravilla dormir de nuevo en una cama, aunque disfrutaba de la naturaleza mientras veníamos hacia aquí.
—Entiendo lo que quieres decir.
Me quedo un momento vacilante, tratando de pensar en un modo de sacar a colación a Dimitri. Después decido que lo mejor es ser directa. Levantando mi taza de té, trato de sonar despreocupada.
—Estoy segura de que todas os habréis enterado de que Dimitri va a quedarse con nosotras.
Se miran unas a otras y me queda claro que la presencia de Dimitri ya ha sido objeto de discusión antes de que nos sentáramos a la mesa.
—Brigid nos ha dicho que es para cuidar de ti —dice por fin Luisa—, para garantizar que las almas no se apoderen de ti mientras duermes.
Asiento agradecida por el hecho de que Brigid haya preparado el terreno.
—La piedra de víbora de tía Abigail se ha enfriado y sin su poder soy más vulnerable de lo que me gustaría admitir. Dimitri se quedará por la seguridad de todas nosotras, pero tendremos que aceptar que habrá cotilleos entre el servicio.
Luisa se echa a reír y hace un gesto despectivo con la mano.
—¡Bah! ¡Yo no me preocuparía de lo que piense el servicio! Me conformo con que sobrevivamos todas a nuestro destino final. Si la presencia de Dimitri incrementa esa posibilidad, a mí me parece muy bien.
Ya le he explicado la situación a Sonia, así que ahora miro a Elena y a Brigid.
—¿Vosotras tenéis algo que objetar?
Brigid sonríe.
—Si tuviera objeciones, ya las habría manifestado antes.
Me vuelvo a mirar a Elena.
—¿Elena?
Ella frunce el ceño mientras escoge las palabras.
—No creo que mi padre lo aprobara.
Una abrupta carcajada escapa de los carnosos labios de Luisa mientras contempla a Elena.
—¿Tu padre? ¿Y quién se lo va a contar? ¡En el tiempo que tú le mandas una carta a España y él te contesta, todo habrá terminado!
Elena endereza la espalda. De pronto parece remilgada, no me había percatado de esa cualidad suya hasta este momento.
—Sí, bueno, pero que no me dé tiempo a contárselo, no significa que vaya a desobedecer sus deseos.
Luisa suspira.
—Me parece admirable que quieras honrar los valores de tu padre, Elena —de pronto se interrumpe e inspecciona el techo como considerando lo que va a decir—. En realidad, no es cierto. Lo considero ridículo y estrecho de miras. Pero lo que yo piense no viene al caso.
De repente me entran unas inoportunas y terribles ganas de reír mientras Luisa prosigue:
—La cuestión es que hay cosas más importantes de las que preocuparse ahora, ¿no crees? Cosas como nuestra supervivencia —comienza a enumerar con los dedos—, el destino de nuestras almas, el futuro de la humanidad. Cosas de ese tipo. Yo voto por que Dimitri se quede —posa las palmas de las manos sobre la mesa, en un gesto de irrevocabilidad, mientras mira a Elena a los ojos—. Y como sabemos que las demás están de acuerdo, me temo que estás en minoría.
Trato de no sonreír mientras Elena se levanta de la mesa excusándose, en todo momento con la barbilla bien alta. Es Brigid quien se echa a reír cuando los pasos de Elena se pierden por el pasillo.
Resisto la necesidad que siento de hacer lo mismo.
—¿Creéis que alguien debería ir a buscarla?
Luisa responde con un ademán despectivo a mi pregunta mientras toma un sorbo de té.
—Dentro de una hora se le habrá pasado. Confía en mí. Sonia y yo hemos aprendido a manejarla.