Aún estamos a varias millas de distancia de Londres cuando distinguimos el humo de las farolas de la ciudad elevándose hacia el oscuro cielo. Quisiera poder decir que me siento feliz de ver Londres asomando a lo lejos. Es lo más parecido a un hogar que he tenido desde que salí de Birchwood y de Nueva York. Pero es imposible asignar sin más una emoción a los sentimientos que rondan por mi cabeza. Estoy feliz porque podré dormir en una cama de verdad, aunque dormir ya no sea una liberación como antes. Estoy contenta porque veré a tía Virginia; me muero de ganas de recuperar su calma y esa atención maternal tan suya.
Sin embargo, también hay otros asuntos que hacen que se me encoja el estómago por la preocupación.
Tendré que enfrentarme con Sonia, con Luisa y con mi propia incapacidad para perdonar mientras les hable de mi traición a manos de las almas. Tendré que conformarme con el hecho de que ahora hay cuatro llaves en lugar de tres, y será necesario introducir a Brigid en el ya tenso redil.
Lo más preocupante de todo es que tendré que enfrentarme a Alice. Tendré que tratar de ponerla de nuestra parte, aunque en estos momentos nada parece más imposible.
—¿Estás preocupada, Lia? —Brigid habla con calma a mi lado mientras nos cruzamos en el camino que sale de Londres con una joven madre con aspecto de cansada y con sus dos hijos pequeños.
Asiento, avergonzada y, al mismo tiempo, aliviada por que mis gestos transmitan tan claramente mis emociones. Supongo que ya no me quedan fuerzas para contenerlas.
Ella sonríe.
—Tienes un corazón muy generoso. Tus amigas también tienen que darse cuenta de ello. Estoy segura de que lo entenderán.
Me agacho para acariciar el cuello de Sargento mientras hablo.
—Eso espero. Pero me temo… Me temo que no me he portado como una amiga.
—No siempre cumplimos con las expectativas de los demás, ¿no crees? Pero perdonamos a los demás sus defectos y esperamos que ellos hagan lo mismo con nosotros.
—Quizás. Pero ahí está el problema: yo no les he perdonado sus defectos tan pronto como tú has perdonado los míos. Ahora… —suspiro—. Bueno, ahora supongo que sería injusto esperar que ellas lo hagan conmigo.
Brigid sonríe.
—Lo más cerca que he estado de la amistad es lo que he leído en los libros. Eso y este viaje contigo —se ríe—. Pero, al parecer, en la amistad se trata más de aceptación que de justicia. A menos que yo sea una ingenua.
Encuentro cierto consuelo en la simplicidad de sus ideales. Tal vez tenga razón y podamos encontrar todas la manera de perdonarnos unas a otras.
—Eres muy sabia para ser una chica criada entre algodones —le digo, sonriente—. Y, además, valiente.
Echa la cabeza atrás y suelta una carcajada.
—Y pongo al mal tiempo buena cara. Pero te aseguro que por dentro estoy temblando.
—Pues no eres la única, Brigid —la alegría del momento se evapora cuando dirijo la vista a la ciudad—. No eres la única.
Me sorprende ver desmontar a Dimitri y entregar su caballo a uno de los mozos de cuadra de Milthorpe Manor.
—Póngalo junto a los demás, ¿de acuerdo? —dice.
Le entrego a Sargento al mismo mozo y me vuelvo sorprendida a Dimitri.
—¿No tenías que volver al club?
Dimitri sacude la cabeza.
—Te dije que me quedaría contigo hasta que acabe todo esto, y eso es lo que pienso hacer.
Me cuesta unos instantes comprenderlo.
—¿Piensas quedarte aquí? ¿En Milthorpe Manor?
—Pienso quedarme contigo mientras duermes, tal como te prometí.
—¿En mi dormitorio? —no puedo ocultar la incredulidad en mi voz.
Él arquea las cejas y hasta me parece detectar un indicio de su travieso encanto.
—A no ser que pienses dormir en otro sitio, sí, me imagino que tendré que quedarme ahí.
Brigid se queda mirando y aprieta los labios en un intento por no sonreír.
—¡Pero tía Virginia no lo permitirá jamás! La gente… ¡Bueno, la gente hablará! —parece algo tarde para preocuparse por la falta de decoro, aunque haber estado juntos en Altus o en los bosques ingleses parece distinto a permitir el paso a un joven caballero en mi aposento privado en el corazón de la ciudad.
—A mí me parece que tenemos problemas más importantes que los cotilleos de Londres, ¿no te parece? —no espera a que le responda. Simplemente, me coge del brazo y levanta la vista hacia Gareth, que aún sigue montado en su caballo—. ¿Recuerdas la dirección?
Gareth asiente.
—Me instalaré y volveré aquí mañana.
—¿Te vas a quedar en Londres? —obviamente, han hecho planes sin mi conocimiento, pero no me importa cuando pienso en lo segura que me siento en compañía de Gareth.
Él asiente con la cabeza.
—Sí, mi señora. No he venido hasta tan lejos solo para dar media vuelta. Dimitri me informó de su… problema después…
Me vuelvo hacia Dimitri, ruborizada a causa de la sorpresa.
—¿Se lo has contado? ¿Lo de nuestro viaje, lo de… todo?
El gesto de Dimitri no es de disculpa, solo de determinación.
—No tiene ningún sentido ocultárselo después de todo lo que ha pasado. Además, necesitamos a todos los aliados en los que podamos confiar, y creo que estaremos de acuerdo en que hay pocos tan de fiar como Gareth.
Gareth siempre me ha tenido en muy alta estima. Me pregunto cómo afectará a sus sentimientos hacia mí saberlo todo acerca de la profecía y del oscuro lugar que ocupo en ella. Pero cuando me vuelvo hacia él, no hay más que compasión y afecto en sus amables ojos azules.
—Desde luego —trato de sonreír—. Me alegro de que estés con nosotros, Gareth, aunque sea una preocupación más para mí. No me gustaría que te hicieran daño o se sirvieran de ti.
—No tiene por qué preocuparse de mí, mi señora. Son los que se atreven a amenazarla quienes deberían hacerlo —sonríe, aunque sin ninguna complacencia. Por un instante temo por quien se halle al otro lado de esa sonrisa. Y prosigue—: Me quedaré y haré con ustedes el viaje a Avebury por si surgen problemas por el camino. Creo que lady Abigail, que descanse en paz y armonía, lo aprobaría.
—Creo que tienes razón —respondo con calma.
Él le da la vuelta a su caballo, asintiendo.
—Nos veremos mañana por la mañana —volviendo la vista atrás, nos dedica a Dimitri y a mí una taimada sonrisa—. Que duerman bien.
No son Sonia ni Luisa, paradas al lado de Elena, quienes captan mi atención, sino tía Virginia. Incluso al débil resplandor del fuego y de las lamparitas diseminadas por el salón, me doy cuenta de que no tiene buen aspecto.
—¡Lia! ¡Ya estás en casa! —se levanta para venir a nuestro encuentro con la ayuda de Elena.
Me apresuro a correr a su lado y me es imposible no percatarme de su postura ligeramente encorvada y de sus arrugas, que parecen más profundas pese a que apenas nos hemos ausentado un mes.
—¡Tía Virginia! ¡Me alegro tanto de estar de vuelta! —la abrazo cariñosamente—. Quise mandar recado de que ya veníamos de camino, pero no había nadie a quien confiar el mensaje.
—Está bien, querida. Estaba preocupada, pero tenía el presentimiento de que aparecerías pronto.
Me separo de ella para mirarla a la cara.
—¿Ha ido todo bien mientras hemos estado fuera?
Ella asiente, aunque veo vacilación en su mirada. Sé que tiene muchas cosas que contarme en privado.
—Todo ha ido bien. Sonia y Luisa ya están más familiarizadas con Elena. Las tres me han hecho mucha compañía —mira a Brigid, que está de pie al lado de la puerta del salón—. ¿Y quién es esa chica?
Me acerco a Brigid, la cojo de la mano y tiro de ella para que entre en la sala.
—Es Brigid O’Leary —miro a tía Virginia, a Sonia, a Luisa y a Elena—. Es la última llave.
Se produce un momento de absoluto silencio, en el que casi puedo palpar la repercusión que causa lo que he dicho en la sala. Luisa es la primera en tomar la palabra.
—¿La última llave? Pero… —hace un gesto con la cabeza, mirándonos alternativamente a Brigid y a mí—. Pensé que ibas a Irlanda en busca de la piedra.
Asiento con la cabeza.
—En efecto. Y la encontré. Pero resulta que mi padre puso cada cosa en su sitio antes de morir. Escondió la piedra cerca de la última llave para que las encontráramos a la vez. Y hay algo más.
El brillo de los ojos de Sonia refleja todas las preguntas que hay en su mente.
—¿De qué se trata?
—El ritual también estaba allí, escrito en la pared de una cueva, donde se suponía que tenía que estar escondida la piedra.
—¿Qué quieres decir con «se suponía»? —me sorprende oír hablar a Elena. Había olvidado su peculiar tono de voz, tan bajo—. ¿No la pudiste localizar?
Entonces me doy cuenta de lo difícil que tiene que ser entenderlo para quien no haya estado en Loughcrew.
—Brigid la tenía a buen recaudo.
Las otras chicas miran a Brigid con cierto recelo, no es producto de mi imaginación, así que bajo la vista hacia su muñeca, cubierta por la manga de su blusa.
—Quieres… —levantando la vista hacia ella, espero que comprenda que soy su amiga—. ¿No te importaría enseñársela?
Ella asiente y se levanta el puño de la manga.
Sonia y Luisa se acercan un poco para verla mejor, aunque tratando de ser educadas. Cuando por fin la marca queda a la vista, levanto la mano de Brigid para que la vean.
—¿Veis? Es igual que las vuestras. Mi padre la encontró hace muchos años y empleó al padre de Brigid como guarda de los túmulos. Le dijo a Brigid que iríamos a buscar la piedra y ella la tuvo escondida mientras esperaba nuestra llegada.
Durante un largo instante nadie habla. El silencio es interrumpido por el murmullo de la voz de tía Virginia.
—Así que ya está. Las llaves, la piedra, el ritual —me mira a los ojos—. Todo está en su sitio.
Muevo la cabeza, aunque quisiera no tener que contarles lo que averigüé en Chartres.
—No todo.
—¿Qué más hay? —pregunta Luisa, encogiéndose de hombros.
Las miro a todas, de una en una, tratando de encontrar las palabras y deseando no haberme empeñado en no informarlas de ello antes. No hay una manera agradable de comunicárselo.
—Alice —me limito a decir, dispuesta finalmente a desterrar este último secreto de entre nosotras—. La página perdida dice que la guardiana y la puerta deben trabajar unidas para negar la entrada a Samael durante el ritual de los caídos —hago una pausa—. Eso significa que necesitamos a Alice.
Por un momento creo que no me han oído. Nadie habla. Nadie se mueve. Al fin, es Luisa quien rompe el silencio.
—¿Alice? Vaya —suelta una carcajada áspera y fría—, pues lo mismo podríamos esperar la ayuda de la reina madre. ¡De hecho, yo diría que habría más posibilidades con ella!
Su desprecio me asusta. Pero ya no puedo parar. Tengo que contárselo todo si vamos a empezar de nuevo, si queremos que haya alguna esperanza de recuperar nuestra amistad.
—Me temo que eso no es todo.
Sonia da un paso adelante.
—¿Qué quieres decir?
Inspiro una profunda bocanada de aire.
—Necesitamos la ayuda de Alice y tiene que ser en la víspera del primero de mayo. La víspera de Beltane.
La mirada de Elena se desvía hacia el fuego.
—Pero eso es… —gira la cabeza para mirarme de frente.
Asiento.
—Dentro de cuatro semanas.
Les doy las buenas noches a Sonia, Luisa y Elena, confiando a Brigid a sus cuidados, mientras me quedo en el salón con tía Virginia y Dimitri. Tenemos mucho de lo que hablar y, aunque deseo recuperar los lazos de mi amistad con Sonia y Luisa, hay cosas que debo hacer en privado.
Le hablamos a tía Virginia sobre Brigid y su padre, sobre la pared de piedra del túmulo donde estaba el ritual y sobre el viaje a Londres y todos sus incidentes. Espero verla sorprendida o, al menos, consternada al enterarse de que las almas hacen uso de mi poder, pero se limita a asentir comprensiva.
—Yo también estoy sufriendo sus manejos. Y creo que las demás también, aunque las chicas son más jóvenes y las huellas son menos evidentes en ellas.
—¿A qué te refieres, tía Virginia? —trato de imaginarme lo que ha podido pasar mientras he estado fuera—. ¿Qué ha ocurrido?
Ella quita importancia a mi tono de preocupación con un ademán.
—Nos persiguen en sueños, nos tientan para viajar al plano astral.
Muevo la cabeza.
—¿A todas?
—Sí, en mayor o menor medida —se queda dudando, como tratando de decidir cómo continuar—. Sonia parece estar soportando la peor parte, pero creo que consigue resistir.
No le comento a mi tía que quien parece estar soportando la peor parte es ella, pues parece haber envejecido diez años en el último mes. Sé que no va a reconocerlo, así que centro mis pensamientos en Sonia.
—¿Cómo puedes estar tan segura, tía Virginia? —en cuanto las palabras salen de mi boca, me arrepiento de mi desconfianza, pero dejar en el aire esa pregunta podría exponernos a todos incluso a un peligro mayor.
Suelta un suspiro más triste que exasperado.
—Las combate con todas sus fuerzas. Te quiere. Aún te considera su mejor amiga. Tan solo desea ayudarte, compensarte por su anterior traición. Creo que estaría dispuesta a morir antes que volver a unirse a la causa de las almas.
—Está bien —asiento.
Me doy cuenta de que tengo que reprimir la necesidad de ir a ver a Sonia en ese mismo momento. De disculparme y suplicar su perdón. De comprobar si puedo hacer algo por ella. Pero tengo que esperar, pues hay una cosa más que debemos discutir esta noche.
—Hemos encontrado una manera —comienzo a decir, mirando brevemente a Dimitri antes de centrar mi atención otra vez en mi tía—, una manera de mantener a raya a las almas y permitirme descansar un poco.
Ella alza las cejas, esperando a que continúe.
—Es… Bueno… —noto que me ruborizo y me reprendo en silencio por comportarme como una colegiala cuando el destino del mundo está pendiente de un hilo—. Dimitri se queda conmigo por la noche. Así se asegura de que no me abandono a la voluntad de las almas mientras duermo.
—Y me gustaría continuar quedándome con ella en Milthorpe Manor hasta que pase todo esto, tanto por su propia seguridad como por la de todas las personas que hay en la casa —añade Dimitri—. Sé que es algo insólito, pero tiene mi palabra de que estaré toda la noche sentado en una silla al lado de Lia. Nada más.
Al principio, tía Virginia no responde. Solo se nos queda mirando fijamente, como si hablásemos en un idioma distinto. Por fin mueve ligeramente la cabeza y nos mira como si estuviésemos locos.
—¿Quedarse aquí? ¿En la habitación de Lia? —endereza la espalda—. Soy consciente de que la profecía ha dado lugar a situaciones insólitas, pero no me es posible autorizar esto, señor Markov. Está en juego la virtud de Lia y, aunque estoy segura de que usted sería fiel a su promesa, sería del todo inapropiado. ¡Nunca recuperaría su buena reputación!
Me quedo quieta un momento antes de arrodillarme ante ella y de coger sus manos entre las mías.
—Tía Virginia, sabes que te quiero como a una madre, ¿verdad?
Ella vacila antes de asentir. Me parece advertir el brillo de las lágrimas en sus ojos.
Trato de hablarle con calma.
—Entonces sabrás que digo esto con el mayor de los respetos, pero yo… —suspiro, sorprendida de lo difícil que me resulta desobedecerla—. Bueno, no te estoy pidiendo permiso. Milthorpe Manor siempre será tu casa. Siempre. Pero yo soy la dueña y, en este caso, me temo que debo insistir. Dimitri ha velado en más de una ocasión por mi seguridad. No podré hacer frente a la batalla que nos espera si no descanso, y no puedo descansar si no hay alguien vigilándome. Tú misma has dicho que todas estáis expuestas a sus ataques. Dadas las circunstancias, me parece lo más prudente que Dimitri se quede en la casa por la seguridad de todas.
El dolor es visible en el rostro de tía Virginia y siento una punzada de remordimiento por haberlo provocado. Pero ya no soy una niña. Me he enfrentado a muchas batallas. He sufrido graves pérdidas. Me he ganado el derecho a hablar por mí misma.
Y no hay otra manera.
Ella se levanta suspirando.
—Muy bien. Tal como dices, tú eres la señora de Milthorpe Manor —no hay resentimiento en su voz, únicamente cansancio y pesar—. Tú decides.
Se marcha de la sala sin decir nada más. Me pregunto por qué no estoy contenta de haber escogido por fin mi propio camino, de tomar mis propias decisiones.
Pero no es placer lo que siento, sino miedo. Miedo a no estar preparada para tomar decisiones, como querría que todo el mundo creyese.
Y miedo a que las que pueda tomar nos lleven a todos al desastre.