—No lo entiendo.
Estoy sentada con Dimitri junto a la luz agonizante del fuego del campamento, con la mente aún abotargada por el sueño.
Gareth y Brigid están tratando de reparar las tiendas, pero aún no estoy tan al tanto de los hechos como para sentirme mal por lo sucedido.
Dimitri me coge de la mano.
—Estabas de pie delante de la tienda con los ojos abiertos. El viento… —no continúa.
Cuando le miro a los ojos, los veo espantados por imágenes que no puedo ver.
—¿El viento? —le apunto con suavidad.
Él sacude la cabeza, recordando.
—Daba vueltas a tu alrededor, soplando y dejando las tiendas hechas jirones, destrozando todo a su paso.
—Pero yo estaba dormida —percibo insistencia en mi voz.
—Sí. Pero parece haber algo más.
Empiezo a comprender adónde quiere ir a parar. Me pongo en pie. Aparto la vista de él para mirar directamente el fuego.
—No fui yo. Yo estaba dormida. Soñando.
Detrás de mí su voz es tierna, aunque firme.
—No creo que fueras tú, Lia.
—Si es como dices… Si yo estaba fuera de la tienda… ¿Cómo fui a parar allí? Tú estabas de guardia. Dijiste que no te marcharías.
Su respuesta es simple.
—No lo hice. Pasaste a mi lado. Al principio me quedé sorprendido. Después te llamé, pensando que quizás tenías algún asunto privado que resolver. Pero no me contestaste. Continuaste caminando hasta llegar al centro del campamento. Entonces levantaste los brazos y el viento empezó a aullar.
Durante un instante me parece contemplarlo todo como un residuo de memoria, como un sueño casi olvidado. Y, al momento, la visión desaparece.
Vuelvo a pensar en los incidentes anteriores. Tratando de recordar la secuencia de los acontecimientos, en mi mente se enciende una lucecita de esperanza. Noto alivio de repente ante la certeza de estar absuelta de culpa.
—Las otras veces, Gareth y tú estabais de guardia y no me visteis salir de la tienda. Y la noche en que tiraron nuestra comida, estabas en mi tienda despertándome de un sueño cuando Gareth gritó.
Dimitri baja la cabeza y deja caer los hombros en un inusual gesto de derrota.
—Estabas soñando, Lia. Creo que es ahí donde debemos concentrarnos. Me contaste que tus pesadillas eran cada vez peores, que a veces ni siquiera tenías claro si estabas soñando o no.
Trago saliva al notar en la garganta un nudo de aprensión.
—Sí, pero tanto si estaba soñando como si no, estaremos de acuerdo en que no estaba en medio del campamento destruyendo nuestras provisiones, al menos no antes de esta noche.
—Pero si estabas en el plano astral —dice con un suspiro—, ¿no es posible que te estuvieran utilizando las almas, canalizando tu agotamiento y tu amargura como una especie de destrucción espiritual?
Todavía no estoy preparada para afrontar lo que requiere contestar a esa pegunta.
—Tú dijiste… —me tiembla la voz cuando mi cuerpo se estremece ante lo que no deseo saber—. Dijiste que las almas no podían obligarme a ir al plano astral contra mi voluntad.
Desearía poder congelar el silencio que sigue, porque sé que no me gustará lo que va a decir Dimitri.
—Y no pueden hacerlo.
Me vuelvo para mirarle y levanto la barbilla desafiante.
—Bueno, pues tienen que haberlo hecho. Yo no quiero viajar por el plano astral —suelto una carcajada ante semejante idea, pero suena crispada y falsa—. Lo evito a toda costa, como tú bien sabes.
Dimitri no se levanta, pero se me queda mirando desde el tronco en el que está sentado.
—Sé que crees que lo evitas, Lia. Pero ya te dije antes que las almas son más poderosas de lo que te imaginas, que encontrarían la manera de utilizarte sin tu consentimiento.
Le miro a él y después las tiendas, torcidas y rotas, en medio de nuestro campamento.
—Yo no tengo los conocimientos necesarios para conjurar ese poder.
—Sí, sí que los tienes. Eres una hechicera, lo mismo que Alice, y aunque no hayas ejercitado por completo el poder prohibido que posees, tienes que haberte dado cuenta de que estaba ahí latente. Solo se necesitaba un buen empujón de un maestro extraordinario. Con la motivación adecuada podías hacerlo todo fácilmente: lo del agua, la comida, las tiendas.
—Estás diciendo que he sido yo —vuelvo a apartar la vista de él—. Todo el tiempo.
No oigo cómo se levanta, aunque al momento noto el calor de sus manos sobre mis hombros cuando se coloca detrás de mí.
—Tú no. Realmente no has sido tú, como tampoco lo fue Sonia cuando íbamos de camino a Altus.
La mención de Sonia, en lugar de calmar mi creciente alarma, solo sirve para hacerme enfadar más.
—¿Me estás comparando con Sonia? ¿Comparas este… este… uso indebido de mi poder con su traición?
Él hace un ruido de desesperación.
—¿Por qué lo pones tan difícil? No puedes cambiar lo sucedido solo con negarlo, Lia. Tienes que enfrentarte a ello si pretendes combatirlo —levanta las manos y se aparta antes de volver de nuevo—. Pretendes que te diga que no saboteaste nuestro campamento, que no fueron tus poderes de hechicera los que saquearon nuestras mochilas, los que intentaron estropear toda nuestra comida y nuestras tiendas. Bueno, pues no pienso mentirte. Y puedes dar rienda suelta a tu furia e indignación cuanto quieras, no te servirá de nada. No conseguirás espantarme. Yo sigo aquí, Lia. Y pienso seguir estándolo siempre, tal como te prometí.
Se marcha ofendido, pero no llega muy lejos antes de que se desmorone mi firmeza. Tras arrojar la manta al suelo, salgo corriendo tras él y lo agarro del brazo hasta que se detiene y se vuelve a mirarme.
Quisiera decir muchas cosas, demasiadas, pero estoy muy débil como para decirlas en voz alta después de todo lo que ha pasado. Por eso, menciono únicamente lo que tengo que confirmar, pues todo lo demás que ha dicho Dimitri tiene sentido.
—Decías que necesitaría un motivo adecuado para que las almas pudieran utilizarme —alzo las palmas de las manos al cielo—. ¿Qué motivo podría ser ese?
Dimitri se encoge de hombros, su respuesta es sencilla.
—¿Agotamiento? ¿Resignación? No es ningún secreto, Lia. Todos lo vemos en tus ojos, nadie te culpa de ello. Cualquiera estaría cansado de luchar después de todo lo que has pasado, de todo lo que has perdido y te has visto obligada a soportar.
Le miro a los ojos, deseando que crea lo que voy a decirle.
—¡Pero si no he dejado de luchar! ¡No lo he hecho! ¿No me ves día tras día camino de Londres, dirigiéndome quizás hacia el final de mi vida? —noto el tono desesperado de mi voz y me odio a mí misma por ello.
Me atrae hacia sí.
—Nadie duda de que luchas cuanto puedes. Pero mientras duermes, en esos momentos en los que puedes olvidarte de todo, ¿no es posible que una pequeña parte de ti busque escaparse, que esté deseando terminar con la lucha del modo que sea?
En sus palabras hay una verdad que ni siquiera me he atrevido a considerar.
—No lo sé —me tiembla la voz y hago lo posible por calmarme antes de volver a mirarle a los ojos—. Pero ¿qué más puedo hacer para protegerme a mí misma y a todos los demás de los manejos de las almas? No puedo estar despierta a todas horas. No por mucho tiempo. Nos quedan al menos cuatro días hasta que lleguemos a Londres, y eso cabalgando sin parar y a toda prisa. Una vez allí, tendremos que prepararlo todo para el viaje a Avebury. ¿Qué voy a hacer durante todo ese tiempo?
Me coge de la mano.
—Tendrás que ponerte en mis manos.
Empiezo a protestar, pero no me deja terminar
—Todos tenemos que confiar en alguien, Lia. Incluso tú —me sorprende notar cómo se me saltan las lágrimas mientras prosigue—. Confía en mí. Estaré contigo mientras duermes y te despertaré si pasa cualquier cosa —suspira—. No es que sea infalible. No puedo protegerte en el plano astral si no estoy allí. Pero puedo esperar, vigilarlo todo en este mundo y despertarte si me parece que debo hacerlo.
No replico que es un plan absurdo, sino que me trago mi miedo a confiar en él, a confiar en cualquiera. Me lo trago y busco la protección de sus brazos.
Porque tiene razón. Es lo único que tenemos.
Cruzamos bosques y campos ingleses al día siguiente, y al otro y al otro. Ya ni me fijo en los campos, los árboles, las granjas. Todo es una imagen borrosa que se debilita, igual que mi fuerza física, socavada por la falta de sueño y las noches plagadas de pesadillas.
Cuando me disculpo con Brigid, me contesta con un cálido abrazo. Su generosidad me avergüenza en secreto, pues yo no fui capaz de perdonar tan rápido a Sonia. De pronto desearía poder volver a Altus, a aquel momento en el que estábamos Luisa, Sonia y yo junto al acantilado contemplando el mar. Quisiera volver a vivirlo todo. Si pudiera, me gustaría abrazar a Sonia como Brigid lo ha hecho conmigo.
Gareth se pasa las noches montando guardia en el campamento mientras Dimitri vigila mis sueños. Me siento mal por haber tenido que llegar a esta solución, pero la sonrisa de Gareth es tan alegre como siempre, a pesar de que solo puede permitirse dormir un poco cuando paramos a hacer algún descanso durante el día. Él y Dimitri me tratan igual que siempre, aunque con más ternura que antes. Busco en sus ojos el enfado o el resentimiento que pienso que deberían estar ahí. Al fin y al cabo, mis actos han sido la causa de que durmamos en tiendas que se calan con la lluvia. Mis actos nos han obligado a limpiar la suciedad del pan.
Sin embargo, no hay más que afecto y preocupación en sus miradas. Su generosidad pone más de relieve mi propia debilidad y me paso el poco tiempo en que conservo la racionalidad haciéndome reproches y observando mis muchos defectos.
Con el pasar de los días, una reconfortante sensación de apatía me envuelve en sus brazos. Por primera vez desde que descubriese la marca de mi muñeca hay horas y a veces días en los que ya no me quedan ni fuerzas para preocuparme por la profecía ni por mi lugar en ella. Hay momentos en los que pienso que me haría igual de feliz presenciar su fin con Samael al frente de nuestro mundo sumido en la oscuridad o asistir a su definitiva desaparición.
Ya no parece tan importante cómo termine, sino que lo haga.
Creo que trato de esconder mi creciente sensación de complacencia tras conversaciones superficiales y sonrisas falsas, pero no estoy segura. Ya no me fío de mi percepción de las cosas. Es muy posible que Brigid, Dimitri y Gareth ya se hayan percatado de mi aterradora falta de compromiso para terminar con la profecía. Hasta eso me trae sin cuidado. Estoy resignada a mi destino, sea cual sea.
Durante la octava noche de nuestro viaje, ya estoy acostumbrada a seguir despierta cuando Brigid se va a acostar y Gareth se marcha a su puesto de guardia en el otro extremo del campamento. No lograré aplazar el sueño para siempre, pero cada hora que paso al calor de la hoguera con una manta echada sobre los hombros es una menos que pasaré con las almas dándome caza en mis sueños. Me quedo mirando las llamas, mi mente está espeluznantemente vacía.
—Ten. Toma un poco de esto —Dimitri se aproxima por la periferia de mi visión para ofrecerme una humeante taza de té. Se sienta a mi lado en el suelo—. Te ayudará a dormir.
Cojo la taza, pero no bebo.
—No quiero dormir.
Dimitri suspira. Es un suspiro intenso, un suspiro de cansancio. Durante un instante lamento causarle preocupaciones.
—Lia, tienes que hacerlo. Aún queda mucho por hacer y tienes que estar fuerte para lo que nos espera.
Le miro con dureza.
—Me siento fuerte.
Estira un brazo y me coge una mano. Al hablar, lo hace con voz dulce y llena de tristeza.
—Solo trato de cuidar de ti cuando a ti te resulta difícil hacerlo sola.
De pronto, la tristeza me bloquea la garganta y aprieto la mano de Dimitri.
—Lo siento. Es que…
Noto cómo me mira mientras contemplo el fuego.
—¿Qué ocurre?
Me vuelvo para mirarle, deseando perderme en la profundidad de sus negros ojos.
—Me da miedo dormirme. Mis sueños son… bueno, son aterradores, Dimitri.
—Cuéntamelo. Háblame de tus sueños, así podré compartir contigo esa carga.
Me quedo pensándolo, preguntándome hasta dónde debo contarle, pero decido de inmediato que voy a decírselo todo.
—Me persiguen —susurro, y me pregunto si lo he dicho en voz alta.
—¿Quién te persigue?
Me quedo mirando fijamente la taza como si el turbio líquido que contiene me hiciese más fácil hablar de los demonios que me persiguen en mis sueños.
—Las almas. Los perros. Samael. Todos.
Los dedos de Dimitri envuelven los míos y retiro la mano de la taza. Tras quitármela, la deposita a mis pies, en el suelo, y me atrae a sus brazos, acomodando mi cabeza bajo su barbilla.
—¿Son sueños o las almas te llevan al plano astral mientras duermes?
Me acurruco más sobre su pecho, encontrando consuelo en su aroma. Huele a leña, a humo y a aire fresco de primavera.
—A mí no me parece estar viajando. Pero parecen algo más que simples sueños.
—¿Qué quieres decir? —su voz resuena con estruendo dentro de su pecho.
—Es difícil de explicar. No tengo la sensación de estar en el plano astral, y cada vez que sueño con las almas, están más cerca. No sé cómo, pero estoy convencida de que cada día que pase se acercarán más y sé que si permito que me atrapen, sea o no en un sueño, nunca volveré a despertar, me quedaré para siempre en el Vacío.
Durante un instante no dice nada. Me pregunto si no me habré vuelto loca después de todo. Si no estará pensando en mi locura y en cómo responder a ella. Pero entonces respira hondo y comienza a hablar con voz dulce.
—No pueden llevarte al Vacío a no ser que capturen tu alma en el plano astral y acabas de decir que piensas que no viajas por él.
—Sí.
—Entonces…, si no crees estar viajando, ¿por qué temes que te capturen y te condenen al Vacío?
Percibo temor en su voz. Eso me hace dudar si debo contárselo, pues si ya no confía en mí, ¿para qué voy a hacerlo? ¿Y si duda de mi compromiso para cerrar la puerta? Pienso en James, en mi falta de voluntad para compartirlo todo con él y en las consecuencias que tuvo guardarme mis secretos. ¿Deseo que ocurra lo mismo con Dimitri? ¿Deseo abrir entre nosotros tal brecha que ya no pueda ni ser yo misma en su presencia?
Me aparto de él para poder mirarle.
—A veces siento como si estuvieran metidas en mi cabeza. Como si las cosas no fueran lo que parecen y estuviesen manipulándome en favor de su propia causa. Como si todas las cosas que creo auténticas no fuesen sino un producto de mi imaginación, de modo que nunca podré saber si mi realidad es la auténtica. Eso me hace pensar en mi padre y en cómo fue a parar al plano astral. Ahora comprendo por qué sería vulnerable a las almas enmascaradas con la forma de mi madre —me obligo a proseguir. Si he de ser sincera con Dimitri, con nuestro amor, tengo que contarlo todo—. Puede que no viaje mientras duermo, pero no confío lo bastante en mí misma como para estar segura.
Me abraza aún más fuerte. En ese momento tengo la sensación de que nada podrá separarnos, ni en este mundo ni en cualquier otro.
—No importa —me besa en lo alto de la cabeza—. Yo confío en ti, Lia.
Y su fogoso abrazo me demuestra que es verdad lo que dice.