—¿Qué sucederá cuando lleguemos a Londres?
Es nuestra tercera noche en suelo inglés. Brigid y yo estamos sentadas junto al fuego mientras Dimitri y Gareth preparan a los caballos para pasar la noche. No me apetece hablar, he resultado ser una aburrida compañía de viaje, pero me he acostumbrado a la callada presencia de Brigid. Me recuerda a Sonia en los días previos a nuestra llegada a Londres, aunque la calma de Brigid parece provenir más de una serenidad propia de ella que de la timidez o el temor.
—Te presentaré a las otras llaves. Luisa y Sonia eran… son dos de mis mejores amigas. Elena llegó poco antes de que yo me marchara a Loughcrew, así que me temo que no puedo contarte gran cosa de ella, aparte de que está tan ansiosa como nosotras por librarse de la profecía. Además, conocerás a tía Virginia y a Edmund —me vuelvo hacia ella para sonreírle. El gesto le resulta extraño a mi rostro—. Son maravillosos y encantadores. Estoy segura de que te gustarán.
Ella asiente.
—¿Y luego?
Respiro hondo.
—Luego tengo que hablar con mi hermana Alice, para ver si se une a nosotras en Avebury la víspera de Beltane.
Brigid descansa la cabeza sobre las rodillas, sus ojos avellana brillan a la luz del fuego.
—¿Crees que la podrás convencer?
Aparto la vista de ella y miro hacia las llamas de la hoguera.
—Alice es… Bueno, ya te conté que trabaja a favor de Samael y de las almas. Siempre ha estado de su lado, si he de serte sincera. A efectos prácticos, somos enemigas.
El gesto de Brigid se ensombrece por la confusión.
—Entonces, ¿cómo vas a conseguir que nos ayude a cerrar la puerta?
—No lo sé aún, pero en cierta ocasión me salvó la vida —mi voz se convierte en un murmullo cuando lo recuerdo. Veo la lluvia, la corriente enfurecida del río discurriendo detrás de Birchwood Manor, a Alice arrojando a Henry a sus veloces aguas. La veo tendiéndome una rama, inclinándose sobre la orilla del río y poniendo su propia vida en peligro para ponerme a salvo a mí.
Me vuelvo hacia Brigid.
—La mayor parte del tiempo me parece una extraña, pero entonces, de repente, creo ver en ella un resquicio de humanidad. Supongo que espero hablar con ella en uno de esos momentos, aunque admito que es poco probable.
No le cuento que Alice y yo ya hemos discutido nuestros papeles opuestos, que ella me ha rechazado en repetidas ocasiones. Suplicarle a Alice es mi única esperanza y decirle a una de las llaves que casi doy por perdida esa esperanza no ayudaría en nada al objetivo que compartimos.
—¿Y qué vamos a hacer si no está de nuestra parte? —no puedo evitar admirar la calma de Brigid. Aunque para ella el funcionamiento de la profecía es nuevo, sabe lo que está en juego. Sin embargo, no hay rastro de pánico en sus palabras.
A una parte de mí le gustaría tener en cuenta su inocencia, pero el tiempo de las vanas promesas ya ha pasado. Al parecer, la verdad es todo cuanto nos queda, así que me vuelvo hacia ella para mirarla.
—No lo sé.
Esta vez no me encuentro en el bosque, sino en medio del helado y yermo paisaje del Vacío.
Estoy soñando, aunque ser consciente de ello no alivia mi terror. No me atrevo a mirar atrás mientras espoleo a mi caballo hacia delante, pero sé que los perros están cerca por sus alarmantes aullidos.
Y no están solos.
Detrás de ellos, las almas se me vienen encima como un rayo, los cascos de sus caballos emiten un horrendo crujido en la gruesa capa de hielo que hay a nuestros pies. Me obligo a mantener la vista al frente, a concentrarme en escapar. Si me atreviese a mirar abajo, vería bajo el hielo a quienes, medio vivos aún, están atrapados por Samael y sus almas.
El sueño es uno de esos que no tienen fin. No hay ningún refugio más adelante. Ningún lugar en el que pueda esconderme. El hielo se extiende en todas las direcciones, tan solo interrumpida su gris monotonía por el cielo azul. A pesar de saber que no es por azar, no paro de pensar en lo irónico que resulta que el cielo azul del Vacío esté siempre despejado. Qué crueldad obligar a los atrapados bajo el hielo a contemplar día tras día ese hermoso cielo, el dorado sol de los otros mundos, sabiendo que nunca más van a sentir su calor.
La inutilidad de mis esfuerzos por escapar debilita mi firmeza, el ritmo de mis pasos se aminora, aunque desee que el caballo siga adelante. Pero no sirve de nada. Los perros están más cerca, sus aullidos son cada vez más claros y siniestros. Las almas van justo detrás de ellos, sus caballos ganan terreno por momentos.
Y yo estoy cansada. Estoy cansada de ir en contra de la voluntad de las almas. Cansada de ir contra el destino. Cansada de ir contra mi hermana. Tal vez Alice tenga razón después de todo. Tal vez sea más prudente rescatar lo que pueda de mi vida y de las vidas de aquellos a quienes amo.
Pero entonces me acuerdo de Henry. Recuerdo su muerte a manos de Alice y sé que las almas comparten con ella la responsabilidad en su desaparición. ¿Acaso no fueron ellas quienes susurraban y convencían con zalamerías a Alice para que siguiese sus órdenes? ¿No fueron ellas las que trabajaron para que se pusiera de su parte siendo todavía un bebé en la cuna?
Pensar en ello despierta mi ira y me inclino aún más sobre el caballo.
Se trate de un sueño o no, una cosa es cierta: no puedo permitir que las almas me atrapen. Ni siquiera en mis sueños. Ni en el mundo físico ni en los otros mundos.
Si lo hacen, sé que me enviarán al Vacío para siempre.
Dimitri se queda conmigo en las horas que siguen a mi pesadilla. Me preocupa que deje su puesto de guardia fuera de la tienda, pero me asegura que Gareth puede hacerse cargo de esa tarea en una noche tan tranquila. Mientras la luz de la mañana se filtra gradualmente por la lona de mi tienda, Dimitri cae rendido por el sueño. Me da pena despertarle, así que me quedo contemplando cómo sube y baja su pecho y pienso en dejarle dormir un rato más.
Pero él no se permite esos lujos. Unos instantes después, ambos damos un respingo al oír un grito fuera de las paredes de la tienda. Dimitri se pone en pie de un salto, como si llevase mucho rato despierto. Sin pensárselo, sale corriendo con la ropa retorcida, mientras yo me calzo las botas de cualquier modo. No me molesto en abrochármelas antes de seguir a Dimitri para salir al encuentro del sol de la mañana.
Me cuesta un poco adaptar la vista a la claridad, así que me pongo la mano como visera para proteger mis ojos.
—¿Qué pasa? ¿Cuál es el problema? —Dimitri y Gareth están parados junto a los caballos y las mochilas cuando les grito desde el otro lado del campamento. Pero solo cuando recorro el lugar con la vista, buscando el origen de su inquietud, me fijo en los objetos de extrañas formas y colores esparcidos por el suelo.
Al encaminarme hacia Dimitri y Gareth, paso ante los objetos tirados y me doy cuenta de que son nuestras pertenencias.
Gareth se da la vuelta para mirarme. La confusión de su gesto me preocupa incluso antes de que puedan hacerlo sus palabras.
—Es nuestra agua. Alguien ha derramado nuestra agua.
Miro a nuestro alrededor, no muy segura de lo que quiere decir.
—¿Nuestra agua? ¿A qué te refieres?
Dimitri coge uno de los pellejos para transportar el agua y le da la vuelta. Ni una gota cae del pitorro.
—Alguien ha entrado esta noche en el campamento y ha vaciado todas nuestras cantimploras y pellejos de agua.
—Pero ¿para qué iban a hacer eso? —la voz de Brigid se oye a mi lado. Aún lleva el pelo suelto, sus mechas cobrizas reflejan los pequeños rayos del sol que se filtran desde lo alto del cielo gris—. ¿Y por qué?
Dimitri se restriega la cara con una mano para manifestar su cansancio y frustración.
—No lo sé, pero eso no es lo que más me preocupa.
Gareth está en el suelo, revolviendo entre las mochilas, mientras yo intento captar el alcance de lo que acaba de decir Dimitri.
—¿Qué es lo que más te preocupa?
—Fuera quien fuese, entró en el campamento estando Gareth y yo de guardia. Es cierto que he pasado la última parte de la noche contigo, pero antes de eso estuvimos haciendo turnos para poder dormir y atender asuntos personales. Gareth dice que después de que yo le dejase, él no ha cesado de vigilar el campamento ni un segundo.
—¿Alguien ha entrado a robar? ¿Anduvieron por ahí a hurtadillas mientras usted estaba de guardia? —siento admiración por Brigid mientras pregunta, pues tan solo hay curiosidad en su tono y un deseo evidente de entender la situación.
Gareth se incorpora.
—Los caballos y las mochilas estaban debajo de los árboles, dentro del perímetro del campamento. No eran nuestras provisiones lo que nos preocupaba, sino la seguridad de ustedes. Supongo que es posible que una persona sigilosa lo hiciera —hace una pausa y echa un vistazo alrededor—. Pero me temo que eso no es lo más alarmante de la situación.
—¿Qué puede ser más alarmante que el hecho de que alguien viole la privacidad de nuestro campamento y se deshaga de nuestra agua mientras nosotros estamos apenas a unos pies de distancia? —pregunta Brigid.
Incluso antes de que Dimitri conteste, me asalta el desagradable presentimiento de que sé lo que va a decir.
—Alguien que viola la privacidad de nuestro campamento sin dejar el menor rastro… —me mira antes de volverse hacia Brigid—. Gareth y yo no hemos encontrado ni una sola huella de pies o de cascos de caballos. Fuera quien fuese o lo que fuese, vino y se fue como si se tratara de un fantasma.
Coger agua no es difícil, pero sí fastidioso. Aunque en Inglaterra sería casi imposible morirse de sed, rellenar las cantimploras lleva su tiempo, y todos somos conscientes del paso de las horas y de las muchas cosas que quedan por hacer antes de que podamos ejecutar el ritual en Avebury. El misterio de lo sucedido con nuestra agua —y más en concreto la autoría del hecho— añade una capa más de tensión a nuestro pequeño grupo. Todos estamos callados, perdidos en nuestros propios pensamientos, mientras nos agachamos junto al río que hay cerca del campamento, antes de continuar el viaje.
—¿Quién crees que ha podido ser? —me pregunta Brigid.
Tras haber cogido agua, estamos ahora recogiendo la ropa y los efectos personales esparcidos por el campamento, mientras Dimitri y Gareth desmontan las tiendas.
Muevo la cabeza.
—Yo diría que alguien que trabaja para las almas o tal vez la guardia, solo que…
Ella se vuelve a mirarme a los ojos.
—No han dejado ningún rastro.
Asiento.
—Las almas tienen prohibido hacer uso de la magia en el mundo físico. Lo único que se les permite es cambiar de forma, pero he estado pensando en ello, y ningún animal que pudiera haber pasado por el campamento sin ser advertido habría sido capaz de vaciar las cantimploras.
Brigid dobla una de las camisas de Gareth y la mete en su mochila.
—¿Podría haberse movido el intruso dentro de los límites del campamento más de una vez?
Asiento con la cabeza.
—Sé a lo que te refieres. Si una de las almas fue capaz de entrar en el campamento, por ejemplo, en forma de halcón, podría no haber dejado huellas. Y si luego hubiera vuelto a transformarse en hombre, podría haber vaciado nuestros recipientes de agua. Sin embargo… aunque los caballos y las mochilas estuviesen resguardados bajo los árboles, me parece que a Dimitri y a Gareth no se les habría pasado por alto ver a un hombre por ahí, aunque solo fuese un momento —dudo si exteriorizar otra idea que tengo, pero Brigid se da cuenta de ello.
—Hay algo más, ¿no es así?
Me echo hacia atrás, cierro mi mochila y miro a Brigid mientras hablo. Ahora estamos juntas en esto.
—No soy capaz de adivinar por qué lo hicieron. ¿Por qué iba a arriesgarse nadie para tirarnos el agua? Es bastante fácil reemplazarla. No sería lo mismo si estuviésemos en el desierto. Parece una forma poco práctica de retrasar nuestro regreso a Londres. Es más bien… infantil. Inútil. ¿No te parece?
Brigid se queda mirando el suelo, reflexionando sobre lo que acabo de decir. Nuestro silencio confirma lo que pensaba: Brigid está tan confundida como yo.
No tenemos más tiempo para discutir el asunto, pues unos instantes después Dimitri nos indica que las tiendas están recogidas y los caballos preparados. Brigid y yo nos ponemos en pie sin decir nada más y, aunque ella se pasa el resto del día callada, yo sé que no ha olvidado nuestra conversación.
Y no es la única. Yo no paro de darle vueltas a lo sucedido una y otra vez. Aunque no comprendo qué sentido tiene, no puedo evitar pensar que, dentro del juego de la profecía, alguien ha realizado una jugada esencial.
Y muy dentro de mí sé que no es más que el comienzo.