Apenas duermo, angustiada por sueños extraños y contradictorios. Me veo en medio del círculo de fuego con la marca quemándome la muñeca y al momento siguiente me encuentro en brazos de Dimitri con mi piel desnuda y caliente pegada a la suya. A la mañana siguiente, cuando salgo de mi habitación, me alegro de que no haya un espejo. Estoy segura de que no me gustaría nada ver mi reflejo.

Oigo murmullo de voces abajo y voy a su encuentro recorriendo la sencilla escalera hasta la entrada de la casa, tranquila por el peso del puñal de mi madre en la bolsa que llevo colgada de la muñeca. Puede que la paranoia me haya obligado a llevarlo, pero prefiero tenerlo y no necesitarlo a que ocurra lo contrario.

Me dirijo al fondo de la casa y al salón que recuerdo de nuestra llegada. Allí me sorprendo de ver solo a Dimitri con la cabeza inclinada sobre un libro. La silla en la que está sentado parece diminuta comparada con su recia constitución y noto una punzada de deseo cuando recuerdo que estuve envuelta en esos fuertes brazos tan solo unas horas antes.

—Buenos días —digo en voz baja, tratando de no sobresaltarle.

Él levanta la vista con los ojos alerta.

—Buenos días, mi amor. ¿Has dormido bien?

Esa expresión cariñosa es nueva y una oleada de placer recorre mi cuerpo al darme cuenta, de pronto, de que yo soy su amor. Y él es el mío.

Cruzo la habitación para cobijarme en sus brazos mientras se pone en pie.

—No. Últimamente me temo que el sueño y yo no hacemos buenas migas.

Me levanta la barbilla y analiza mi rostro con tanto cuidado como si se tratase del libro que estaba leyendo.

—Pues sí —asiente—. Debería haber mirado antes de preguntar. Está bien claro que no has tenido una noche relajada.

Le doy un empujoncito.

—¡Vaya, muchas gracias! ¿Se supone que debo sentirme halagada por esa observación?

Me besa en la punta de la nariz.

—No te lo tomes como un insulto. Para mí estás encantadora a cualquier hora del día o de la noche, estés como estés. Pero me preocupas, eso es todo. Te veo demacrada, cansada y aún nos queda mucho trabajo por delante.

Sonrío, conmovida por su interés.

—No me pasa nada que un poco de aire fresco y una buena comida no puedan curar —me separo de él y miro hacia el pasillo—. ¿Dónde están todos?

—El señor O’Leary y su hija andan ocupados con las tareas de la casa —Dimitri se queda dudando y se rasca la barba crecida de la barbilla—. Me temo que Gareth se ha marchado.

—¿Que se ha marchado? —muevo la cabeza—. ¿Qué quieres decir?

Dimitri se inclina hacia la mesa de té para coger un trozo de papel doblado.

—Me dijo que no le gustaban las despedidas. Salió esta mañana temprano y dejó esto para ti.

Me entrega la nota y yo me vuelvo hacia el fuego, desdoblo el grueso papel y acomodo mi vista a la inclinada escritura:

Querida señora:

Siento marcharme sin despedirme, pero nunca me han gustado las despedidas, y ahora menos que nunca. Me gustaría que pudiese confiarme su misión, pues es obvio que es una pesada carga para usted, y quiero que sepa que si en el futuro necesita en algún momento ayuda o simplemente un amigo de fiar, estoy a su servicio y cuenta con mi lealtad.

Escoja el camino que escoja, para mí siempre será la legítima señora de Altus.

Su fiel servidor,

GARETH

Doblo el papel despacio. Siento la pérdida de Gareth como una desagradable sorpresa, a pesar de que ya sabía que iba a marcharse hoy.

Supongo que deseaba despedirme de él.

—Estoy seguro de que tan solo pretendía ahorrarte disgustos —oigo la voz de Dimitri a mi espalda—. Está claro que te tiene en gran estima.

—Y yo a él —lo digo en voz baja, mirando el fuego. Inspiro hondo antes de volverme para mirar a Dimitri—. Entonces, ¿vamos a desayunar al comedor o empezamos nuestra jornada? Seguro que tenemos muchas cosas que hacer.

—No estaría mal empezar por el desayuno —sonríe, cogiéndome de la mano—. Pero no en el comedor. Ven. Tengo una sorpresa.

Los campos se extienden esplendorosos ante nosotros mientras galopamos por la campiña. Las colinas aparecen aquí y allá en todas las direcciones. El cielo está excepcionalmente azul y, al levantar la vista para mirarlo, maravillándome por su claridad, siento como si la tierra se ladease hasta que pienso que voy a ahogarme en ese océano.

Los túmulos salpican las extrañas colinas y los afloramientos de rocas en las verdes llanuras y nos contemplan desde lejos. Conducimos los caballos hacia ellos. A medida que avanzamos, percibo la misma extraña familiaridad que sentía en Chartres. Cuando nos detenemos al pie de la cueva más grande, tengo los nervios a flor de piel. Me siento vinculada a este desnudo paisaje y a sus cuevas subterráneas, aunque esa sensación me llena de una inexplicable melancolía.

Tras desmontar, examino las rocas y los campos circundantes. Después me vuelvo hacia Dimitri con una sonrisa.

—Aunque es una sorpresa estupenda, no me parece que puedas atribuirte el mérito de los túmulos. Después de todo, llevan aquí cientos de años.

Él saca un hatillo de su alforja y se dirige a un lugar donde da el sol, muy cerca de la inclinada ladera de césped de la colina que alberga uno de los túmulos.

—Te has vuelto muy chistosa, Lia. Eso me gusta. Pero los túmulos no son la sorpresa, tonta.

Extiendo un brazo para abarcar con un movimiento todo el paisaje que nos rodea.

—Bueno, será difícil superar esto, aunque estoy dispuesta a concederte el beneficio de la duda.

Dimitri sacude el hatillo de tela y veo que se trata de una manta de lana con un entramado de cuadros escoceses de color beis y verde.

—Ahora me da miedo decirte de qué se trata, porque tienes razón, no será nada en comparación con una mañana tan preciosa en un sitio tan encantador.

Me acerco a él y me pongo de puntillas para besarle en los labios.

—Bobadas. Me has traído hasta aquí. ¡Y sin desayunar! Exijo mi sorpresa.

Él suspira fingiendo cansancio.

—Muy bien. Haré lo que pueda para no decepcionarte.

Introduciendo una mano dentro de una bolsa de piel de borrego, empieza a sacar paquetes envueltos en tela. Momentos después me pongo junto a él encima de la manta mientras desempaqueta huevos cocidos, pan recién hecho, queso, manzanas y un pequeño tarro de barro con miel.

Inspecciona la colocación de los alimentos y mueve el tarro de miel un poco hacia la izquierda y los huevos un poco hacia la derecha antes de hablar.

—Ahora a comer.

Me dejo caer a su lado encima de la manta y tomo su rostro entre mis manos. Antes de hablar, le rozo los labios con los míos.

—Es maravilloso, Dimitri. De verdad —le miro a los ojos—. Gracias.

Me devuelve la mirada antes de volver a sentarse en la posición anterior y de coger el pan.

—No me apetecía repetir la desastrosa cena de anoche, especialmente en nuestra primera mañana en los túmulos.

Suspiro, cojo el trozo de pan que me ofrece y alcanzo el tarro de miel.

—Una sabia decisión, ya lo creo —tras dejar gotear la miel sobre el pan, vuelvo a tapar el tarro y doy un mordisco. No se parece a ningún pan que haya probado antes, está seco, crujiente y mantecoso—. Bien, ¿por dónde empezamos?

—Creo que deberíamos pasar el día estudiando el terreno. Es difícil hacerse una idea del sitio solo con un mapa.

Asiento mientras cojo el queso.

—Sí, y nos sería muy útil descubrir el significado de las cuevas. Si la piedra está aquí, seguramente estará oculta en algún lugar importante, ¿no? Como la última página en Chartres.

—Eso había pensado yo, pero no he encontrado nada concreto en lo poco que he podido investigar antes de que nos marcháramos. Hasta le pregunté a Victor, pero me mandó una nota diciendo que este sitio, como tantos otros en Inglaterra y en Irlanda, ha ido deteriorándose con el tiempo —le da un mordisco a una manzana—. Por lo visto, últimamente nadie ha realizado un estudio significativo sobre este lugar.

Suspiro, tratando de dominar la frustración que está a punto de renacer en mi interior. Es demasiado pronto para eso.

—Bueno, entonces supongo que, si no es fácil conseguir la respuesta, deberíamos empezar ya.

Dimitri asiente y se pone en pie de inmediato.

—Tienes razón.

Envolvemos lo que ha sobrado y lo ponemos en las alforjas de Dimitri antes de montar en los caballos. El lugar es grande y nos va a llevar toda la mañana y parte de la tarde cubrirlo todo. No entramos en ninguno de los túmulos. Aún no. El día de hoy solo ha de servir para orientarnos y lo pasamos recorriendo los campos a caballo. De vez en cuando nos detenemos y le recito a Dimitri la estructura básica de las colinas y cuevas para que pueda tomar nota de ello para más tarde. No estamos seguros de si es importante su apariencia exterior, pero cualquier cosa que distinga una cueva de las demás podría resultar útil.

Cuando regresamos a la casa, la luz se va volviendo gris azulada con la puesta del sol. Aunque hoy no hemos hecho ningún descubrimiento, ya hemos dado el primero y más importante paso para la localización de la piedra.

Está ahí, en algún sitio. Puedo sentirlo.