Los muelles no son como me los imaginaba, pero estoy demasiado cansada para que eso me preocupe. Nueve días a lomos de un caballo junto con ocho frías noches plagadas de sueños me han dejado al borde de la extenuación. En el momento de entregarles los caballos a los hombres contratados para el viaje, estoy ansiosa por cambiar de escenario e impaciente por subir a bordo del barco que nos llevará a Irlanda. Beso a Sargento en el hocico, le doy unas palmaditas en el costado por última vez y me cojo de la mano de Dimitri.

—Se supone que debíamos encontrar a nuestro guía cerca del muelle —me dice, haciéndome dar un rodeo a los desperdicios, peces muertos y golfillos que pueblan las calles cercanas al agua.

El hedor es sofocante, aunque me esfuerzo para parecer que no me inmuto. No todo el mundo vive con el lujo de Milthorpe Manor. No obstante, los rudos hombres me lanzan miradas hambrientas y no puedo evitar preocuparme por nuestra seguridad. Agarro la correa de mi bolsa con más firmeza y hallo consuelo al tener cerca mi arco y mi puñal.

Levanto la vista hacia Dimitri mientras caminamos.

—¿Cómo sabremos que es nuestro guía? —bajo aún más la voz—. ¿Cómo estaremos seguros de que no es una de las almas? Resultaría fácil esconderse bajo la apariencia de cualquiera de esos hombres.

—Confía en mí —contesta Dimitri con sonrisa ladina.

Suspiro cuando un crío de no más de seis años se acerca con la mano extendida.

—¿Me da algo, señorita?

Tiene las mejillas hundidas y las ropas le cuelgan hechas jirones, aunque le brillan los ojos. Tras meter la mano en el bolsillo, le entrego un trozo de carne seca que sobró del almuerzo. Me imagino que su mano estará mugrienta, pero la tiene suave y seca.

—¡Gracias, señorita!

Contemplo cómo se aleja correteando y pienso en Henry. A cambio de ser un privilegiado en muchas cosas, el destino le jugó una mala pasada convirtiéndolo en mi hermano. No me sorprende notar que cada vez me pesa más el corazón. La muerte de Henry es una pérdida irreparable.

—Le echas de menos —la voz de Dimitri me saca de mis pensamientos.

—¿Cómo lo has sabido? —le pregunto mirándole a los ojos.

Él me aprieta la mano y baja la voz.

—Simplemente lo sé.

Aparto la vista de la ternura que reflejan sus ojos y aprovecho para examinar el embarcadero en el que estamos parados ahora. Está viejo y desgastado, la madera descolorida y astillada por más de una tormenta. Lo recorremos encaminándonos hacia el lugar donde desemboca directamente en el agua.

—¿Estás seguro de que…?

Dimitri suspira.

—Reconoceremos a nuestro guía, Lia. Te lo prometo.

Reprimo mi fastidio, aunque no estoy segura de si se debe a su interrupción o al hecho de haberse anticipado a mi pregunta.

Nos detenemos en un atracadero y me asomo al agua. Hay un pequeño velero amarrado, su dueño está inclinado sobre la borda, profundamente concentrado. Se incorpora cuando nos oye a su espalda y de pronto lo entiendo.

—¡Gareth! —una sonrisa se abre paso en mi rostro. Me resulta extraño, pues no ha habido muchos motivos para sonreír durante el largo viaje de Londres hasta la costa—. ¿Qué haces aquí?

Sus cabellos refulgen como el oro, incluso con una luz tan apagada, y sigue tan bronceado como en nuestro viaje a Chartres. De nuevo me pregunto cómo puede estar tan moreno mientras el sol trata de abrirse paso entre las nubes, que parecen haber establecido su residencia encima de Inglaterra.

Su sonrisa eclipsa de lejos la mía.

—El hermano Markov mandó recado de que hacía falta un guía de confianza para escoltar por mar a una hermana importante. Ninguna hermana es más importante que usted, mi señora, y ningún hermano más fiable que yo —suelto una carcajada cuando remata su afirmación con un guiño.

Dimitri se cruza de brazos.

—Ejem…

Gareth extiende una mano.

—Exceptuando lo presente, por supuesto.

El semblante de Dimitri se vuelve serio. Me pregunto si no habrá vuelto a encenderse la chispa de rivalidad de nuestro viaje a Chartres. Pero un segundo más tarde se ríe y alarga una mano para estrechar la de Gareth.

—Me alegro de verte, hermano. Gracias por venir.

—No me lo querría perder —tras dar una palmada, Gareth estabiliza el barco amarrándolo al embarcadero—. Suban ahora. El viaje por mar es largo. Aprovechemos la luz del día.

Me quedo mirando su mano extendida sin moverme. Con una sola jarcia y unos cuantos tablones para sentarse, el barco no es muy grande y el agua que hay debajo está turbia y oscura. El agua siempre me hace pensar y aún está muy reciente el recuerdo de nuestra travesía a Altus. Me resulta imposible pensar en ella sin recordar el ardid del kelpie durante aquel viaje y mi inmersión en el agua después de sacar una mano para tocar su piel reluciente.

Gareth suaviza su expresión.

—Vamos, mi señora. Es usted demasiado valiente para dejarse intimidar por las almas y sus monstruos. Además, la señora de Altus siempre debe superar sus miedos.

Me agarro a su mano y entro con cuidado en el barco.

—Aún no he aceptado el cargo —refunfuño.

—Sí, sí —replica Gareth, guiándome a un asiento dentro del barco—. Creo que ya lo había mencionado.

Dimitri se deja caer detrás de nosotros. Apenas unos instantes después Gareth nos libera del embarcadero y nos alejamos. Gareth y Dimitri se ocupan de las velas y me pregunto si habrá algo que Dimitri no sepa hacer.

Contemplo el agua mientras me mantengo lo más alejada posible de la borda del barco. Pienso en el mar cristalino, liso como un espejo que mece Altus. Este océano es completamente distinto. No distingo nada más allá de la superficie cubierta de restos de naufragios. Fragmentos perdidos de basura golpean los costados del barco mientras el agua se desplaza bajo nosotros. No tengo ganas de saber lo que hay debajo.

Hace ya bastante tiempo que el mediodía ha pasado cuando salimos del puerto. Dimitri y Gareth por fin se sientan y disfrutamos de un almuerzo relajado, mientras ellos cambian impresiones acerca de Altus. Gareth ha oído que Úrsula está haciendo campaña en busca de apoyos, con la esperanza de que yo fracase. Como pariente lejana, ella sería la siguiente en la línea de sucesión en caso de que a mí me fuese imposible asumir el puesto de tía Abigail, vacante tras su muerte. No es ningún secreto que Úrsula desea reclamar la autoridad que por derecho me pertenece, al igual que desea que su joven hija, Astrid, la suceda.

Me muerdo el labio inferior mientras intento asimilar las noticias de esa isla que he llegado a amar. Me provoca un gran desasosiego pensar en Úrsula intrigando por el poder mientras yo arriesgo mi vida y las vidas de otros para terminar con la profecía que a todos nos une.

Pero eso es precisamente lo que necesito recordar.

No puedo permitirme ceder a mis miedos, a los monstruos de Samael, a las almas o a mi propio lado oscuro. Hay demasiado en juego y es mi responsabilidad, aunque tal vez cuestione el hecho de que el destino me la haya encomendado a mí.

Pero, de todos modos, pienso aceptarla.

Paso el resto del día observando a Dimitri y a Gareth trabajar con las velas y escucho con interés cuando explican cómo funcionan los distintos artilugios. Pienso que podría gustarme navegar un día sola y me imagino a Dimitri y a mí surcando las cristalinas aguas de Altus.

Cuando terminamos nuestra frugal cena, el barco sigue su curso. Nos transporta un viento estable. Hace más frío sobre el agua, por lo que me reclino contra Dimitri en busca de calor, mientras observo cómo se oscurece el cielo por momentos. La novedad del barco ya no es tal y comienzo a añorar las comodidades de casa.

Estiro el cuello para mirar a Dimitri.

—¿Sabes qué sería estupendo?

—¿Hmmm? —pregunta él con pereza.

—Una perdiz. Una enorme perdiz asada con la piel churruscadita y una carne tan tierna que se desprenda del hueso.

Noto que se ríe y me vuelvo para mirarle.

—¿Qué te hace tanta gracia? ¿No estás deseando comer algo que no sea carne curada y pan?

—Sí, sí que me apetecería —su voz ya ha entrado en calor con las risas—. Lo que pasa es que nunca te había oído hablar con tanta vehemencia de la comida.

Le doy un palmetazo cariñoso en el brazo.

—¡Estoy hambrienta!

—Tiene razón —interviene Gareth desde el otro extremo del barco—. A mí me apetecería un poco de pudin de manzana de Altus, recién sacado del horno y lo bastante caliente como para quemarme la boca.

Levanto la vista hacia Dimitri.

—¿Y a ti qué te apetecería?

Su tono de voz recobra la seriedad.

—Nada. Tengo todo lo que necesito aquí mismo.

Le miro sonriente. Algo privado y profundo surge entre nosotros justo antes de que Dimitri abra la boca para volver a hablar.

—Aunque una perdiz asada y un pudin caliente de manzana también serían bienvenidos.

Ahora me toca a mí reír y me reclino de nuevo, deleitándome con el contacto de su fuerte cuerpo. Mientras navegamos en dirección a Irlanda bajo un cielo cada vez más inmenso, no soy consciente de lo cansada que estoy. Simplemente, estoy contenta y justo antes de que la oscuridad del sueño se apodere de mí, ni me da tiempo a asombrarme de la singularidad de hallar la paz en mitad del Atlántico junto a dos hombres capaces, uno de ellos un amigo y el otro bastante más que eso.

Creía que íbamos a tener otro guía tras nuestra llegada a Irlanda, así que me alegro al enterarme de que Gareth nos escoltará todo el camino hasta los túmulos de Loughcrew. Conduce el barco con una experta maniobra dentro de un pequeño atracadero en el muelle y luego nos dirigimos al poblado paseo marítimo, donde un joven caballero de pelo rubio nos entrega a Sargento, a Blackjack y un caballo que pertenece a Gareth. En su boca se dibuja una tímida y respetuosa sonrisa cuando me mira a los ojos y me pregunto si no será también un hermano de Altus. No me molesto en preguntar qué tal han hecho la travesía los caballos. Me he acostumbrado ya a los misterios de la comunidad de las hermanas y de los Grigori y por ahora prefiero que sigan siéndolo.

Tras montar en nuestros caballos, cruzamos por el multitudinario paseo marítimo y nos internamos en el verdadero centro de Dublín. Luego, la ciudad queda a nuestras espaldas y el interminable campo irlandés se extiende como una suntuosa alfombra verde en todas direcciones.

Dimitri y Gareth deciden que es más seguro evitar los caminos principales y pasamos el día cruzando prados verdes y suaves colinas. A pesar del frío, resulta un día agradable para montar a caballo. La belleza salvaje y serena del paisaje ilumina en parte la oscuridad que asoma por los rincones de mi corazón.

Me vuelvo hacia Gareth.

—¿Cuánto tardaremos en llegar a los túmulos?

—Más o menos un día, siempre y cuando no tropecemos con ningún problema.

Asiento con la cabeza, algo decepcionada.

—¿Piensa decidirse pronto? —me pregunta un poco después Gareth—. Sobre lo del cargo de señora de Altus.

Vuelvo la vista hacia él, tratando de no entrar en detalles acerca de la profecía que él desconoce.

—Parece algo insensato pensar en ello cuando aún queda tanto por hacer.

Noto el peso del silencio de Dimitri y evito mirarle. Ambos somos conscientes de que mi decisión implica algo más que mi cargo en la isla. Aún no he aceptado formalmente la oferta de Dimitri de seguir con él si sobrevivo a la profecía. Al principio fue por James y porque no estaba segura de mis sentimientos hacia él. Ahora se trata de lo incierto de mi propio futuro y de un miedo supersticioso a dar demasiadas cosas por sentadas.

Gareth frunce el ceño.

—Las labores de la comunidad de las hermanas y de los Grigori continúan siendo algo misteriosas incluso para mí. Y aunque a menudo me confían tareas peligrosas, nadie me cuenta nada. Pero…

Se queda dudando y yo le animo.

—¿Pero…?

—Parece que cuando este asunto termine, tendrá que tomar usted una decisión rápidamente, ¿no es así?

Asiento despacio.

—Supongo.

—Bueno, entonces, con el debido respeto, por supuesto, ¿no debería tenerlo decidido de antemano para aceptar o rechazar el puesto cuando llegue el momento?

—Eres bastante sensato, Gareth —digo, tratando de sonreír—. Me lo pensaré un poco más.

Y eso hago todo el día. Ha desaparecido la sensación de paz que tenía, porque Gareth tiene razón: es una locura no afrontar la verdad. Lo hice demasiadas veces en el pasado, no afrontar la realidad de Alice, de Sonia, de mi propia familia. Eso solo me ha hecho daño y no me cuesta mucho llegar al menos a una conclusión.

Al fin y al cabo, no hay más que dos posibilidades: terminar con la profecía y tomar una decisión que cambiará el curso de mi vida para siempre o morir en el intento.