—¿En qué estás pensando tan concentrada?
Pego un respingo al oír la voz de Dimitri a mi lado. Habla en voz baja, pero sus palabras resuenan como un eco en la oscuridad de la noche que nos rodea.
Levanto la vista, poniéndome la mano sobre el pecho para sentir bajo mis dedos los acelerados latidos de mi corazón.
—¿Cómo haces eso?
—¿El qué?
Está sentado a mi lado, encima de un tronco caído, cerca del fuego.
—Eso, aparecer de repente sin hacer ruido.
Se encoge de hombros.
—No pretendía sobresaltarte. Y estás cambiando de tema.
Me río suavemente, mi voz es una intrusa en la noche cerrada.
—No estoy cambiando de tema. Solo estaba pensando en los túmulos y preguntándome si será cierto que está allí la piedra.
—Sí —dice él con un suspiro—, supongo que no lo sabremos con seguridad hasta que lleguemos y echemos un vistazo por allí, aunque el descubrimiento de Victor es lo que más cerca nos ha llevado para establecer una conexión entre los lugares de nuestra lista y la profecía.
—Loughcrew —murmuro la palabra, arrojándola a la oscuridad como una plegaria—. Portal de los otros mundos.
—Sí —Dimitri lo dice con un tono de voz débil en el que detecto esperanza.
La experta investigación de Victor, junto con la lista de las nueve posibles localizaciones, reveló lo que semanas de desorganizadas y esperanzadas indagaciones llevadas a cabo por Dimitri y por mí no consiguieron: en tiempos, Loughcrew era llamado «portal de los otros mundos». No es posible estar seguros de que se refiera a esos otros mundos que nos interesan, y no a una idea más bien abstracta y mítica, pero no podemos ignorarlo.
Aún ahora dudo si debo manifestar mis temores en voz alta, pues parece como si pronunciar las palabras las dotase de mayor credibilidad. Sin embargo, descarto rápidamente la idea. Existen todas las posibilidades, tanto si las nombramos como si no.
—¿Y si no es el lugar que buscamos? —pregunto.
Dimitri no contesta de inmediato, me doy cuenta de que está buscando una respuesta que mantenga alguna traza de esperanza.
Al final, se decide por ser honesto.
—No lo sé. Supongo que tendremos que seguir buscando. Pero una cosa es cierta.
Me vuelvo para mirarle.
—¿El qué?
—Cada paso que hemos dado tenía un propósito. Hasta los que no parecían más que obstáculos con el tiempo nos han llevado a algún sitio —aparta la vista para mirar el fuego—. Encontremos o no la piedra en Loughcrew, se trata de un paso más en nuestro viaje para terminar con la profecía. Y con cada paso que demos estaremos más cerca del final.
Reina el silencio en el campamento cuando me acomodo bajo las mantas. La sombra de Dimitri, distorsionada por la tienda y la luz de la hoguera que está más allá, resulta confortable a pesar de que hubiese preferido tenerle a mi lado. Discutimos un rato sobre el asunto. Dimitri insistía en montar guardia, mientras yo ponía en duda su capacidad para seguir el viaje sin descansar al menos un poco. Finalmente, estuvimos de acuerdo en solucionar este dilema del siguiente modo: Dimitri se quedará despierto, vigilando, hasta que amanezca y después dormirá un rato antes de levantar el campamento. Eso significa que nos pondremos en marcha más tarde por las mañanas, pero incluso Dimitri tiene que descansar de vez en cuando. Sin embargo, convencerle de que duerma a mi lado ha sido inútil.
Tengo el cuerpo agarrotado de ir encima de Sargento. Sé que pasarán días antes de que me acostumbre a los rigores de montar a caballo durante trayectos largos. Hace muchas semanas de nuestro viaje a Altus y, a pesar de que estuve montando sola en Whitney Grove, solo iba hasta las dianas para practicar con el arco.
Me llevo la mano a la piedra de víbora que tengo al cuello para comprobar su calor. Tratar de calcular la fuerza que le queda a la piedra se ha convertido en un cruel pasatiempo. Lo hago a pesar de que cada vez es más difícil saber si está más fría que ayer o que antes de ayer. Lo cierto es que está mucho más fría que cuando me despertaba en Altus sintiéndola arder sobre mi pecho, pero es casi imposible discernir sus cambios día a día. Sin embargo, eso no me impide intentarlo, como si recibir información de su menguante poder me preparase de algún modo para cuando desaparezca para siempre.
Tras soltar la piedra que llevo al cuello, deslizo los dedos de mi mano derecha alrededor del medallón que tengo en la izquierda. La piedra de víbora me recuerda que soy una hermana, que la luz de las hermanas de Altus y de cuantas ha habido antes que ellas corre por mis venas.
Pero no puedo ignorar el medallón, puesto que también es una parte de mí. Susurra a zonas de mí misma que mantengo ocultas, guardadas bajo llave, pues sé que si alguien las viese como son realmente, que si alguien me viese como soy en realidad, ya nadie volvería a poner el destino del mundo en mis manos jamás.
Soy consciente de estar soñando mientras duermo. Estoy de pie en un círculo, con el calor de otras manos en cada una de las mías. Las figuras que tengo a ambos lados llevan una túnica, y sus capuchas echadas hacia delante ocultan todo salvo los sombríos planos de sus rostros.
De mi garganta salen extraños sonidos. Miedo y regocijo recorren al mismo tiempo mi cuerpo. Mi túnica se hincha alrededor de mis piernas, mientras un viento frío sopla desde el centro del círculo. Me veo obligada a interrumpir mi cántico cuando algo tira de mí desde dentro de mi cuerpo, soltándose como si llevase mucho tiempo escondido, mucho tiempo callado, mucho tiempo dormido. Grito y dejo caer las manos apartándolas de quienes están a mi lado. Al mismo tiempo, alguien me grita desde muy, muy lejos:
—No rompas el círculo.
Pero lo hago. Abrumada por mi propio miedo y dolor, rompo el círculo. Me dirijo tambaleante a su centro y veo juntarse las manos a mi espalda, fusionándose las figuras como si fueran una sola.
Como si yo no hubiese estado allí jamás.
Los tirones continúan hasta que siento que me voy a partir en dos, de dentro afuera. Caigo al suelo y el cielo oscuro, lleno de centelleantes y eternas estrellas, se despliega sobre mí momentos antes de que algo me agarre fuerte de la muñeca. Me pongo de lado y levanto la mano para ver la marca.
La serpiente.
Se retuerce y se enrosca, incrustándose más y más dentro de mi piel hasta que parece como si estuviese haciendo desaparecer por completo la carne de la muñeca.
Grito para que se detenga, pero no lo hace. Quema y quema y quema.
—¡Lia! ¡Despierta, Lia!
Abro los ojos al oír la voz y me encuentro a Dimitri inclinado sobre mí dentro de la tienda.
—Estabas gritando en sueños.
Me retira el pelo de la frente.
Los dedos de mi mano derecha se aferran a la izquierda como una mordaza. La levanto a la altura de los ojos, tratando de ver la marca con la poca luz que la luna proporciona al interior de la tienda. No está más profunda ni más oscura. Me parece notar la quemazón residual de mi sueño, pero no me fío lo bastante de mí misma como para dar crédito a esa idea.
Tras inhalar una profunda bocanada de aire, trato de calmar los latidos de mi corazón acelerado antes de responder a Dimitri.
—Lo siento.
—¿Que lo sientes? —frunce el ceño—. Lia, no tienes por qué disculparte. Nunca.
Tengo una fugaz visión del círculo de mi sueño, las figuras con túnica, mi propia voz pronunciando palabras desconocidas.
—He tenido una pesadilla.
Su expresión se dulcifica y se tumba en el suelo. Estira su cuerpo al lado del mío y me toma en sus brazos hasta que mi cabeza queda pegada contra su pecho.
—Cuéntamelo, cuéntame tus pesadillas.
El silencio entre nosotros es una losa en mi corazón que me recuerda otra ocasión, otro tiempo en que también me animaban a hablar de mis miedos, de las cosas cada vez más salvajes y oscuras que crecían en la fortaleza de mi conciencia. Alice tiene razón, ambas hemos tomado decisiones dependiendo de los lugares en que nos encontráramos en esos momentos. James me dio en su día la oportunidad —en más de una ocasión— de contarle lo que me sucedía.
Pero no confié en él. No confiaba en su amor.
La voz de Dimitri, un murmullo en mi oído, me dice ante mi vacilación:
—Te quiero, Lia. No hablamos a menudo de ello, pero tenlo en cuenta ahora. Tenlo en cuenta y háblame de tus miedos para que yo pueda librarte de ellos.
Respiro hondo, inhalo su aroma. Es el aroma de Altus. El más hermoso de todos los mundos. De mi pasado y de mi futuro. Me da fuerzas para mirarle a los ojos y decírselo.
Le hablo de mis pesadillas. De que cada vez son más frecuentes. De mi incapacidad para perdonar a Sonia, para encontrar una pizca de amor por ella a raíz de su traición. De la disminución del calor y el poder de la piedra de víbora de tía Abigail. Le hablo de la visita de Alice en Milthorpe Manor. De su afirmación de que no somos tan distintas.
Y, luego, del mayor de mis miedos: creer que Alice está en lo cierto y que solo es cuestión de tiempo antes de que la profecía se vuelva en contra de todo lo que amo.