Como no he hablado de la ropa que pienso llevar, estoy preparada para la reacción de los demás. Aun así, me ruborizo al bajar las escaleras en dirección a los caballos que aguardan.

Tía Virginia me mira abiertamente impresionada a medida que me aproximo y se recobra únicamente cuando me detengo frente a ella.

—¿Llevas puestos unos pantalones de montar?

No menciona el sombrero masculino bajo el que escondo mi pelo ni el hecho de que me haya esforzado todo lo posible por disimular que soy una mujer. Al parecer, tales infracciones palidecen en comparación con la impresión causada por mis pantalones.

Me los miro antes de levantar la vista hacia ella.

—Puede que parezca extraño verme así vestida, pero llevo muchísimo tiempo poniéndomelos para montar y, además, resulta difícil moverse con rapidez con una falda cubriéndote las piernas.

No le cuento que tengo que moverme con rapidez, que la piedra de víbora cada día se enfría más y que todas nuestras vidas dependen de mi habilidad para encontrar la piedra y cerrar cuanto antes la puerta. Tía Virginia lo sabe de sobra.

Vacila un poco antes de asentir despacio.

—El destino del mundo te ha sido confiado a ti, querida sobrina —se inclina hacia delante para envolverme en un abrazo—. Te creo capaz de escoger tu atuendo en cualquier situación, y mucho más en esta.

Tras inspirar hondo, me permito abandonarme un instante a su abrazo. En ausencia de mi madre, tía Virginia no ha dejado de ofrecerme buenos consejos y apoyo. Echaré de menos su presencia ahora más que nunca, pero alguien tiene que quedarse y cuidar de las otras chicas mientras Dimitri y yo viajamos a las antiguas cuevas de Loughcrew en Irlanda. Que Victor encontrara una antigua mención de Loughcrew conectada con una expresión poco común puede que no sea más que una coincidencia, pero, puesto que no tenemos nada más, sería una locura ignorarlo.

Me aparto un poco para mirar a tía Virginia a los ojos.

—Volveré pronto —bajo la voz y miro de reojo a Sonia, a Luisa y a Elena, que aguardan cerca de los caballos—. Por favor, cuida de todas y vigila que no pase nada.

Ella asiente y me doy cuenta de que ambas estamos pensando en la traición de Sonia. Me inclino para darle un beso en la mejilla antes de reunirme con las demás.

Sonia y Luisa están muy juntas, separadas apenas unas pulgadas de Elena. No puedo evitar acercarme vacilante a ellas mientras recuerdo la conversación que mantuve con Luisa el día que fui a buscar a Madame Berrier y a Alistair Wigan. Aún queda algo de resentimiento en su mirada y por un fugaz instante me cuestiono mi decisión de dejar a las llaves en Londres.

Pero no. Viajar a caballo en grupo sería demasiado incómodo. El tiempo es un lujo del que no disponemos y, además, sería una locura permitir a Elena el acceso al lugar donde está la piedra, pues apenas acabamos de conocernos. Ya fue bastante difícil descubrir la conexión entre los antiguos túmulos de Loughcrew y la profecía. No estoy dispuesta a poner en peligro esa información.

Y hay otra cosa. Un pensamiento que aparto de mí para impedir que eche raíces en el fértil suelo de mi persistente desconfianza.

Lo mismo que creo que es prudente ocultarle información importante a Elena hasta que no la conozcamos mejor, tampoco quiero revelar cosas cruciales a Luisa o a Sonia. Aun a pesar de reconocer que tal vez me equivoque al no hacerlo, no tengo la menor duda de que no puedo permitirme el lujo de intentarlo.

Me detengo frente a ellas y bajo la vista hacia mis botas de montar. Sujetas al extremo de las perneras de mis pantalones, no parece que me pertenezcan.

Cuando por fin levanto la vista, opto por la salida de los cobardes y me dirijo primero a Elena.

—Siento que no hayamos tenido tiempo para conocernos mejor, pero te quedas en buenas manos. Espero que te sientas a gusto. Si todo va bien, cuando vuelva estaremos mucho más cerca de poder terminar con todo esto.

Ella asiente con rostro impasible, como parece hacer siempre.

—Confío en que harás lo que debes. No te preocupes por mí.

Le sonrío antes de volverme hacia Luisa.

—Yo… siento no poder viajar contigo. Voy a echar de menos tu compañía. ¿Estarás bien mientras esté fuera?

Su boca, que antes tenía una expresión dura, se relaja. Mira a otro lado antes de cruzar su mirada con la mía.

—Aquí todo está bastante controlado, Lia. Haz lo que debas.

La frustración que hay en su tono me hiere más que nada. Luisa siempre ha sido una fuente interminable de optimismo y humor. Al parecer, la profecía también se ha llevado eso. O quizás es que está resentida porque voy a actuar sola.

Me obligo a tragar el nudo que me atenaza la garganta. Mientras estamos torpemente de pie una frente a la otra, extiendo mi mano para coger la suya y se la estrecho. Luego me vuelvo hacia Sonia.

No sé cuánto tiempo nos quedamos en silencio hasta que por fin Sonia toma la palabra. En cuanto lo hace, me quedo perpleja por el enfado que percibo en su tono de voz.

—Haz lo que tengas que hacer, Lia. Hazlo y acaba con todo esto.

Se da media vuelta y se aleja airada de mí con los brazos cruzados sobre su cuerpo para protegerse del frío.

Me quedo parada, pasmada e inmóvil, hasta que se me acerca Dimitri. Me toma de la mano y me conduce hasta los caballos.

—Está dolida y enfadada, Lia. Ya se le pasará.

Sus palabras no hacen mella en mi tristeza, pero a pesar de todo le sigo.

Edmund me entrega las riendas de Sargento y yo levanto las manos para acariciar el hocico del caballo.

—Sigue sin gustarme la idea de que viajen los dos solos —dice Edmund.

Le sonrío.

—Me encantaría que vinieses, pero aquí te necesitan más. No puedo dejarle a tía Virginia la responsabilidad de cuidar ella sola de las chicas y de llevarlas de un lado a otro. Y con Alice tan cerca…

Él gesticula mirando la bolsa que llevo a la espalda.

—¿Lleva su arco y su puñal? —cuando asiento con la cabeza, se vuelve hacia Dimitri—. Cuidará de ella, ¿no?

El gesto de Dimitri es sombrío cuando agarra del hombro a Edmund con una mano.

—Con mi vida, Edmund, como siempre.

Edmund baja la mirada al suelo y levanta los hombros en un gesto de resignación.

—Muy bien. Será mejor que se marchen.

Dimitri monta en su caballo mientras yo me paso la bolsa por encima de la cabeza para colocármela en bandolera. Tras acariciar por última vez el hocico de Sargento, me dirijo a su costado, coloco un pie en el estribo, balanceo la pierna y la paso por encima del animal con un ágil movimiento.

Dimitri le da la vuelta a su caballo para mirarme.

—¿Preparada?

Asiento con la cabeza y espoleamos a los caballos para que se pongan en movimiento. No vuelvo la vista atrás mientras nos dirigimos hacia la calzada. Estoy demasiado ocupada intentando ignorar la pregunta de Dimitri, pues, a pesar de su simplicidad, me recuerda mi insistente preocupación por no sentirme del todo preparada.

Para el viaje a Irlanda o para cualquier cosa que nos espere.

Me siento más animada mientras salimos de la ciudad. La alegría recorre ahora mis venas, mientras que antes no había más que preocupación por el viaje que tenemos por delante. Me lleva un instante poner en orden mis sensaciones, pero luego no me queda más remedio que sonreír.

«Libre —pienso—. Me siento libre».

Sin las limitaciones de mis faldas y enaguas, me siento más cerca de la libertad que nunca desde que salimos de Altus. Los pantalones no son tan agradables como las ropas de la isla, pero se parecen bastante. Quedan dos meses para el verano y, a pesar de que aún se nota algo de frío en el aire, más que desagradable resulta estimulante. Seguro que refrescará más cuando lleguemos al bosque, pero ni siquiera eso consigue desanimarme mientras Dimitri y yo atravesamos la ciudad, primero por las vías públicas más concurridas y luego por otras cada vez más estrechas y menos pobladas.

Ha sido mucho más fácil preparar el viaje a Irlanda que el de Altus. Dimitri y yo discutimos nuestros planes e itinerario con Edmund y reunimos las provisiones y los mapas en muy pocos días. Llevamos un equipaje ligero en los flancos de nuestros dos caballos.

Paso la mañana en un placentero estado de abstracción. Dimitri y yo hacemos comentarios sobre la gente de las calles, los carruajes, los caballos y los edificios. Cuando me doy cuenta de que hemos dejado bastante atrás la ciudad, el sol ya está alto. Las calles polvorientas y concurridas se han convertido en caminos vecinales entre los pueblos de los alrededores, y el aire, antes cargado de humos y olores, ahora está despejado y es agradable.

—¿Tienes hambre? —pregunta Dimitri a mi izquierda.

Antes de que lo dijera ni me había dado cuenta de que tenía hambre, pero ahora noto el estómago vacío. Asiento.

Él hace un gesto con la cabeza señalando el camino que tenemos enfrente.

—Más allá hay una granja. Paremos allí, a ver si conseguimos algo para comer.

No tengo que preguntar por qué no usamos las provisiones que llevamos en nuestras mochilas. El viaje a los túmulos de Loughcrew nos llevará cerca de dos semanas y seguro que llegará un momento en que escaseen los alimentos y los lugares donde hacerse con ellos. Lo más prudente es guardar lo que llevamos el mayor tiempo posible.

Conducimos a los caballos a una granja con techo de paja donde Dimitri le compra pan y queso a una preciosa jovencita por unos pocos peniques. Ella nos dirige al granero que hay detrás de la casa y nos anima a usar unos cubos de agua para lavarnos la cara y las manos antes de dar de beber a los caballos. Los animales sorben ruidosamente mientras Dimitri recorre el granero en busca de un sitio donde sentarnos y tomar nuestro almuerzo.

—Aquí —me hace señas desde la parte trasera del granero—, aquí hay un establo vacío con algo de heno. Será un asiento bastante pasable, creo.

Sonrío divertida y conmovida al mismo tiempo, por lo mucho que Dimitri se preocupa por mi comodidad, incluso aquí.

El establo está poco iluminado y lleno de sombras. Yo me siento en el suelo, optando por reclinarme en las balas de heno antes que usarlas como asiento. Tras haber pasado horas sentada en la silla de montar, es agradable apoyarse en la paja, por áspera que sea. Y estando con Dimitri no tengo que preocuparme por mis modales.

Dimitri suspira, se tiende de costado y se apoya sobre un codo.

—Esto es el paraíso. Podría quedarme aquí durante días sin más compañía que la tuya y la de los caballos.

Le doy un bocado al queso y me maravilla el sabor fuerte y definido que me deja en la boca.

—¿Con que conmigo y los caballos, eh? ¿Debo suponer que no serías feliz solo conmigo?

Él lanza un trozo de pan al aire y lo atrapa con la boca antes de volverse de nuevo hacia mí.

—Eres bastante maravillosa, por supuesto, pero a veces… Bueno, no hay mejor cosa que un caballo para hacer compañía a un hombre.

—¿De verdad? —una sonrisa arrastra las comisuras de mis labios y le lanzo un trozo de pan—. Lo tendré en cuenta esta noche cuando acampemos. A lo mejor, Blackjack puede hacerte compañía dentro de la tienda.

Dimitri coge el trozo de pan, que ha caído en el heno, cerca de su muslo, y se lo arroja a la boca.

—Tal vez. Y yo estaré encantado de dejarte mi manta si piensas que pasarás frío sola.

Me río a carcajadas.

—Lo tendré en consideración.

Por un momento sus ojos brillan traviesos, pero después se ponen serios.

—No tienes ni idea de lo mucho que me gusta oírte reír.

Le miro a los ojos tras tragarme el pan que tengo en la boca. Por algunos sitios del techo entra el sol y deja a la vista motas brillantes de polvo que danzan en el aire que nos separa.

—Pues si eso te complace, debería hacer lo posible por reírme más.

Me hace señas con un dedo para que me acerque.

—Ven.

Me quedo en mi sitio, quiero seguir tomándole el pelo.

—Señor, aún estoy bastante ocupada con el pan y el queso.

Dimitri no responde, pero me basta con el deseo que brilla en sus ojos y al momento me apresuro a ponerme a su lado.

—Lia… Lia… —recorre mi frente con la punta de un dedo.

No se mueve, pero su mirada me atrae hacia él. Soy yo quien se inclina para tocar sus labios con los míos. Dejo que mi boca se entretenga suavemente un instante, mientras nuestra respiración se convierte en un susurro.

Un gemido escapa de sus labios y yo me echo hacia delante, besándole con toda la urgencia reprimida en los últimos días y semanas. Días y semanas que hemos pasado encerrados en salones y bibliotecas, observados por los empleados del club y de Milthorpe Manor.

Él me empuja de espaldas sobre el heno. Apenas puedo respirar cuando posa sus manos sobre mi cuerpo, casi sin tocarme, aunque sí lo bastante cerca. Juraría que puedo sentir sus dedos en mi piel.

Levanto los brazos y le rodeo el cuello con ellos, atrayéndole hacia mí hasta que su cuerpo queda pegado al mío.

—¿Has preparado tú todo esto, Dimitri, para que estuviésemos a gusto y completamente a solas? —mi voz no es más que un susurro en su oído y noto cómo se le eriza el vello de la nuca.

Se mueve hacia abajo y me besa por todas partes hasta donde mi piel desnuda desaparece bajo el algodón de mi camisa.

—Haría eso y mucho más para tenerte para mí solo aunque fuera únicamente un instante.

Sus labios regresan de nuevo a mi cuello hasta que creo morir de placer. Sé que deberíamos marcharnos, pero aparto cualquier pensamiento en ese momento. Un momento en el que no existe nada más en el mundo. Ni la profecía ni la piedra ni las almas.

Solo nosotros. Dimitri y yo solos en un mundo hecho a nuestra medida.

Y me abandono a él, ignorando la voz en mi interior que me susurra: «Aférrate a este instante. No estarás ya mucho tiempo a su lado».