—Explícame otra vez lo que estamos haciendo.
Cansado, Dimitri se restriega la cara con una mano y reprime un bostezo mientras el carruaje avanza por el campo dando sacudidas bajo la débil luz azulada de la mañana.
Me inclino hacia él, le tomo de la mano entusiasmada.
—¿No lo ves? Hemos estado buscando en la dirección equivocada —me muerdo el labio, pensando lo que voy a decir—. Eso es, creo que hemos estado buscando en la dirección equivocada. Pero supongo que no podremos estar seguros hasta que no hablemos con Victor.
Dimitri deja escapar un suspiro.
—Sí, eso ya lo has dicho, pero lo que no termina de quedarme claro es en qué nos hemos equivocado. Aún no has llegado a esa parte.
—Les preguntamos a Victor y al señor Wigan por las palabras de la última página de la profecía.
Él asiente con la cabeza.
—Sí, porque eso es lo que estábamos tratando de descifrar. Pero eso no explica por qué vamos a hacerle una visita a Victor a una hora tan intempestiva.
—¿Has traído la lista? —le pregunto, extendiendo la mano.
—Sí, claro. Me pediste que lo hiciera, ¿no?
Introduce la mano en su bolsillo, saca una hoja de papel doblada y la deposita en mi mano.
Tras abrirla, repaso la lista de potenciales localizaciones. Hemos tachado la mayoría, solo quedan nueve posibilidades.
—En la última página, la localización de la piedra parece escrita en otra lengua —con el traqueteo de las ruedas del carruaje sobre el suelo pedregoso, mi voz es casi un murmullo—. Buscarla basándonos solo en esa referencia, una referencia que ni siquiera entendemos, es como buscar una aguja en un pajar.
—Eso es bastante obvio. Por esa razón no hemos descubierto aún la localización de la piedra —Dimitri trata de ocultar su impaciencia, pero la noto a pesar de todo.
—Sí, pero por eso precisamente hemos buscado donde no debíamos —aparto los ojos del papel para mirar fijamente a Dimitri—. No nos hemos servido de lo que ya teníamos.
—¿Y de qué se trata?
—De esto —le digo, agitando el papel delante de él—. No quedan más que nueve localizaciones.
—Sí —dice, frunciendo el ceño.
—Si le damos a Victor la lista con los nueve lugares, quizás solo tenga que rastrear esos nueve para buscar una referencia a Sliabh na Cailli’ —hago una pausa, pensando de pronto que mi idea no es tan trascendente como me lo pareció dos horas antes en el silencio de mi habitación—. No es una garantía, supongo, pero es mejor que empezar desde cero, ¿no te parece?
Dimitri permanece callado antes de acercárseme y besarme en los labios.
—Es mucho más de lo que teníamos antes. Y tan simple que resulta brillante.
Trato de asimilar su entusiasmo, intentando recuperar la esperanza que sentí al despertar con la idea de traerle la lista a Victor. Pero, de pronto, ya no estoy tan segura. Parece un hilo muy poco consistente para poner en él nuestras esperanzas de encontrar respuestas. Y con todas las que nos quedan aún por hallar, solo hay una cosa de la que sí estoy segura: no faltan más que dos meses para Beltane.
Se nos está acabando el tiempo.
—¡Buf! ¡Son demasiados! ¡No podremos revisarlos todos!
Me reclino en el respaldo del sillón de orejas. Ya sé que no es nada femenino, pero me trae sin cuidado.
Después de insistir un poco, o sea, veinte minutos después de empezar a llamar, por fin Victor nos abrió la puerta. Escuchó nuestras explicaciones frente a una bandeja de té con tostadas y comenzó a sacar libros de los estantes de la biblioteca prácticamente en cuanto le mostramos la lista.
—¡Eh! —suelta Victor en respuesta a mi decepción—. Hable por usted, jovencita. ¡Ahora que tengo una dirección en la que trabajar, no pienso dejar de buscar hasta que haya investigado todos y cada uno de los lugares de la lista!
Echo un vistazo a la habitación y me fijo en la enorme pila de libros amontonados sobre la mesa de lectura que tenemos delante.
—¡Pero vamos a pasarnos aquí el día entero! —este pensamiento hace que me enderece—. Edmund, ¿qué hora es?
Sus ojos encuentran el reloj de la chimenea.
—Casi las nueve. ¿Por qué?
Me levanto de un salto del sillón y me llevo la mano a la frente al darme cuenta de lo que he hecho.
—Elena. Elena llega esta mañana, probablemente ya esté en Milthorpe Manor, como quedamos —pienso en las consecuencias que esto tendrá en mi relación con Sonia y Luisa.
—Sea quien sea esa tal Elena, parece bastante importante —dice Victor, poniéndose de pie—. No se preocupe. Continuaré buscando y le enviaré recado en cuanto encuentre algo.
Vuelvo a abarcar con la vista el montón de libros que esperan sobre la mesa.
—¿Está seguro? No me parece bien dejarle solo con toda esta tarea.
Se echa a reír y da una palmada.
—Mi querida niña, ya no sé con qué entretenerme estando tantas horas solo. ¡Me hace usted un tremendo favor, se lo aseguro!
Sonrío y me inclino hacia delante para besar su seca mejilla.
—¡Gracias, Victor! ¡Es usted un sol!
Él se ruboriza y yo me pregunto cuánto tiempo hará que nadie le toca.
—¡Bobadas! Es un placer —se encamina hacia la puerta de la biblioteca—. Vamos. Les mostraré la salida.
Nos dirigimos al vestíbulo entre apresuradas despedidas. Momentos después, Dimitri y yo nos encontramos dentro del carruaje, mientras Edmund, llevando las riendas, nos conduce de vuelta a Londres.
—¿Crees que encontrará algo? —le pregunto a Dimitri cuando la casa de Victor se desvanece a nuestras espaldas.
—No lo sé. Pero parece que hay más esperanzas que ayer.
El carruaje va mucho más deprisa. Voy mentalizándome para mi encuentro con Elena y mi enfrentamiento con Sonia y Luisa. Me imagino la escena, lo cual no sirve para calmar mis nervios, cada vez más tensos según nos acercamos a la casa.
—¿Quieres que te acompañe? —pregunta Dimitri, cogiéndome de la mano mientras entramos en Londres.
Me resisto a decir que sí. Sonia y Luisa ya estarán bastante enfadadas por no haberlas incluido en mis planes matinales, así que tener allí a Dimitri sería como echar más sal a sus heridas.
—No, será mejor que vaya a saludar sola a Elena. De todos modos, supongo que la conocerás dentro de poco. Va a vivir en Milthorpe Manor.
—¿Qué le ha contado Philip acerca de la profecía? ¿Le ha hablado del papel que desempeña ella?
Suspirando, vuelvo la cabeza para asomarme por la ventanilla, pues de pronto siento claustrofobia dentro del habitáculo cerrado del carruaje.
—Le contó la verdad de la forma más sencilla posible —respondo con calma—. Que ella le creyera o no… Bueno, ese es otro asunto.
—Pues debió de creerle, al menos en parte. Si no, ¿por qué habría venido a Londres?
—Porque la angustian sus sueños, como a todas nosotras. Le contó a Philip que le desagrada hacer viajes en la oscuridad de la noche. Presiente que las almas la acechan, aunque hasta entonces ni siquiera sabía cómo nombrarlas —procuro evitar sus ojos, aunque los noto mientras miro por la ventanilla y dudo de pronto si permitirle o no que descubra el temor que hay en los míos—. La profecía se ha apoderado de ella lo mismo que de todas nosotras.
Los dedos de Dimitri tocan mi mejilla para que vuelva el rostro hacia él. Al mirarle a los ojos, contemplo en ellos llamaradas de amor intenso.
—No se ha apoderado de ti, Lia. Y no lo hará mientras yo viva.
Toca mis labios con los suyos y yo trato de perderme en su beso. Dejo que inunde todo lo demás: mis preocupaciones, mis pesadillas y mis más oscuros pensamientos.
Pero no funciona. He llegado demasiado lejos como para creer que todo es así de simple. El poder de Dimitri no basta para salvarme. Mi salvación es cosa mía y tendré que hacerlo con la ayuda de mi hermana.
Se trata de una idea inconcebible, de modo que la desecho, puesto que si sigo pensando en la imposibilidad de atraer a Alice a mi causa, pensaré que todo es en vano.
Y si pienso que todo es en vano, no tendré más elección que preguntarme cuánto tardaré en verme a mí misma mirando desde el borde de un precipicio. Como mi madre.