Yo no soy de esa clase de jovencitas que se desmayan. He viajado por caminos aterradores y peligrosos. He defendido mi vida y las de aquellos a quienes quiero. Lo he sacrificado todo en nombre de la profecía y por el destino del mundo.
Pero esto casi consigue hacer que me caiga de rodillas.
No me he dado cuenta de la llegada de Dimitri, pero allí está cuando mi brazo sale lanzado por sí solo, buscando ciegamente algo a lo que agarrarse, mientras hago lo que puedo por orientarme.
—¡Oh! —dice Alice—. ¿Es tu novio?
No puedo mirar a James, pero cuando me vuelvo hacia Dimitri, que muestra una expresión empañada por la confusión mientras nos mira a James y a mí, tampoco puedo mirarle a él.
Decido concentrarme en Alice, luchando contra el inoportuno impulso de reír a carcajadas. Desde luego, se trata de una situación desesperada si prefiero mirar a mi hermana que a uno de los dos hombres.
—Te presento a Dimitri. Dimitri Markov —me trago la vergüenza y continúo, pues se lo debo tanto a Dimitri como a James—: Y sí, es mi novio.
Alice extiende la mano en dirección a Dimitri.
—Es un placer conocerle, señor Markov. Yo soy Alice Milthorpe, la hermana de Lia.
Dimitri no se muestra sorprendido por la presentación, pues ¿quién si no iba a tener un rostro idéntico al mío? Pero no le estrecha la mano, sino que se inclina para que la gente que está cerca no pueda escuchar lo que va a decir.
—No tengo la menor idea de a qué ha venido usted aquí, señorita Milthorpe, pero le sugiero que se mantenga alejada de Lia —su tono de voz es duro.
—Escuche —interviene James—, no hay ningún motivo para ser maleducado. A pesar de lo extraña que es esta situación, me gustaría que nos lleváramos bien. Sin embargo, no puedo quedarme al margen si usted insulta a mi novia —su tono de voz es entrecortado, confuso. Entonces me doy cuenta de por qué.
«Él no lo sabe —pienso—. Alice no le ha hablado de nosotras, de la profecía, de lo que nos separa».
Saber que James es el prometido de mi hermana ya es bastante difícil de aceptar. Pero que lo sea sin comprender el peligro al que se expone resulta inconcebible.
Me vuelvo para mirar a Alice, esperando ver en su cara las malas intenciones que, sin duda, debe de tener. Ha seducido a James, se lo ha traído a Londres y, sin previo aviso, me habla de sopetón de su compromiso. Para fastidiarme. No hay ningún motivo para que sea la prometida del hombre al que yo amaba, el hombre con el cual tenía planeado casarme, aparte de apoderarse de algo que hace tiempo me fue muy querido. Como si no me hubiese arrebatado ya bastantes cosas.
Sin embargo, no veo nada de eso cuando Alice levanta la vista hacia James. Tan solo hay dulzura en sus ojos.
En ese momento me acuerdo de Henry. Me acuerdo de su agradable sonrisa, de su olor a niño pequeño y de nuevo recuerdo de lo que es capaz Alice.
Me enderezo aún más y tomo a Dimitri del brazo.
—Quisiera irme ya, por favor.
Él asiente con la cabeza poniendo su mano sobre la mía.
En cuanto nos damos la vuelta dispuestos a marcharnos, oigo la voz de James a mi espalda.
—Lia…
Vuelvo la vista para encontrarme con sus ojos y veo en su mirada mi misma sensación de inutilidad.
Suspira.
—Me alegro de que estés bien.
No puedo sino asentir con la cabeza. Luego, Dimitri me conduce deprisa a la entrada de la sala.
—Pero ¿qué está haciendo aquí?
De camino a Milthorpe Manor, el carruaje está oscuro y la voz de Sonia surge de entre las sombras que están frente a mí. Dimitri se ofreció a acompañarnos a casa, pero ya es bastante difícil hacer frente a las preguntas de Sonia y de Luisa. No estoy segura de tener valor para enfrentarme también a la mirada inquisitiva de Dimitri. Esta noche no.
Agradezco que Luisa intervenga antes de que me dé tiempo a contestar.
—Estoy segura de que Lia no tiene ni idea de lo que está haciendo Alice aquí. ¿Cómo va a saber nadie lo que se trae Alice entre manos? ¿Alguna vez lo hemos sabido?
—Supongo que no —replica Sonia.
—Todo cuanto hace Alice tiene un propósito —intervengo yo—, pero aún no sé de qué se trata esta vez.
—No me lo puedo creer —comienza a decir Luisa. Luego, bruscamente, deja de hablar.
Muevo la cabeza en la oscuridad, observando las calles cargadas de humo y las figuras sin rostro que caminan por ellas.
—Ni yo tampoco.
—A Alice la creo capaz de cualquier cosa, pero… ¿casarse con James? —dice Luisa—. ¿Cómo es capaz? ¿Y él?
—Yo me fui —mi voz es un murmullo y me pregunto si después de todo deseo que Sonia y Luisa me escuchen. Si deseo que alguien escuche la verdad acerca de cómo abandoné a James—. Me fui sin decirle una palabra. Y tampoco respondí nunca a sus cartas. No me debe nada.
—Tal vez no —dice Sonia—. Pero con todas las chicas que hay en Nueva York, ¿cómo puede casarse con Alice?
Aparto la vista de la ventanilla. Más allá del cristal solo hay oscuridad.
—Él no lo sabe.
Noto lo impresionada que está Luisa justo antes de que comience a hablar.
—¿Cómo estás tan segura?
—Lo estoy, simplemente. No tiene ni idea de lo que se interpone entre Alice y yo. No tiene ni idea de la vida que le espera con Alice si ella sigue su camino.
Sonia se echa hacia delante entre el roce de la seda hasta que su rostro queda iluminado por la escasa luz de las farolas de la calle.
—Pues se lo tendrás que decir tú, Lia. Tienes que decírselo para que pueda salvarse.
Me invade la desesperación como una marea.
—¿Y si no me cree?
Sonia estira el brazo y me agarra de la mano.
—Tienes que conseguir que te crea. Tienes que hacerlo.
Miro nuestras manos entrelazadas, pálidas en contraste con el azul del vestido de Sonia y con el rojo del mío. Apoyando la cabeza contra el asiento, cierro los ojos. Los cierro y veo a Alice de pie, como una reina envuelta en seda de color esmeralda, un contraste perfecto para el vestido escarlata que me cubre hombros y caderas.
«Pues claro —pienso—. Claro».
Con el vestido de intenso color verde de Alice y cogida del brazo de James tendría que haber estado Lia. Nos veo a ambas codo con codo en el baile de disfraces y hasta en mi imaginación me resulta difícil decir quién es mi hermana y quién soy yo.
De pie frente a la puerta, en bata y camisón, con el frío del piso filtrándose por mis zapatillas, me espantan las voces provenientes del interior de la habitación.
Aguardé pacientemente a que la casa se quedara en silencio antes de dirigirme al cuarto de tía Virginia, pero, al parecer, no he esperado lo bastante. Ahora ya no es cuestión de regresar a mi habitación. Necesito el consejo de mi tía. Más que eso, necesito su comprensión, pues solo tía Virginia puede entender de verdad el horror que he sentido al estar cerca de Alice mientras hablaba de su compromiso con James.
Tras alzar la mano, llamo con los nudillos lo más silenciosamente que puedo. El murmullo de voces cesa y un instante después tía Virginia abre la puerta con un gesto de sorpresa en su rostro.
—¡Lia! —sus cabellos sueltos casi le llegan a la cintura. Tiene un aspecto bastante joven y se me viene a la cabeza el retrato de mi madre que hay encima de la chimenea en Birchwood Manor—. Entra, querida.
Retrocede sosteniendo la puerta mientras entro en la habitación y busco al dueño de la otra voz. Cuando lo encuentro, estoy más que sorprendida. No estoy segura de lo que me esperaba, pero desde luego no a Edmund, cómodamente sentado frente al fuego en un sillón de respaldo alto, tapizado con un grueso terciopelo de color burdeos.
—¡Edmund! ¿Qué estás haciendo aquí?
Tía Virginia ríe con calma.
—Edmund me estaba hablando tan solo de la aparición de Alice en el baile de disfraces. Me alegro de que estés aquí. Seguramente, estarás dispuesta a contarme algo más.
Le echa una mirada a Edmund y me da la impresión de que no es la primera vez que mantienen una conversación en la habitación de tía Virginia en la oscuridad de la noche.
Tras adentrarnos en el cuarto, nos sentamos en el sofá frente al fuego. Como cada cual está dando vueltas a sus propios pensamientos, no nos ponemos a hablar de inmediato. Es tía Virginia quien rompe el silencio, su voz llena de ternura se oye a mi lado.
—Lo siento, Lia. Sé lo mucho que James significaba para ti.
—Sigue significándolo —digo mientras miro fijamente el fuego—. Que me viera obligada a dejarle marchar y que haya conocido a Dimitri no significa que ya no me preocupe de lo que le suceda a James.
—Por supuesto —mi tía alarga el brazo para cogerme la mano—. ¿No sabías nada sobre su relación con Alice? ¿No lo mencionó él en ninguna de sus cartas?
Niego con la cabeza.
—Dejamos de escribirnos hace algún tiempo, incluso antes de que me marchara a Altus.
—Lo que no puedo entender es su compromiso con Alice. La última vez que la vimos, antes de venir a Londres, prácticamente ya ni me podía comunicar con ella.
—James Douglas es un buen hombre. Un hombre inteligente —dice Edmund—. Pero, al fin y al cabo, es un hombre. Alice tiene el mismo aspecto que usted, Lia. Y James se quedó muy solo cuando usted se marchó —su mirada no es acusadora. Simplemente, constata unos hechos.
—Edmund me ha contado que crees que James no sabe nada acerca de la profecía —dice tía Virginia—. ¿Qué te hace pensar que es así?
Me quedo mirando el fuego, recordando a James, su dulce sonrisa mientras tocaba mis labios con los suyos, su empeño por protegerme a toda costa, su ingenua bondad.
Al volverme de nuevo para mirar a tía Virginia, estoy más segura que nunca.
—James jamás tomaría parte en un asunto así. No del lado de Alice.
Tía Virginia asiente con la cabeza.
—En ese caso, ¿no podrías contárselo sin más? ¿Contárselo todo y rogarle que se alejase lo más posible de Alice por su propio bien?
Jugueteo con mi labio inferior entre los dientes y trato de imaginarme hablándole a James de la profecía.
—Piensa que no la creería —interviene Edmund.
Le miro a los ojos.
—¿Y qué piensas tú?
—En cierta ocasión usted no confió en él y no parece que haya conseguido asumirlo. Tal vez sea hora de que lo intente de otra forma —contesta despacio, sopesando sus palabras.
Bajo la vista hacia mis manos, hacia la odiada marca de la muñeca, hacia el medallón que rodea la otra.
—Tal vez.
Continuamos sentados en silencio otro instante antes de que tía Virginia tome de nuevo la palabra.
—¿Y qué hacemos con Alice? ¿Crees que habrá venido porque estamos a punto de reunir a las cuatro llaves?
—Aunque lo supiera, parece poca cosa para hacerla venir hasta Londres desde tan lejos. A Alice apenas le preocupará que tengamos casi todas las llaves. Podríamos pasarnos años buscando la última, por no hablar de la piedra.
—Y el rito —añade tía Virginia, refiriéndose a la ceremonia ritual necesaria para terminar con la profecía en Avebury, una ceremonia de la que nadie parece haber oído hablar—. Mañana voy a tomar el té con Elspeth en el club para revisar los antiguos libros de magia que hay por allí. Tal vez encuentre alguna referencia.
—Eso espero —me pongo en pie para marcharme, de repente exhausta y abrumada solo de pensar en las tareas que aún quedan por hacer—. Arthur Frobisher me dio la dirección de unas personas que quizás conozcan la localización de la piedra. Dimitri y yo vamos a ir a ver qué encontramos, aunque me gustaría que Arthur me hubiese dado un nombre además de la dirección. Preferiría saber con quién voy a encontrarme.
—Bueno, si no lo sabe, me tiene a su disposición para acompañarla —se ofrece Edmund—. No puedo consentir que vaya por ahí al encuentro de extraños sin protección, especialmente ahora.
No le recuerdo que ya me enfrenté en Chartres con un guardián. Simplemente, le sonrío para agradecérselo, les deseo buenas noches y me encamino hacia la puerta.
—¿Lia? —la voz de tía Virginia me detiene antes de que salga al pasillo.
—¿Sí?
—¿Qué vas a hacer con Alice? Sin duda, estará esperando a que hagas el próximo movimiento.
Antes de hablar sopeso mis opciones.
—Deja que me lo piense un poco —contesto por fin, afianzando mi voz—. No pienso permitir que Alice me obligue a tomar una decisión para la que no estoy lista.
Tía Virginia asiente con la cabeza.
—Puede que mañana hagamos algún progreso.
—Puede.
Salgo de la habitación cerrando la puerta tras de mí y sin decir en voz alta el pensamiento que me asalta: «Tenemos que hacer progresos de inmediato. Cueste lo que cueste».