La puerta del garaje de la Friedrichstrasse estaba todavía abierta. Arkady subió por la escalera a la cuarta planta. Dejó las luces apagadas mientras sacaba la bolsa del armario y se cambiaba de ropa. Los zapatos de Alí le hacían daño; mañana se compraría unos nuevos.
El tiempo apremiaba. Si Boria se enteraba de que habían hallado dos cadáveres en la sauna, se sentiría aliviado. Si se enteraba de que ambos eran chechenos, se alarmaría. La policía haría una descripción del individuo que había salido de la sauna vestido con el traje de Alí. Beno y los otros chechenos ya le estarían buscando por las calles.
Arkady no era un experto en armas de pequeño calibre, pero sabía que la metralleta era una Skorpion checoslovaca. Los cargadores contenían veinte balas, que la metralleta podía descargar en dos segundos. El arma perfecta para Alí; con una Skorpion no era necesario apuntar para dar en el blanco.
De pronto se abrió la puerta a sus espaldas. Arkady se giró, dispuesto a disparar.
Irina se quedó inmóvil, medio iluminada por la luz del descansillo y medio en sombras. Tras comprobar que no había nadie más en el descansillo, Arkady la agarró de la muñeca para hacerla entrar y cerró la puerta.
—Me pareció oírte entrar —dijo Irina, con una voz que parecía salir de una cinta grabada.
—¿Dónde está Max?
—¿Qué haces con esa arma?
—¿Dónde está Max?
—La cena terminó temprano. Los americanos tenían que coger el avión. Max fue a la galería a ver a Rita. Yo vine a verte a ti. ¿Por qué no has encendido las luces?
Cuando intentó alcanzar el interruptor, Arkady le dio un empujón. Entonces trató de abrir la puerta, pero él la cerró de una patada.
—No puedo creer que esto haya sucedido de nuevo. No has regresado por mí sino por otra persona. Has vuelto a utilizarme.
—No.
—Sí. ¿A quién persigues?
Arkady guardó silencio.
—Dímelo.
—A Max. A Rita. A Borís Benz, aunque su verdadero nombre es Boria Gubenko.
Irina retrocedió.
—Pensaba que el día que te abandoné fue el peor de mi vida, pero esto es peor. Has regresado para utilizarme. Durante estos últimos dos días he echado a perder mi vida.
—Tú…
—Hace cinco minutos era tuya. Bajo corriendo para verte y me encuentro con el inspector Renko.
—Han matado a un cambista en Moscú.
—¡Qué me importan las leyes soviéticas!
—Asesinaron a mi compañero.
—¿Por qué habría de preocuparme por un policía soviético?
—Asesinaron a Tommy.
—Todas las personas que te rodean acaban muriendo. Max no me haría daño. Me quiere, haría cualquier cosa por mí.
—Te quiero.
Irina le golpeó. Primero con la palma de la mano y luego con los puños. Arkady permaneció inmóvil y dejó que la metralleta cayera al suelo.
—Quiero verte la cara —dijo Irina.
En cuanto encendió la luz, comprendió que algo malo había sucedido. Arkady se tocó la frente y notó un bulto.
Irina contempló la camisa de Alí que yacía en el suelo. Estaba empapada en sangre, roja como una bandera. Luego le quitó la camisa que llevaba puesta y le obligó a girarse.
—¡Estás herido! —exclamó Irina.
—Es un corte superficial.
—Pero estás sangrando.
Arkady se miró en el espejo del baño y vio que Alí le había hecho una herida en la espalda que se extendía desde el hombro derecho hasta la cintura. Irina trató de restañarle la sangre con una toalla pequeña, pero la herida no dejaba de sangrar. Arkady dejó la metralleta en el lavabo, se desnudó y se metió en la ducha. Irina abrió el grifo de agua fría y le lavó suavemente la herida.
Arkady tensó los músculos y se estremeció al sentir el contacto del agua, pero luego se relajó mientras ella le limpiaba la sangre. Sus dedos rozaron una cicatriz que tenía en las costillas, descendieron por su pierna, donde también tenía una marca, y recorrieron otra cicatriz que le atravesaba la tripa, como si fuera un mapa.
Arkady cerró el grifo y salió de la ducha mientras ella se quitaba la falda y las bragas. Luego la levantó del suelo, mientras ella se abrazaba a su cuello y enroscaba las piernas en torno a su cintura para que pudiera penetrarla.
Se abrió a él mientras seguía agarrándolo con fuerza. Sus labios estaban ardiendo y tenía los ojos abiertos, como si temiera cerrarlos. Arkady la penetró con fuerza, como si quisiera alcanzar su corazón, y ambos empezaron a moverse rítmicamente.
En el espejo, Arkady vio que había manchado la pared de sangre. Parecía que ambos escalaran un pozo para alcanzar la luz exterior, mientras Irina jadeaba y le acariciaba el pelo.
—¡Arkasha! —exclamó, arqueando la espalda para que él pudiera penetrarla más profundamente, besándole en la boca y murmurándole al oído con voz ronca hasta que Arkady sintió que le abandonaban las fuerzas.
Ambos se deslizaron lentamente hasta caer de rodillas en el suelo. Luego, él se tumbó de espaldas y ella se montó encima suyo.
Era una momento de una extraordinaria ternura. Irina se levantó la blusa y descubrió sus pechos, con los pezones erectos, y Arkady sintió que su miembro volvía a ponerse duro.
Le besó los pechos mientras su cabello caía como una cortina alrededor de su rostro. Sus lágrimas se deslizaban por el cuello y entre los pechos, y él notó un sabor que era una mezcla de salado y dulce. En aquellos momentos comprendió que ella lo había perdonado. Era una absolución de y para ella. Cuando Irina inclinó la cabeza hacia atrás, Arkady vio la leve cicatriz azulada que tenía debajo del ojo derecho, la cicatriz que le había quedado de Moscú. Mientras se movía sobre él, Irina cerró los ojos, como si sintiera que su miembro se agrandaba dentro de ella hasta alcanzarle la garganta.
Luego se colocó debajo de él y separó las piernas para que la penetrara aún más profundamente. Arkady la abrazó con furia y rodaron por el suelo, como si ambos quisieran desquitarse de los años perdidos, del dolor. Como si quisieran salvarse mutuamente. Dos personas dentro de una misma piel.
Permanecieron tendidos en el suelo como si estuvieran en la cama, ella con la cabeza apoyada sobre el pecho de él y una pierna sobre su muslo. Arkady pensó que no tenía importancia que estuvieran manchados de sangre. De pronto le pareció que eran Orfeo y Eurídice, que habían escapado indemnes del infierno.
Aunque tenía el rostro en sombras, Arkady advirtió que Irina estaba agotada.
—Creo que te equivocas —dijo Irina—. Max no es un asesino. Es muy inteligente. Cuando comenzaron las reformas en Rusia, dijo que no se trataba de una reforma sino de un derrumbe del sistema. Le disgustaba que nuestra relación no fuera como él deseaba. Quería regresar convertido en un héroe.
—¿Desertando de nuevo?
—No, ganando dinero. Dijo que la gente de Moscú le necesitaban más que él a ellos.
—Probablemente tenía razón.
De haber estado equivocado, Max nunca hubiera regresado a Alemania.
—Quiere demostrar que es más inteligente que tú.
—Lo es.
—No, tú eres brillante. Le dije que no permitiría que volvieras a acercarte a mí, y sin embargo aquí estoy.
—¿Crees que Max y yo podemos llegar a resolver nuestras diferencias?
—Consiguió que te enviaran a Múnich, te trajo a Berlín. Si yo se lo pido, no dudará en ayudarte de nuevo. Ten paciencia.
Se sentaron en el suelo, junto a la ventana del cuarto de estar, con las luces apagadas. Parecían los clásicos refugiados, pensó Arkady, él vestido únicamente con los pantalones, y ella, con su camisa. La herida en su espalda se había secado y parecía una cremallera.
¿Dónde podían ir? La policía estaría buscando al asesino de Majmud y de Alí. Suponiendo que utilizaran los mismos métodos que la milicia, los alemanes difundirían la descripción de Arkady, vigilarían el aeropuerto y las estaciones de ferrocarril, alertarían a los hospitales y a las farmacias. Entretanto, los chicos de Boria y los chechenos lo buscarían por las calles. Los chechenos también buscarían a Boria, por supuesto.
Pasada la medianoche, el tráfico disminuyó. Antes de ver los coches que circulaban por la calle, Arkady podía identificar sus voces. El asmático jadeo de los Trabis, el rítmico sonido de los Mercedes diesel. Un Mercedes blanco pasó frente al edificio a la velocidad de una embarcación de pesca.
—¿Quieres ayudarme? —preguntó Arkady.
—Sí —contestó Irina.
—Entonces vístete y sube a tu apartamento. —Le dio el número de teléfono de Peter—. Dile a la persona que responda dónde estamos y quédate en el apartamento hasta que suba yo.
—¿Por qué no subimos juntos? Puedes llamar tú mismo.
—Me reuniré contigo dentro de unos minutos. Sigue llamando hasta que te conteste. A veces tarda un poco en coger el teléfono.
Irina obedeció. Se puso la falda y se dirigió descalza hacia la puerta.
El Mercedes pasó de nuevo frente al edificio. Arkady percibió el sonido musical del Daimler antes de verlo aproximarse lentamente por la otra dirección. Aparte de buscar a Arkady, Max y Boria tenían que protegerse de los chechenos. Probablemente sería Max quien subiría al apartamento, pero Irina tenía razón, no le haría daño.
Los dos coches se cruzaron frente al edificio y siguieron su camino.
Dentro de unos años, cuando los urbanistas hubieran concluido su tarea, la Friedrichstrasse se habría convertido en una importante arteria llena de grandes almacenes, hamburgueserías y bares. A Arkady le pareció que estaba vigilando el cementerio del viejo Berlín Oriental.
Los dos coches aparecieron de nuevo, siguiendo la misma dirección que antes. Arkady supuso que habían dado la vuelta a la manzana. El Mercedes aparcó al otro lado de la calle. El Daimler se metió en el garaje del edificio.
No había muchos lugares donde ocultarse en un apartamento sin amueblar. Arkady colocó la bolsa delante de la puerta, de manera que quien entrara en el apartamento tropezara con ella. Luego se tendió en el suelo, al otro lado de la habitación, para ofrecer un blanco pequeño. A través de las tablas del suelo, Arkady oyó subir el ascensor. Supuso que Max no estaría solo. Afortunadamente las luces del ascensor eran muy brillantes, y cuando Max y sus compinches penetraran en el apartamento, estarían deslumbrados.
La metralleta llevaba incorporado un mango plegable, y Arkady se lo apoyó en el hombro. Colocó el selector en posición automática y dispuso los tres cargadores frente a él, como unos naipes. La luz del descansillo se filtraba por debajo de la puerta, iluminándola de tal forma que ésta parecía vibrar.
El ascensor se detuvo en la cuarta planta. Arkady oyó que se abrían las puertas. Volvieron a cerrarse tras una pausa, y el ascensor subió a la sexta planta.
De pronto sonaron unos golpes en la puerta. Irina entró apresuradamente y la cerró.
—Sabía que no subirías —dijo.
—¿Has telefoneado al número que te di?
—Respondió el contestador automático. Dejé un mensaje.
—En estos momentos Max se dirige a vuestro apartamento —dijo Arkady.
—Lo sé. Bajé por la escalera. No intentes obligarme a abandonarte como hice antes. Ése fue mi gran error.
Arkady no apartaba la vista de la puerta. Supuso que Max se sentiría momentáneamente desconcertado al comprobar que Irina se había marchado. El ascensor permaneció detenido en la sexta planta durante unos diez minutos, más de lo necesario, a menos que Max hubiera decidido bajar sigilosamente por la escalera. Cuando el ascensor se puso nuevamente en marcha, bajó directamente al garaje, y al cabo de unos segundos Irina vio partir al Daimler seguido del Mercedes.