31

Arkadi se despertó bruscamente, consciente de que Irina se hallaba en la habitación. Llevaba puesta la gabardina y estaba descalza.

—Le he dicho a Max que voy a dejarlo.

—Estupendo.

—No es estupendo. Dijo que en cuanto llegaste a Múnich comprendió que esto iba a suceder.

—Olvídate de Max —dijo Arkady, incorporándose.

—Max siempre me ha tratado bien.

—Mañana nos iremos a otro lugar.

—No, aquí estás a salvo. Max quiere ayudarnos. Es un hombre muy generoso.

Su presencia llenaba la habitación. Arkady habría podido dibujar su rostro, su boca y sus ojos sobre su sombra. Podía oler su aroma y notar su sabor en el aire. Al mismo tiempo, sabía que el vínculo que la ligaba a él era muy tenue. Si Irina se daba cuenta de que sospechaba de Max, la perdería irremisiblemente.

—¿Por qué te cae tan antipático? —le preguntó Irina.

—Porque estoy celoso.

—Es Max quien debería estar celoso de ti. Siempre se ha portado bien conmigo. Me ayudó con la pintura.

—¿En qué sentido?

—Presentó el vendedor a Rita.

—¿Sabes quién es el vendedor?

—No. Max conoce a mucha gente. Puede ayudarte.

—Haremos lo que tú quieras —contestó Arkady.

Irina se inclinó y le dio un beso. Antes de que Arkady pudiera levantarse, desapareció.

Orfeo había descendido a los infiernos para rescatar a Eurídice. Según la leyenda griega, la halló en Hades y la condujo a través de innumerables cavernas hacia la superficie. La única condición que le habían impuesto los dioses para esta segunda oportunidad era que no volviera la cabeza hasta que hubieran alcanzado la superficie. Mientras ascendían, Orfeo notó que Eurídice empezaba a cambiar, transformándose de un espectro en un ser cálido y vivo.

Arkady pensó en los problemas logísticos. Evidentemente, Orfeo guiaba a Eurídice. A medida que se abrían paso por entre las cavernas de su ruta subterránea, ¿le había cogido de la mano? ¿Le había atado su muñeca a la suya porque él era más fuerte?

Sin embargo, cuando fracasaron en su intento, la culpa no fue de Eurídice. Al aproximarse a la boca de la caverna a través de la que conseguirían escapar, fue Orfeo quien se giró para mirar atrás, condenando de nuevo a Eurídice a la muerte.

Algunos hombres tenían que girarse para mirar atrás.