UN BUEN CONSEJO PARA MALOS LECTORES

Lo que sigue es información objetiva. Podría estar tal cual en un libro de geografía. Pero no es sustitutivo de la lectura de la historia de Luna Roja y Tiempo Cálido. Es, por así decirlo, un esqueleto sin carne, sangre, venas, músculos, tendones ni nervios. Por esa razón se da este buen consejo: una vez leída esta sección, ábrase de nuevo el libro por la primera página para meterse de lleno en la historia, o bien —por seguir con nuestra comparación— para llenar el cuerpo con alma, espíritu, razón y corazón.

Los hombres llamados tamaschek

Los hombres de que trata esta historia suelen ser llamados tuareg[148] por los europeos. Sería, empero, cosa de ir abandonando este nombre. Usarlo es como obligar a los europeos a que se llamen kaffir[149]. Pues kaffir —que significa «infiel»— es la denominación que utilizan muchos árabes para nombrarnos a nosotros, porque no creemos en el profeta Mahoma. Y los árabes fueron también los que dieron el nombre de tuareg a los pueblos del Sahara central. Los europeos han tomado ese nombre de los árabes. Pero los pueblos con él denominados no piensan en absoluto llamarse así. «Nosotros, los tamaschek», dicen de sí mismos. Y tamaschek es también el nombre de su lengua bereber. Es una lengua hermosa, sonora y fuerte. Fue puesta por escrito por vez primera por el célebre Pére de Foucauld[150], el ermitaño de las montañas del Hoggar. Esa hazaña es un verdadero mérito. El padre De Foucauld fue muerto por unos ignorantes tamaschek.

Los tamaschek son un gran pueblo. Viven en las montañas del Sahara central, en los montes Ayyer, en los del Hoggar, en el Air, a ambos lados del arco del Níger y Níger arriba hasta el lugar de Gundam[151], al sur de Timbuctú. Es difícil calcular su número. Serán unos 500 000. Constan de varias nacionalidades o ramas, igual que los españoles son castellanos, o catalanes, o vascos, o gallegos, o andaluces. Y tienen diversos dialectos. El grupo mayor, el de los ulimindés, vive en el arco del Níger. Cuenta unos 160 000 individuos. Pero los tamaschek de que habla este libro viven en las montañas de Iforas, en la tamesna o desierto, y también al oriente de ésta y en la tierra de dunas de Timetrin, al oeste de las montañas de Iforas. Estos tamaschek no son más de 16 000 hombres, y ocupan una superficie mayor que media Francia. Algunos científicos creen que los tamaschek llegaron al Níger procedentes del nordeste, de las montañas del Fezzán[152]. Es muy probable que lleven razón, aunque las pruebas en favor de su afirmación no carecen de lagunas.

No hay duda de que los tamaschek son hombres blancos. El sol y la vida en el desierto los han tostado —y, además, como no son demasiado aficionados a lavarse, es difícil descubrir cuál es el color «natural» de su piel—. Hay viajeros que dicen que los tamaschek son azules, y también ellos llevan razón, pues los tamaschek gustan de ropajes azules que destiñen mucho.

Los tamaschek son nómadas. Recorren con sus rebaños y durante todo el año sus enormes territorios de pastoreo, buscando siempre agua y alimento para sus animales. En la estación de las lluvias se dirigen generalmente a lugares de tierra salada. Los rebaños necesitan sal, y también la necesita el hombre. En algunos puntos del Sahara hay yacimientos de sal. Todavía hoy siguen recorriendo anualmente el desierto las caravanas de sal[153]. Los yacimientos más célebres se encuentran cerca de Taudeni[154], 700 km al norte de Timbuctú.

Hablando de los tamaschek cuando se dice «rebaños» se piensa sobre todo en camellos y bovinos, pero también en cabras y ovejas. Además, crían asnos, y, junto al Níger, caballos. En las montañas de Iforas los caballos son escasos. Sólo personas muy ricas tienen allí caballos, pues en la estación seca falta agua para su cría, y algunas veces ocurre que haya que abrevar a los caballos con leche, la cual tampoco abunda.

Aun sin saberlo podría adivinarse que los tamaschek son pastores gracias a mil pequeños detalles de su vida: todas sus comparaciones se refieren al ganado o a los camellos. Su vocabulario sobre camellos y ovinos es extraordinariamente rico. Sus bienes muebles son cosas características de los pastores. La tienda de campaña, u hokum, está cubierta de pieles rojo oscuro. La leche es su principal alimento: leche de camella, de vaca, de oveja y de cabra.

Les gusta mucho la carne, pero, en cambio, no les gusta matar animales y aún menos venderlos. Podría decirse que no tienen matanza más que en ocasiones de fiestas y visitas. Pero cuando el gobierno, el beylik, llega para percibir los impuestos, no tienen más remedio que llevar algunos animales a los mercados del Gran Río, esto es, al Níger. Otros alimentos son el mijo, y, en las montañas de Iforas, el arroz ante todo, que les llega de Gao[155]; en tiempos de miseria comen también los granos del cram-cram, que, machacados en el mortero, dan una buena harina. No toman bebidas alcohólicas como podría ser alguna cerveza de mijo o maíz. Su único «vicio» es masticar tabaco. De los árabes han recibido la costumbre de tomar té. Antes bebían café[156]. Pero sólo los muy ricos pueden beber esas infusiones. Las bebidas más importantes siguen siendo el agua y la leche.

No se puede ser nómada más que en territorios que hagan imposible la agricultura. Tal es plenamente el caso de las montañas de Iforas. Es este territorio una meseta cortada por amplios ueds. Los pozos de agua son relativamente abundantes. En algunos lugares tienen desde tiempos arcaicos brocales de piedras en hileras. En los ueds crecen plantas adecuadas para el ganado, ante todo hierbas como alemos y affaso[157]. También crecen muchos matorrales, frecuentemente espinosos, y numerosas acacias. Los dos tipos de acacia más importantes son las especies tamat y ahaksch (en árabe: talha[158]). El yir-yir, una planta de hojas ricas en agua, y el had[159], rico en sal, son imprescindibles para los camellos. No todas esas plantas se presentan en cada ued, y algunas no se encuentran sino en determinados momentos del año, por ejemplo, después de los ayinnas, que son los tornados o tormentas.

El clima es seco y muy cálido. La precipitación acuosa no sobrepasa los 120 mm. De diciembre a febrero las temperaturas nocturnas pueden bajar hasta 10° bajo cero. El que en esta época viaje por Iforas hará bien en ponerse tres o cuatro jerséis, pues si no, se helará en la silla de su camello, expuesto al viento helado. En el verano las temperaturas suben durante el día hasta los 44° a la sombra, y no bajan por la noche más de las de 25°. Al sol hace aún mucho más calor: hasta los 50°. Si se mide la temperatura de las rocas graníticas negras y moradas, el termómetro sube hasta los 70° y uno se quema la mano si la pone en contacto con la piedra. También los camellos se hieren en esta época del año las sensibles plantas al caminar por la montaña.

Pese a esas difíciles circunstancias climáticas, los tamaschek aman mucho su tierra y odian las ciudades y aldeas estables. El que haya vivido con ellos, cabalgado con ellos, el que haya intentado realmente compartir algo su vida, comprenderá, probablemente, ese sentimiento de los tamaschek. Comprenderá también por qué esos hombres son capaces de conversar durante horas sobre las excelencias de un camello semental, sobre el sabor de una determinada fuente o sobre las características de un prado, y, si sus conocimientos lingüísticos se lo permiten, participará con entusiasmo en esas conversaciones.

En la Europa medieval había siervos, campesinos libres, caballeros, ciudadanos o burgueses, príncipes y clero. En el actual Iforas y, en general, entre los tamaschek del Sahara, la situación es muy parecida.

Los tamaschek son mahometanos, por más que no muy celosos. Sus clérigos se llaman marabúes o marabutes. Hay tribus que están formadas exclusivamente por marabúes (recuérdese que el pueblo hebreo tenía también una tribu compuesta sólo por sacerdotes). Pero en las montañas de Iforas los marabúes pertenecen a las diversas tribus, que en este territorio son siete. Se citan en este libro. Los marabúes son sacerdotes, médicos, y, a menudo, también jueces y sabios. Saben leer y escribir y, sobre todo, se saben el Corán, escrito en árabe. No todos son respetados. Puede decirse que la propiedad de camellos cuenta más que la sabiduría. Ello no excluye, de todos modos, el que algunos marabúes disfruten de extraordinario prestigio e, incluso, tengan gran influencia política.

Los siervos de los tamaschek se llaman iklán (que en singular se dice aklí). Se trata de negros capturados por los tamaschek en sus rezzus, expediciones y ataques al sur, y convertidos en esclavos. Hacen todo el trabajo del ganado y, salvo excepciones, son bien tratados y cuidados hasta su muerte. Naturalmente, los franceses[160], cuando se asentaron en el Iforas hacia el 1906, se negaron a reconocer la servidumbre y ofrecieron a los iklán la posibilidad de huir de sus amos sin ser castigados. No todos los iklán han alcanzado, al hacerlo, la felicidad, pues muchos que se liberaron padecen hoy hambre en las ciudades, por las que vagabundean. En ellas les llaman belah. Pero algunos de ellos, con la ayuda de los franceses, han conseguido considerables ganados en los territorios de pastos del Níger, y han llegado a ser ricos. Para los tamaschek, la huida de muchos de sus esclavos significó más o menos lo mismo que significaría para un propietario de taxis europeo la huida de todos sus chóferes. Ahora tienen que hacer ellos mismos el trabajo, ayudados, a lo sumo, por sus familiares. Pero sigue habiendo iklán, que se quedaron libremente y siguen haciendo su trabajo sin salario, a cambio de alimento y de un lugar en la tienda. Ahora se les llama criados, pero su situación es casi la misma de los antiguos esclavos. No obstante, pensar que todos los iklán son desgraciados es una idea puramente europea, y no es posible trasladar nuestras ideas sin más al África. Puede, de todos modos, afirmarse que, a la larga, la evolución del mundo hará imposible esa servidumbre personal.

Hay, además, otro grupo de negros entre los tamaschek, grupo que nos plantea un problema muy difícil. Se trata, en efecto, de los artesanos, de las gentes que confeccionan las sillas de montar, las bolsas, los cuchillos, las espadas (llamadas takuba), etc. Se les llama injardén (en singular: enad[161]) y se diferencian de los otros negros en que son libres y, además, por su aspecto. Tienen ojos almendrados, rostros muy bien modelados, con la nariz recta, y dan la impresión de pertenecer todos al mismo grupo humano. Pero ¿a qué grupo? ¿Son los injardén la población primitiva del Sahara, que hubiera sido sometida por los tamaschek? ¿Son artesanos inmigrados tal vez del valle del Nilo? En todo caso, saben ejecutar magníficos trabajos en cuero, madera y hierro. En pago de ello son… despreciados. Es un hecho: se les desprecia, a pesar de su habilidad. Ningún tamaschek se casaría con una mujer enad. Pero ¿no será más bien ese desprecio un secreto temor? Por el momento, la cuestión es un enigma sobre el cual los investigadores no han conseguido aún arrojar luz suficiente.

Pasemos ahora a los tamaschek mismos: entre ellos viven dos grupos que se corresponden con los europeos medievales de caballeros y campesinos: los imrad, llamados también vasallos, y los ilelán (en singular: elén), que son los tamaschek distinguidos o aristocráticos. Unos y otros son blancos. No presentan diferencias externas, como no sea la del diverso prestigio y respeto de que gozan; antes se diferenciaban por su trabajo.

Los imrad cuidan los rebaños. Antes, tenían que pagar un tributo a los nobles o ilelán, y aún lo hacen hoy algunos pocos. Los imrad se casan siempre entre ellos, se mantuvieron siempre separados de los nobles y miraban a éstos con desconfianza.

Los nobles, en efecto, tenían como oficio el de no hacer nada o bien hacer la guerra, robar y asaltar, dirigir caravanas y hacer que otros hombres trabajaran para ellos. La cosa recuerda vivamente el fenómeno de los caballeros-bandidos feudales en Europa. Nobles e imrad tienen nombres de tribu distintos; por tanto, también hay tribus nobles y tribus no nobles.

Al instalarse en el Sahara, los franceses destruyeron enérgicamente ese antiguo orden social. Arrebataron a los nobles sus privilegios y no les permitieron dedicarse más que a la cría de camellos o de bóvidos. Fue un cambio duro para los nobles. Y no ha terminado aún. La verdad es que es difícil acostumbrarse a trabajar cuando durante siglos se ha acostumbrado uno a no hacerlo. Así ocurre que muchos imrad son hoy más ricos que los ilelán.

En algunos libros se llama a los ilelán también imojar o imagerés, pero esas dos palabras no son corrientes en el Iforas mismo.

Todos los tamaschek, hombres y mujeres, cantan con gusto y son aficionados a componer poesías. Ha habido entre ellos célebres poetisas, y sigue habiéndolas hoy. Muchas veces, por la noche, se sientan ante el fuego y cantan canciones sobre célebres camellos, acciones heroicas, historias de amor. Son verdaderas canciones populares, y a veces, ocurre incluso que un cantante empiece el poema (sin rima) y lo continúen otros dos sucesivamente. Todas esas canciones y poesías pasan de boca en boca, lo cual recuerda también la Edad Media europea, con sus trovas y trovadores.

En este libro aparece un joven pastor que se llama Mid-e-Mid y es poeta. Quizá piensen algunos lectores que este Mid-e-Mid es demasiado joven para eso. Yo les tengo que contestar: en el libro lo he pintado mucho mayor de lo que es en realidad. Mid-e-Mid es un personaje real, que vive hoy. Tiene ahora (1958) veintidós años y es tan conocido por sus canciones entre las siete tribus del Iforas como el presidente de los Estados Unidos entre los americanos. Algunas de las canciones que reproduzco, traducidas en este libro las cantó él y yo las tomé en cinta magnetofónica.

Debo también confesar que hoy día, en las montañas difícilmente accesibles situadas al noroeste del adrar de Iforas, siguen viviendo bandidos como Abú Bakr. Tiempo Cálido es una muchacha que conocí durante mis cabalgadas por ese país. Naturalmente que su verdadero nombre es otro y que su vida no ha discurrido exactamente como la describo en el libro; pero tampoco es muy distinta de esa descripción. E igual que las personas están tomadas de la realidad, los datos y descripciones geográficos son también exactos. Pero todo eso es, en el fondo, de poca importancia para nuestra historia. Lo único importante es que cada figura refleje un trozo de vida verdadera, y que en esos reflejos sepamos reconocernos también a nosotros mismos.

Bueno, pues ésas son las cosas más importantes sobre los tamaschek. En el índice alfabético de palabras que se encuentra a continuación hay algunos detalles útiles para futuros investigadores. Y, ahora, vuélvase al comienzo de este libro.

El autor