UNA CANCIÓN PARA KALIL
EL erís de Tin Za’uzaten es como una avanzada de la vida en la muerte del desierto sahariano. Es el límite entre las montañas de Iforas y las del Hoggar, entre el mundo de los pastores y el de las caravanas, entre la hierba y el desierto total, el cruce de pistas y senderos.
No había en el ued más que una escuadra de pájaros grises y charlatanes en la arena húmeda que rodea el pozo. Volaban sin abandonar el lugar, hasta las ramas de los vecinos ebarakán[144]. Allí se posaron piando.
—¡Eh, Kalil! —llamó Mid-e-Mid—. ¿Dónde estás?
El loco salió de detrás de un árbol.
—¡Mid-e-Mid ag Agasum! Kalil no te ha reconocido. —Y rió con gesto de lamentación.
—¿Es que he cambiado?
—Evalá: llevas otro camello.
—Es verdad. No había caído en ello…
—Dame tabaco —dijo el loco.
Mid-e-Mid le dio un puñado y bajó del animal.
—Dale de beber, Kalil, que tiene sed.
Kalil lo hizo, pero sin dejar de mirar a Mid-e-Mid en cuanto podía.
—No es el camello —dijo.
—¿El qué, Kalil?
—Lo que te ha cambiado.
—Ya… ¿y qué es? ¿Es que llevo otras ropas?
El loco chascó la lengua y los dedos.
—Kalá. Es el corazón, que se ha hecho más grande.
Y le golpeó el pecho con las yemas de los dedos.
—Más grande que tu cabeza…
Y rió, satisfecho.
—Kalil lo ve todo… Kalil lo sabe todo…
—Sí —dijo Mid-e-Mid—. A veces sabes cosas… Lástima que no las puedas decir bien.
—Oh —dijo el loco—. Kalil puede decirlo todo. Tu corazón estaba enfermo. Y se ha estirado. Así… —extendió los brazos—. Ahora es grande… pero tendrás que romperlo.
—Ya está roto, Kalil. Alah lo sabe, alabado sea su nombre.
El loco sacudió la cabeza y la larga pelambrera revuelta le tapó la frente.
—No. Tienes que rompértelo tú… Es muy fácil… ¡Mira!
Se abrió el bubú y el sol iluminó su pecho.
—Mira qué fácil es… así de fácil… así de fácil… Luego te sentirás alegre como el asno sediento que llega al pozo…
—Sí que he sido un asno, Kalil. Pero el agua que he bebido era amarga como el zumo del tagilit[145]…
—Qué bien hablas, Mid-e-Mid —repuso el loco—. Qué bien… Eres un marabú del corazón triste… el hijo de la felicidad para los demás… eres un amuleto… —Se echó a reír y movió los hombros como si le picaran los brazos.
—Canta un poco… un poco… un poco…
—No sé —dijo Mid-e-Mid—, ya no se me ocurre nada…
El loco le agarró las muñecas y tiró de él hacia la orilla del cauce arenoso, caminando hacia atrás paso a paso.
—Suelta, Kalil —dijo Mid-e-Mid, impaciente—, ya vuelves a hacer tonterías.
—Kalil te enseñará una cosa… ven, ven… ven de prisa.
Soltó a Mid-e-Mid y salió él corriendo. Se paró bajo un ebarakán.
—Ven, Mid-e-Mid, corazón grande, ven… —le llamaba con el dedo encogido.
De mala gana acudió Mid-e-Mid.
—¿Qué? ¿Qué hay? No veo nada.
Había llegado ya a la densa sombra del árbol.
—Échate en el suelo, corazón grande… como un piojo muerto… como un pellejo de vaca…
Mid-e-Mid se echó.
—Si —dijo—, ya veo. Me sigues haciendo tonterías… tú sigues siendo loco y yo me volveré loco si sigo aquí. Me tengo que marchar.
Kalil le miró amistosamente; los ojos enrojecidos y salientes parecieron agrandarse, descubriendo las pupilas azul oscuro.
—Mira hacia arriba, Mid-e-Mid…
Mid-e-Mid contempló las verdes ramas. Allí estaban los pajarillos, limpiándose el plumaje, picando, piando. Vio los pardos túneles de tierra que los termes pegan al tronco para protegerse de la luz. Vio las rojas secreciones resinosas del árbol y oyó el zumbido de las abejas que se habían hecho un nido en una cavidad. Olió a cabra y a camello y vio entre las ramas más altas el cielo azul y unas cuantas nubes blancas que pasaban presurosas, como si tuvieran que llegar a un pozo antes de que cayera la noche. Sintió bajo su cuerpo la blandura de la arena seca y se estiró con bienestar.
—Corazón grande —murmuró el loco—, ¿puedes cantar ahora? ¿Puedes cantar para Kalil? ¿Un poco…? ¿Un poco… para Kalil?
Mid-e-Mid contestó:
—Espera un poco. Quizá sí.
El loco se sentó a su lado, puso las manos cruzadas y se esforzó por respirar sin ruido.
Al cabo de un rato dijo Mid-e-Mid:
—Escucha, Kalil.
El loco inclinó la cabeza y escuchó:
Cuando la hierba brota en las laderas,
cuando las amarillas flores del tamat
llaman a las abejas bajo la brisa,
cuando él vellón de los cabritos
brilla entre las matas de yir-yir[146],
cuando las claras llamadas de los pastores
y la profunda voz de las yeguas blancas
resuenan por los valles rocosos,
están ya muy olvidadas
las oscuras nubes del ayinna
y sus truenos y su rayos azules.
Las muchachas pasan riendo,
montadas en asnillas grises,
cantando y riendo, camino de las fuentes,
para coger el agua con la mano.
Los hombres cabalgan los camellos
al trote, hacia el tindé[147],
y giran en torno de las mujeres.
Dentro de nosotros gira el hermano sol.
—Ah, cómo cantas, Mid-e-Mid —dijo el loco—. Dentro de nosotros gira el hermano sol… dentro de nosotros…
Y empezó a cantar la canción con su voz cascada, unas veces tarareando la melodía, otras veces diciendo las palabras, y saltaba y movía los brazos, como un buitre joven que levanta, indeciso, las alas para su primer vuelo.
Mid-e-Mid le miró, divertido, y se dirigió hacia su camello, que estaba comiéndose las ramas del ebarakán.
—Bismiláh, Kalil —dijo—. Ya veo que estás contento.
—Bismiláh, hijo de la felicidad, mago Eliselus, bismiláh…
Mid-e-Mid montó y cabalgó despacio por el ued. Se volvió y vio que el loco seguía saltando y cantando con su voz fea y ronca: dentro de nosotros gira el hermano sol…
«Mira», pensó, «puedo mover el corazón de un pobre loco, de un desgraciado embrujado por los espíritus… Puedo hacerle saltar y bailar… con una canción sola…».
«Hamduliláh», pensó, «aún sirvo para algo… aunque sólo para los locos… o quizá también para desesperados, tristes y amantes… El sueño, el sueño… El mijo eran mis canciones. ¿Para qué necesito rebaño y tienda, si soy capaz de esto? Tengo otras cosas que hacer en vez de ordeñar y guardar vacas… Tengo que alegrarles: a los Kel Effele, a los idnán, a los Kel Telabit, a los ibottenatés y a los iforgumesés, a las muchachas en los pozos y a los hombres en las tiendas, al amenokal en su soledad y al loco en su perdición… y a Tiu’elen… que también me necesita… igual que yo para cantar… hamduliláh».
Mid-e-Mid llegó a su hokum y dijo a Amadu y Dangi que eran libres. Les dio terneros lechales y un camello y les dijo que se fueran adonde quisieran. Devolvió los animales de Abú Bakr a los robados o los regaló. Y no se quedó más que con una asnilla gris para su madre.
Él volvió a su agitada vida. Se estuvo aún un año entero en el norte, donde las montañas son negras y violeta y las llanuras son amarillas a causa del alemos. Pero sus canciones viajaban muy lejos, de boca en boca, de tienda en tienda. Resonaban y zumbaban en torno de los fuegos, cuando el puré de mijo para la noche hervía en las tiznadas ollas de hierro. Salían de los labios de los tostados pastores que, en las horas de más calor del día, descansaban con sus bueyes a la parca sombra de las acacias. También las cantaban las mujeres mientras blandían la mano de almirez y la sal gris se rompía en frágiles cristalitos en el mortero de madera, bajo la furia de los golpes.
Mid-e-Mid cantaba en el norte. Y parecía como si el viento mismo llevara sus canciones al verde sur, a las tribus de los Kel Effele, a los idnán de las orillas del ued de Tilemsi y a la gran tribu de los ibottenatés, cuyos camellos pastan en la tamesna.
Luna Roja levantó su mano protectora por encima de él cuando el beylik mandó prenderle, pues no se había olvidado la muerte de Tuhaya. Y Tiempo Cálido llamó a su primer hijo Aymed, y le colgó del cuello una pluma de alondra, para que fuera cantor, como Eliselus. Y cuando el pequeño chillaba y pateaba en sus rodillas, decía:
—Tiene toda la fuerza de su padre Ayor, y también la misma frente, pero tiene la voz maravillosa de Mid-e-Mid.
Y como todas las mujeres de su séquito asentían, se lo creía ella misma.
Sólo Queso de Leche Fresca decía:
—Chilla como un gallo, y tiene tantos dientes como mi padre Intaláh, que no tiene ninguno.
Pero para decir eso hace falta no creer en nada, y eso era demasiado poco para Tiu’elen.