XVII

LA BODA

EMPEZARON los ritos de la boda. Luna Roja y Tiempo Cálido tenían que sentarse en un asiento de tierra apisonada hecho entre los grupos. No debían hablarse ni mirarse. Ayor aceptó fácilmente la situación y la soportó sin esfuerzo. Tiu’elen, en cambio, sufrió mucho, a pesar de estar totalmente cubierta. Sentía materialmente las miradas de los demás como si fueran flechas, y sospechaba un ataque de Tadast contra el cual no podría defenderse. No sabía quién era amigo suyo y quién enemigo en aquel grupo de hombres. Se creía entregada y abandonada, y por primera vez sintió la presencia de Luna Roja como un consuelo. Percibió el calor de su espalda en el fresco de la noche y se apoyó imperceptiblemente en él. «¿Cuándo habrá terminado esto? —pensó—. Pero lo hago por Mid-e-Mid. Hablaré a Ayor de él cuando nos quedemos solos… ¿Qué pensará de mí Mid-e-Mid cuando sepa esta boda?…». La idea la aterrorizaba, y al mismo tiempo que se le ocurrió, creyó reconocer entre los huéspedes de Intaláh el rostro de Mid-e-Mid. Pero no podía ser: allí no estaban más que los nobles tamaschek con Tuhaya, y muy al borde, su padre. No conocía más que a estos dos.

Uno de los invitados, Ramzafa, cantó en tono de burla:

Corría el toro por la hierba fresca

en busca de su vaca.

Pero no pudo encontrar la vaca

por la hierba fresca.

Entonces se consoló con una oveja,

por la hierba fresca, por la hierba fresca…

Los hombres se morían de risa. Habían entendido la alusión al origen plebeyo de Tiu’elen. Los ilelán exigieron tumultuariamente que repitiera la canción. Pero Intaláh arrugó la frente y el marabú se cubrió los ojos con las manos.

Se levantó Tuhaya.

—¿Quién quiere cantar la marcha de Tilemsi? —preguntó, para salir al paso de más burlas. Sabía que algunos jóvenes querían cantar en honor de la victoria sobre los kunta.

Se levantaron dos, Pero sus canciones no eran buenas y todos se rieron.

Había también admiradores de Tiu’elen entre los huéspedes, y cantaron la canción que por primera vez se oyera en el ued Boyeritén: «La luna de Irrarar». La cantaron de tal modo que todos entendieron a quién estaba dirigida: a Tiu’elen.

Luna Roja apretó la espalda contra la de Tiempo Cálido, para expresar su alegría. Pero Tiempo Cálido se quedó inmóvil. La canción había avivado el recuerdo del hombre que la había compuesto para ella. Bajó la cabeza.

En aquel momento oyó una voz que era capaz de distinguir entre miles, aunque sonaba suave y densa en otros tiempos y ahora la oía dura y cortante.

Mid-e-Mid se había puesto en primera línea. Nadie le había visto. Pero llevaba la cabeza descubierta. Tiempo Cálido se dio cuenta de la dureza del gesto de su boca, de que llevaba los ojos hinchados y de que miraba a todas partes con enorme desprecio. «No», pensó, «no puede ser Mid-e-Mid». Pero sí que fue su voz la que dijo:

—Voy a cantar.

Tiu’elen creyó desmayarse. Tembló, mientras la sangre le subió en oleadas a la cabeza. No oyó los gritos que acogían a Mid-e-Mid.

—¡Es Eliselus! ¡Ha venido Eliselus!

Tiu’elen estaba sorda y muda, y bajo el manto pasaba

de la palidez más inhumana a un rojo sanguíneo no menos angustioso. Intentó dominar las lágrimas, pero no pudo impedir que le cayeran algunas. Habría querido levantarse y decirle que se marchara de la fiesta, que no la torturara. Pero se quedó silenciosa en su asiento, paralizada como una estatua.

Mid-e-Mid la miró y cantó:

Bahú,

Bahú se llamaba mi yegua.

Ojo de fuego, tendón de acero,

y hermosas crines, mar y bandera,

cuando volaba al viento del reg[141].

El viejo Intaláh murmuró:

—¡Qué canción! Este joven canta mejor que ningún otro tamaschek.

El aplauso atronaba por el campo, y desataba los ecos en las montañas. Pero Tiu’elen estaba angustiada, comprendiendo quién era Bahú. Había otros dos que lo sabían: Tuhaya y Tadast.

Tuhaya se arrepintió entonces de haber dicho a la mujer del amenokal lo que sabía. Temía que hablara, y aquel momento era malo. Oída la canción, no había corazón que no estuviera con Mid-e-Mid y sería imposible obrar contra él. Las palabras de Tadast no harían más que herir profundamente a Tiu’elen sin quitarle el marido.

Angustiado, se levantó para impedir que Tadast hablara. Hasta le hizo descompuestos signos en ese sentido. Pero Tadast no le veía y gritó:

—¿Queréis saber, tamaschek, quién es Bahú? ¿Quieres saberlo, Ayor Jaguerán?

Sus gritos terminaron con los aplausos. Todos los rostros se volvieron hacia ella.

—¿Quieres saber quién ha estado en los brazos de Mid-e-Mid y le ha prometido ser su mujer? ¿Quieres saber quién oyó la respuesta: me siento como el alemos cuando le toca el ayinna después de la sequía? ¿Quieres saber quién se mostró dispuesta a venir a tu tienda por dos terneros?

Se hizo un silencio en el que se oía el chasquido de la leña ardiendo.

Tadast señaló a Tiu’elen, que lloraba con la cabeza entre las rodillas.

—¡Ésa, ésa es Bahú!

Tuhaya se dio cuenta de que ya estaba todo hecho. Luna Roja echaría a Tiempo Cálido con oprobio y vergüenza. Pero se dio cuenta de que eso significaría al mismo tiempo el final de su amistad con Ayor, conseguida con su éxito al pedir la mujer para él. Entonces, con una agilidad mental que había sido siempre su principal cualidad, intentó descargar contra Mid-e-Mid la cólera de Ayor.

—La boca de Tadast ha dicho la verdad —gritó—. Tan verdad como que estoy ante vosotros: yo he oído esas palabras estando en la tienda del marabú para pedirla: Mid-e-Mid ha embrujado a esta muchacha. Mid-e-Mid es el culpable.

Su mano delgada señalaba al cantor, y todos los ojos se volvieron hacia el sombrío rostro de Mid-e-Mid. Aún había silencio. Pero era el silencio que precede al primer rayo de una terrible tempestad.

Tuhaya gritó:

—¡Hombres tamaschek! He callado mucho tiempo por Ayor Jaguerán. Pero ahora ese chacal ha irrumpido en el rebaño. Ha ensuciado el honor de Tiu’elen ante todos nosotros. Yo sería culpable si callara.

Se le quebró la voz. Le temblaba la mano, aún dirigida hacia Mid-e-Mid.

—¡Hombres tamaschek! Yo perseguí a vuestro enemigo Abú Bakr, pero de noche y a traición le mató el hijo de Agasum con su propia espada y le robó. Coged al asesino y entregadlo al beylik.

En el murmullo se oyó un grito del marabú:

—No te creo, Tuhaya… mi hija…

Pero los gritos que siguieron fueron más fuertes.

Mid-e-Mid saltó hasta Tuhaya, con Teljenyert en las dos manos, de tal modo que el pomo del bronce brillaba al fuego encima de su cabeza.

—¡Éste por mi padre! —La takuba rompió las manos de Tuhaya, con las que intentaba defender la cabeza. Tuhaya cayó de rodillas.

—¡Éste por la honra de Tiu’elen! —El segundo golpe tiró a Tuhaya al suelo.

—¡Y éste para que se cierre tu hocico de mentiras! —Con el pomo destrozó el cráneo de Tuhaya.

Entre gritos de excitación de los tamaschek, Mid-e-Mid saltó por las filas. Nadie intentó detenerle.

Sólo Tadast gritó:

—¡Ayor! ¡Venga a Tuhaya! ¡Devuelve Tiu’elen a su padre!

Pero ya se subía el cantor a su camello y se perdía al galope en la noche.

Los hombres se acercaron al cadáver de Tuhaya. La voz aguda de Tadast dominaba los rumores:

—¡Cobardes! ¡Cobardes! ¿Es que ninguno persigue al asesino?

En aquel momento todos se volvieron. Vieron que Luna Roja se inclinaba, cogía a su mujer en brazos y se la llevaba a su propia tienda.

Tadast se quedó blanca. Tenía los ojos salidos de las órbitas, como si se estuviera asfixiando. Corrió sin decir palabra hasta Intaláh, único que aún estaba sentado en su sitio:

—Intaláh, ¿qué vas a hacer?

—Consultaré con mi hijo —respondió, lentamente, el viejo.

Entonces comprendió que había perdido el juego. Le pidió que se apoyara en ella para levantarse. Pero Intaláh no le contestó. Se apoyó trabajosamente en su bastón y se dirigió con cansados pasos a su tienda. Pensaba: «Tengo que dejar tranquilo a Ayor. Es un asunto suyo. Es su fiesta. Y es su mujer». Al cabo de un rato pensó: «Tuhaya había adivinado su muerte. No quería pedir la mujer…, sí, sí, lo presentía».

Llegaron los príncipes que estaban invitados y se sentaron con él.

Él preguntó:

—¿Qué haríais vosotros en mi lugar?

Ellos contestaron:

—Déjalo en manos de Luna Roja, amenokal. Si devuelve la mujer, bien. Si no la devuelve, bien… Pero no nos parece que quiera devolverla…

Mandó a uno de los iklán que hiciera té y animara el fuego.

—El té nos sentará bien —dijeron los príncipes.

Y al cabo de un rato añadieron:

—Ha sido una fiesta magnífica… —Lo que significaba que no querían hablar más de la muerte de Tuhaya.

En cambio, los demás huéspedes hablaron mucho tiempo de ella. Y sus conversaciones terminaban siempre con estas palabras:

—Esperemos a ver qué hace Ayor Jaguerán.

Aquella noche los fuegos ardieron ante las tiendas hasta la mañana.