XV

LA PETICIÓN

MID-E-MID tuvo que contar muchas cosas aquella noche: habló de cómo le llevó consigo Abú Bakr, de cómo huyó de los goumiers, del loco Kalil y de la época pasada con Amadu y Dangi en la garganta rocosa. Tiu’elen y su madre estaban pendientes de sus labios y no le interrumpieron más que para confirmarle la muerte de Abú Bakr. Finalmente creyó Mid-e-Mid que el bandido había dejado de existir.

—¿Qué sabéis de mi madre? —preguntó luego.

—Está bien —dijo la mujer del marabú—. Ella no ha creído nunca que hubieras muerto.

—Mañana volverá mi padre —dijo Tiempo Cálido—. Le contarás todo esto. Estaba muy triste porque no te quedaste en su tienda, pues buscaba un discípulo cuando Ayor volvió a la tienda de su padre.

—Ah —dijo Mid-e-Mid. Y preguntó: —¿Qué sabes de Luna Roja?

—Se ha hecho célebre —contestó Tiempo Cálido con indiferencia. Ha hecho la guerra contra los kunta y ha reconquistado Aselar. Mira: aún tengo la botellita de aceite de rosas[138] que me regaló. Pero no lo he vuelto a usar desde que te marchaste.

La respuesta puso encarnado a Mid-e-Mid.

—Es hora de dormir —dijo la mujer del marabú—. He puesto una estera para ti, Mid-e-Mid.

—No podré dormir —contestó él.

Se echó en la esterilla, se bebió una jarra de leche que le dio Tiempo Cálido.

—Tengo que hablar contigo —le dijo, y le cogió la mano.

—Mañana, Mid-e-Mid —dijo ella, y retiró la mano y desapareció detrás del lienzo de la tienda.

Cuando la mujer del marabú se acercó a inspeccionar el fuego vio que Mid-e-Mid dormía ya profundamente.

El marabú llegó a la mañana siguiente. Había pasado la noche cerca de su campamento y traía dos cabras y un queso. Eran regalos por un exorcismo que había practicado para expulsar a los demonios.

Le habían llamado porque en un prado habían muerto uno tras otro tres camellos. El propietario creía que la cosa no era natural. Tenía que haber diablos en la llanura.

El marabú había pronunciado entonces algunas oraciones, había sacrificado un carnero, regando la tierra con su sangre, y había mandado repartir la carne por otras tiendas.

El marabú le preguntó:

—¿Vas a quedarte en las montañas con los rebaños del bandido?

—No —dijo Mid-e-Mid—. A mi vuelta llevaré los animales al pozo y los devolveré a sus propietarios. Pero sobrarán muchos animales, robados en tierras muy lejanas de éstas. Me he dado cuenta por los hierros. Y, además, hay animales sin marcar, que le nacieron a Abú Bakr.

El marabú asintió:

—Quédate con ellos, Mid-e-Mid. Eso no está contra la voluntad de Alah.

Mid-e-Mid dijo:

—Pero antes tengo que saber si me siguen buscando los goumiers. En Samak dispararon contra mí, quizá pensando que yo era un hombre de Abú Bakr… He cuidado sus rebaños porque se lo prometí… es verdad. Pero no he robado nada.

El marabú puso cara pensativa.

—He oído algo de eso. Pero no debes encolerizarte. Los goumiers encontraron el cadáver de Abú Bakr y no pudieron averiguar si había muerto de sed o si alguien le había matado… Saben que tú fuiste el último que estuvo con él… Querrán saber de ti si tú le mataste.

—¿Yo? —gritó Mid-e-Mid.

—Nosotros no decimos eso, Mid-e-Mid. El beylik es el que quiere saberlo, y ha preguntado por ti. Te doy un buen consejo: no lleves Teljenyert al cinto ni montes en Inhelumé. Pueden interpretarlo mal.

—Teljenyert es un regalo. Y monto a Inhelumé porque me lo prestó Abú Bakr hasta que volviera. Como ha muerto, me quedo con él. No hay mejor camello en esta tierra.

El marabú asintió.

Hacia mediodía hizo su aparición la mujer del marabú y dijo:

—He visto un extraño que cabalga hacia nuestra tienda. Mid-e-Mid, vete a la tienda pequeña donde están los corderos recién nacidos, y quédate allí hasta que sepamos por qué viene.

Mid-e-Mid estuvo de acuerdo, pues no quería causarles perjuicio. Se metió en la pequeña tienda apartada, se echó en una estera y se durmió.

El desconocido se acercó. Miró a su alrededor, vacilando, y dijo:

Marabú, tengo una cosa que hablar contigo, no es para todos los oídos. ¿Podemos hablar solos los dos? Debo decirte mi nombre. Yo soy Tuhaya. ¿Has oído hablar de mí?

El marabú contestó:

—He oído que has perseguido a Abú Bakr, el cual me dañó gravemente…

—Sí, le he perseguido hasta la muerte. ¿Has oído también esto?

—He oído que Abú Bakr ha muerto, pero no sabía que tú le hubieras matado.

—Me había metido en la cabeza matarle. Y cuando me meto algo en la cabeza lo consigo —dijo Tuhaya.

El marabú preparó té. Mientras cogía agua del idit preguntó:

—He oído que con Abú Bakr había un hombre llamado Mid-e-Mid. ¿Has oído tú algo de él?

—¿Mid-e-Mid ag Agasum? Sí, le conozco. Es un paria sin vergüenza que se finge pastor inocente. Pero yo estoy seguro de que hacía banda con Abú Bakr. El beylik se ocupará de ese joven cuando vuelva al país… Si tuviera la conciencia limpia no se escondería… Pero vengo a verte por otras cosas. Te traigo saludos de Intaláh.

—Te lo agradezco —repuso el marabú—. ¿Está sano?

—Está sano un día y enfermo al día siguiente. Lo seguro es que no se hará mucho más viejo de lo que es ahora. Por eso la cosa por la que vengo a hablarte corre mucha prisa.

—Te escucho —dijo el marabú, poniendo la tetera al fuego—. No tengo nada que hacer hasta que hierva el agua.

—El hijo de Intaláh, Ayor Jaguerán, ha sido elegido amenokal por los príncipes, pese a ser el más joven de sus hermanos.

—Lo merece, Tuhaya. Es el discípulo más inteligente y amigo de aprender que yo haya tenido jamás. Es, en verdad, más inteligente que otros.

Se excitó y elogió a Ayor más allá de toda medida.

—Me complace oírte —dijo Tuhaya, satisfecho—. Luna Roja ha encontrado, según parece, complacencia en tu hija. El amenokal está de acuerdo desde hace poco en que la tome por mujer. He tenido que hablar mucho para romper la resistencia de Intaláh contra este matrimonio, pues el amenokal deseaba que la mujer de su hijo fuera de tienda noble. No obstante, yo soy amigo de Ayor y consejero del amenokal. Y como he oído mucho bien de tu hija, me he ofrecido a traerte la petición. ¿Qué dices, marabú?

—Nada, Tuhaya… no digo nada… Comprenderás que me coge muy de sorpresa.

—¿No ha hablado nunca Luna Roja contigo de este asunto cuando era tu discípulo?

—No. Ni él ni Tiempo Cálido. Habrán hablado en secreto. Estoy seguro de que tampoco mi mujer lo sabe…

—Esto habla en favor de Ayor Jaguerán… Tampoco en otros casos traiciona sus planes antes de realizarlos… Debo decirte en secreto que Intaláh era tan contrario a tu hija que no quería enviarte más que un cordero magro. Pero Ayor insistió en que fuera un ternero bueno y fuerte… Finalmente, he hablado tanto a Intaláh de las excelencias de tu hija —¿es muy hermosa, verdad?— que ha accedido a mandarte dos terneros: están ante tu tienda.

Tuhaya observó fijamente al marabú y comprobó que el generoso regalo le impresionaba y que el honor que le hacía la elección de Ayor era mayor que todo lo que hubiera soñado en su vida.

El padre de Tiu’elen era un respetado marabú, pero sin brillo de nacimiento, pobre en ganado y en camellos y sin posibilidad de enriquecerse. De repente, se encontraba con la posibilidad de ser el suegro del amenokal. Era demasiado.

—Al aceptar la petición, Tuhaya, ¿no me enemistaré con Intaláh, si es tan contrario a este matrimonio?

—No me has entendido bien. No estaba de acuerdo. Pero diariamente le he dicho que la hermosura pesa tanto como la cuna. Y ahora desea él mismo la celebración de esta boda.

—Acepto la petición de Intaláh para su hijo —contestó con firmeza.

—Bien —repuso Tuhaya—. En este caso tengo el encargo de hablar contigo sobre el ganado que Ayor te debe por tu hija. Dime, pues, ¿cuántas cabezas de ganado quieres por Tiu’elen?

El marabú se rascó la oreja.

—Si te doy Tiempo Cálido por poca cosa, los tamaschek me considerarán un necio: te pido ocho camellos y veinte cabras, un ftas nuevo para su madre y un saco de tabaco para mí.

—Puedo concederte las veinte cabras y cuidaré de que sean hermosos animales negros de largo pelo. Pero camellos tienen que ser cinco. Sobre el vestido para tu mujer y el tabaco para ti puede aún hablarse.

—Cinco camellos, veinte cabras, dos vacas, un ternero, un ftas y un saco de tabaco… por Tiu’elen… Me pesa, Tuhaya, puedes creerlo, pues es muy buena hija. Pero quiero verla casada con felicidad. Mi mano.

Se dieron la mano.

—Hamduliláh —dijo el marabú—. Será muy feliz.

Tiempo Cálido volvía con sus ovejas al campamento. Empezaba a hacer calor y los animales necesitaban agua.

Dejó la escudilla en el suelo y tocó en el hombro al joven.

—¡Mid-e-Mid!

Bostezó Mid-e-Mid y abrió los ojos. Reconoció a la muchacha y se incorporó apoyándose en los codos.

—Acabo de hablar contigo —dijo Mid-e-Mid— y estabas de acuerdo.

—De acuerdo ¿en qué? —Se sentó a su lado en la estera, un poco adelantada, de modo que podía apoyar la espalda en las rodillas de él.

Mid-e-Mid se pasó, turbado, la mano por el pelo.

—Uh, es una larga historia, y sólo verdadera en sueños. Por eso prefiero no contártela.

El marabú se había ido a ver a su mujer junto al fuego.

—Tengo una noticia buena y una mala. Te diré primero la mala: el beylik está buscando a Mid-e-Mid. Será bueno que abandone nuestras tiendas sin ser visto.

—¿Es verdad? —preguntó, asustada, la mujer.

—Es verdad. Y no quiero verme mezclado en este asunto. Está en relación con la muerte de Abú Bakr. El beylik cree que Mid-e-Mid le mató y le robó.

—No lo creeré jamás —dijo la mujer.

—Tampoco yo puedo creerlo. Pero tiene que dejar nuestro campamento, volverse a las rocas y esperar a que se olvide la historia. Temo que, en otro caso, termine en la cárcel, como su padre… Yo me volveré con el huésped y comeré con él. Mientras tanto, echarás silenciosamente a Mid-e-Mid del campamento…

—Es duro para él —dijo la mujer— y no creo que haya hecho lo que le reprocha el beylik.

—Es igual —dijo el marabú—, haz lo que te digo. Y ahora te asombrarás de la noticia que tengo. Se casa Tiempo Cálido. Ya he concertado todo.

—¿Cómo? —exclamó la mujer—. ¿Y no me has dicho ni una palabra?

—También para mí ha sido una sorpresa. Pero lo he concertado todo. Y estarás contenta. El propio amenokal la pide para Ayor. Ayor será el sucesor de su padre, y Tiempo Cálido mujer del amenokal… aunque nosotros somos meros simrad y no nobles…

La mujer se pasó el vestido por la cara.

—¿Es verdad?

—La verdad, la pura verdad, y nosotros recibimos cinco camellos, veinte cabras, dos vacas, un ternero, un ftas para ti y un saco de tabaco para mí. Jamás habríamos conseguido tanto por esta hija si yo no hubiera sido el maestro de Ayor.

—Ah —dijo la mujer—, es demasiado, así de golpe… Me alegro. Pero también me pesa el corazón. Tiempo Cálido no me ha hablado nunca de Ayor. No sabía que estuvieran de acuerdo…

—Lo han mantenido en secreto. Pero tú sabes que Ayor le regaló a través de ti una botella de aceite de rosas. Deberíamos haber pensado en ello…

—Pero ella no la ha vuelto a usar… —dijo la mujer, pensativamente.

—Eso es prueba de lo mucho que lo aprecia. Pero, óyeme: voy a contarte todo lo que me ha dicho el mensajero y lo que yo le he dicho, para que lo sepas todo y puedas preparar oportunamente a Tiempo Cálido para la boda.

Le repitió con todo detalle su conversación con Tuhaya.

Éste había salido mientras tanto de la tienda para estirar las piernas. Recorrió el campamento por fuera, se acercó a él de nuevo por el sur y se disponía a acercarse al fuego cuando oyó dos voces que salían de una pequeña tienda. Se quedó parado a la escucha. Y cuando entendió algunas palabras se acercó con sigilo.

Era la voz de un joven que decía:

—En mi sueño se hizo mediodía y buscamos una sombra. Mid-e-Mid, me dijiste, allí hay un ahaksch con mucha sombra. Vamos a sentarnos allá. Yo bajé de mi camello y te ayudé a bajar. Limpié el suelo de espinas y eché la manta. Nos sentamos juntos, como estamos ahora. Igual que ahora, Tiu’elen, igual que ahora…

La voz de una muchacha contestó:

—¿Y te hice la comida, Mid-e-Mid?

—No. No queríamos comer. Queríamos miramos. Se me ocurrieron poemas, tenía la cabeza llena de versos. Pero no querían salir de la boca, porque tenía la lengua como paralizada.

—Tampoco a mí se me ocurre nada cuando te veo, Mid-e-Mid. Desde la primera vez que estuviste en nuestro campamento… cuando Ayor aún estaba aquí… desde entonces he estado pensando en ti. Pero no vale la pena decirlo. Te veo hasta cuando no estás… y entonces tengo que llorar y reír…

—Estábamos sentados bajo el ahaksch, y te quería coger las manos. Pero también las manos las tenía paralizadas, como la lengua. Entonces tú me tocaste los dedos y dijiste: ¿En qué piensas, Mid-e-Mid?

»Entonces pude volver a hablar. Te dije: Pienso en ti, Tiu’elen. Día y noche pienso en ti. Te dije: Yo no tengo rebaños, yo no tengo tienda, yo soy de origen bajo… y no tengo más que canciones y versos… y canciones y versos son como el polvo, que el viento se lo lleva en remolinos…

—¿Y yo qué dije, Mid-e-Mid?

—Tú me miraste cogiéndome las manos, Tiu’elen. Yo sentí el calor de las tuyas, y tus ojos eran tan negros y tan hondos como el pozo de Tin Azeraf[139]

—Tú eres un poeta, Mid-e-Mid. ¿Para qué necesitas rebaños y tiendas? Todos te quieren y te dan de comer…

—Sí, sí. Pero no tuve más remedio que preguntarte una cosa.

—¿Qué me preguntaste? ¿Qué me preguntaste, Mid-e-Mid? Dilo en seguida.

—Dije… dije: ¿Quieres ser mi mujer, Tiu’elen?

—¿Y qué contesté?

—No quiero repetirlo. Era un sueño.

—Dije: quiero, Mid-e-Mid… seguro que dije eso.

—¿Cómo lo sabes? Sí, eso dijiste… pero en el sueño, Tiu’elen, en el sueño.

—Lo digo ahora, Mid-e-Mid. Digo que quiero… ¿Estás contento?

—No puedo decir cómo estoy… como el alemos cuando lo agita el ayinna luego de la sequía…

Tuhaya se alejó despacio. Cuando ya estaba a cierta distancia se dirigió rápidamente a la hoguera.

Sin mirar a la mujer dijo:

—Todavía tengo que hablar contigo, marabú. Y querría hacerlo en seguida. Es muy importante.

El marabú se levantó, asombrado, y acompañó a su huésped hasta la tienda.

—¿Has cambiado de opinión? —preguntó, preocupado.

—No. Pero nos hemos comido la gacela antes de cazarla.

—¿Qué quieres decir, Tuhaya?

—He pensado que no hemos preguntado a tu hija si está de acuerdo.

—No hace falta. Está de acuerdo. Será feliz de ver cumplirse sus secretos deseos.

—No estoy yo tan convencido. No lo estaré hasta que lo oiga de su boca.

—La llamaré en seguida para que lo oigas.

—No. Habla antes a solas con ella y llámame cuando ella te haya dado la respuesta. No es necesario preguntar su opinión a una muchacha, pero ahorra disgustos.

El marabú estaba sorprendido por el resuelto tono de Tuhaya, pero llamó en seguida a su hija, dejando al huésped en la tienda.

—Voy, padre —contestó Tiu’elen un poco encarnada.

—Tengo que hablar contigo. Siéntate.

Se sentaron.

—Ha llegado un mensajero, hija. Ha venido por tu causa, y trae regalos para ti.

—¿Para mí? —preguntó, asombrada e inquieta.

—¿Sospechas quién los envía, hija?

—Kalá —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué regalos son?

—Son dos robustos terneros, y el mensajero es de Ayor Jaguerán.

Se puso pálida, porque comprendió.

—Ya veo que te conmueve el regalo, hija. Pero tengo otras buenas noticias para ti. Ayor ha sido elegido amenokal. Serás la mujer del amenokal, hija.

—No.

Se cubrió la cara y bajó la cabeza hasta las rodillas.

—Hija —dijo el marabú—, si yo no puedo casi creerlo. Él es entre los más grandes de los ilelán, y nosotros somos imrad y pobres. Pero es la pura verdad. Ya he concertado con el mensajero cuántos camellos y cuántas vacas recibo por ti. Alégrate.

—¡No! —exclamó. Se echó atrás el tocado y miró a su padre con reproche en los ojos—. ¡No le quiero, no quiero ser su mujer! ¡Nunca, nunca, nunca!

El marabú no entendía aún.

—Mujer del amenokal, Tiu’elen. ¿Me has oído bien?

—No me obligues a aceptarlo. No le quiero.

—Hija —dijo el marabú—. Ayor es joven, de buen aspecto, inteligente y célebre por su victoria sobre los kunta; es el verdadero príncipe de todos los tamaschek y le gustas. ¿Te habría pedido en otro caso?

—Por favor, devuelve los regalos. No puede ser. Bastantes muchachas hay en las tiendas. Encontrará otra que le convenga más que yo…

—Ninguna —dijo el marabú—. Dame tu aceptación para el mensajero.

—No quiero —insistió Tiu’elen, y se echó a llorar.

—Eres desobediente, hija, y te olvidas de toda decencia. Ya he dado mi palabra y concertado todo. No puedes negarte.

Pero como seguía llorando, el padre continuó:

—¿No piensas en la deshonra que me procuras? ¿Quieres convertirme en hombre que viola su palabra? ¿Quieres ensuciar las leyes del Corán que imponen a la hija la obediencia al padre…? Temo que algunos de los jóvenes que vinieron al ahal te haya sorbido los sesos. Pero te aseguro que antes de devolver los regalos te maldigo y te expulso de la tienda.

Se levantó con los puños cerrados y la boca contraída. Rugían las palabras entre los dientes apretados.

Tiu’elen se llevó las manos a los oídos y hundió aún más la cabeza.

Llegó corriendo la madre, que había oído la colérica voz del marabú.

—Esta desagradecida —gritaba, irritado— osa desobedecer a su padre.

La mujer se inclinó hacia Tiu’elen y la cubrió con su manto.

—Vete ahora —dijo al marido—. Te obedecerá. Pero deberías haber hablado conmigo.

Tiempo Cálido seguía sollozando; la ropa mojada de lágrimas desteñía el azul en el rostro.

La madre dijo:

—¿Tú pensabas en Mid-e-Mid, hija?

Tiu’elen lloró más fuerte.

—Lo sospeché cuando anoche cantó para ti… ¿Por qué no has hablado conmigo, hija?

—Hoy he hablado con él por vez primera —dijo Tiempo Cálido, apoyando la cabeza en los hombros de su madre.

—Llega demasiado tarde, Tiu’elen. Alah lo ha dispuesto de otro modo…

—¡No! —gritó Tiu’elen—. ¡No! ¡No!

La madre le acarició los hombros y se dio cuenta de cómo temblaba la muchacha.

Mid-e-Mid se ha marchado —dijo la madre.

—¿Por qué? —preguntó Tiu’elen, levantando la cabeza.

—Lo he tenido que echar. El beylik lo busca. Parece que es culpable de la muerte de Abú Bakr.

—¡No es verdad! —gritó Tiu’elen—. ¡No es verdad!

—No. Yo tampoco lo creo. Pero si se quedaba aquí podían venir los goumiers, cogerlo y meterlo en la cárcel, como a su padre. Para el beylik, un muerto es un muerto, y no pregunta si fue un ladrón o un justo. Él es el único que tiene derecho a matar…

Mid-e-Mid no ha hecho nada —dijo Tiu’elen, con el rostro enrojecido de fiebre.

—Puede ser, hija. Pero el beylik lo acosará como acosó a Abú Bakr. No conocerá ya el descanso ni la calma. Y una mujer no será para él más que una carga.

Pasó la mano por la cara de su hija, le limpió el azul, le alisó el cabello y dijo:

—Ahora voy a llamar a tu padre. Basta con que asientas con la cabeza. Pasará tiempo antes de que te lleven a la familia de Ayor.

Tiu’elen agachó la cabeza ante su padre, asintiendo.

Mid-e-Mid cabalgaba hacia Tin Za’uzaten convencido de que un día Tiu’elen sería su mujer. Y las amenazas del beylik le asustaban tan poco como las moscas en la cola de su camello. Fue cantando durante todo el camino, y regaló a Kalil el loco la mitad de todas las mercancías que éste había conseguido por el camello.