XIV

EL GRAN AHAL[131]

MID-E-MID había crecido y se había hecho robusto durante aquel año. El vello negro le cubría el labio superior y era como una sombra oscura por las mejillas. Había pasado la temporada de lluvias en las montañas, pues sus animales no sufrían falta de agua.

Pero cuando vio que Abú Bakr no volvía tampoco en octubre, confió los animales a Amadu y Dangi y cabalgó hacia el oeste para enterarse de qué ocurría por el país. Aparte de los dos iklán no había visto a nadie en mucho tiempo, y tenía deseos de oír otras voces. Se añadió a ello el hecho de que carecía de té, azúcar y tabaco. Lo que más le dolía era no tener sal. Por ello se llevó también uno de los camellos de Abú Bakr para trocarlo por esas mercancías.

El camino hasta Tin Za’uzaten le pareció esta vez muy largo.

Mid-e-Mid encontró al loco junto al pozo. Estaba poniendo ramas espinosas encima de la abertura, y tan ensimismado en esta tarea que no levantó la vista cuando Mid-e-Mid hizo arrodillarse a sus animales.

—¿Matulad? —(¿Cómo estás?) le gritó Mid-e-Mid.

Kalil se colocó la mano como visera y le contempló con expresión estúpida. De repente tuvo una iluminación y alargó las manos a Mid-e-Mid:

—¡Mid-e-Mid ag Agasum! —gritó—. ¡Hijo de las lágrimas y de la risa!

Mid-e-Mid dijo:

—¿Has oído algo de una muchacha que se llama Tiempo Cálido?

—¿Tiempo Cálido? Kalil sabe.

—¿Qué sabes de Tiempo Cálido, Kalil?

—¡Ah!, está esperando la Lima.

—¿Está esperando a Luna Roja, Kalil? —preguntó Mid-e-Mid de mal humor.

—Luna roja, Luna blanca… es lo mismo.

—¿Y por qué espera la luna?

Mid-e-Mid pensaba: quizá no me ha entendido. Quizá no sabe de quién estoy hablando.

El loco abrió la boca y cantó:

—Lalala, lalala, tumtumtiritum…

—¿Y eso es todo lo que sabes? —dijo Mid-e-Mid, por un instante decepcionado. Pero de sus gestos se deducía algo.

—Ahora te he entendido, Kalil: Tiempo Cálido da un ahal.

El loco agarró la palabra:

—¡Ahal!, ¡ahal!, ¡ahal! Cuando llegue la Luna. ¡Ahal!, ¡ahal!, ¡ahal!

—¿Estás seguro de que espera la luna y no a Luna Roja?

—Tiempo Cálido espera la Luna… Luna roja… Luna blanca… todas las lunas. —Rió—. Todos los hombres van… todos… gran ahal cuando llegue la Luna… —Volvió a hacer música con sus instrumentos invisibles, balanceándose el torso.

Mid-e-Mid pensó: «Tengo que averiguar eso, y tengo que ir a ese ahal. Si es Luna Roja al que espera… allí lo sabré».

El corazón le palpitaba fuerte. Un ahal era acontecimiento poco frecuente en el Adrar de Iforas. Cuando se anuncia un ahal, llegan los hombres de lejos para oír a las mujeres tocar el amzad[132].

En un ahal los jóvenes se presentan con sus canciones. A veces llega a haber duelos a espada. Cada cual intenta superar a los demás por la magnificencia de sus ropajes, el adorno del camello, el arte del jinete. Cuanto más destacan, tanto mayor el premio: una mirada amistosa, una palabra de elogio, un aplauso.

A veces ocurre también que un hombre que ha destacado en el ahal se anima a pedir la mano de la muchacha. Pero no es frecuente, y se considera como el mejor premio.

—Kalil —dijo Mid-e-Mid—. Te quedas con mí camello. Ahora me voy, y cuando vuelva recogeré lo que hayas conseguido por él.

Por el camino vio camellistas que, evidentemente, se dirigían también a la tienda del marabú. Vestían con magnificencia y montaban buenos animales. Uno de ellos le dirigió la palabra.

—¿Vas tú también al ahal? —preguntó, sin pararse.

—No —contestó Mid-e-Mid—, quería ver si encuentro tabaco. Tengo la bolsa vacía.

—Allí encontrarás tabaco. Se reunirán muchos hombres. Sí, claro que te darán tabaco… Y tus rebaños, ¿están allá?

Mid-e-Mid asintió:

—Un poco lejos… Pero dime: ¿de quién es ese ahal al que vas?

—¿Eso no lo sabes? —dijo el otro, asombrado. Era un joven, con el cabello presuntuosamente peinado en trenzas—. Hoy es luna llena, y Tiu’elen ha anunciado un ahal para este día.

¿Tiu’elen? —preguntó Mid-e-Mid, pero se le había desbocado el corazón cuando oyó pronunciar el nombre a aquel extraño.

—Seguramente hace mucho tiempo que no has estado en el norte —dijo, sorprendido, el otro— puesto que no conoces el nombre de esta muchacha. Es la más hermosa de todas. Es la hija del marabú. Y hay muchos que piden su mano.

—¿Y se ha decidido ya por alguno? —preguntó Mid-e-Mid.

—Espero que no —dijo el jinete—, pues yo también quiero hacerlo… Pero claro está que otros muchos intentarán lo mismo… ¿Llevo bien puesto el tagelmust? Tengo miedo de que se me haya estropeado por el camino.

—Lo llevas bien puesto —contestó Mid-e-Mid.

—Muy bien… No querría que me notara mal vestido… Dicen que se fija mucho en eso… Pero de verdad que me asombra que no hayas oído hablar de esta muchacha. Si hasta hay una canción que canta todo el mundo:

Decidme, hombres, qué pensáis de Tiu’elen

—Sí, creo que conozco esa canción —dijo Mid-e-Mid—. Si es tan hermosa como dice la canción…

Mid-e-Mid no recordaba haber visto nunca un ahal tan importante. Contempló los rostros: conocía a muchos y no conocía a unos pocos. La mayoría eran jóvenes Kel Effele.

Cuando se levantó la luna por encima de las lejanas montañas y difundió su luz lechosa por la tienda y el lugar y por las azules ganduras de los hombres, salió Tiu’elen. Se hizo silencio y todos los ojos convergieron en la juvenil figura. A pasos lentos, con el ftas[133] cubriéndole la cabeza, llegó hasta el lado de su madre y se sentó.

Mid-e-Mid tragó saliva al verla. Era más hermosa que su recuerdo, más sencilla y más soberana al mismo tiempo. Jamás supo tan amargamente como en aquel momento de su vida que él era seguramente el más pobre en aquel semicírculo de jóvenes peripuestos y bien alimentados. Él era el único que había llegado en camello ajeno y cuidaba rebaños de otros hombres. Su único bien era Teljenyert, la fuerte espada de Abú Bakr que llevaba al costado. Y por un momento le pareció que iba a saltar y a desafiar a todos con la espada, para superarlos por lo menos en ese arte y destacar así ante Tiempo Cálido. Pero la idea pasó como había llegado, y le dejó aún más deprimido.

La mujer del marabú alargó el amzad a su hija. Era un gran instrumento en forma de laúd, recubierto de piel de cabra y con una cuerda única hecha con crin de la cola del caballo. El silencio era tan completo que se oía el crepitar del fuego y el ligero choque del arco con el instrumento cuando Tiempo Cálido empezó a tocar.

Las miradas de los hombres pasaban de las manos de Tiu’elen a su rostro. Tenían la cabeza inclinada y la boca abierta como si quisiera gustar el sabor de la música.

Tiempo Cálido les devolvía las miradas sin intimidarse. Pero con ningún gesto indicaba si reconocía a uno o si le gustaba otro.

Se interrumpió la música y volvió a empezar. Temblaron unos últimos, monótonos sonidos, y terminó del todo.

Tiempo Cálido descansó el instrumento.

Se rompió el encanto. Los rostros reían radiantes. Volvió la confusión de voces. Se levantó un hombre señalando algo y se volvió a sentar.

—Otra vez —dijeron algunos— más, Tiu’elen.

Tiempo Cálido sacudió la cabeza.

—Luego. Ahora vamos a oír cómo cantáis —dijo con su clara voz.

—¿Qué quieres que cantemos? —preguntaron.

—Lo que queráis —repuso Tiempo Cálido.

—Voy a cantar «Amenehaya[134]» —dijo un robusto Tarat Melet, y empezó en seguida con poderosa voz:

Inalarán, lancero, y tú, hijo de Intebram[135],

venid, cuando el ganado lame la sal,

venid al pozo de In Tirgasal.

—¡Yo, Tiempo Cálido, yo, yo! —pedían otros. Todos querían destacar. Todos ansiaban brillar, recibir una palabra de elogio, una mirada de la muchacha.

—Yo sé una canción nueva —dijo un hombre grueso, de salientes pómulos.

—Si es nueva, quiero oírla —decidió Tiu’elen—. ¿Quién la ha hecho?

—Yo mismo —dijo el hombre. Y, sorprendido por su propia osadía, añadió:

—No tiene gran arte, pero la he hecho para ti, Tiempo Cálido.

Tiu’elen se rió:

—Espero que te hayas esforzado, Boja[136]. Canta, canta.

Boja cantó:

Adivina, adivinanza, ¿quién es esta mujer?

Lleva el cabello engrasado con manteca amarilla,

y refleja el sol y la luna.

Su ojo es redondo como un círculo

en el agua, cuando se tira una piedra.

Sus pies son como pezuñas de camella,

y sus dedos…

Pero no pudo continuar. La tormenta de carcajadas le cortó la respiración.

—¡Pies como pezuñas de camella! —gritaban, muertos de risa.

—¡Boja, córtate la lengua y quémala, que no te sirve para nada!

—¡Boja, pon las pezuñas en el suelo y galopa hasta tu tienda!

Tiempo Cálido se había tapado la cara para que no la vieran reírse. Boja se encolerizó tanto que saltó takuba en mano contra los más burlones. Pero los otros le desarmaron, le derribaron en la arena y le amenazaron con matarlo si no se estaba quieto.

Sonó de nuevo el amzad y cubrió el incidente. Terminaron las risas y la conversación.

—¿Quién quiere cantar ahora? —preguntó.

En la última fila se levantó el hombre del tagelmust echado. Como la mayoría no le vio levantarse, Tiempo Cálido tuvo que pedir silencio.

—Que cante el embozado —dijo.

Todos se volvieron, pero no pudieron ver más que la sombra oscura y alargada, pues la luna se había nublado y el fuego estaba bajo.

El hombre dijo en voz baja, pero de modo que todos lo oyeran:

—Ya se ha cantado el elogio de una yegua. Quiero cantar el elogio de un macho.

—Canta —dijeron—, pero fuerte, que te entendamos.

Mid-e-Mid cantó entonces la canción de Inhelumé:

He bebido las aguas blancas de Telabit,

de Sandeman y de In Abutut.

Pero no te he encontrado, Inhelumé.

—Está cantando al camello de Abú Bakr —murmuraron. Todos conocían el nombre del célebre animal.

Mid-e-Mid siguió:

Tu huella me llevó, de tienda en tienda,

siguiendo el humo, hasta él ued Sadidén.

Pero no te he encontrado, Inhelumé.

Bajo el tagelmust sonaba un tanto sorda la voz de Mid-e-Mid, pero tan clara y hermosa que todos se emocionaron y guardaron silencio vueltos hacia él. Tiempo Cálido pensó que ya había oído aquella voz otra vez. Creía reconocer el timbre. Pero como no conocía la canción, se dejó engañar y no adivinó quién era el cantor.

Mid-e-Mid terminó:

Pregunté por ti, pregunté por ti

al torbellino y a la silbante arena…

Pero no te he encontrado, Inhelumé.

Sólo Talit, la luna, oye el golpe de tu planta,

cuando de duna en duna, Inhelumé, como él tornado,

pones en fuga las yeguas de la tamesna.

Siguió todo en silencio al terminar. Nadie se atrevía a romperlo. La mujer del marabú dio entonces la pulsera de oro a su hija, y ésta se la echó al cantor, el cual la cogió hábilmente al vuelo y se sentó sin decir palabra.

Entonces estalló el aplauso.

El embozado se quitó el tagelmust de la cara. Tiempo Cálido reconoció a Mid-e-Mid.

Los hombres se pusieron en pie de un salto y gritaron:

—¡Es Eliselus! ¡Ha vuelto!

Olvidaron toda dignidad, se precipitaron hacia él, le ponían las manos en los hombros y le decían:

—¿Te acuerdas de mí, hijo de Agasum? ¿Cuántas veces has comido a mi fuego? ¿Y junto al mío? ¿Y no has dormido en mi tienda? ¿No fuiste conmigo a por agua? Y cuidaste las cabras de mi hermano. ¡Acuérdate!

No le soltaron hasta que llegó Tiempo Cálido y le tocó la mano:

—Te he esperado mucho tiempo, Mid-e-Mid —dijo.

Él contestó:

—Yo siempre he pensado en ti.

Tiu’elen contempló los numerosos rostros que les rodeaban, rostros alegres y excitados, bocas que confesaban sin envidia: nadie canta como Eliselus en esta tierra. Entonces dijo:

—Id. Ha terminado el ahal. Os agradezco que hayáis venido.

Los hombres se retiraron vacilando hacia sus animales. Durante su larga marcha por la noche de luna no hablaban más que del feliz regreso de Mid-e-Mid —cuya historia habrían oído con gusto— y de sus canciones incomparables.

En los días siguientes la noticia recorrió alada el Adrar de Iforas, desde Timea’uin hasta Kidal, desde Tin Ramir hasta el valle de Tilemsi. En todas partes provocaba júbilo y «La luna de Irrarar[137]» y el «Canto a Inhelumé» fueron de boca en boca.