XIII

INTALÁH Y LUNA ROJA

LUNA Roja y sus jóvenes guerreros se quedaron varias semanas en las dunas de Timetrin. Abrevaron sus camellos en los pozos de Aselar y los dejaron pastar el had fresco y verde que cubría millas de tierra como tina alfombra.

Mientras tanto, las noticias del éxito del futuro amenokal se habían difundido de boca en boca por el Adrar de Iforas. En todos los campamentos se oía el nombre de Luna Roja. En todas las tiendas se hablaba de la victoria sobre los kunta.

Los príncipes cerraron entonces filas en torno del viejo Intaláh, y así ocurrió que al llegar de vuelta al campamento paterno Luna Roja fue objeto de una acogida más bien fría.

El amenokal parecía haberse recuperado de sus debilidades. Tenía los hombros caídos, pero estaba de pie ante la tienda, mirando en la dirección por donde debía llegar su hijo.

Ayor había licenciado a sus hombres, pues en aquella época de grandes tomados se necesitaban todas las manos para llevar los rebaños a las tierras saladas. Al terminar la época de la sed y la sequía empezaba la de la dorada superabundancia. Y había hombres que enfermaban por haber tomado demasiada leche, demasiada manteca, demasiado queso fresco…

Intaláh no dijo ni una palabra sobre los kunta cuando llegó Luna Roja. Lo único que dijo de Aselar fue:

—Me alegro de que ese ued vuelva a estar libre. Has estado mucho tiempo allí, hijo.

—Tenía que mostrar a los kunta que volvía a tomar posesión de Aselar… Por eso…

Ayor había crecido aún en aquellas semanas. El rostro no daba la misma impresión de juventud, y sus palabras eran más tranquilas y pensadas.

—No te has hecho muchos amigos entre los príncipes —siguió diciendo Intaláh—. Me han preguntado que si te habían elegido amenokal para que los ignoraras.

Ayor respondió:

—Son injustos conmigo. Lo primero es el bienestar de nuestro pueblo, luego el de los príncipes. No les pedí que vinieran conmigo porque sé que obedecen al beylik más que a mí.’

—Te creía más listo, hijo —dijo, duramente, Intaláh—. A cambio de una pequeña ganancia has conseguido una pérdida grave… Le has quitado la silla al camello que montas…

—No te entiendo —dijo, asombrado, Luna Roja.

—Cuando te hagas más viejo me entenderás. Has demostrado a todos los tamaschek que son capaces de obrar sin sus príncipes. Y tú, hijo, eres un príncipe… Eres el príncipe de los Kel Effele a mi muerte… Esos guerreros que te han seguido han aprendido a despreciar a sus príncipes. ¡Ay de ti el día que te desprecien…! Cuando el león se da cuenta de lo fácil que es comer hombres, no concede ni una mirada a las vacas… Cuando el camello descubre que puede encontrar agua sin necesidad de su dueño no vuelve jamás al pozo acostumbrado…

Suspiró, pues se dio cuenta de que su hijo no compartía aquellos temores.

—Ayor Jaguerán —añadió—, has destruido el viejo orden sagrado de los tamaschek…

—No he hecho nada contra los príncipes, padre —respondió Ayor.

—Hijo —contestó, violentamente, Intaláh—: Cuando llegó el beylik a este país dijo: todos los iklán son libres; ése fue el primer golpe. Casi sucumbimos. Los iklán escaparon, nos robaron el ganado… y nos dejaron sus pesados trabajos para que los hiciéramos nosotros… Tú acabas de darnos el segundo golpe. Animados por ti, los imrad, los plebeyos de todas las tribus han tomado las armas, han marchado a la guerra contra los kunta sin necesidad de sus príncipes, y han vuelto victoriosos…

—Porque los dirigía yo, padre.

—Eso lo olvidarán. Pero no olvidarán que la expedición fue posible sin los viejos linajes principescos de Iforas… ¡Jamás! Jamás debiste hacerlo. Has puesto en movimiento una roca sin saber adónde irá a caer… Y sin saber si te arrastrará a ti mismo al abismo.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó Luna Roja.

—Reconcíliate con los príncipes. Dales los camellos del botín que hiciste…

—Eso no puede ser —contestó Luna Roja—. Y tampoco quiero hacerlo. El botín es para las mujeres de los muertos de Aselar.

—El botín es de los príncipes —dijo Intaláh—. Ésa es la ley eterna. Y los príncipes dan a sus hombres lo que les place… ¿O es que también quieres cambiar nuestras costumbres, hijo?

Bismiláh —contestó Ayor—, cambiaré muchas cosas. Ésta no es más que el principio. Luego voy a casarme con la hija de un imrad y con ninguna noble de linaje ilelán.

Voy a hacer más: en los años que he estado con el marabú he aprendido que nuestro pueblo no cumple todos los preceptos del Corán y no respeta todos los antiguos mandamientos del Profeta. Voy a dar nuevo brillo al nombre de Alah en nuestro pueblo. Y tampoco basta esto. Estando en las dunas de Aselar he pensado día y noche en cómo puedo hacer que los tamaschek seamos otra vez un gran pueblo. Los tamaschek son las camellas que yo monto. Los príncipes son las sillas. Pero sabré montar las yeguas sin silla, si la silla no quiere servirme… o sabré hacerme otra silla nueva…

Intaláh replicó:

—Lo de los kunta se te ha subido a la cabeza… Pero ya es hora de que empieces a pensar en otra cosa. Voy a dar prisa a tu boda. Quizá te hagas más razonable cuando tengas una mujer en la tienda…

Pero en su corazón pensaba: «Si este hijo mío no cambia o perece o llega a ser más gran rey que yo mismo…».

También pensaba: «Soy demasiado viejo para indicarle el camino… no tengo ya fuerzas… y cada vez se me cansa más la cabeza de pensar… Alahú akbar, Alah es grande, Él hará como le plazca…».

Llamó a Tuhaya y le dijo:

—Tuhaya, no creo que seas amigo de mi hijo. Tiene la cabeza dura y se busca él mismo la aberid por la que quiere poner sus plantas. Pero voy a ayudarte para que ganes su confianza.

—Tengo poca esperanza de que me escuche jamás un consejo en cualquier cosa que sea —se lamentó Tuhaya.

—Haz lo que voy a decirte y serás su amigo. Ve a pedir una muchacha para él.

—No —contestó Tuhaya—. Ése es un juego peligroso. Si le gusta la pedida, no hay dificultad. Pero si no le gusta y hay pendencias entre él y ella, no me lo perdonará nunca y sufriré toda la vida las consecuencias…

El rostro de Intaláh se animó un tanto, pese a sus arrugas, por el vuelo de una sonrisa.

—Luna Roja conoce a la muchacha y quiere tomarla por mujer. Lo único que tiene que hacer es la petición. Te lo agradecerá mucho.

—¿Quién es ella? —preguntó Tuhaya, con curiosidad.

—La hija del marabú con el que aprendió. Se llama Tiempo Cálido y es hermosa, según me han dicho.

—No es hija de nobles, amenokal. Habrá discusiones. Ya lo preveo. Esta boda suscitará enemistad entre tu tienda y las tiendas de los ilelán. Preguntarán: ¿Acaso no son buenas nuestras hijas para el descendiente de los califas de Timbuctú? Y dirán: No queremos que la hija de un imrad dé consejo al amenokal de los tamaschek.

Tuhaya bajó la vista al suelo y siguió diciendo:

—Ya sabes que nuestras mujeres tienen más poder sobre nuestras cabezas y nuestros corazones del que nosotros nos avenimos a reconocer. Oyen nuestros sueños más secretos y nos mueven a hacer eso y no hacer lo otro…

Al decirlo no se atrevía a mirar a Intaláh, pues todo el mundo sabía que el amenokal había estado su vida entera pendiente de los consejos de sus mujeres, y todavía obedecía, en muchas cosas, a pesar de su edad, a la joven Tadast.

Intaláh suspiró:

—Luna Roja está decidido a tomar por mujer a esa muchacha. No te preocupes por las consecuencias. Todo está en manos de Alah, alabado sea su nombre. Pero si no quieres pedirla tú, tendrá que pedirla otro.

—Si me lo pides lo tengo que hacer. Pero yo te digo: de esa boda no saldrá más que desgracia… para tu hijo o para mí… Cumpliré su deseo. ¿Cuándo debo ensillar?

—Vuélvete ahora a tu campamento y cuida tus rebaños —repuso Intaláh—. Que cambie aún dos veces la luna mientras el último ayinna ruja por los ueds. Entonces será el tiempo. Te daré regalos para el marabú, y hablarás con él en mi nombre sobre los dones que pide por su hija.

—Todo lo haré como tú dices —contestó Tuhaya—. Pero ¿qué debo hacer si me rechazan la petición?

—¡Me gustaría ver quién es el que rechaza la petición de un amenokal! —gritó Intaláh.

—No estaba pensando en el padre, Intaláh, sino en la hija…

—Antes de casarse la mujer no tiene boca —dijo, violento, el príncipe—. Una muchacha es una camella que se compra y se vende. He dicho bastante. Ve y cuida tus ganados y vuelve a mí cuando las bestias hayan engordado con la hierba fresca.

Tuhaya se marchó.

Tuhaya se presentó otro día en el campamento del amenokal y conferenció con Intaláh y Tadast sobre los regalos que debía llevar al marabú.

Tadast dijo:

—Basta con una oveja, pues esa muchacha no pertenece a una familia de ilelán.

Pero Intaláh la contradijo:

—Una oveja es lo que se dan los imrad entre ellos. Pero te olvidas de que mi hijo no es un imrad. Vamos a regalarle un joven camello sin domar.

Tuhaya parecía asentir a los dos, pero luego dijo:

—Una oveja me parece demasiado poco, y un camello me parece excesivo. Dadme dos terneros robustos.

—Sí —dijo Intaláh— eso haré. Pero ¿cuántos animales pedirá el marabú por su hija? El precio de la novia no es bajo en esta tierra y cada año se exige más por una hija. Como yo soy el hombre más rico, me pedirán más que a nadie.

Tuhaya cogió su camello y dos robustos temeros, tabaco, toka[130], dátiles y arroz, así como un idit recién curtido y partió hacia el norte. El camino era largo y con los dos terneros no podía hacer etapas largas. No estaría de vuelta hasta fines de año, al cabo de tres, meses.