MID-E-MID Y EL LOCO
CUANDO a los seis días de haberse separado de Abú Bakr Mid-e-Mid, hambriento y agotado, con un resto de agua turbia en el idit, vio ante sí el ued de Tin Za’uzaten, no sospechaba nada de la tragedia que había tenido lugar a su espalda.
Tuhaya y sus gentes habían cabalgado en línea recta hasta el pozo de Debnat. Ni por el camino ni en su meta encontraron huellas de Inhelumé. Eso se debía a que Mid-e-Mid había marchado mucho más al sur, siguiendo las instrucciones de Abú Bakr. Había evitado todos los lugares de agua y se había apresurado a llegar sin pararse a Tin Za’uzaten.
Debnat estaba seco.
Tuhaya dijo a los goumiers:
—Tenemos que esperar aquí. Abú Bakr cree que hemos ido a In Uzzal siguiendo su engaño. Pero yo sé que viene hacia acá.
Los goumiers le contestaron:
—Abú Bakr tiene un pacto con el diablo, y también lo tiene Inhelumé. ¿Y si hubiera cogido otro camino y no el de Debnat, Tuhaya?
Pero Tuhaya no se dejó convencer.
Los goumiers dijeron:
—Tuhaya, tenemos que volvernos. No creemos que llegue Abú Bakr.
Tuhaya insistió en que había que esperar en Debnat, por lo menos un día más.
—Bueno —dijeron los goumiers—, un día lo aguantarán los imenas.
Otro añadió:
—Habríamos debido seguir las huellas de Inhelumé en vez de dar vueltas por el desierto. Dinos qué damos de comer a los camellos. A ver, enséñanos una gacela para que podamos comer nosotros.
Tuhaya no contestó. Un goumier resolvió:
—El que quiera quedarse, que se quede. Yo voy a ensillar el camello y me vuelvo.
—Con estas nieblas de arena[98] —repuso otro— no puedes cabalgar.
Pero el otro no se dejó convencer. Faltaba la mano dura del jefe del pelotón.
Algunos se sumaron al que se marchaba. Otros prefirieron quedarse con Tuhaya. Otros, por último, propusieron dirigirse a Tirek para reunirse allí con el otro grupo.
No consiguieron ponerse de acuerdo. En la oscuridad de la noche partieron los primeros… llevándose los idits de agua de todos.
A la mañana siguiente los que se habían quedado se dieron cuenta de lo que había ocurrido. Ciegos de ira azotaron a Tuhaya con los látigos. Éste salvó la vida prometiendo con juramentos que les llevaría en seguida a Samak. Durante semanas llevó en la piel de todo el cuerpo los verdugones verdes y azules.
Vieron que los que les habían robado los idits habían cogido la ruta del sur y quisieron obligar a Tuhaya a hacer lo mismo. Le costó mucho trabajo convencerles de que en esa dirección no encontrarían agua hasta las montañas de Iforas.
Finalmente, consiguió llevar a aquellos hombres presa del pánico hasta Samak, en una terrible marcha forzada que le costó su camello.
No se supo nunca nada del otro grupo. Eran tres hombres. Debieron de morir camino del sur. Nadie los vio en ruta, ni vivos ni muertos.
El paradero de Mid-e-Mid siguió siendo un misterio durante mucho tiempo.
Había pastores que decían haberle visto de noche junto al pozo de Timea’uin, cogiendo agua. Otros afirmaban que habían oído su voz. Pero nadie sabía nada concreto.
Algunos relacionaron su desaparición con la de Abú Bakr. Pensaron que el bandido le había matado después de raptarlo de la tienda del marabú.
Todo el mundo hacía preguntas a los goumiers que le habían perseguido en Samak. Pero sus explicaciones y descripciones no aclaraban nada. Y cuanto más extraños eran los rumores sobre Mid-e-Mid tanto más célebres y gustadas se hacían sus canciones. La canción de burla sobre Tuhaya fue conocida por todos los tamaschek, y también la que cantaba la belleza de Tiu’elen se difundió por el Adrar de Iforas.
Tiu’elen supuso que Mid-e-Mid había muerto y le lloró mucho. De todos modos, no habló a nadie de ello. Pero se hizo más seria que antes y más cerrada en sí misma; no salía del hokum más que cuando los trabajos domésticos la obligaban a ello.
Sólo una mujer siguió creyendo firmemente que Mid-e-Mid no había muerto: su madre.
—Vendrá a traerme la asna —decía cuando alguien le preguntaba por su hijo.
—Si tú lo dices… —asentían los pastores. Pero no se lo creían.
Los choques sangrientos con los kunta[99] consiguieron que las cosas de Mid-e-Mid y Abú Bakr pasaran a segundo término y se olvidaran un tanto. Junto al pozo de Aselar[100] había tenido lugar un batalla. Los tamaschek la habían perdido y se veían excluidos por los kunta de la utilización del pozo. Se pidió a Intaláh que hiciera algo por su gente. Entonces, llamó a su hijo Luna Roja que volviera del norte.
Mid-e-Mid se acercó al erís[101] de Tin Za’uzaten en cuanto se hizo de noche. Abú Bakr le había dicho que junto a aquella agua no había más que un hombre, el cual se llamaba Kalil y estaba loco.
Mid-e-Mid vio el fuego de Kalil. Kalil se había hecho una cabaña de paja y ramas entre unas rocas, en la orilla. Cultivaba bayas y cebollas en un huertecillo. Tenía también algunas cabras. Por lo demás, abrevaba gustoso todos los animales que se acercaban sedientos al ued. En agradecimiento, los dueños de esos animales le regalaban de vez en cuando algo de tabaco, té y azúcar, o bien tomates secos y manteca líquida. Pero sólo de vez en cuando.
Apareció un hombre bajito, muy sucio, de ojos llorosos e irritados y cabello enmarañado.
Mid-e-Mid echó mano a la takuba. Pero el hombre sacudió la cabeza y rió silenciosamente. Traía una gran calabaza claveteada con puntas de cobre, metió los dedos en ella y se los chupó, chascando la lengua de gusto.
—¡Esu, esu, esu! —(¡Bebe!), dijo, con una extraña voz de falsete.
Mid-e-Mid se dio cuenta de que el que le daba de beber era el loco.
Era leche de cabra, y aún tenía el calorcillo del animal. Se la bebió a largos tragos. El resto lo consumió Kalil de uno solo.
El loco le preguntó:
—¿Estás bien? ¿Has tenido buen viaje?
—Elkir ras[102] —dijo Mid-e-Mid.
—Tu camello, ¿está bien?
—Está sano. Está pastando por el ued.
—Está pastando allí —dijo Kalil, y se metió un dedo en la nariz.
—¿Hay gente en el ued? —preguntó Mid-e-Mid.
—Sí, yo, Kalil… Yo estoy siempre aquí… ¿Cómo te llamas?
—Mid-e-Mid ag Agasum.
—Mid-e-Mid… ag Agasum… —repitió lentamente el loco, como intentando recordar algo. Y como no se le ocurría la idea se pegó grandes puñadas en la cabeza, con asombro de Mid-e-Mid.
—Ahora llega —gritaba— ahora llega… espera.
Sacudió la cabeza de un lado para otro y estrechó los párpados.
—Ahora —gritó.
—Tengo que marcharme —dijo Mid-e-Mid. Los tamaschek están educados a tratar amablemente a los locos.
—Si ya está aquí —gritó Kalil—. Espera, quédate sentado: Agasum está preso por el beylik, ¿no es verdad?
—Evalá —confirmó, asombrado, Mid-e-Mid—. ¿Cómo lo sabes tú?
El loco relinchó de placer.
—Kalil sabe. Hace tres días pasó un Kel Effele. Él lo dijo… —Se dio palmadas en los muslos balanceando el torso al mismo tiempo.
—Vaya —dijo Mid-e-Mid— mi padre está encerrado hace años. No es una novedad.
—Ya no está encerrado —dijo el loco alegremente.
—¿Está libre? —Mid-e-Mid abrió la boca, asombrado.
—Está libre… pero también está muerto. —Kalil reventaba de risa.
—No es verdad —gritó, indignado, Mid-e-Mid.
—Está libre, está muerto —dijo aún riendo Kalil. Hizo con las manos un agujero en la arena.
—Aquí —chilló— aquí está. Kalil sabe.
—¡Loco! —rugió Mid-e-Mid, fuera de sí. Pateó la arena y poco faltó para que matara al hombrecillo.
—Muerto, libre —gritaba el loco— muerto, libre.—
Reía.
Se llenaron de lágrimas los ojos de Mid-e-Mid.
—No te creo, Kalil, pero si lo que dices es verdad, mandaré a Tuhaya al infierno, tan seguro como que llevo al cinto la espada de Abú Bakr. —Y dio una palmada al pomo de la takuba.
—¿Abú Bakr? —dijo el loco—. Abú Bakr ha muerto, Elamduliláh.
—Ya veo que no dices más que tonterías —dijo Mid-e-Mid, aliviado—. Le he dejado sano hace pocos días y tú no puedes haberle visto después…
—Kalil sabe —rió el loco, e hizo un gesto violento—. Tú lo has matado. Mid-e-Mid lo ha matado, ¡ja, ja, ja!
—Tengo que hacer cosas más importantes que oír tus tonterías —le insultó Mid-e-Mid.
—Kalil sabe. Tú llevas el camello de Abú Bakr… sí. Kalil lo conoce bien.
—Me lo ha prestado, Kalil, no seas loco.
—Abú Bakr muerto…, muerto…, muerto…
—Abú Bakr muerto…, muerto…, muerto… —El loco repetía la palabra en voz cada vez más baja y mecía la cabeza. De repente se puso las manos como un embudo ante la boca, como si tuviera que lanzar una llamada a lo lejos. Pero su aguda voz susurró:
—Kalil te dirá un secreto… pero tú no tienes que decírselo a nadie… a nadie, ¿oyes?
—Pues di —dijo Mid-e-Mid sin interés.
—Abú Bakr llevaba una cadena ceñida al cuerpo, Kalil la sintió, una cadena de hierro. Nadie podía matarle… Era su secreto… —Tosió violentamente. Señaló Teljenyert, del cinto de Mid-e-Mid.
—Pero su propia takuba es la que lo ha matado: ha roto la cadena y ha herido a Abú Bakr en el corazón… Kalil sabe… —La tos le sacudió tan dolorosamente que gimió y se le llenaron de lágrimas los irritados ojos.
—Agasum está libre —dijo, sin transición—, pero Abú Bakr está sólo muerto. —De nuevo le asaltó la risa aguda y dio palmadas como un niño al que presentan un trozo de azúcar.
—No tengo tiempo para oírte tonterías —dijo Mid-e-Mid.
El loco se señaló la sien con los dos índices.
—Entiende a Kalil… joven, entiende al pobre Kalil… Todo lo tiene aquí, sólo que no sale… La cadena, la cadena de hierro…
—Sí —dijo Mid-e-Mid, más bondadoso—. Tienes tos… Pero cadena no veo ninguna. Para la tos tienes que tomar leche con pimienta roja. Eso hace bien… Bismiláh, Kalil… No puedo regalarte nada porque no tengo nada. Pero no lo olvides: leche con pimienta roja.
—Mismiláh —dijo Kalil, tristemente, sin seguir a Mid-e-Mid con la vista. Se frotó la pesada y ruda frente e intentó borrar de ella algo que nadie podía ver.
Mid-e-Mid caminó por la blanda arena del ued en busca de su camello.
«Es un loco, un loco», se repetía. Pero en el fondo le pinchaban las extrañas palabras de Kalil y se clavaban en él. ¿Qué cadena llevaba Abú Bakr? ¿Y qué habría dicho realmente el Kel Effele de su padre?
Una vez sentado en Inhelumé y teniendo que atender al camino consiguió que se le difuminaran aquellas ideas. Tenía aún una tarea que realizar antes de volver a la tienda de su madre: cuidar el campamento del bandido hasta la vuelta de éste. Lo había prometido. Luego tendría que buscar la asna. Quizá volviera también a ver al marabú. Pero no sabía si lo que le atraía era la sabiduría del marabú o su amable hija.