VI

LA VIDA DE UN BANDIDO

TRES días de cabalgada había hasta la fuente de Tirek[76]. Era la única huida posible para Abú Bakr: el camino hacia el norte, hacia el seco corazón del desierto. Sabía que los goumiers le perseguirían como los tamaschek cazan al león: en grupo numeroso, noche y día y sin cansarse. Le perseguían hombres de su pueblo, aunque llevaran el correaje y las cartucheras del beylik.

Llegaría a Tirek antes que los goumiers. Pero ellos le seguirían.

Seguro, Inhelumé aguantaría mucho, más que los mejores camellos del beylik. Pero incluso el animal más fuerte llega al límite de sus fuerzas cuando su jinete le exige demasiado. Y Abú Bakr sabía qué ocurría entonces. Lo había visto más de una vez en su vida: el camello se caía redondo, muerto, después de trotar realmente hasta el último respiro. Luego, después de eso, no podía resucitar, estaba muerto de verdad; y el hombre… el hombre moriría muy poco después, a menos que llegara alguien a darle otro camello.

Eso iba pensando Abú Bakr mientras espoleaba con el pie el trote regular del camello.

Aquella tarde se le ocurrió una salida. Se volvió hacia Mid-e-Mid, que cabalgaba cerca de él, con esfuerzo para mantenerse al ritmo de inhelumé. El animal que llevaba era demasiado joven y, probablemente, no había estado nunca sometido a semejante prueba.

—¿Puedes aún cabalgar? —preguntó a Mid-e-Mid.

—Sí —contestó Mid-e-Mid—. Pero el camello es débil. Está sudando. Se lo huelo. Es un olor característico, dulzón y aceitoso que los camellos exhalan cuando están demasiado cansados.

—Le dejaremos descansar —contestó Abú Bakr. Comprendió que tenía que mesurarse si no quería matar la montura de Mid-e-Mid.

Encontraron un lugar cubierto de had seca. Inhelumé empezó a comer inmediatamente. Esta planta salada es muy del gusto de los camellos cuando está fresca. Si está seca no la comen más que cuando han bebido abundantemente. El camello de Mid-e-Mid estuvo largo rato echado en la arena, con la cabeza hacia atrás, como si quisiera contemplar el mundo por encima de su giba. Luego se echó aún más y contempló el paisaje.

—No ha bebido en Samak —dijo Abú Bakr—. Por eso no se come la hierba seca.

Mid-e-Mid asintió, preocupado. Se levantó para coger leña.

—Hasta Tirek aguanta —añadió Abú Bakr.

Hicieron un gran fuego, pues los perseguidores no llegarían allá sino dentro de algunas horas. Habían cabalgado de prisa y sabían que los goumiers perderían tiempo en Samak por dar de beber a los animales.

Abú Bakr cazó una gacela. Era un macho potente. Tenía incluso algo de grasa en el vientre. Lo despellejaron y cortaron la carne en anchas lonchas. Pusieron unas al fuego para que se asaran y colgaron otras de un árbol, para que se secaran.

Abú Bakr había tostado una pata directamente a la llama y se comió con gusto la carne cuando aún estaba cruda. Ya había terminado de comer antes de que Mid-e-Mid abriera el abatal[77] y quitara las piedras.

—¿Quieres? —preguntó, cortésmente Mid-e-Mid.

—No, me basta —dijo Abú Bakr, y cogió otra pata.

Mid-e-Mid se comió él solo el abatal y se sintió saciado y cansado. Cogió una espina y se mondó con ella los dientes de restos de carne, mirando a Abú Bakr que repasaba cuidadosamente los huesos.

El sol se hundió bajo la línea en que se tocan cielo y desierto. Inhelumé se había echado y el camello de Mid-e-Mid mordisqueaba sin gusto la hierba seca. El calor del día irradiaba aún por la llanura.

Durmieron un rato. Cuando se despertaron estaba ya la luna en el cielo. Bebieron agua y hablaron. Hacia medianoche querían ponerse en marcha, para llegar a Tirek a la noche siguiente.

Abú Bakr removió el fuego y le echó leña.

Luego dijo:

—No pueden llegar aquí antes de la medianoche. Y cuando se ponga la luna no verán nuestras huellas.

Mid-e-Mid asintió:

—No han dormido la noche pasada.

Pero Abú Bakr se rió:

—Cuando yo era joven podía pasarme cuatro noches sin dormir… Podía matar al camello que montaba antes de caedme yo de la silla dormido.

Se puso a la espalda la silla de Mid-e-Mid para estar más cómodo.

—Sí, yo he aguantado más que otros… y todavía puedo hacerlo hoy…

Retiró los pies, pues el viento empujaba las llamas en su dirección.

—¿Y siempre has sido bandido? —preguntó Mid-e-Mid.

—No —dijo Abú Bakr—. Me hice bandido cuando me se paré del beylik.

—¿Tú has sido soldado del beylik? —Mid-e-Mid no podía imaginarse a Abú Bakr como soldado.

—No siempre he sido tan sabio como soy hoy —dijo el bandido, cuando yo tenía la edad que ahora tienes tú, me presenté al beylik. La tienda de mi padre estaba en el ued Arli Mennen, y el beylik estaba en Tamanraset[78], en el Hoggar. Cogí un asno y me marché a Tamanraset. En el camino se murió el asno. Pero encontré otro junto al pozo de Tin Rerho[79], y éste me llevó hasta Tamanraset. Necesité quince días… En Tamanraset me dijeron: eres demasiado débil. Pero yo estaba débil porque no había comido nada en tres días. El hecho es que no entendían bien mi lengua; así, que me volví al ued Arli Mennen. Dos años más tarde volví a Tamanraset. Esta vez no necesité más que trece días. El primer asno se murió también en Tin Rerho, cerca de la duna en que está el agua. Encontré otro. Se me reventó en Abalesa[80]. El tercero me llevó hasta Tamanraset. Cuando les dije que había llegado en trece días de Arli no me quisieron creer.

—Bueno —continuó—. En Tamanraset me dijeron: he aquí un camello y he aquí este saco. En el saco hay cartas para el beylik de Kidal. Vete a Kidal y vuelve. Si consigues hacerlo en menos de veintidós días puedes quedarte con nosotros y tendrás fusil y balas. Así me dijeron. Pero los veintidós días son con un buen camello. Ya sabes tú.

—Sí —dijo Mid-e-Mid—. Una vez mi padre…

—Déjame que termine —rugió Abú Bakr—. Cogí el camello medio muerto y salí para Kidal. Al quinto día comprobé que con aquel camello no podría hacerlo en menos de veintidós días. Por la noche vi un fuego y me dirigí allá. Pero me di cuenta de que eran gentes poco gratas en este país. Eran tamaschek ulimindés[81]

—Ajá —dijo Mid-e-Mid—. Serían gentes de la tribu ulimindés de los imojar[82].

—Así era, por Alah —dijo Abú Bakr. Y el camello inhelumé se movió, dejando la cara del bandido, redonda y térrea, a la luz de la pálida luna.

—Eran imojar y volvían de un rezzu[83]. Tenían un botín de buenos camellos. Me deslicé hasta su fuego y les oí hablar. Pensé que era el momento para ganar algo. Quité la silla de mi camello y la puse en uno de los suyos. Le colgué el saco de cartas y le aseguré el taramt. Me volví al fuego y cogí uno de sus fusiles. Pero me oyeron. Entonces le pegué a uno un tiro en el vientre. Me dejaron y me marché.

—¿Y no te siguieron? —preguntó, excitado, Mid-e-Mid.

—No lo sé —dijo Abú Bakr. Se aclaró la voz—. Les había cogido el mejor camello. En trece días llegué a Kidal y le di el correo al beylik. El beylik no quería creer que hubiera cabalgado así. Pero creo que en las cartas que le di estaba escrito el día. Serví seis años al beylik.

»Luego luché contra los tamaschek Air[84] y luego contra los ulimindés del Río. ¿Crees tú que yo era un cobarde?

—No lo creo —dijo el joven.

—¿Crees tú que sé tirar?

—Lo sé —dijo Mid-e-Mid.

—Maté más hombres que ningún otro soldado del beylik. Ésa es la verdad. —Respiró profundo. Sentía aún la indignación de un hombre al que se ha hecho una gran injusticia.

—Yo era el mejor goumier, y nadie conocía el desierto como yo. Pero un día maté una gacela que estaba grávida y me la comí, porque tenía hambre. Pero lo supo el beylik y dijo que había que castigarme. Creo que un mal espíritu, un effrí[85], le metió eso en la cabeza, pues yo no había cometido ninguna injusticia.

—Cierto que no —dijo Mid-e-Mid—. Matar una gacela cuando se tiene hambre no es ninguna injusticia. Seguro que fue un effrí.

—Me llevaron a una casa sin ventanas y me dejaron dentro.

—Ya sé lo que es —dijo Mid-e-Mid. Mi padre está en una casa así. Pero no tiene techo. Sólo unas paredes muy altas. Le llaman cárcel.

—Sí, así hacen las cárceles hoy, sin techo, para que se pueda ver el cielo, y el sol y las estrellas, y para que se pueda oler el aire. Pero mi casa era oscura. No podía ver el cielo. Allí me dejaron dos días. Llegó un hombre a darme agua. Cogí el cubo y lo vacié, pues tenía mucha sed. Vi que el hombre podía abrirme la puerta, tenía llaves en la mano. Entonces le tiré el cubo vacío a la cabeza y se la tapé, le encerré en la casa y me marché. Ensillé el camello, cogí el fusil y me marché al ued Arli Mennen, con mi padre.

—Y no has vuelto a ser nunca un hombre del beylik.

—No, nunca más —dijo Abú Bakr—. El beylik no me buscó más, y yo tampoco fui a verle. Pero un día, un año después de la muerte de mi padre, llegó Intaláh…

—¿El amenokal? —se le escapó a Mid-e-Mid—, ¿el padre de Ayor Jaguerán?

—Claro. ¿Qué tiene de raro? Llegó porque quería un regalo. Ya sabes que Intaláh es un ilelán, un noble, y que de vez en cuando va a ver a los vasallos, a los imrad[86] como tu padre y mi padre, y les exige regalos. Siempre ha sido así entre nosotros, los tamaschek. Le di a Intaláh un cordero bien gordo y un ternero robusto.

—Yo había heredado de mi padre dos iklán[87]. Te aseguro que los dos esclavos negros vivían bien en mi tienda. Mi rebaño no era muy grande. Era poco trabajo llevar mis animales al agua y ordeñarlos mañana y noche. Comían todo lo que querían y yo les pegaba poco. Pero con los iklán pasa lo mismo que con el beylik: nunca sabes lo que llevan entre ceja y ceja.

Los iklán me robaron dos de mis mejores camellos y se escaparon. Llegaron unos hombres y me dijeron: hemos visto a tus iklán: van hacia el Río[88]. Cabalgué, persiguiéndoles. Pero no habían ido hacia el Río, sino a Kidal, y dijeron al beylik que se habían escapado.

—Y el beylik los castigó… —insinuó Mid-e-Mid.

—Eso creí yo, pero fue muy distinto. El beylik dijo que es injusto tener iklán y que no tenían que volver a mi hokum, y que yo no podía castigarlos. Dijo que eran libres como nosotros, los imrad, más, dijo que eran libres como nuestros nobles, como los ilelán. Así dijo.

—No lo entiendo —dijo Mid-e-Mid—. Eran negros y habían nacido esclavos.

—El beylik dijo que estaba prohibido tener iklán, y que yo estaba en injusticia. Me devolvió los camellos que me habían robado, pero no me devolvió los iklán. Yo pensé que Intaláh me había prometido ayuda contra el beylik y me fui a su hokum. Le dije: Intaláh, se me han escapado los iklán y el beylik no quiere devolvérmelos. ¿Qué tengo que hacer?

Intaláh dijo: «Quizá necesite el beylik tus iklán y te los devolverá más adelante». Yo le dije: «No lo entiendes. Dice que no les puedo pegar y que no puedo recuperarlos por la fuerza.»

Intaláh envió un emisario al beylik de Kidal y le preguntó si era verdad lo que yo le había contado. El beylik dijo que era verdad y que los iklán habían llegado ya al Río y que no volverían nunca.

Entonces dijo Intaláh: «No puedo hacer nada por ti. Contra el beylik no puedo hacer nada».

Entonces le dije: «Pues me has engañado». Y él mandó que sus iklán me echaran de su hokum.

Cantó, agudo, un pájaro nocturno. El fuego rugía al viento. Mid-e-Mid tenía la boca abierta y no perdía de vista los labios de Abú Bakr.

—Volví aquella misma noche y maté a los iklán de Intaláh. No fue mucho trabajo. Eran cobardes, como todos los negros. Pensé: Intaláh se lo dirá al beylik. Pero vino él personalmente a vengarse, quemó mi hokum y se llevó mis rebaños: los camellos, las vacas, las cabras, los corderos y hasta los asnos. Ya ves: por eso estoy contra los príncipes, que no tienen ningún poder, y contra Intaláh, que me quemó el hokum… Dime tú, ¿podía yo hacer otra cosa sino echarme al monte? Desde aquel día me he apoderado siempre de lo que necesitaba. Y lo seguiré haciendo, injaláh.

Mid-e-Mid le preguntó:

—¿Y por qué asaltaste el hokum del marabú?

—Me dijeron que estaba allí el hijo de Intaláh y pensé que era hora de mostrar a su padre que su poder no vale en el norte. También tenía que mostrar al marabú que mientras yo viva no podrá acoger sin castigo al hijo de Intaláh…

Mid-e-Mid insistió:

—El marabú no había cometido ninguna injusticia contra ti…

Abú Bakr se puso a chillar:

—Y yo, sabihondo, charlatán, ¿qué he hecho yo? ¿Le hice injusticia al beylik que me robó mis iklán? ¿Le hice injusticia a Intaláh, que faltó a su promesa y que me hizo echar de la tienda, a mí, a un libre, por sus iklán? ¿Qué es justicia y qué es injusticia? ¡Piensa en tu padre! ¿Hizo injusticia a Tuhaya? —Bufaba de enfado e irritación.

Mid-e-Mid dijo, entonces:

—Has hablado mucho esta noche. Mi cabeza no consigue entender todo.

Abú Bakr le miró firmemente y sus oblicuos ojos rebosaban de tristeza animal.

—Tendrías que haberlo entendido —dijo, amargado.

Contempló la luna.

—Pronto se pondrá la luna —dijo—. Vámonos. Te doy Inhelumé. Yo cogeré el camello joven.

—No —contestó Mid-e-Mid—. Cuando nos persigan podrás salvarte si llevas a Inhelumé… Con el otro animal…

—Nos salvaremos los dos —dijo Abú Bakr—. Tendremos que separarnos. Yo iré con el camello joven hasta Tirek y tú cabalgarás a Inhelumé hasta Tin Za’uzaten[89]. En las montañas de Tin Za’uzaten están mis rebaños de camellos. Te cuidarás de ellos hasta que yo vuelva. Mientras tanto, Inhelumé es tuyo.

—Bueno —dijo Mid-e-Mid— pero cuando vean que se separan nuestras huellas seguirán las de Inhelumé.

—Eso es lo que quiero —dijo, pensativo, Abú Bakr—. Te seguirán a ti y luego se volverán. No hay agua hasta Tin Za’uzaten. Los pozos de In Uzzal[90], Debnat[91] y Tin Elha’ua[92] están secos. Con Inhelumé puedes ir por la pista. Inhelumé aguanta diez días sin agua. Los camellos del beylik no los aguantan. Y tú con tu idit llegas hasta Tin Za’uzaten.

—¿Y cómo encontraré la pista? —preguntó Mid-e-Mid.

—Ahora te la pinto en la arena —dijo Abú Bakr.

A la luz de la luna poniente dibujó Abú Bakr en la arena la aberid[93], con las peculiaridades del camino y las estrellas, y decía en cada punto las horas de camello.

Mid-e-Mid se lo aprendió todo y dijo:

—Ya me he dado cuenta. Ahora dime cuándo estarás de vuelta.

'—Volveré cuando Tuhaya y los goumiers estén también de vuelta hacia el sur. Y ellos se volverán cuando vean que no me alcanzan en Tirek. Ya ves que he pensado en todo.

—Sí, has pensado en todo —confirmó Mid-e-Mid. Recogieron la carne seca de las ramas, cargaron los camellos y montaron.

Bismiláh[94] —dijo Mid-e-Mid.

Bismiláh —contestó Abú Bakr. Y se separaron.

Cuando los goumiers llegaron a la hoguera ya estaban las cenizas frías. Siguieron hacia el norte y al llegar el alba se dieron cuenta de que habían perdido las huellas de Inhelumé. Entonces se dividieron. El jefe de los goumiers y tres de sus hombres siguieron hacia Tirek. Tuhaya y los otros siete goumiers se volvieron.

—Donde esté Inhelumé está Abú Bakr —dijo Tuhaya. Cabalgaron de vuelta unas tres horas. Y vieron que las huellas de Inhelumé se dirigían hacia el sudeste.

Tuhaya dijo a los goumiers:

—Conozco a Abú Bakr. Se ha ido a In Uzzal, allá en las montañas. De In Uzzal irá a Debnat. Le cortaremos el camino y le cogeremos en Debnat.

Dejaron, pues, las huellas del camello célebre y se dirigieron a Debnat en el frescor de la mañana.