EN EL UED DE SAMAK
EL pozo de Samak es lo que los tamaschek llaman un erís, es decir, un sencillo agujero, de poca profundidad, en la arena del ued.
Cuando Abú Bakr y Mid-e-Mid bajaron al ued desde la orilla sur no había junto al pozo más que unos pocos hombres y mujeres con rebaños de cabras y pequeños asnos grises.
A juzgar por sus ropas eran gentes de las montañas del Hoggar. Efectivamente, dijeron a los recién llegados que eran Kel Ahenet. Habían pasado la época calurosa del año en el ued Tamanraset, que se extiende por el oeste hasta el Hoggar. Pero durante los meses secos se había terminado el agua. Por eso habían realizado la penosa marcha hasta Samak, esperando encontrar agua y pastos intactos.
Eran gentes pobres y tímidas. Habían reconocido al bandido y temían por su parca propiedad. Mid-e-Mid les era desconocido, pues nunca entraban en contacto con los tamaschek del adrar de Iforas.
—¿Estáis solos en el ued? —preguntó Abú Bakr sin soltar la rienda de su camello.
—Kalá, hay otras familias que llegan hacia mediodía.
—¿Kel Ahenet como vosotros?
—Evalá.
—¿Y por qué vienen más tarde? ¿Hay poca agua en el erís?
Sacudieron la cabeza:
—Amán huláh (bastante agua), amán huskin (agua buena) —contestaron. Pero no había pasto en el ued de Samak. Para encontrar alemos para las reses y el jugoso yir-yir y las tamat, las acacias de flores amarillas para los camellos había que apartarse dos horas del erís.
Abú Bakr se acarició la barba.
—Abrevad mi camello —ordenó.
Los Kel Ahenet le señalaron el agujero, cuidadosamente recubierto con ramas espinosas.
—Las cabras han ensuciado el agua —dijeron—; espera hasta mediodía, que habremos abierto otro erís.
—Tengo prisa. Abrevad el camello —repitió duramente.
Hombres y mujeres echaron mano a las espinas sin decir palabra y descubrieron el erís.
—¿Qué tenéis de comer? —preguntó a los Kel Ahenet.
Los amenazados creyeron que ya habían hecho bastante con abrevar el camello. Se decidieron a contestar.
—No tenemos nada, y nuestras tiendas están lejos.
Pero un chiquillo dijo:
—Tenemos esink.
Una mujer quiso taparle la boca, pero llegó demasiado tarde. Se volvieron de mala gana y trajeron la olla de puré. El chiquillo se asustó tanto de su error que se fue a esconder a las rocas. No entendía por qué no ofrecían comida al forastero, como a los demás huéspedes.
—Parece que habéis olvidado las leyes de la hospitalidad —dijo Abú Bakr.
Pero ellos aseguraron:
—No queríamos ofrecerte el esink porque no está a punto.
Abú Bakr metió la mano derecha en la pasta, hizo una bola, separó el tagelmust con la izquierda y se la metió en la boca: la pasta, efectivamente, no estaba en su punto.
—¡Manteca! —ordenó.
Echaron manteca rancia en el mijo y contemplaron cómo Abú Bakr y su compañero se comían el esink caliente.
«Estos hombres tienen mucha hambre», pensaron, y se dieron cuenta de repente de que el bandido debía de estar huyendo. Con ello recuperaron la seguridad.
Con la boca llena señaló Abú Bakr un asno que llevaba un idit.
—Colgad el agua de la silla de Inhelumé —dijo.
Los Kel Ahenet no se movieron. Hicieron como si no hubieran oído. Mid-e-Mid no se atrevió a mirarlos. Y pese al hambre no consiguió tragarse el puré que tenía en la boca. Se estaba ahogando. Abú Bakr no le miró. Se levantó, se limpió las manos con arena y dio un tremendo bofetón al que tenía más cerca. El hombre se agarró la cabeza. El otro hombre se levantó, cogió el idit y se lo colgó a Inhelumé. Las mujeres maldecían al bandido en voz baja.
Mid-e-Mid se había levantado asustado. La violencia de Abú Bakr le repugnaba. No comprendió por qué seguía con el bandido. ¿No se podía comprar el idit? ¿No habría podido regalar un cuchillo al Kel Ahenet? Su madre se lo había enseñado: un tamaschek da para recibir algo. Si quieres un cordero, da una cabra. Si quieres un camello, da un buey. Y si no tienes nada que dar y quieres comer y beber y ser como un hijo en vina tienda ajena, hazte agradable y canta…
Hacía tiempo que no pensaba en su madre. Pero ahora le roían por dentro esas palabras de ella. Se desató del brazo su cuchillo de hierro, sujeto con una cuerda y una vaina de cuero. Era un cuchillo malo. El mango de madera estaba gastado y la hoja mellada. Se lo echó al hombre al que había pegado el bandido.
—Por el idit —dijo, con voz ronca.
El cuchillo cayó en la arena. El hombre no se agachó a cogerlo.
Abú Bakr gruñó:
—Quédate con tu cuchillo, que te hará falta.
Pero Mid-e-Mid sacudió la cabeza silenciosamente. Había algo entre él y Abú Bakr, algo que no quedaba superado por la lucha contra Tuhaya ni por el lejano parentesco. Era un abismo. Pero Mid-e-Mid no habría sabido describirlo. Y si alguien se lo hubiera explicado tampoco lo habría comprendido.
Sí. Abú Bakr y Mid-e-Mid eran diferentes como la piel fresca y el cuero seco, como el perfume y la espina del
tamat, como el vacío y el amor en el corazón del hombre.
El bandido dio una patada a la olla, y la pasta de mijo se vertió perezosamente en la arena. Miró a su alrededor.
—¿No tenéis imenas? —preguntó.
Pero en el ued no había más que cabras y asnos. Ningún camello.
El hombre dijo:
—Ya ves que no tenemos camellos. Si tuviéramos te prestaríamos uno para tu hijo.
—No soy hijo suyo —dijo Mid-e-Mid.
—En verdad no tenemos imenas —repitió el hombre—. Es la verdad.
Abú Bakr se descolgó el fusil de un tirón. El Kel Ahenet se tiró al suelo gritando:
—¡Es la verdad, así Dios lo vea!
Pero el fusil de Abú Bakr apuntaba a la muralla de piedra, a lo lejos, o al sendero que bajaba desde el fuerte hasta el ued. El hombre dejó de gritar y miró al sendero.
Mid-e-Mid también y vio un hombre que cabalgaba en un camello. Se acercaba de prisa, pero su figura no era aún más que una rayita azul que saltaba encima de la cabalgadura. Abú Bakr no le dejó acercarse. Tiró e hizo blanco. El hombre cayó al suelo, el camello siguió caminando unos pocos pasos más y luego se paró con indiferencia, como si no hubiera pasado nada o como si su dueño fuera a alcanzarle en seguida.
Abú Bakr se aseguró de que nada se movía detrás de la muralla, luego subió a Inhelumé y cabalgó hacia el hombre caído. Mid-e-Mid corrió detrás de él a grandes zancadas. También los dos Kel Ahenet le siguieron. Sólo las mujeres quedaron escondidas, atisbando, asustadas, desde sus escondites.
El hombre no estaba muerto. Pero no había duda de que no tardaría en estarlo. Abú Bakr le miró desde la altura de su silla. No le conocía. No era un goumier. Era viejo y vestía pobremente. Se dio cuenta de que había matado a uno que no tenía nada que ver con su persecución.
—¿Quién eres? —preguntó.
El rostro del viejo se ponía como de cera. Tenía la boca abierta y se veían numerosas mellas en su dentadura. Apenas se le oía o veía respirar. Había ya sombras velando sus ojos y anunciando la muerte. Pero al acercarse Mid-e-Mid los turbios ojos se dilataron, y temblaron los labios del viejo. No dijo nada y murió echando la cabeza a un lado.
Mid-e-Mid estaba paralizado. El muerto que yacía ante sus pies descalzos era el anciano que le había informado sobre Tuhaya y le había descrito el camino hacia Timea’uin cuando él buscaba la burra. Era el amistoso anciano que había estado escuchando sus canciones junto con los demás pastores.
Abú Bakr le observaba.
—Tú le conoces —dijo.
—Hablé una vez con él. Era muy bueno.
—Creí que era Tuhaya —dijo Abú Bakr—. Se presentó en mal momento y en mal sitio… Tengo que defenderme… No puedo esperar hasta que tire el otro…
—Éste no te había hecho nada —dijo Mid-e-Mid.
—Tampoco me hará ya nada —contestó, fríamente, Abú Bakr—. No puedes saber si un hombre es tu amigo o tu enemigo hasta que está muerto… Ahí arriba —y señaló el murallón de rocas— había soldados. Tiraron contra mí aunque no me conocían… ¡aquí! —Levantó su ropa y enseñó a Mid-e-Mid la gran cicatriz rojo-pálida que tenía por encima de la cadera—. Esto es de aquellos soldados… y no me conocían.
—Pero éste era un anciano… —insistió Mid-e-Mid.
—Eso quiere decir que habría muerto pronto —dijo Abú Bakr con amarga risa—. Esto le llega a todo el mundo, también a mí.
Se volvió hacia los Kel Ahenet, que estaban callados.
—¡Enterradle!
Hizo un gesto a Mid-e-Mid, indicándole el camello del muerto.
—Móntalo. No tenemos tiempo para charlar. Tenemos que marcharnos.
—Yo me quedo aquí —insistió Mid-e-Mid.
—Tienes que darte cuenta de que también los inocentes sufren cuando Alah lo quiere —dijo Abú Bakr—. Sí. Alah quería que volviera a Él. ¿Y vas a decir tú que Alah es injusto?
Mid-e-Mid no contestó. Estaba lleno de tristeza y no tenía espacio en su alma para otras ideas.
—¿Y tú crees que va a haber justicia sólo porque tú quieres ser justo? Mira, Mid-e-Mid: cuando yo tenía tu edad también quería ser justo… Y mira en lo que me he convertido… ¿Crees que eso me pone triste? No, es que Alah me ha querido así… Alahú akbar, Dios es grande.
Mid-e-Mid miró firmemente al bandido. Firme en la arena, con las piernas separadas, levantaba la vista hacia Abú Bakr.
—Quiero la justicia, Abú Bakr… la quiero… la quiero.
—Elamduliláh.
—Si no soy justo… ¿cómo podré tener amigos?
—No hay amigos, Mid-e-Mid… ¡Piensa en tu padre! ¡Piensa en Tuhaya!
Los Kel Ahenet seguían abriendo la fosa con las manos.
Abú Bakr le urgió:
—Sube, no tenemos tiempo que perder. ¡Adelante!
—Me quedo aquí —contestó Mid-e-Mid—. No he hecho nada a nadie… Yo…
Se le había agotado la paciencia al bandido. Gritó, sombrío:
—¿Te ha hecho alguna vez algo la hormiga que aplastas con el pie?… Quédate y chúpale a Tuhaya el polvo de las sandalias…
Chascó la lengua, dio con los dedos de los pies al cuello de Inhelumé y dirigió el animal hacia la salida del ued.
Mid-e-Mid le siguió con insegura mirada y sollozó.
Cayó una salva de balas en la arena, y el eco se multiplicó por las rocas.
Abú Bakr lanzó Inhelumé al galope. Su burnús ondeaba a sus espaldas como una bandera parda; amarillas nubes transparentes de polvo quedaban atrás del camello, y el viento las desgarraba.
La segunda salva ya no fue siquiera en su dirección.
Abú Bakr había descrito un ángulo cerrado y había desaparecido entre matas y hierbas.
Pero Mid-e-Mid no había esperado a la segunda descarga. No supo decir más tarde cómo se había encaramado al camello sin dueño. Estaba en la silla y seguía las huellas de Abú Bakr con la ciega decisión que da el peligro mortal. Tiraron contra él. Agachó la cabeza hasta la cruz de la silla y excitó tanto al animal con los talones que el camello empezó a echar espuma por la boca. No se volvió hasta que los primeros árboles le ofrecieron cobertura de las balas. Pero los goumiers no le seguían. Hamduliláh, pensó. Están cansados. Han tenido que cabalgar toda la noche para alcanzamos…
No pensó que era el muerto el que le había salvado la vida. Cuando los goumiers llegaron al cadáver saltaron de los camellos y hablaron largo rato con los Kel Ahenet, haciéndoles muchas preguntas que los otros no supieron contestar. Gracias a eso se escapó Mid-e-Mid.
—¿Quién es el hombre del segundo camello? —preguntaron.
—Es un muchacho —dijeron los Kel Ahenet.
—¿Y por qué huye?
—Habéis tirado contra él —dijeron los Kel Ahenet.
—Hemos tirado contra Abú Bakr —dijeron, gritando.
—¿Cómo se llama? —preguntaron luego.
—Mid-e-Mid —dijeron los Kel Ahenet—. Hemos oído que Abú Bakr le llamaba así.
Los goumiers prorrumpieron entonces en exclamaciones de asombro.
—¿Mid-e-Mid? —preguntaban sin cesar—. ¿Mid-e-Mid, el que canta tan bien? ¿Mid-e-Mid, el hijo de Agasum? ¿Uno de ojos rasgados? ¿Con una boca como la de un renacuajo? ¿No habréis oído mal?
Se adelantó un hombre que no era un goumier. Llevaba el ropaje azul de los tamaschek y era más viejo que los soldados del beylik. Los dientes le sobresalían del labio superior. Era el último que había llegado al ued, cuando Abú Bakr estaba ya fuera de vista y los fusiles estaban colgados de las sillas.
' El hombre rió maliciosamente, y dijo:
—Agasum es un enemigo del beylik, y Mid-e-Mid sigue su camino…
—Mid-e-Mid es muy joven —dijeron los goumiers—. No hemos oído nunca que Mid-e-Mid esté de partida con Abú Bakr… Lo que sabemos es que vive con su madre, y que visita de vez en cuando los campamentos de las tribus y canta…
Dijo Tuhaya:
—¿Y no sabéis que Abú Bakr y Agasum son parientes?
—No lo sabíamos —dijeron los goumiers.
—Pues ya lo sabéis —dijo Tuhaya—. Ahora podéis coger dos chacales en la misma trampa.
El jefe de los goumiers dijo entonces:
—Tenemos orden de capturar a Abú Bakr. Y no sabemos nada de Mid-e-Mid…
Tuhaya preguntó:
—¿Por qué no los perseguís?
—Primero daremos de beber a nuestros imenas —dijeron— y luego les perseguiremos.
Los Kel Ahenet les dijeron:
—Nos ha robado un idit lleno de agua.
Llegaron las mujeres de los Kel Ahenet y mendigaron tabaco. Los goumiers se lo dieron. Luego empezaron a sacar agua para los camellos. Eran once goumiers y había que abrevar a once camellos más el de Tuhaya. Nadie se preocupó del viejo muerto.
Cuando finalmente salieron de Samak los fugitivos llevaban una ventaja considerable; pero sus huellas estaban tan claramente escritas en la arena que los perseguidores podían seguirles sin esfuerzo.
La dirección de las huellas indicaba la ruta de Tirek.