EL ASALTO
POR la mañana llegó Abú Bakr.
Llegó al amanecer. No se esforzaba por no hacer ruido.
—¡Eh! —chilló—. ¡Eh, marabú!
Y como no le contestaran en seguida quebró con la espada los dos tigete’uin[54] delanteros de la tienda —los dos postes hermosamente tallados—. Parte de la tienda cayó sobre los que dormían.
Luna Roja fue el primero en salir, arrastrándose, de la tienda. Abú Bakr no esperó a que se levantara. Le dio un gran puñetazo en el oído, y Ayor quedó tumbado como un árbol derribado. No pudo ni quejarse.
—¡Eh, marabú, eh! —chilló Abú Bakr. Y en su profunda voz resonaba una especie de violenta alegría.
—Ya oigo —dijo el marabú en la tienda.
—Sal afuera, que tenemos que hablar.
El marabú cogió el tesbih con la mano izquierda y la espada con la derecha. Pero al levantar la tienda caída para erguirse él mismo tropezó en la takuba. Abú Bakr se echó a reír y puso el pie encima de la espada.
—Un marabú no debe blandir la espada, ni un bandido el rosario —dijo, y le quitó el tesbih y le azotó con él el rostro—. Luego rezarás, sabio impotente… ¿Cuántos camellos tienes?
—¿Qué te he hecho? —preguntó, irritado, el marabú.
—Óyeme —dijo Abú Bakr—. Tengo prisa y muy poca paciencia. ¿Cuántos camellos tienes?
El marabú vio las cintas de municiones, un aspa negra en el pecho de Abú Bakr. No vio fusil, pero sabía que el bandido no se movía sin su mukala[55], el rifle rayado de largo alcance.
—Dos yeguas con potros, una yegua encinta y dos camellos de silla.
—Te quedas con los potros y con la yegua encinta —dijo Abú Bakr—. Vendré por ellos el año que viene. ¿Quién más hay en la tienda?
Le palpitó violentamente el corazón al marabú. No sabía si su mujer estaba aún en la tienda. Tiu’elen se había escondido por la otra parte, detrás de las esteras. Él se había dado cuenta antes de salir.
Como el marabú no contestaba, Abú Bakr hundió la takuba en el cuero. La hoja cortaba la tienda como si fuera agua. Por dos veces la hundió. Luego derribó los otros seis postes, y el techo de cuero cayó sobre el ajuar del marabú como un gran sudario.
—Llévame a los camellos —dijo, amenazador, Abú Bakr.
—Alahú akbar —murmuró—. Dios es grande. Y suspiró.
Los camellos yacían donde los había dejado Luna Roja la noche anterior: ante los árboles teborak[56]. Volvieron las largas cabezas hacia los hombres, con inquietud, y se levantaron miedosos cuando éstos se les acercaron.
—Desata las trabas[57] —ordenó Abú Bakr. Con la takuba en la mano se quedó de pie. Los camellos gritaron, como hacen siempre cuando se dan cuenta de que el hombre quiere algo de ellos.
Mid-e-Mid se despertó porque le estaban dando puñetazos en el pecho.
—Mid-e-Mid, óyeme —murmuraba una voz.
Vio a Tiempo Cálido, que estaba arrodillada a su lado. Tenía los ojos muy abiertos y apagados. El perfume de rosas. Llevaba el cabello suelto, que le caía por el cuello.
—Ha venido —dijo la muchacha.
—¿Quién? —preguntó Mid-e-Mid, sin entender lo que quería.
—Abú Bakr. ¡Y tú durmiendo!
—Yo… —dijo Mid-e-Mid.
—Cállate, que no te oiga… La madre y yo nos hemos escapado… ahora…
—Ayor —tartamudeó Mid-e-Mid— ¿dónde está?
—Creo que está muerto —dijo la muchacha—. Abú Bakr le ha pegado…
—¿Y tu padre?
—Está vivo, pero Abú Bakr quiere quitarnos los camellos. Ha obligado a mi padre a llevarle hasta ellos.
—Mataré a Abú Bakr —dijo Mid-e-Mid, disponiéndose a levantarse.
—No —dijo Tiempo Cálido—, es mucho más fuerte que tú y lleva armas. —Apretó a Mid-e-Mid las dos manos en los hombros para impedir que se levantara.
Pero Mid-e-Mid se soltó.
—Déjame —dijo—, las mujeres pueden esconderse, pero los hombres no.
Cogió su cayado y saltó adelante. Oyó la voz de Abú Bakr y la llamada de Tiu’elen: «¡Mid-e-Mid!».
Siguió corriendo. Vio al marabú en cuclillas desatando las trabas de los imenas. Vio la robusta espalda del bandido y su redonda cabeza. Vio el lechoso brillo de la takuba y oyó los gemidos de los animales. No pensaba en que él era un débil pastorcillo y el enemigo un hombre lleno de fuerza. Estaba ciego de tan decidido. Era como una flecha que sale del arco; atacó a Abú Bakr como el gato salvaje[58] se lanza sobre el muflón[59].
El cayado alcanzó al bandido en el cuello. El segundo golpe le dio en el brazo. Luego, se rompió el palo. Abú Bakr se agachó y se volvió y consiguió agarrar el brazo de Mid-e-Mid. Sus manos aferraban como anillos de hierro la enjuta carne. Mid-e-Mid se dio aún cuenta de que le levantaba en el aire y le arrojaba al suelo. Pero ya no sintió la patada del bandido. Estaba sin sentido.
Abú Bakr le contempló con curiosidad mientras se frotaba el cuello.
—Un leoncillo —dijo, con admiración—. ¿Es de tu sangre, marabú?
—Es Mid-e-Mid, hijo de Agasum.
—Ya, así se explica —murmuró Abú Bakr. Dio otra patada al chico, que no se movió—. Tiene cara de erizo, pero corazón de camello —siguió diciendo—. Coge esa cuerda y átale. Con las manos a la espalda.
El marabú obedeció. El bandido metió la takuba en la vaina y observó los nudos.
—¿Quién era el muchacho que derribé ante tu tienda?
—Ayor Jaguerán, hijo de Intaláh —dijo el marabú, levantándose.
—Dile a Intaláh que no envíe tan al norte sus vacas y sus asnos. Éstos son mis pastos. Los suyos son los del sur.
El marabú no contestó.
—Vete allá… allá, donde están las dos rocas —le ordenó Abú Bakr—. Y no te vuelvas, porque si te vuelves te mato. Allí te quedas hasta que el sol empiece a calentar. Guárdate de entrar antes en tu hokum[60] —y señaló la tienda rota.
El marabú apretó los dientes y se marchó. Sus desnudos pies se dañaban con los guijarros y las diminutas espinas del cram-cram[61] quedaban fijas en la piel rugosa. Pero no sentía nada. Tenía los ojos nublados, pues también los hombres tienen lágrimas. Pero no era el dolor lo que las provocaba sino la cólera. No pudo ver cómo Abú Bakr ataba los camellos en ristra y luego a su propia cabalgadura. No pudo ver cómo el bandido colocaba y ataba a Mid-e-Mid en la grupa de un camello. No oyó el griterío de los animales cuando Abú Bakr montó en el suyo, hundió los dedos de los pies en la nuca del animal y salió al trote de allí. Creyó que Ayor estaría muerto y temió por su mujer. Cuando llegó a las rocas el sol era ya tan fuerte que no se le podía mirar cara a cara. Entonces se dejó caer al suelo, hizo las abluciones de brazos, manos y rostro en la arena, se inclinó hacia La Meca, pronunció en voz alta la oración de la mañana y, al repetirla, halló el consuelo de Alah.
Abú Bakr cabalgó casi dos horas por el ued, en dirección de Timea’uin. Pero no lo hizo por la pista utilizada por los ganados de bóvidos, sino por un sendero que discurría mucho más al norte y llevaba al cabo de tres días al pozo de Samak[62]. Hacia las ocho hizo alto entre dos tupidos árboles de espino.
Abú Bakr se acercó a uno de ellos y arrancó siete espinas. Las echó a la arena y las pisó luego: así estaba seguro de que los espíritus que habitaban en el ayar[63] no le molestarían. Luego obligó a los imenas a echarse. Agarró el taramt[64], la brida de pelo de cabra y cuero:
—¡Scho! —gritó— ¡scho!, ¡scho!, ¡scho!
Despacio y de mala gana doblaron las patas delanteras los grandes animales. Luego, trabajosamente, hundieron también la grupa. Abú Bakr desató la soga negra y engrasada que sujeta la silla, cogió la manta doblada y la desdobló a la sombra.
Abú Bakr se dirigió a Mid-e-Mid, que seguía atado en el lugar en que lo había descargado.
—¿Ma tekumed[65]? (¿Qué haces?) —le preguntó, curioso.
Mid-e-Mid le miró y luego cerró los ojos, para expresarle su desprecio.
Abú Bakr se arrodilló y le quitó la cuerda, que dejaba profundas señales en la piel. Abrió el pellejo del agua y llenó un cuenco con aquella agua fría y turbia.
—¡Bebe! ¡Esu[66]! —le ordenó—; es agua fresca de mi idit. Ha estado a la sombra del camello.
Mid-e-Mid arrugó los ojos y vació el cuenco de un sorbo. El agua le refrescó. Pero le dolían mucho los brazos y las piernas de estar rígidos.
—¿Ma tekumed? (¿Qué haces?) —volvió a preguntar Abú Bakr.
Mid-e-Mid se frotó las piernas. La sangre detenida volvió a circular con un cosquilleo y con pinchazos. Estaba sentado al sol. No se atrevía a sentarse en el dokkalí[67].
«No tengo miedo a este hombre», estaba pensando. «Tiempo Cálido», estaba pensando. «¿Habría pegado también Abú Bakr a Tiempo Cálido?». Pensó: «Me escaparé en cuanto se duerma». Y ya no olvidó esa idea. Observó cómo estaban atados los camellos y dónde estaba el fusil de Abú Bakr.
El bandido había seguido tranquilamente las miradas de Mid-e-Mid.
—No te escaparás, Mid-e-Mid —dijo con voz ronca. Sacó un puñal del cinto con el que sostenía sus amplios pantalones azules—. ¿Ves esto, chico?
—Busaadi[68], el puñal —dijo Mid-e-Mid, y el corazón, tranquilo hasta el momento, empezó a palpitarle agitadamente. Busaadi se llama el puñal, y esa palabra significa: «doy la felicidad», lo que quiere decir: «mando al paraíso». No significa nada bueno que le enseñen a un hombre el puñal. Significa que ese hombre no va a vivir mucho…
—Eso es, el puñal —repitió Abú Bakr, satisfecho—. Tengo otro en la bolsa. Y podría regalártelo.
—¿A mí?
—He visto que eres valiente. No hay mucha gente que se atreva a pegar a Abú Bakr con un palo… —Se aclaró la voz—. Y ninguno de los que lo intentaron está vivo —sacó el labio inferior—. Sí, podría regalarte este busaadi si te quedaras conmigo… Yo te haría hombre…
—Tengo que encontrar mi asna —dijo Mid-e-Mid.
—Los meskin[69], los pobres, los muertos de hambre se ponen a buscar un asno. Abú Bakr y sus amigos cabalgan en camellos, los camellos más nobles que existen entre el Adrar de Iforas[70] y las montañas del Hoggar. Quítate la burra de la cabeza…
Se acercó la bolsa, rebuscó por dentro y sacó un puñal con vaina roja. Lo sopesó un momento y se lo echó a Mid-e-Mid.
—Para ti. —Los tristes ojos de Abú Bakr miraban fijamente al muchacho.
—No lo quiero —dijo Mid-e-Mid, y lo puso en la arena a su lado.
—Creí que el hijo de Agasum sería como su padre, pero… —El bandido cerró los ojos y se puso a jugar con un teraut. El amuleto estaba colgado de un hilo negro que llevaba como un collar.
—¿Conoces tú a mi padre? —preguntó, sorprendido, Mid-e-Mid.
—Somos amigos. Y parientes: el padre de tu abuela y la madre de mi madre eran hermanos…
Mid-e-Mid abrió la boca lleno de asombro y se pasó la lengua por los labios.
—¿Ves? —dijo Abú Bakr— has pegado a tu tío —y se echó a reír con carcajadas atronadoras.
—No lo sabía —dijo Mid-e-Mid disculpándose, y fijó la vista, inseguro, en el suelo.
—Pues ahora lo sabes. ¿No has notado que los dos tenemos los ojos rasgados? Y el mismo valor.
—Los ojos…, es verdad. —Pero Mid-e-Mid siguió desconfiado. Aquel hombre tenía algo terrible y misterioso. Su nariz parecía aún más burda cuando se reía, y el cuerpo resultaba aún más macizo y amenazador.
—Y tenemos enemigos comunes, Mid-e-Mid.
Mid-e-Mid prestó atención.
—Siéntate aquí conmigo en el dokkalí —dijo Abú Bakr— que te lo contaré.
Mid-e-Mid se sentó en la blanda manta, pero manteniéndose lejos de Abú Bakr.
—¿Sabes quién metió a tu padre en la cárcel?
—El beylik —dijo Mid-e-Mid.
—Pero el beylik no le habría cogido si no hubiera habido un traidor…
—Sí, Tuhaya —dijo Mid-e-Mid—. Le mataré cuando le encuentre.
Abú Bakr se enderezó de golpe.
—Así me gustas, hijo de Agasum.
—Pero yo no soy un bandido —dijo Mid-e-Mid, apretando los labios.
—El bandido soy yo —dijo Abú Bakr riendo con sus tremendas carcajadas—. Y no habrá otro como yo. Pero tú eres mi sobrino, y por eso te tengo aprecio. Tenemos la misma sangre. Por eso te ayudaré a buscar a Tuhaya.
—¿Por qué es Tuhaya enemigo tuyo, Abú Bakr?
—Tuhaya es un chacal. Se come lo que mata el león[71] y le sobra a la hiena. Yo robo camellos… ése es mi oficio; un buen oficio, deberías aprenderlo. Hoy has visto cómo se empieza… —Se rascó la desordenada barba por debajo de la barbilla.
—No quiero —dijo Mid-e-Mid.
—Piénsalo bien… Bueno, a lo que íbamos. Digo que Tuhaya es un chacal cobarde. De vez en cuando le doy imenas para que los venda, de los que yo me gano. Yo los gano, no él. Yo me atrevo a entrar en las tiendas, no él… Pero ahora sé que quiere engañarme igual que engañó a tu padre… Sé que el beylik le ha dado dinero para que le diga dónde he puesto mi tienda…
—¿Y sabe él dónde acampas tú?
—Es el único que lo sabe, el único que puede traicionarme. Pero también yo tengo mis amigos en esta tierra, y no esperaré hasta que vengan a buscarme… —Se puso en pie de un salto que no parecía posible en aquel cuerpo pesadísimo. Se acercó a Mid-e-Mid y le dio con el pie.
—Mid-e-Mid, tengo buenas intenciones contigo… toma, toma esto.
Hurgó en el correaje y ofreció al muchacho su takuba. Mid-e-Mid no se atrevió a tocar la espada. La hoja era una tiseraye, las mejores del país, y la de Abú Bakr tenía hasta nombre propio, de tan célebre que era. Se llamaba Teljenyert y se hablaba de ella como de una gran camella o de una mujer hermosa o un caballo de raza. Abú Bakr le dio Teljenyert.
Tocó las finas granulaciones del cuero de la vaina, la empuñadura que compensaba el peso de la hoja, el pomo de cobre.
El bandido desenvainó la takuba. La hoja brilló al sol. La cogió de la punta y la sopesó hasta el pomo. Luego la dejó caer en la vaina otra vez:
—No hay takuba mejor que Teljenyert —dijo Abú Bakr—. Es tuya hasta que hayas probado su filo en el cuerpo de Tuhaya.
—¿Y qué tengo que hacer? —dijo Mid-e-Mid mirando hacia arriba, donde la cabeza del bandido se destacaba sobre el cielo como una bola.
—Vengar a tu padre —dijo Abú Bakr—. Voy a decirte un secreto: Tuhaya irá mañana a Timea’uin. Ha prometido al beylik entregarme, y para eso me ha pedido que le espere cinco horas al norte de Timea’uin, en el ued Soren[72]. El beylik ha escondido ya sus soldados en ese ued. Ya ves que Tuhaya es un chacal. Él no ataca personalmente…, tampoco a tu padre le atacó él. ¿Sabes que no quiso batirse con tu padre?
—Sí, lo sé —dijo Mid-e-Mid.
—Bueno. Pues nosotros nos vamos a cruzar con Tuhaya antes de lo que él cree. Le cortaremos el camino, le pararemos, tú cumplirás tu deber de hijo y yo te ayudaré.
—¿Y si nos encuentran los soldados del beylik? —preguntó Mid-e-Mid.
—Llegarán demasiado tarde —contestó firmemente Abú Bakr—. No te preocupes de nada.
Mid-e-Mid tomó la espada con ambas manos.
—Lo haré —dijo con seriedad.
—Cógete un camello —dijo Abú Bakr.
Pero los camellos recordaron de nuevo a Mid-e-Mid que Abú Bakr era un bandido. Eran los camellos del marabú.
—No quiero —contestó—, iré a pie.
Abú Bakr le contempló en silencio y comprendió.
—Irás montado —decidió— pero si quieres le devuelves luego al marabú el camello que tú montes. No lo necesito. Ya cogeré los de Tuhaya…
Mid-e-Mid fue entonces a escoger un camello. Abú Bakr le dio una vieja manta que tenía que poner en la giba del animal. No había silla de montar para él. Partieron cuando ya hacía mucho calor. El bandido tenía prisa por encontrar a Tuhaya antes del lugar de la cita.
Cabalgaron al trote sin dejar descansar a los camellos.
Cruzaron sendas de ganado, rodearon roquedos y flanquearon grises depósitos de granito meteorizado. No encontraron a nadie. La zona era seca y no ofrecía pasto para el ganado. Ni siquiera cabras habrían podido vivir allí.
A lo lejos se erguían como arrecifes morados las montañas de Samak. Sería difícil adivinar los pensamientos de Abú Bakr. Su rostro era inmutable bajo el velo. Sólo los ojos sombríos observaban atentamente la lejanía. Se sentía tan seguro que ni se volvió nunca a mirar a Mid-e-Mid.
Éste apretujaba las piernas al cuello del animal, notaba las sacudidas de aquella rápida cabalgada por todo el cuerpo y el peso de la takuba al costado izquierdo.
Ayer había estado buscando una asna, y hoy buscaba al enemigo, al hombre por cuya culpa llevaba su padre muchos años en la cárcel. Aún ayer era él un muchacho, un alegre cantor. Hoy era un hombre. Pero llevaba la espada y el tagelmust de un bandido.
«Tuhaya», pensaba Mid-e-Mid, «ya llego… Tuhaya, llevo Teljenyert… Si me viera Tiempo Cálido… si viera que yo no sólo sé cantar… si viera que vengo a mi padre… si viera…».
Ahora llevaba Teljenyert al costado, y Tuhaya se le acercaba sin saberlo por el ued Soren.
«Si le venzo», pensaba, «llevaré el camello al marabú y le pediré Tiempo Cálido… se la pediré…».
—Tiu’elen —dijo en voz alta. Pero sólo le oyó el viento. Repitió las sílabas de tal modo que al ritmo del animal parecía el grito salvaje del gato montés en busca de compañera.
Cabalgaban hacia Soren.
Abú Bakr dijo:
—Prepárate a matar a tu enemigo.
—Injaláh —(Ojalá, Dios lo quiera), contestó Mid-e-Mid.
Y sintió miedo por vez primera desde que decidió matar a Tuhaya.