EN EL CAMPAMENTO DEL MARABÚ[29]
ESTABA cayendo la tarde cuando llegó Mid-e-Mid al primer campamento de los que le había descrito el anciano. Ya desde lejos oyó balidos de cabras[30] y una voz de mujer.
La mujer chascaba la lengua y gritaba luego: «¡Dak!, ¡dak!», que es el grito con el que se atrae a las cabras para ordeñarlas. Mid-e-Mid pensó que habría leche fresca y se apresuró, porque tenía mucha sed. Habría podido abrir su idit, pero el agua estaría caliente y no aplacaría la sed.
Descubrió, por fin, los techos de cuero pardorrojizo de la tienda de campaña, vio un trípode[31] de hierro colocado encima de un fuego de leña y una olla colgada del trípode, con el borde abombado hacia fuera. Se dejó caer al suelo por los cuartos traseros del asno. No es cortés llegar montado hasta el fuego mismo.
Cuando buscó a la mujer con la vista, ésta se encontraba ya a su espalda. Era grande y bien formada y tendría unos cuarenta años.
—¿No eres tú Mid-e-Mid ag Agasum?
—Lo soy —dijo Mid-e-Mid.
—Bienvenido —dijo la mujer—. Se te hará té. Descarga tu asno y siéntate al fuego. El marabú ha ido a ordeñar la camella. En seguida volverá.
Al sentarse creyó observar un movimiento bajo el cuero de la tienda. Pero también habría podido ser el viento, pues la tienda estaba cerrada con esteras por aquel lado que él veía.
Se acercó el paso de un hombre. Mid-e-Mid lo oyó claramente. La hierba seca crujía bajo sus pies. Debía de ser el marabú. No quería volverse para verle, pues eso habría sido curiosidad indigna de un tamaschek[32]. Hizo, pues, como si fuera sordo.
El marabú era ancho de hombros y grueso. De entre las densas cejas salía una nariz robusta y atrevida. Llevaba un jej[33] blanco de muselina que le tapaba la cabeza, las orejas, la barbilla y los labios. Ese atuendo obligaba sin más a dirigir la atención a los ojos, que eran ovalados, muy grandes y profundamente negros. Le miraban sin sorpresa. La mano izquierda del marabú movía suavemente las cuentas de madera del tesbih, el rosario mahometano. La mano derecha salió al encuentro de Mid-e-Mid, el cual se levantó y apretó ligeramente la suya a la del marabú. Luego los dos llevaron en seguida la mano al pecho.
El saludo fue cortés.
—¿Estás bien de salud?
—Hamduliláh[34].
—Y tu familia, ¿está bien de salud?
—Está bien de salud.
Se sentaron de espaldas al viento para que no les diera en los ojos el humo del fuego. El marabú le dio tabaco. Mid-e-Mid mezcló el tabaco con polvo de ceniza, lo ofreció al otro y tomó él mismo.
—Tu tabaco es bueno —dijo, sonriendo, Mid-e-Mid.
Mascaron y escupieron en silencio. La mujer puso agua al fuego. No dijo una palabra. Las mujeres intervienen pocas veces en las conversaciones de los hombres, a menos que se les pida. Mid-e-Mid le dio también a ella tabaco. Ella dio las gracias y se marchó.
—Yo conozco bien a tu padre, Mid-e-Mid —dijo el marabú—. ¿Está ya en libertad?
—No. Tiene que esperar aún dos temporadas de lluvias —repuso Mid-e-Mid.
—¿Así que tú eres el hombre de la familia? —preguntó el marabú, y apenas se le notó la fina sonrisa que aleteó por sus labios.
—Yo me cuido de las vacas y los toros. Mi hermano mayor se ocupa de los camellos.
—¿Cuántos imenas[35] tenéis?
—Cuatro camellas y dos camellos de montar. Mi madre tiene, además, un camello de carga muy fuerte.
—Muy bien. Cuando llevaron a tu padre a la casa del beylik os quedasteis sin ningún camello.
—¡Qué va! —dijo, riendo, Mid-e-Mid—; yo los había escondido.
El marabú miró al muchacho con gran consideración.
—Eres como un hombre, Mid-e-Mid. No es prematuro darte tagelmust[36] y takuba.
Tagelmust y takuba —el velo y la espada tamaschek— son los signos en que se manifiesta que un joven ha crecido lo suficiente para defenderse por sí mismo, y que le apunta ya la barba.
Mid-e-Mid se encogió de hombros.
—Somos pobres.
—Sí, pero con la ayuda de Alah tendréis muchos imenas y encontraréis buenos pastos.
Pensó un rato y volvió a hablar:
—Tengo un discípulo. Ayor[37] Jaguerán…
—¿Ayor Jaguerán? —dijo Mid-e-Mid— ¿el hijo de Intaláh? Tiene tres años más que yo. Creo que mi padre quería llamarme Ayor Jaguerán, porque cuando nací estaba la luna roja. Pero mi madre no quiso. Dijo que Luna Roja es nombre para un hijo de los ilelán[38], de los nobles. Por eso me llamo Ajmed ag Agasum.
—Tu madre hizo bien —dijo seriamente el marabú—. Y, además, ¿qué íbamos a hacer con dos Lunas Rojas en esta tierra?
—Mid-e-Mid es un nombre alegre —dijo una voz clara y aguda—, me gusta mucho.
Se volvieron, el marabú con mirada condenatoria, Mid-e-Mid sorprendido. La esterilla de la tienda estaba recogida, y en la entrada estaba sentada en cuclillas una muchacha, con un paño azul que le cubría cabeza y cuerpo. Sólo se veían los ojos, que eran pardos y radiantes. Llevaba los párpados teñidos de azul con antimonio[39].
—Sí, sí, me gusta mucho —repitió la muchacha antes de que su padre pudiera regañarla—. Pero también me gusta Ayor. Es un nombre que le está bien, y también a ti el tuyo, Mid-e-Mid.
Mid-e-Mid tenía los ojos muy abiertos, llenos de asombro. Jamás había oído hablar así a una muchacha. Sus propias hermanas no osaban abrir la boca cuando había un huésped junto al fuego.
—¡Vete a ayudar a tu madre, Tiu’elen[40]! —gritó el marabú a su hija.
Pero ya no estaba en la tienda. Espantada de su propia audacia había huido descalza.
—No lo tomes a mal —dijo el marabú, turbado—. Es que es muy joven y pocas veces tenemos huéspedes a nuestro fuego.
—Tiu’elen. —Tiempo Cálido, repitió Mid-e-Mid.
—Nació antes de que empezaran las lluvias…, por eso se llama así… Pero quería enseñarte las tablas. —El hombre se levantó y cogió dos tablillas de madera. En ellas había letras árabes pintadas con tinta china negra.
—¿Qué es eso? —preguntó Mid-e-Mid.
—Son suras del Corán[41]. Mis discípulos aprenden a leerlas y pueden decirlas de memoria.
—¿Ayor es discípulo tuyo?
—Sí, pero ahora me va a dejar. Intaláh quiere tener a su hijo consigo.
—Ya. ¿Y no tienes otro discípulo?
El marabú inclinó pensativamente la cabeza.
—Hay en la tienda un sitio libre —dijo, finalmente.
Llegó la mujer para atender al té. Se quedó en cuclillas junto al fuego, mirando atentamente a Mid-e-Mid.
—Tenemos un sitio libre —repitió el marabú. Y no se sabía bien a quién se lo decía, porque no miraba a nadie.
—Cuando se vaya Ayor… —dijo la mujer, mirando a Mid-e-Mid como si esperara respuesta de él.
A Mid-e-Mid le palpitó fuerte el corazón. El marabú era hombre respetado. Cuando enfermaba alguien le iban a buscar. Él iba y se ponía a orar junto al enfermo. Algunos sanaban con la oración. A otros les daba un teraut[42], un saquillo de cuero, negro o pardo, y, a veces, rojo y amarillo. El teraut se lleva directamente encima de la piel, colgado del cuello. Da la salud y defensa contra malos deseos. En el teraut hay una cinta de papel con algunas palabras del Corán. Está cosida en el cuero. Pero eso lo saben pocos, pues el marabú no se lo cuenta más que a sus discípulos.
Las familias de los enfermos dan al marabú una oveja o una cabra por las oraciones y por el teraut. A veces, cuando la enfermedad fue muy grave, le dan hasta una vaca. Nunca le dan un camello.
Mid-e-Mid pensaba: «¿Y si me dieran el sitio en la tienda…? ¿Si aprendiera a pintar en las tablas esas extrañas cosas y a entenderlas…?». Pensaba también: «A Tiu’elen le gusta mi nombre. Y a mí también me gusta el suyo, Tiempo Cálido».
Mid-e-Mid dijo:
—Puedo hacer cualquier trabajo. Sé cabalgar y cuidar camellos. Sé leer las huellas. Y no le tengo miedo a la hiena[43].
—Eso es bueno —dijo el marabú; llenó los vasos y le dio el primero—. Perdimos un ternero por culpa de una hiena.
—Dame una buena takuba —dijo, presuroso, Mid-e-Mid— que mataré a la hiena. La buscaré hasta su cueva…
—Es una hiena muy grande —dijo la voz aguda. Tiempo Cálido estaba de pie junto a su madre. Ya había caído la oscuridad. Al fuego parecían rojos sus pies desnudos, y en el rostro se hundían profundas sombras negras. Mid-e-Mid hizo como si no la viera, pero la observó disimuladamente con el rabillo del ojo. Tenía el mismo rostro de su madre, aunque más claro y más joven, y la boca algo más blanda. Llevaba el cabello liso, cepillado hacia atrás y con raya en medio. Llevaba también pendientes, unos anillos de oro. El vestido estaba tan destrozado como el del propio Mid-e-Mid. Era algo más alta que él, y, seguramente, también de edad algo mayor.
—Sí, es una hiena grande —repitió el marabú—. Iré contigo.
—Ayor no se ha atrevido a matar la hiena —dijo Tiu’elen.
—Lo que pasa es que no tengo takuba. —Luna Roja había llegado tan sin ruido que nadie le había oído. O, acaso, le había visto Tiempo Cálido y por eso había dicho las ofensivas palabras. Muchas veces las muchachas son duras de lengua y blandas de corazón.
Ayor ofreció la mano a Mid-e-Mid. Lo hizo con la dignidad del que es mayor y con la condescendencia del hijo de príncipe. Nadie podía dudar de que Ayor era hijo de ilelán, de nobles. Era tan alto que a sus dieciocho años le llevaba al marabú cabeza y media. En la semioscuridad del crepúsculo su piel era mucho más clara que la de Mid-e-Mid. La fina nariz recta, los delgados labios, la consciente lentitud de su paso y su gesto, todo descubría al hijo de Intaláh. E Intaláh era el mayor príncipe tribal de los tamaschek. En la montaña de Iforas no había nadie mayor que él, y no sólo su tribu, la de los Kel Effele, sino también otras le llamaban amenokal[44], que significa rey.
—Mi padre te prestará una takuba —dijo, burlona, Tiu’elen.
—¡Vete a tu esterilla! —ordenó el marabú, lanzando a su hija un rayo de sus grandes ojos inquisitivos.
Se marchó Tiempo Cálido.
Sorbieron el té. Ayor se había sentado junto al marabú. Dijo:
—Me he encontrado a un hombre que llevaba un camello de cuatro años. Venía de Timea’uin y tenía prisa. Al principio no quería quedarse conmigo, pero le di tabaco y se quedó un rato.
La mujer levantó la olla de los ganchos del trípode y la puso aparte para que la comida fuera enfriándose, pues ya estaba hecho el puré de mijo.
—¿Por qué no se ha venido a mi tienda? —preguntó el marabú.
—Iba camino de su tribu. Era un idnán. Las tiendas de su gente están junto al pozo de Telabit[45]. Tenía prisa de verdad, como pude comprobar. Llevaba una mala noticia: Abú Bakr está acampado cerca de Timea’uin. Todo el mundo se lleva de allá sus rebaños. Abú Bakr está preparándose para asaltar una caravana de dátiles que tiene que llegar del norte estos días. La ruta pasa por este ued, como sabéis. Y el sitio es bueno para detener a la caravana.
—Es verdad —dijo el marabú. Todavía no se había bebido el primer vaso de té—. Pero temo que Abú Bakr no venga por la caravana… Está armado…
—Sí —dijo Ayor—. El hombre me contó que Abú Bakr lleva dos cananas cruzadas por el pecho, y otra cartuchera en la cintura. Me dijo también que tiene un fusil con un extraño tubo encima del cañón y que cuando apunta con ese tubo puede acertar el ojo de una gacela a quinientos pasos. No sé si será verdad, pero así dijo el hombre.
—Es verdad —dijo sombríamente el marabú—. Yo conocí al dueño de ese fusil. No se supo más de él. El beylik mandó que le buscaran pero no apareció.
—¿Por qué no pone preso el beylik a Abú Bakr? —preguntó Mid-e-Mid—. Todos saben que Abú Bakr es el mayor bandido del país, que ha robado muchos camellos y ha matado, serón dicen, a varios hombres… Mi padre no ha matado a nadie y, sin embargo, el beylik…
Luna Roja se volvió abiertamente hacia el chico. Tenía un rostro largo e inteligente, con una frente alta y recta y ojos penetrantes. Una frente que sabía pensar y unos ojos que sabían mandar.
—Mi padre Intaláh me ha dicho que por dos razones. Abú Bakr vive en las montañas, entre el pozo de Tin Ramir[46] y las montañas del adrar[47] de Hasené[48]. Los soldados no se atreven a adentrarse en esas montañas porque no saben dónde hay agua. Abú Bakr lo sabe. Conoce todos los rincones.
—Yo he visto —opuso Mid-e-Mid— que el beylik recorre el desierto en coches. ¿Por qué no manda los coches a las montañas?
—Los coches son buenos para el desierto, es verdad.
Pero en las montañas no hay pistas[49]. Sólo los camellos pueden recorrer los senderos de la montaña. Eso ha dicho mi padre.
Mid-e-Mid no cejó:
—El beylik tiene muchos camellos…
El marabú asintió:
—El beylik tiene camellos y soldados. Pero los mejores imenas los tiene Abú Bakr. Los ha robado donde estuvieran. Por eso es más rápido que sus perseguidores. Y luego es lo que te ha dicho Ayor: sólo él sabe dónde hay agua.
—El beylik tiene aviones —dijo Mid-e-Mid, y lo dijo más por contradecir a Lima Roja que porque conociera él esos aparatos.
Tampoco Ayor sabía si se puede capturar a un bandido con aviones. Por ello meditó un momento. Al final dijo:
—No, los aviones son demasiado rápidos y van demasiado altos. No pueden ver a Abú Bakr. Cuando oye el avión se esconde debajo de algún roquedo saliente. No, los aviones del beylik no son un peligro verdadero para Abú Bakr.
El marabú se tomó el té frío y sirvió a todos otro vaso:
—Ayor, dijiste que tu padre te había indicado dos razones de que el beylik no apresara a Abú Bakr aunque éste daña a todo el mundo. Pero no nos has dicho más que una…
Tosió. Se notaba ya el frío de la noche. La mujer presentó a los hombres la olla de esink, que es un puré de mijo sin sal[50], y se retiró. Comería con la hija cuando se saciaran los hombres.
—¿La otra razón? Mi padre dijo que a él le habían revelado que Abú Bakr prestaba servicios al beylik. —Lo dijo en voz muy alta y les miró para comprobar el efecto de sus palabras.
—¿Cómo se entiende? —preguntó el marabú—. ¿Es un servicio el robarnos los camellos?
—Son otros servicios. Dicen que Abú Bakr lleva a Kidal[51] todas las noticias sobre los enemigos del beylik. Y ahora hay muchos enemigos del beylik, muchos más que antes.
—¿Quieren robarle al beylik sus hermosos camellos? —preguntó Mid-e-Mid. Luna Roja sonrió:
—No, quieren echar al beylik del país y ser ellos beyliks.
—¡Vaya! —dijo Mid-e-Mid— eso me gusta. Entonces yo también soy enemigo del beylik. Cuando tengamos otro beylik sacarán a mi padre de la cárcel, ¿no es verdad?
—Ayor, tu padre… tu padre es el amenokal. ¿Por qué no hace nada por capturar a Abú Bakr?
—Si Alah lo quiere, Intaláh capturará a Abú Bakr —dijo el marabú.
Pero la respuesta no satisfizo a Mid-e-Mid. Pensaba: «Un amenokal tiene que proteger la tribu. Si no lo hace…».
Comió apresuradamente y se tragó en seguida la pasta, con lo que se quemó la lengua. Pero seguía absorto, pensando en Abú Bakr.
—Esta noche velaré —dijo, de repente, en voz alta.
—Y cuando llegue Abú Bakr saldrás corriendo —dijo Ayor—. Acuéstate y duerme. Abú Bakr no roba asnos… Si viene, ya sabremos defendemos. Mi padre me ha enseñado a tirar la lanza…
Apareció la mujer y echó manteca rancia en la pasta. Volvieron a tomar y les pareció no haber comido antes. Casi vaciaron la olla. Luego buscaron espinas por la arena y empezaron a mondarse los dientes.
Tiempo Cálido les llevó una calabaza[52] llena de agua. Bebieron uno tras otro. Luego se echaron un poco en las manos, se frotaron el rostro con ella, tomaron otro sorbo y lo escupieron.
La muchacha los miraba.
—A pesar de todo, velaré —dijo Mid-e-Mid—. No tengo lanza como tú, pero usaré el palo. Ya he matado con él un chacal[53] que quería robarme un cabrito…
—¿Cantarás para nosotros, Mid-e-Mid? —preguntó Tiu’elen.
Y Mid-e-Mid cantó como si cantara para ella sola.
Finalmente, tuvieron todos sueño. El marabú le tendió ambas manos.
—Te guardaré el sitio de Ayor, Mid-e-Mid…
—Déjame que lo piense —contestó el muchacho. Luego, cogió su cayado y se adentró en la noche. Quería estar solo.
Ayor y el marabú se volvieron hacia oriente y pronunciaron la oración de la noche. Luego miraron otra vez a los camellos y decidieron apagar el fuego, para no traicionar el campamento a Abú Bakr si pasaba por allí. Pero aquella noche no llegó Abú Bakr.